Las vacaciones de invierno en la provincia de Buenos Aires son la mejor excusa para conocer pueblos que viven con la dinámica propia del mundo rural. La premisa es recargar energías para lo que resta del año, y nada mejor que hacerlo en pequeñas localidades donde las actividades se concentran en disfrutar de la tranquilidad campestre, las historias de los lugareños y la gastronomía criolla para recuperar sabores perdidos. Los caminos hacia destinos pocos conocidos, alejados de la convulsión del mundo y su vorágine, invitan a la reflexión pero también a la aventura.
El turismo rural, de naturaleza y gastronómico, es una puerta a experiencias inolvidables. Se trata de viajes en donde somos protagonistas de nuestra propia película. Acaso lo más importante no sea llegar a destino, sino disfrutar del camino con sus paisajes y diferentes desvíos en donde podemos parar y conocer lugares que están escondidos al costado de la ruta.
La desconexión entonces es un hecho y está asegurada. Muchos de los pueblos de este mapa pacífico y relajado de Buenos Aires tienen poca señal y entonces son los viejos mapas de papel los que acompañan estas travesías que nos devuelven a tiempos donde la intuición era la principal compañera de ruta y vivencias.
Aromas criollos, cielos estrellados, aire puro, sobremesas largas, charlas e historias: las claves de estos viajes donde al final del camino siempre nos espera una tranquera abierta. Acá, cuatro pueblos para desconectarse en estas vacaciones de invierno.
Pardo, Las Flores
¿Cómo describir un pueblo en el que caminaron juntos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges? Bello y especial. Desde lejos en la solitaria ruta 3 se lo destaca por su arboleda. Está dentro de un bosque añoso y plañidero. Tiene dos calles de asfalto, lo que le da una distinguida realidad. Las demás, de tierra, y enmarcadas con vegetación. Un pueblo de casas con jardines y varios almacenes de campo. La estación de tren divide el pueblo, pero solo para hacerlo más amable para la caminata. En el edificio ferroviario se halla un museo con pertenencias de Bioy y Silvina Ocampo; la vieja máquina de escribir del gran escritor eleva los pensamientos.
Con 250 habitantes, el pueblo estalla en silencios y amables rutinas. Los vecinos se ven pasar por las callecitas con sus bolsas de mandados, y la charla es inevitable en cada esquina. En los boliches se consigue todo lo necesario para pasar varios días sin tener que pensar en salir. El almacén de Lamaro está sobre unade las calles de asfalto, frente a la estación y algo lo vuelve mítico: allí iba Borges a solicitar una “conferencia telefónica” con su madre cuando visitaba a Bioy. Juntos escribieron mucho en Pardo, la familia del segundo tenía una estancia.
El bar La Vieja Estación es un punto de encuentro. En las instalaciones de una primitiva estación de venta de combustible, completamente reciclada, se ofrecen comidas típicas y el ceremonial aperitivo. El corazón del pueblo tiene un elemento de tranquilidad contagiosa.
Yamay es un hospedaje ecológico, a tono con el turismo de naturaleza conectado con el espíritu rural de Pardo. La propuesta es hacer glamping en yurtas (tradicionales construcciones de la estepa de Mongolia). “Buscamos desarrollar un modelo turístico comprometido con el entorno que despierte conciencia social, ecológica y cultural —afirma Juan Manuel Damperat, maestro de ceremonias de este destino—. Sin necesidad de telescopio, las estrellas se presentan como anfitriones nocturnos, mientras nos sentamos alrededor del fuego”.
- A 220 kilómetros de CABA
Fulton, Tandil
Tandil es un destino consolidado, con turismo todo el año basado en grandes pilares, como lo son la gastronomía y los productos de calidad. Sus pueblos tienen el encanto de conservar el estilo de vida de la campiña. Fulton está a apenas 40 kilómetros de la plaza tandilense, lo suficiente para tener un ritmo de vida sosegado y calmo. El pueblo tiene 100 habitantes distribuidos en un puñado de casas muy bien mantenidas, alrededor de un inmenso mar de tierra y pastizal. Asombra la desmesura de su belleza, los grandes espacios verdes y la dilatada visión del horizonte donde se presienten las sierras.
Las mujeres tienen un rol protagónico en la vida social y comercial. El Almacén “Adela” concentra la atención. Susana López y Romina Romeo, madre e hija, lo atienden y es lo mejor que le pudo pasar a la localidad. Sus platos se han transformado en una cocina de culto. “Ofrecemos siempre comida de olla”, remarca Romeo. Amasan pasta y se consumen en el momento. “Hacemos solo comida casera”, advierte. Es una bandera que defienden, pero también la del servicio. Los turistas que visitan al pueblo saben que si el almacén está abierto, un plato de comida sobre la mesa no faltará. Todo hecho con el sello de Tandil. “Enseguida hacemos lo que el visitante precise, calentamos el agua, hacemos un sándwich o un mapa para llegar a otros pueblos en el papel que envolvemos el fiambre”, cuenta Romeo.
Cordialidad, sobra. En la estación de tren, está la fábrica de alfajores Estaful, un emprendimiento de tres amigas que hallaron la fórmula perfecta del clásico argentino. Como en el almacén, todo está hecho con manos, miradas y mucho corazón. Son irresistibles, como las conservas que hace don Carlos Rodríguez, un vecino que encontró la manera de encerrar en frascos todo el sabor y el aroma de las verduras del pueblo. “Prolijidad, tranquilidad, historia, aire puro, sol, cielo abierto, animales de todo tipo caminando en libertad por las calles y paisajes”, describe Romeo a su lugar en el mundo.
Hay hospedaje: se puede preguntar por él en el almacén. Las actividades son simples y es mejor que sea así porque Fulton enamora con su sencillez. A la vez, está cerca de todo el movimiento tandilense y de otros pueblos como Azucena, Gardey o Vela. Relajación y aventuras en el mismo destino.
- 360 kilómetros de CABA
Los Toldos, General Viamonte
Caso particular el de Los Toldos: es la ciudad cabecera de General Viamonte, tiene 14.000 habitantes pero aún conserva el alma de pueblo chico. Este rasgo lo vuelve peculiar y un destino que mezcla fusión de culturas, fe y el mejor queso del país. Imposible no visitarlo. Sobre ruta 65, ya en la entrada se presiente otra velocidad en el paso del tiempo. Lentas, y en forma acompasadas, las horas del día se dilatan. El diseño urbano ayuda a descomprimir. Muchos árboles, bulevares y amplias veredas, casas bien pintadas y mantenidas, patios prolijos. Todo el mundo saluda y se siente un bienestar viral en el centro cívico o en las calles de los barrios periféricos. Hace bien caminar por Los Toldos.
Está marcado por tres hitos: los mapuches eligieron estas tierras en 1860 para morar; el 7 de mayo de 1919 nació María Eva Duarte, Evita para la Humanidad y en 1948 arribaron monjes benedictinos con dos laicos suizos y un año más tarde, la familia Doeswijk llega de Holanda con un tesoro: la receta del queso Gouda.
Primero: a pocos minutos de la plaza, donde flamean nuestro pabellón con el mapuche, está el pueblo de la tribu Coliqueo, cuyo territorio con sus sitios sagrados, sabores, cultura y artesanías se muestran en visitas guidas. Segundo, el Museo Provincial Casa Eva es un lugar de peregrinación internacional donde se muestran aspectos íntimos de su vida. Y tercero: desde 2017 se realiza el Festival del Queso, materializando la inmensa tradición láctea de aquellos holandeses y luego criollos que han puesto su vida y corazón en la producción de quesos de excelencia.
El queso está presente en todos los aspectos de la vida diaria de Los Toldos. Se venden en todas partes y se ofrece en las cantinas de los clubes, y en los restaurantes. Hay hospedajes: Don Claudio, o La Cercana de Paula, una casa de campo para seis personas con cocina a leña y hogar dentro de un bosque de 80 años, al lado de La Cercanita, un tambo de ordeñe de cabras. “Invitamos a pastar, ordeñarlas, y a probar esa leche”, afirma Bruno Moran, su dueño.
Tres imperdibles: la centenaria panadería La Blanqueda donde hacen la tradicional galleta de campo, la heladería Don Mario, clásica de pueblo, con helados elaborados absolutamente artesanales y en paraje La Delfina, la pulpería Isla Soledad.
- A 280 kilómetros de CABA
Las Marianas, Partido de Navarro
En este pueblo se nos plantea un interrogante: ¿seremos capaces de compartir un secreto? Atesorada en sus saberes, Doña Irma es una cocinera que tiene su propio hotel y comedor, el segundo es un santuario al que acuden peregrinos de toda la provincia. Ella todos los fines de semana prepara ravioles rellenos de verdura, con estofado. Con sus 80 años, hace ella misma las compras y los amasa, y en el momento de hacer el relleno, cierra las puertas de su cocina y nadie puede entrar, ni siquiera su hijo. El secreto es real: ella tiene el don de hacer los considerados mejores ravioles de la provincia de Buenos Aires. Doña Irma, con una sonrisa eterna y juvenil, recorre las mesas y oficia de madre y abuela de todos los que llegan hasta su comedor para recuperar los sabores familiares perdidos.
El pueblo tiene mucho más, por si hiciera falta. Un viejo almacén de ramos generales, su carnicería, una ferretería y panaderías. La más conocida es Las Marianas, clásica con sus tortas negras y galletas de campo. También el pueblo es un gran baluarte de boliches de campo, como El Recreo y uno que es ya legendario para quienes gustan de vincularse con la emoción pura, La Media Luna, atendido por Fadila Massmud, descendiente de libaneses que llegaron a principios del siglo pasado y establecieron este comercio que está en una esquina en donde, invariable e inopinadamente, pasan al menos una vez al día la mayoría de los habitantes del pueblo a tomar un aperitivo. Fadila se jacta de servir el mejor Gancia de la provincia. Su leyenda es grande y así como llegan para disfrutar los ravioles de Doña Irma, están los que no pierden tiempo y se ubican en el mostrador del centenario almacén libanés.
Es retirado el pueblo, calmo y austero, aunque patinado por una belleza de otro tiempo, ni siquiera arrugada, sino plena y natural. El Complejo Las Marianas es una alternativa de hospedaje muy confortable que permite hacer base y combinar las comodidades urbanas en un entorno rural que asegura completa desconexión del mundo y sus problemas. De Las Marianas cuesta irse.
- 145 kilómetros de CABA
Fuente: La Nación, Leandro Vesco