CIVITA DI BAGNOREGIO, Italia.- Lo llaman “il paese che muore”, el pueblo que muere. Pero la verdad es que, pese a la erosión, los derrumbes, los terremotos y demás desastres naturales que sufrió, el pueblo de Civita resiste.
Este lugar de ensueño en la cima de una colina de arcilla y toba, terreno extremadamente frágil que se fue desmoronando con el paso de los siglos, de apenas 100 metros de largo y 150 de profundidad, a 443 metros sobre el nivel del mar, se encuentra en provincia de Viterbo, a 87 kilómetros al norte de Roma. Es uno de los tantos pueblos abandonados de Italia, que se destaca porque aparece casi como colgado en el cielo, en medio de dos cañadones y sólo puede accederse a pie a través de un largo puente-pasarela. Allí viven sólo 11 personas. Los demás, hace ya varias décadas, debido a sucesivos derrumbes, fueron evacuados al adyacente pueblo de Bagnoregio. Desde que comenzó a cobrarse una entrada de 5 euros para visitar Civita, un museo a cielo abierto, creáse o no, el lugar volvió a florecer.
De la agonía al boom del turismo
El “padre” de la resurrección de Civita, desde cuyo puente pasa ahora un millón de personas por año, es Francesco Bigiotti. Ex alcalde de Civita di Bagnoregio y hoy presidente de Casa Civita –ente público-privado que busca seguir revitalizando un área que representa un verdadero patrimonio cultural y artístico-, Bigiotti se dio cuenta que para evitar la decadencia del pueblo, que fue fuente de inspiración de escritores, poetas y artistas, había que pasar a la acción. A través de un incisivo marketing basado en relaciones públicas, acuerdos con empresas publicitarias y de cine y eventos culturales, no sólo generó fondos para poder hacer las urgentes obras de ingeniería para mantener en pie “la rocca” y evitar ulteriores derrumbes, sino que puso a Civita –un tesoro que hace treinta años sólo conocían muy pocos entendidos-, bajo los reflectores del mundo.
Una comuna modelo donde no se pagan impuestos
En medio de dificultades financieras, Bigiotti en junio de 2013 tuvo la intuición de poner un ticket de entrada a Civita, que al principio fue tan sólo de 1,5 euros. “Entonces hubo grandes polémicas, muchos se opusieron porque pensaban que iba a disminuir el turismo y criticaron fuertemente a Bigiotti, pero la verdad es que, en contra de lo peores pronósticos, la entrada tuvo el efecto de revalorizar el ‘borgo’ y provocó un aumento impresionante de visitas”, cuenta a LA NACION el actual alcalde, Luca Profili, de apenas 33 años y que fue el número dos de Bigiotti. “Si en 2013 visitaban Civita unas 50.000 personas por año, esa cifra se multiplicó, en tiempos pre-pandemia había 1 millón de visitantes por año y ahora, después de la parálisis, están volviendo los buenos números”, detalló Profili, que a raíz de este éxito convirtió a Civita di Bagnoregio en una comuna “modelo”. Gracias a la entrada –que después pasó a ser de 3 euros y hoy cuesta 5 euros (aunque los menores de 6 años no pagan)-, sus 3700 habitantes ya no pagan impuestos y la desocupación es cero.
Asiáticos y brasileños
Atardece en Civita, que cobra un colorido maravilloso, resultando aún más irreal. Y en el mirador o Belvedere de Bagnoregio con vista espectacular a ese paisaje único se ve a un grupo de japoneses que se saca selfies. Son sobre todo los asiáticos, que llegan en autobuses desde Roma y luego siguen para Florencia –destinos top del turismo de la península- los primeros en el ránking de visitadores de esta joya medieval. “Los chinos dejaron de venir por el coronavirus, pero siguen viniendo muchos japoneses que adoran Civita porque el famoso creador Hayao Miyazaki se inspiró aquí para la película La ciudad encantada”, cuenta Bigiotti, que destaca que también vienen muchos brasileños (son el 4,6%), porque fue en Civita que se filmó la telenovela Terra Nostra. Los argentinos son apenas el 0,4% de los visitantes, aunque un poeta ítalo-argentino, Juan Rodolfo Wilcock (1919-1978), amó especialmente esta zona. Tanto es así que decidió mudarse a Lubriano, pueblo adyacente que también tiene un mirador desde el cual se ve una panorámica magnífica de Civita y sus alrededores.
Ricos y famosos
Aunque no viven en forma permanente, un puñado de ricos y famosos compraron y restauraron casa en Civita. Entre ellos, el cineasta Giuseppe Tornatore que, según cuentan, quedó “fulgurado” hace más de veinte años con las jornadas de niebla que hacen que Civita se parezca a una isla suspendida en el cielo, en un efecto estilo Avatar. También adquirió casa allí Alessandro Michele, director creativo de Gucci, considerado por la revista Time uno de los cien hombres más influyentes del mundo; la mujer del famoso cantante italiano Claudio Baglioni. Y Paolo Crepet, un psiquiatra italiano conocido por aparecer en tertulias televisivas, que convirtió lo que era la sede del arzobispado de Civita en un B&B de lujo.
Un poco de historia
Habitada en principio por los etruscos, los registros históricos indican que desde tiempos inmemoriales en esta zona también volcánica y sísmica del centro de Italia hubo desmoronamientos y derrumbes debido a un tipo de suelo delicadísimo, formado por arcilla y toba, piedra caliza muy porosa y ligera, formada por la cal que llevan en su disolución las aguas de ciertos manantiales, según la RAE. En un terremoto que hubo en 1695 Civita sufrió una inmensa apertura entre la “rocca” y Bagnoregio, separando justamente a los dos pueblos, unidos por una franja de tierra que, como numerosos edificios, se fueron derrumbando, dejando a varias casas con vista al precipicio. En 1923 comenzó a construirse un puente de piedra que, después de ser dañado por otros desmoronamientos y la retirada de los alemanes al final de la Segunda Guerra Mundial , fue demolido en 1963 para hacerle lugar al nuevo puente de cemento armado que se inauguró en 1965. Se calcula que, cada año, los muros de Civita pierden unos 7 centímetros y nuevos desprendimientos hacen rodar hasta el valle más arcilla y toba.
El espectacular valle de los “calanchi”
Así como a lo largo de los siglos Civita vio cómo se desmoronaban muros y casas medievales, el mismo proceso geológico creó a su alrededor el denominado valle de los “calanchi”. Se trata de colinas arcillosas moldeadas por sucesivas erosiones que forman un paisaje lunar apreciable desde el Belvedere de Bagnoregio, de tipo desértico. Allí se puede visitar la gruta en la cual, según la leyenda, el pequeño Giovanni Fidanza, es decir, San Bonaventura, nacido en Bagnoregio en 1218, fue curado gracias a San Francisco de Asís, de quien fue el primer biógrafo oficial. Y bajar, a través de una escalera, hasta el ingreso al puente-pasarela que da acceso a Civita, tras el pago de una entrada. Quienes no están en estado físico, pueden subirse a unos autobuses que pone a disposición la comuna de Bagnoregio, que lleva desde los estacionamientos hasta el principio del puente, lugar que los fines de semana estalla de gente.
La vida en Civita
Sólo hay unos cuatro restaurantes, un par de bares, dos o tres negocios de souvenirs en Civita. No hay escuela, ni chicos, ni farmacia, ni policías. Para hacer compras, sus 11 habitantes por supuesto deben salir de Civita a través del puente –a pie, en moto, o en un vehículo 4×4 de la comuna, que lleva y trae las provisiones. La plaza San Donato es la principal y única de Civita, pueblo en el cual hay más gatos que personas. Allí se levanta la Iglesia homónima que se remonta al siglo VII, aunque con aspecto del Renacimiento, que fue sede arzobispal hasta el terremoto de 1695. Dos veces por año en la plaza tiene lugar “la tonna”, una fiesta popular en la que, en un espacio redondo, se da una carrera de burros, al mejor estilo del Palio de Siena.
Rosanna, memoria histórica de Civita
Rosanna Medori nació en Civita hace 74 años. Es jubilada y vive en una antigua casona de piedra que perteneció a sus abuelos y bisabuelos, con enorme chimenea, a pocos metros de la Plaza San Donato. Sus padres eran campesinos que producían en el valle visible desde su ventana, 400 metros más abajo, aceite y vino. Cuando se crió, aún vivían unas 300 personas en Civita. “Vivíamos mejor, era otra cosa, era muy distinto, lindísimo. Recuerdo que jugábamos en jardines que no existen más porque se desmoronaron”, cuenta a LA NACION. Una de sus dos hijas, que vive en Bagnoregio junto a sus nietas, hace ya varios años puso un restaurante en la planta baja de su casa. El local, que se llama “La Cantina di Arianna”, suele llenarse todos los días gracias al flujo cada vez mayor de turistas. “¿Ve donde está esa tienda de souvenirs? Ese era el establo de Lisa, nuestra burrita”, detalla Rosanna, mostrando una foto en blanco y negro de ese querido animal, antes indispensable para ir hasta los campos y transportar luego la mercadería, montaña arriba. Una postal que ya no existe.
La magia que se va
Mario Loreti, de 72 años, es otro de los 11 habitantes de Civita. “Acá nos conocemos todos, somos amigos, pero si quiere encontrar a más vecinos tiene que ir hasta el cementerio”, brome este artesano herrero, nacido en Bagnoregio pero que vive en Civita establemente desde hace más de 40 años cuando su mujer, Ivana, “civitonica” (como le dicen a los “nyc”), decidió poner una tienda de souvenirs.
¿Cómo vive el boom del “pueblo que muere” –ya descubierto por Federico Fellini, que aquí filmó La strada– que se ha puesto de moda y donde muchos vips montaron casa y B&B de lujo? “Por un lado estoy contento, pero por otro es un fastidio enorme”, confiesa Mario, al denunciar una verdadera invasión de turistas “toco y me voy”, que llegan, a veces ni siquiera consumen, sacan una foto y se van. “Cuando vinimos a vivir acá, en 1978, Civita era mágica, ahora no lo es más”.
Fuente: Elisabetta Piqué, La Nación