Juanse está sentado en el patio de la sala de la ensayo donde repasa con su banda una y otra vez la lista de temas que haría en el Luna Park, en el día en el que cumplió 60 años. “Yo no quiero volver a tener 20. Esos 20 años funcionan dentro de mí. Yo quiero envejecer, si Dios me da esa bendición de poder envejecer, de estar en mi casa leyendo, tocando la viola también”, reflexiona.
-¿Qué esperás que se recuerde de vos?
–Una vez se me escapó y dije que no quería ser recordado. No es que sea un objetivo, pero no quiero ser un elemento de culto. Estuve acá en la vida, pasé, di todo lo que pude, con los errores garrafales que son públicamente conocidos. Están los discos, si es que se siguen usando los sistemas de reproducción. El objetivo es la vida eterna. Ya bastante nos va a costar lograrlo. Tenemos que tener la fe, que es invisible. Este es un paso, no podemos pensar que nuestra complejidad biológica fue creada para que vivas 70, 80, 90 años. Esto va a otro lado, hay una formación interior.
Días atrás, Juanse protagonizó un gran momento televisivo. Tocó con su banda en La peña de morfi, pero también recibió allí la visita sorpresiva de su mujer, Julieta Testai, con quien lleva 30 años compartidos. Un momento que otros rockeros de su generación quizás no se permitan vivir por antiguos y arraigados prejuicios. “La primera vez que fui a Ritmo de la noche me decían: ‘Ahí no vayas’. Fui con Mick Taylor (exguitarrista de los Rolling Stones), así que no había nada que decir. ¿Qué le vas a objetar? Fuimos porque teníamos ganas. A mí Andrew (Loog Oldham, primer productor de los Stones, exproductor de los Ratones y a esta altura amigo personal de Juanse) me explicó algo muy importante cuando empezó a trabajar con nosotros. ‘Mirá, en la medida en que el grupo ocupe toda la pantalla nunca va a haber ningún inconveniente. Te está viendo alguien que por ahí ni siquiera se le hubiera ocurrido poner un disco tuyo en la casa’. Y ahí nace la base de lo que estamos haciendo. Una reconstrucción basada en otro tipo de valores. Estoy mucho más conforme con esta reconstrucción. El rock nació para combatir un prejuicio y terminó por transformarse en otro más grande. Si no tocás esto, si no tenés un tatuaje, si no te gusta tal artista o no tocás con tal viola, no pertenecés”.
–¿Cómo te llevás con la figura del ídolo?
–Mal. La idolatría es un parámetro más de la sociedad de consumo para que vos creas que realmente sos algo distinto al resto. Ahí los valores se trastocan. Y así estamos por creer que unos son más que otros: limitados.
-Charly García decía que era la única estrella de rock de este país.
-Son frases, Charly es un tipo accesible, más allá de todo lo que hayas visto. Es un gran compositor, un súper músico, amado por mí como persona. Igual que Nito (Mestre), otro artista de primer nivel que nunca se la creyó. Fito Páez, Luis Alberto Spinetta, gente abierta que acepta al otro. Con todo lo que vivo desde el punto de vista de la fe aprendí eso. No me importa si vos creés o no, si no creés, trataré conversando, dando mi testimonio, de que creas, pero no te voy a obligar. Durante la década del 90, en la explosión de la industria discográfica se impuso eso: creé en esto porque si no sos un muerto.
-Muchos creían que a partir de tu fe ibas a dejar de tocar algunas de las canciones de los Ratones Paranoicos…
– Justamente porque las letras se transforman. En Rocanrol Cowboys (el documental sobre la banda que está disponible en Netflix), en un show que di en el Planetario para una organización cristiana, yo estoy en estado místico. Toqué “El rock del gato”, todos lo cantaron y estábamos ahí por otro motivo. Si no está mezclado, hay que mezclar. Yo no doy testimonio a través de lo que escribo; puedo darlo, tengo un disco que se llama Rock es amor igual, que está plenamente dedicado a mi fe; pero si estoy tocando “El rock del gato”, ¿cuál es el testimonio? Seas de la religión que seas, el testimonio sos vos.
-Cuál es tu primer recuerdo musical?
-Una guitarra que agarré a los 4 años, una criolla de juguete que me regaló mi viejo. Vivía agarrado a esa guitarra. Después tuve otras… Una Faim, la Gibson, la Fender y ahora parezco una casa de venta de instrumentos. Para mí es algo que supera cualquier cosa. Con ver las guitarras que tengo estoy completo. No me desprendo de ninguna, es como ver una cruz: la madera, los detalles.
-¿Te acordás de los primeros shows de los Ratones?
-Sí, me acuerdo de todo, menos de lo que tengo que pagar (risas). Ratones es lo que hizo posible que hoy yo esté acá hablando. A mí Carlos Groisman, mi profesor de clásico, en el segundo concierto que di me miró y me dijo: “Te voy a mostrar algo”. Él es uno de los grandes guitarristas clásicos argentinos y me mostró la viola de cuando tocaba en un grupo. Después descubrí a Gustavo Bazterrica, que fue el que me instruyó. Todo lo demás lo aprendí de los discos y de Gaby Carámbula, también. A mí antes me gustaba más hacer tonos, componer, hasta que Pappo me dijo: “Vos tenés que tocar”.
Pablo Memi llega en el momento justo. El bajista es el único integrante de los Ratones que participa de la banda actual de Juanse, la Mustang Cowboys (la completan Ponch en guitarras y Juan Colonna en batería). “Con él armamos toda esta historia. Con intervalos, con condicionamientos en el afecto, en lo social, que iban y venían”.
-Las bandas son matrimonios, pero más numerosos…
-Dos son Sui Generis; tres, Invisible y cuatro ya son los Beatles. Todo trae complicaciones. Pablo es un tipo que a mí siempre me ordenó. Es una autoridad para mí. Yo sé cuándo me estoy yendo al pasto, incluso cuando él no estaba en el grupo pensaba: ‘Pablo no estaría de acuerdo con esto’. Diez años estuve así. Pero él vino invitado a mis discos solistas en ese período.
Juanse habla de teología, de “socialismo de country”, de la lista de más de 30 canciones que tiene preparada para el show de hoy. Habla de Van Gogh, de Rembrandt, de Mozart y de los amigos que se han ido antes que él. Precisamente la sola mención del Luna Park le dispara otro recuerdo, el del último show de los Ratones en ese espacio. “Fue la última vez que tocaron juntos Charly y Spinetta”.
Fuente: Sebastián Espósito, La Nación