Al sobrio Berni erótico que anuncia la exhibición de doce dibujos tan inéditos como explícitos en la galería Vasari habría que responderle con una pregunta: ¿cuándo Berni no fue erótico? Su libido desbordante aparecía tan pronto en 1934 con la pintura-collage Susana y el Viejo, donde completaba un desnudo femenino anónimo con la cara de Greta Garbo recortada de una revista y un voyeur de bigotes en el que se ha querido ver el rostro adusto de Leopoldo Lugones.
El rosarino, entonces alineado al surrealismo francés, volvía sobre un motivo renacentista: Susana y los viejos, la escena bíblica de una vestal espiada por dos ancianos que la acosan durante un baño matinal. Así, Berni afirmaba una raíz clásica de su erótica y mediaba entre Tintoretto y Armando Bo, que recrearía la escena como un meme (en el sentido que el iconógrafo Aby Warburg encontraba a la repetición de patrones visuales en la cultura) en la película El trueno entre las hojas (1958), con Susana reemplazada por la impactante Isabel Sarli y los ancianos por hacheros-voyeurs del litoral al borde de un ataque de sexo.
Sí, de sexo se trata. Estos doce dibujos de los años 70 que hasta ahora habían permanecido bajo llave son el underground del erotismo que atraviesa toda la obra de Berni: de “Susana” a los xilocollages de Ramona Montiel y su serie “La obsesión de la belleza” y el desnudo cumbre, Chelsea Hotel, en los 70, hasta su último cuadro inconcluso pintado entre el invierno y la primavera de 1981. Otro desnudo al que se asocia con los vuelos de la muerte de la dictadura, pero en el que plasmó su adiós a la pulsión erótica (la vida misma) con la modelo a la que llamaba “Graciela Amor”.
Según pudo reconstruir LA NACION, estos dibujos de aliento porno, habían quedado en la colección de la familia hasta que, en 2021, pasaron a manos de un importante coleccionista. En Vasari no sueltan prenda sobre el nombre, pero se trataría de un “vendedor arrepentido”. Alguien que propuso la muestra a la galería luego de que le resultara imposible conciliar el interés por el lado hot del maestro con su propia vida cotidiana. Y, claro, ni a Hugh Heffner, el fundador de Playboy, se le hubiera ocurrido colgar estas snapshots virtuosas del Canal Venus en las paredes de su mansión.
Algo parecido le había pasado a Eduardo Costantini cuando se volvió de Nueva York con Chelsea Hotel y lo tuvo que tener guardado hasta la apertura del Malba. “A mi mujer le daba celos, no sé…”, cuenta en Los ojos, la biografía de Berni que Paidós reeditó en 2021. Los dibujos terminan (bah, con Berni nunca se sabe) de completar la serie de 380 obras en papel que aparecieron en 2016 y que se vieron en el Museo de Arte Moderno donde las obras de alto octanaje erótico habían sido separadas con una advertencia para el público. Recurso que Vasari repite en la puerta de la galería.
El kamasutra de Berni tiene, claro, marcas de estilo. Lejos de las superficies objetuales del hentai (el animé porno), estos papeles secretos del rosarino parecen remontarse a su antecesor, el popular shunga japonés cuyas estampas explícitas circularon libremente entre el período Edo (1603-1867) y la era Meiji, hasta que fueron declaradas obscenas hacia 1907, cuando Berni tenía dos años. Las estampas shunga fueron uno de los vectores del japonismo en Europa y tuvieron coleccionistas célebres como Aubrey Beardsley, Toulouse-Lautrec y, sobre todo, Picasso.
Estos dibujos de Berni llevan eso a una escenografía criolla, donde, como destaca el historiador Marcelo Pacheco, los cuerpos adquieren una dimensión bestial con la naturaleza cerril (el imaginario del pajonal) o habitaciones modestas como todo ambiente. Pacheco relaciona este conjunto con aquellos papeles de 2016 donde lo erótico-porno aparecía con la velocidad del boceto excepto por algunos de sus estudios para un proyecto de ilustración del Decamerón de Bocaccio que no se llevó a cabo.
Fechados en los 70, estos Berni tampoco parecen alineados con la corriente del cómic erótico de la que el italiano Milo Manara hizo escuela. Si este se concentraba en captar la expresión del orgasmo femenino, las escenas de Berni podrían resumirse en una línea de Pappo’s Blues: (sexo) sucio y desprolijo. Hay aquí ropa tirada, amantes que no se han terminado de desvestir o quitar las medias. Todo lo que la convención fílmica del porno de los 70 cuidaba. Claro que estos dibujos adquieren un relieve transgresor en el contexto argentino marcado por la censura antes y durante la dictadura cuando se viajaba a Uruguay para ver Emmanuelle. Por esos años, Berni y el galerista Álvaro Castagnino, hijo del pintor, meditaron la posibilidad de incluir dibujos de este tenor en una muestra colectiva de arte erótico que no llegó a plasmarse. Castagnino conservaba esos dibujos al menos hasta 2005 lo que indicaría que pueden haber todavía más escenas del kamasutra Berni dando vueltas.
¿Cuál era la fuente iconográfica de estos dibujos? Acaso en París, donde vivía la mitad del año, Berni tenía acceso a las revistas porno de la época que en Buenos Aires circulaban de forma clandestina. Su hijo José Antonio descarta de plano la hipótesis. “Estos dibujos siempre estuvieron dando vueltas. Son sus obras pulsionales, pudo haberlas hecho en dos tardes mientras hablaba por teléfono sin ninguna otra referencia que su imaginación visual”, dice a LA NACION el hijo menor de Berni. La prueba, agrega, es que no responden a un “realismo anatómico”. El sexo es aquí desproporcionado y pictórico antes que una emulación de lo fotográfico. Realizadas en papel de correo aéreo, una textura frágil, en trazos agiles de tinta y lápiz, el conjunto salió de las sombras cuando este coleccionista secreto le consultó por obra erótica de su padre.
Es curioso que la exhibición pública del kamasutra de Berni coincida con la asociación entre Madonna y el artista digital Beeple quien llegó al extremo de hacer un scaner 3D de la vagina de la diva pop para crear tres NFT a beneficio. Convertida en un avatar forever young a Madonna ya no le sirve mostrarse desnuda apropiándose del mitologema del Marques de Sade como en Erótica y el libro Sex sino que lo suyo, ahora, además de virtual es porno sin sexo. Una mujer vagina capaz de alumbrar desde arboles a robots: la super Madonna, en el sentido renacentista. Sin ninguna barrera que transgredir, todas las fantasías que sugería y alimentaba en los 80 y 90 parecen materializadas ahora en Berni. Por un rato, entonces, volvamos al papel.
Fuente: Fernando García, La Nación