Al pasar página tras página del nuevo libro de Luis Pescetti –actor, escritor, músico y autor cuya principal audiencia son miles y miles y miles de chicos– el lector termina un capítulo, algunos párrafos, un poema y se dice: “Qué lindo libro”. No, no se trata de uno de los tantos libros de relatos o canciones dirigidos a los más bajitos, sino una sistematización de su experiencia con los niños para recordarles a los adultos algunas nociones que no se deberían olvidar.
Cómo era ser pequeño (publicada por la editorial Siglo XXI) es un ensayo autobiográfico, según señala su autor en diálogo con Infobae Leamos. Pescetti, a través de su experiencia personal y profesional a lo largo de varias décadas de una carrera irreprochable (y que ha promovido fans que surcan la infancia, pero también sus padres, que acompañan a los niños a los shows) se centra en cómo debería una persona adulta considerar a los menores de esta sociedad y lo hace mediante el sencillo ejercicio de recordar cómo era, allá lejos y hace tiempo, transitar su propia niñez. Que es, en gran medida, un mar en el que todos navegamos o, como decía Rainer Maria Rilke: “La patria es la infancia”.
El libro no es un manual de autoayuda, sin embargo, la experiencia compartida por Pescetti ayuda al lector, haya tenido o no hijos, a traer a la actualidad esa etapa de la vida para así comprender mejor, un poco al menos, a los niños (y a cada uno, ya que cada uno lo fue).
–En su producción artística usted se dirige a un público compuesto por niños, que son su audiencia en general. En su nuevo libro usted explica a los adultos cómo es eso de ser pequeño a la vez que comparte las bases de su método de trabajo para llegar tan naturalmente como le sale a usted, a ese mundo de la infancia.
–Sí, en el libro una de las cosas que me propuse mostrar son los mecanismos que hacen a la empatía y una empatía con alguien que no está en una situación de poder, sea por la edad, porque migró, porque es de una zona marginal, un desplazado o alguien que viene de los márgenes de la cultura. ¿Por qué querríamos tener empatía con alguien que no está en una zona de poder, por decirlo así? Se podría pensar en la distribución internacional de las vacunas para el Covid: cuando se dan vacunas para países que tienen una logística más difícil se está planteando una postura ética, pero también estás haciendo prevención. Los niños van a ser los dueños del título de propiedad de tu casa mañana. Habría que ser empático con los niños primero por amor, por ética, pero también porque hoy nosotros estamos en el dormitorio de los grandes, de los adultos, y ellos estás en el dormitorio de los chicos, pero un día ellos van a tener el dormitorio principal y nosotros el de los abuelos, y ellos van a tener el título de propiedad de la casa. Yo creo que hay que educar a los hijos, a los alumnos, sabiendo eso, teniendo en cuenta eso.
Uno siempre emigra del terruño y a veces emigra del infierno
–Es interesante porque señala esa fragilidad primigenia pero que luego se transforma cuando el niño crece. Usted usa también la figura del niño como inmigrante, que suena más traumática, ya que toda emigración implica partir de un lugar propio a otro, ¿no?
–La emigración es así de traumática porque quien emigra se va de un lugar que es añorado -o que fue nuestra cuna- a un lugar en el que caemos como bolsas o en el que nos reciben como bolsas. Pero también puede ser traumático quedarse a veces. Uno siempre emigra del terruño y a veces emigra del infierno, claro. Y puede ser traumático o puede ser salvador, todo depende de las circunstancias. Lo que sí es seguro es que recibir y alojar es un tema ético. Es un tema ético y es un tema de prevención. Cuando recibimos bien, cuando alojamos bien, cuando damos cabida bien a desplazados estamos siendo éticos, pero además actuamos con prevención ayudando a asimilar, a que la asimilación no sea violenta, que no se vaya de las manos. Sé que es fácil decirlo así y no frente a situaciones de migraciones masivas, pero en una escala humana esta metáfora sirve y ayuda mucho a entender a los que están en una edad, a los que están en otra.
-El tema del libro…
-En el libro yo digo que hace falta un Copérnico existencial que plantee que no es la edad el centro de la experiencia humana así como la Tierra no es el centro del sistema solar y el Sol no está en el centro de la galaxia. Bueno, no hay una edad de los 30 a los 55 años que sea el centro de la existencia. Cuando seas viejo el presente va a seguir siendo tu centro, cuando eras niño el presente es tu centro y ese es para mí el punto principal.
–¿Pero no es cierto que los niños por definición están en una etapa de egocentrismo desatado?
–Ah, pero te puedo presentar a gerentes de empresas, dueños de periódicos, funcionarios públicos que están en esa etapa. El psicoanalista Fernando Ulloa, que trabajaba con Pablovsky, con Tato Bores, con Les Luthiers, decía: “El aplauso hace bien, pero el fracaso cohesiona. El aplauso sostenido hace disparar los núcleos narcisistas de cada uno y eso disgrega un grupo, lo hace estallar”. Y ese tipo de cosas pasan a lo largo de toda la vida. La otra vez escuché una frase maravillosa sobre un chico de 19 años que fue al dermatólogo y le consultó por unos granitos y además le dijo que se le estaban cayendo unos pelos y el dermatólogo, que era un señor de 80 años, le dijo: “Ah, mirá, pero no es que yo un día me desperté y ya era viejo”. La vida es un continuum que se da a lo largo de toda la vida.
No es la edad el centro de la experiencia humana así como la tierra no es el centro del sistema solar
–Una virtud que tiene su libro es que no se propone ser un manual de autoayuda para padres sino que señala cómo mirar, entiendo que desde su propia experiencia familiar y personal y la profesional.
–Intenté hacer un ensayo autobiográfico. Hay ensayos autobiográficos como el de Edward Said que se llama Fuera de lugar o el de Daniel Penac que se llama Mal de escuela, y aunque no es un ensayo autobiográfico, Ética para Amador de Fernando Savater tiene un poco de autobiografía. Es una combinación conceptual conl encarnación muy plástica de los ejemplos que das en anécdotas y cuando lo contás desde tu propia vida le da de alguna manera, para mí, cierta cuota de diálogo y de solidez que lo vuelve más fiable, más cierto.
–Como cuando cuenta cómo su hijo le decía que se sentía empujado, y que debe ser una sensación sentida por la mayoría de los niños.
–Sí, él lo puso en cuatro palabras, en un renglón, ¿no? Preguntame a mí como santafesino recién llegado a Buenos Aires lo que es cuando salís del tren en la estación de Retiro la primera vez que venís. Me apuraban todos. A cualquier correntino, pampeano que venga a Buenos Aires, preguntale qué siente. Me acuerdo de la primera vez que fui a París y tenía que pagar el subte, no entendía la máquina: me apuraban todos. Debemos preguntarle a cualquiera que se ponga en una cadena, no de ensamblaje, pero de un trabajo nuevo esa sensación del recién llegado. Cuando me siento lento en relación con los demás es una experiencia de la infancia pero es una experiencia de cualquier etapa de la vida con un cambio de escenario o un salto de escala.
Los chicos siempre van a ser vulnerables a ser aceptado por los padres y por los pares y van a ser vulnerables a ser rechazados por los padres y por los pares.
-¿Cómo es eso?
-Un poco uno de los ejes del libro es mirar muchas de las experiencias que se llaman “infantiles” como si fueran experiencias que se tienen por ser niño. Y no es así. Te acordás, había un viejo chiste de un científico con una araña que la soltaba y la araña caminaba, después le quitaba una patita y la araña se escapaba. Quitaba otra patita, escapaba. Le quitaba todas las patitas, le gritaba: “Escapate”, y no. El científico anotaba: “Cuando la araña se queda sin patas queda sorda”. Como cualquiera al que se prive de su habilidad operativa en relación al mundo. Un niño está privado de habilidades operativas en relación al mundo por muchas condiciones, algunas lógicas. Pero otras pasa como con el científico.
–¿Las experiencias culturales y científicas marcan de modo intenso a los niños? Por ejemplo, todo el mundo resalta que los niños muy pequeños saben manejar dispositivos digitales como las tablets o los celulares y cada vez más temprano…
–Muchos cambios transforman las infancias por completo y otros, nada en absoluto. Los chicos siempre van a ser vulnerables a ser aceptado por los padres y por los pares y van a ser vulnerables a ser rechazados por los padres y por los pares. Todos los chicos van a tener miedos, valentías, amores, timidez; eso no cambia. Cambia un poco la escenografía, pero eso no cambia.
Pescetti, en escena. Una voz original e inteligente.
-¿Y qué es lo que sí cambia?
-Cambió que no solo empezaron a ver pantallas. Antes que las pantallas, ese cambio se hizo visible cuando la calle se puso peligrosa. Antes los chicos podían perderse todo el día o toda la tarde y volver a las cinco o seis a la casa. Hoy eso no lo puede hacer casi ni siquiera un chico de un pueblo pequeño, o sea, los chicos perdieron autonomía. Eso es lo más fuerte. Y además hay pantallas. Pero cada vez que se habla de que hay mucha pantalla siempre veo que no se está hablando de qué es quitarle la pantalla, o cuál es la plaza para los chicos, cuál es la vereda para los chicos y cuál es la zona de juegos para los chicos. Para mí eso es uno de los cambios más fuertes es que cambió el grado de autonomía que pueden tener los chicos y hoy una plaza es una tableta, un dispositivo. Y eso es lo que vimos todos en la pandemia.
Antes los chicos podían perderse todo el día o toda la tarde y volver a las cinco o seis a la casa. Hoy eso no lo puede hacer casi ni siquiera un chico de un pueblo pequeño
–Una anécdota que cuenta en el libro sobre su hijo quizás tenga que ver con esto. Dice que su hijo quería abrir un canal de youtube, pero le dijo que esperase porque debía estar preparado.
–Preparado frente a dos cosas: frente al fracaso y frente al éxito. Porque si fuera exitoso, con muchos megusta y visitas, tal vez comenzaría a actuar en función de ese lograr. Y al estar expuesto el niño en su intimidad, en su yo, los comentarios feos pueden lograr herir.
–Sin embargo, muchos padres estarían contentos con ese éxito, traducido en fama y además dinero en dólares de los avisos de youtube o de las marcas.
–Padres que quieran ser exitosos a través de los hijos hay y hubo antes de YouTube, llevándolos a fútbol, a tenis, a cualquier deporte. Y padres que quieren completar o realizar su vida a través de sus hijos. En el caso de las redes, los videos y los likes, a mí lo que me preocupa por una parte el anonimato que dan los alias, las redes y las plataformas. Por otra parte esa especie de horizonte de expectativa que se genera. Una cosa es ponerte una camisa y salir a dar la vuelta a la plaza y que te vean en tu pueblo muchas personas. Si te la ponés cuando vas a cenar con tu pareja tu horizonte de expectativas es otro, como si vas a cenar con tu familia. Si posteás un video en redes tu horizonte de expectativas es casi infinito. Si un papá o una mamá sienten que sabe manejarlo, no soy pediatra para meterme a decirles lo que tienes que hacer, pero sí soy artista y sé que un éxito temprano es muy jodido de manejar y eso es infinitamente modelador
-¿Sobre todo el éxito?
-Hay muchísimo escrito sobre cómo abruma, tuerce, traba, influye un éxito o un fracaso que se te va de las manos, pero sobre todo un éxito. ¿Viste cuando ibas a un casamiento en la época que las familias contrataban a un señor que iba filmando con una cámara? Luego estabas bailando con tu novia, tu pareja y el de la cámara venía y con el flash hacía luz sobre vos; eso te ponía en la zona. Y de repente el flash se iba y vos tenías la sensación de reducción de la experiencia. Se redujo porque el de la cámara encontró más interesante otra cosa o a vos te dejó de mirar y. bueno, eso multiplicado por todos los likes que te imaginaste que se pueden conseguir es muy difícil de manejar. ¿Cuánto puede un niño estar preparado para el éxito o el fracaso en esas magnitudes de las redes de hoy?
Fragmento de Cómo era ser pequeño
Una anécdota del primer grado de uno de mis hijos. Una noche, ya avanzado el año, estaba quejoso. Le pregunté:
–¿Qué te pasa?
–Que todos me apuran.
–¿Quién te apura?
–El mundo me apura, papi.
Lo dijo con sentimiento, no era para conformarme.
Le respondí: “Vamos a hacer una cosa, yo te voy a ayudar lo más que pueda a que el mundo no te apure”.
Al otro día resolví que no iríamos a la escuela, nos quedaríamos a hacer actividades de la escuela juntos, a otro tiempo. Por la tarde agregué: “Mirá, yo te voy a ayudar a que el mundo no te apure, pero vos tenés que aprender las reglas, porque si no el mundo te va a apurar”.
Al día siguiente se me ocurrió una idea más.
–¿Te acordás que te dije que te iba a ayudar a que el mundo no te apure?
–Sí.
–Bueno, yo te voy a ayudar, pero ¿sabés quién te apura?
–¿Quién?
–Vos. Porque cuando querés ser como Juanito (el hermano mayor) te apurás. Cuando querés ver las pelis que él ve, te apurás. Cuando querés jugar con sus amigos más que con los tuyos, te apurás. Vos sos más chiquito y no te tenés que apurar… ¿Entendés?
–Sí, papá.
A eso me refiero con lo que decía de la escuela, la lectura o la matemática, o el espacio que reciba a un niño: le tiene que procurar esa clase de alivio.
Quién es Luis Pescetti
♦ Nació en San Jorge, Santa Fé, en 1958.
♦ Es escritor, músico y cantante.
♦ Se recibió de Musicoterapeuta.
♦En 1979 empezó a presentarse en cafés concert.
♦ Tiene más de 30 libros publicados en toda Hispanoamérica.
Fuente: Infobae