Cuando Hipólito Yrigoyen y el perito Francisco Moreno eran pupilos en el Colegio San José, practicaban esgrima en su patio de honor y estudiaban en su biblioteca de dos pisos, el barrio de Balvanera no era más que un suburbio rural. A pocas cuadras cruzaba el arroyo Manso, y a unos 400 metros se encontraba la Plaza de los Corrales, epicentro de la ganadería de la zona, hoy Plaza Miserere
Hoy, 164 años después de su fundación, el “SanJo”, como lo llaman sus alumnos, es uno de los pocos edificios de la zona que remite a aquella época. La manzana entera que ocupa la escuela privada (entre las calles Larrea, Mitre, Azcuénaga y Perón) está inmersa en medio del caos urbano. Y, a veces, en horas pico, es conveniente bajarse del transporte público o del remís y caminar si se quiere llegar a tiempo.
Es mucho lo que ha cambiado en el último siglo y medio. No solo en la zona, sino también dentro de la escuela. El antiguo instituto pupilo de varones, donde las clases eran dictadas por los religiosos de la Congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Betharram -conocidos en el país como los padres Bayoneses-, es hoy un colegio mixto de doble turno, donde los directivos y profesores son laicos. Sus alumnos ya no visten saco y corbata, sino jogging negro y chomba blanca, el nuevo uniforme.
Las bases educativas y la estructura arquitectónica, sin embargo, se mantienen intactas, sostienen sus directivos y profesores, muchos de ellos también ex alumnos y padres de alumnos. “Cada mueble, todo lo que ves: acá se respira historia”, comenta el rector, Luis De Riso, mientras recorre los pasillos techados del colegio, cuyos grandes arcos tienen vista al Patio de Honor, que parece un antiguo tablero de ajedrez.
Históricamente, además de las clases de esgrima, en el colegio se hacían competencias de tiro, que se realizaban en la sala de armas. También tenía una peluquería y una librería para alumnos. De eso nada queda. Pero aún existen el museo de ciencias naturales, el observatorio astronómico, uno de los pocos de la ciudad; la biblioteca, con algunos incunables, y el salón de actos, al que los alumnos apodaron el “Coloncito”.
De las paredes del museo de ciencias naturales, que tiene más de 100 años, cuelgan todo tipo de animales embalsamados: desde una boa de unos tres metros, hasta un cóndor adulto. Dentro de las vitrinas de madera y cristal hay colecciones de cientos de aves, escarabajos y otros insectos, además de tarros con serpientes y otros reptiles en formol.
“Dicen que los corales que tenemos son superiores a los de cualquier otro museo argentino”, afirma Hernán de Simone, representante legal del colegio, mientras expone con orgullo la vitrina de flora submarina. El museo está compuesto por grandes donaciones. Muchas de ellas las hizo el perito Moreno, uno de los tantos ex alumnos que han dejado un legado en la escuela.
El museo de Ciencias Naturales del Colegio San José
Ex alumnos: desde obispos y políticos hasta famosos
El colegio San José surgió como respuesta a un choque cultural y lingüístico. “Había una comunidad de vascofranceses en Buenos Aires que hablaba un dialecto que acá nadie podía entender. Entonces, desde Buenos Aires le pidieron al obispo de Bayona que enviara a unos sacerdotes para que educaran a esos chicos y los integraran a la sociedad. Les dieron este terreno. A principio de aquél año fundacional, eran 7 alumnos, y al final ya eran 100″, afirma De Riso.
De Europa, los primeros padres Bayonenses en llegar trajeron todo tipo de materiales para construir la escuela: mármol de Carrara, roble de Eslavonia, vitraux, teselas, todo tipo de cerámicos -hoy imposibles de conseguir para restaurar los pisos- y un órgano alemán muy particular, que hoy continúa funcionando en la capilla del colegio. Según destacan los directivos, solo un puñado de personas en el país saben tocar este modelo de instrumento, del que hay pocos ejemplares en el mundo.
El San José fue fundado el 19 de marzo de 1858, tres años antes que el Colegio Nacional Buenos Aires. Según destaca De Simone, el colegio público de mayor prestigio del país tomó como inspiración el contenido académico del San José para crear su currícula.
“Al principio, los alumnos de este colegio eran gente de campo, hijos de hacendados, la mayoría vascofranceses. Con los años, pasaron a ser los Luro y otras familias importantes de Buenos Aires, cuyos apellidos hoy son nombres de localidades, calles, estaciones de tren”, agrega De Riso
Las figuras que pasaron por sus aulas son muchas y de lo más disímiles. Fueron alumnos tanto el presidente de facto Jorge Rafael Videla como también Julio Cesar Strassera, el fiscal que solicitó su condena perpetua en el Juicio a las Juntas Militares. También estudiaron allí el Cardenal Santiago Luis Copello, los generales Enrique Mosconi y Pablo Riccheri, el político Ricardo Balbín, los historiadores Félix Luna y José María Rosa y, hace menos tiempo, el humorista Diego Capusotto, el director técnico Humberto Grondona (hijo de “Don Julio”, treinta años presidente de AFA) y el personaje mediático Ricardo Fort.
La incidencia de los ex alumnos en el colegio es notoria. El 30 por ciento de los docentes y directivos fueron estudiantes. Al mismo tiempo, hay familias que reinciden en el colegio por varias generaciones, por lo que muchos de los actuales alumnos son hijos y también nietos de ex alumnos. “Hay un espíritu de pertenencia muy fuerte. Algunos chicos de secundaria, por ejemplo, tienen tatuado el escudo del colegio. Una vez, un ex alumno me dijo: ‘Mirá’. Se levantó la chomba y en la espalda tenía tatuadas las primeras dos oraciones del himno del colegio’. Yo no sé bien qué es lo que genera la pertenencia. No sé qué hacemos, cuál es la clave. Tal vez está en la contención, en el trabajo pastoral. A nosotros nos parece normal y habitual, pero no es tan así en otros colegios”, dice De Riso.
Uno de los grandes problemas del colegio actualmente es la dificultad de mantener todo aquello que fue construido hace más de siglo y medio. “Tenemos un costo alto de mantenimiento. Estamos pudiendo cubrirlo gracias a que las familias que nos acompañan con el arancel y confían en nosotros”, sostiene De Simone. Sin embargo, hay detalles que no llegan a restaurar, como, por ejemplo, los cerámicos hexagonales antiguos de los pasillos. Por ello, cuando alguno se rompe, lo reemplazan por hexágonos de cemento. “Ya no existen. Los originales son antiguos e importados. Mandarlos a hacer hoy te sale carísimo”, afirma De Riso.
Lo mismo sucedía con la sala de actos, el “Coloncito”. Ese edificio solo fue posible restaurarlo gracias a una importante donación. “Fue Nelly Arrieta de Blaquier. Su padre era ex alumno del colegio. Y él siempre le hablaba de este lugar. Cuando ella conoció, quedó maravillada. Entonces, trajo a un arquitecto que trabajaba con ella y mandó a hacer todo el pulido de las esculturas incrustadas en las paredes y el tratamiento del piso de roble de Eslavonia. También mandó a hacer de nuevo el vitraux del ingreso al teatro, que se había caído en un granizo. Le hicieron una protección por encima para evitar que eso vuelva a pasar”, cuenta el rector.
Hasta hace pocas décadas, el teatro no solo se utilizaba para actos, ceremonias de graduación y reuniones, sino que también funcionaba como cine. Los fines de semana, los alumnos que vivían por la zona iban a la sala de actos a ver películas. “Era muy divertido, veníamos un montón de alumnos, y veíamos dos o tres películas seguidas”, recuerda De Riso.
Las proyecciones de películas dejaron de hacerse hace más de treinta años. Pero, de todas formas, la relación del colegio con el cine se profundizó en los últimos años, cuando se convirtió en escenario de varias producciones nacionales. En sus pasillos, en sus aulas y en sus baños se filmaron partes de películas como El Ángel, de Luis Ortega, El Ratón Pérez, de Juan Pablo Buscarini, y La Mirada Indiscreta, de María Victoria Menis
La visita más particular, según De Riso, ocurrió hace unos años, cuando Julio Bocca y Lino Patalano pidieron conocer el salón de actos. “Bocca entró al salón y empezó a hacer con el pie: punta-taco, punta-taco, punta-taco. Yo no entendía nada. Al rato me dice: ‘El lugar está bárbaro, lo quiero para abrir mi escuela de ballet’. Le dijimos que no, obviamente”, recuerda.
Crisis, casi cierre y protestas de la comunidad educativa
El edificio del San José sigue ocupando una manzana entera, pero el colegio se ha achicado. Si uno camina por Larrea, entre Mitre y avenida Perón, puede ver kioscos, locales de venta de accesorios para celulares y jugueterías. Todos con salida a la calle, ocupando espacios que antes pertenecían a la institución educativa.
Estos locales comerciales fueron vendidos en 1998 por la Asociación Civil Colegio San José, dirigida por los Padres Bayoneses, a quien pertenece este colegio y otros ocho más en la Argentina y Uruguay. Fue una medida de ajuste para evitar el cierre que ellos mismos habían anunciado meses antes. “Hubo una crisis interna en la congregación, un problema de dinero por el que tuvo que decidir: este colegio sí, este colegio no. Y decidieron cerrar este colegio”, explican.
El casi cierre, según los directores, marcó aún más la impronta de pertenencia de los alumnos y de toda la comunidad educativa. Organizaron marchas y protestas, y también plantearon diversas propuestas para salvar al colegio. Ante tal insistencia, la asociación San José dio marcha atrás con la medida.
Sí se vendieron los actuales locales, por lo que el colegio debió refuncionalizar los espacios restantes del edificio. Una de las grandes joyas que se perdió fue la biblioteca. “Era de esas típicas bibliotecas antiguas de dos pisos, con escaleras corredizas. Tuvimos que mudarla. Pero se mantienen todos los libros, que son lo más importante”, afirma De Simone. Ese mismo año, el expresidente Carlos Menem declaró al edificio monumento histórico nacional, protegiéndolo así se futuras modificaciones.
Fueron los mismos ex alumnos quienes años antes decidieron poner en valor el observatorio Astronómico, creado en 1871, que hacía décadas había caído en desuso. “Lo siguen usando, especialmente los viernes a la noche. Vienen a hacer observaciones. Es muy especial, porque es de los pocos que hay en la Ciudad”, cuenta De Simone.
Los padres Bayoneses ya no viven ni enseñan en el colegio. Dejaron sus roles educativos en los ‘90 para mudarse a zonas vulnerables del conurbano, donde realizan trabajo social. Pero siguen presentes en San José a su manera. “El 19 de marzo, día de San José y fecha de nuestra fundación, hubo una misa en el colegio y la dio un padre bayonense que además es ex alumno del colegio”, cuenta el rector.
En sus 164 años de historia, el colegio siempre mantuvo su educación católica. “El colegio está atravesado por la pastoral. Dentro de poco vamos a tener la misión, que es optativa para alumnos. Vienen 75 chicos de cuarto y quinto año y 20 docentes. Eso muestra que hay un compromiso muy fuerte. Son experiencias muy fuertes. También van los exalumnos, tanto con los alumnos como también por separado”, dice De Simone.
Fuente: María Nöllmann, La Nación