«Una sociedad no se debería mover con su propia inercia, sino que debería proponer cosas nuevas y revolucionarias.». Imagen: Leandro Teysseire
Todoterreno. Así podría caracterizarse el trabajo de un intérprete tan versátil como Norman Briski, capaz de destacarse en el elenco de una película taquillera de Netflix, o de convocar a un público menos mainstream a la sala teatral que dirige (Caliban), ubicada al fondo de un larguísimo pasillo de un PH. Así todo, lo suyo es estar lejos de la “góndola” -como él define al circuito comercial-, y cerca del arte como militancia transformadora.
Las pasiones de Briski son el teatro y abrazar las causas justas. Y precisamente, esas dos cuestiones son las que se conjugan en +5, libro que reúne sus últimas obras, y que fue presentado este lunes 18 de abril, en la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Editada por la editorial Dapertutto, la publicación incluye los textos de La conducta de los pájaros (en coautoría con Vicente Muleiro); La medicina: Tomo 1; Unificio; Al lector y 9.81.
“Hoy por hoy al teatro dormido se le clavó una espina de subsidios, snobismo, postmodernismo, celulitis y la glotonería del entretenimiento vil, si se despierta sin alas, sin recursos metodológicos frente a la realidad que busca el espanto como aquella estética del Goya”, escribe Briski en la contratapa de su libro, con unas palabras que anticipan el espíritu crítico de su material.
Los cinco títulos tienen algo en común: todos están atravesados por un fuerte contenido político y social. La conducta de los pájaros (actualmente en cartel en el Teatro Caliban -México 1428, PB 5-, los viernes a las 20) imagina un encuentro entre Rosa Luxemburgo y Manuel Ugarte, y La medicina: Tomo 1 denuncia “la mecanización de una medicina parcelada”. En Al lector, se señala la condición del sistema universitario como aparato ideológico del Estado, mientras Unificio se revela como una suerte de distopía en la cual toda la humanidad vive en un mismo edificio. Finalmente, 9.81, que estrenará próximamente en su sala, y de la cual realizó una versión cinematográfica en 2021, trae a la escena a un mecánico al que su empresa encomienda la tarea de reducir la inercia de los vehículos.
“El teatro en sí mismo no va a hacer la revolución, ni mucho menos, pero sus artificios pueden acompañar los procesos sociales”, dice en diálogo con Página/12 el reconocido intérprete que viene de estrenar la película Granizo, y que este lunes estará en la presentación de su libro acompañado por Vicente Muleiro, Osvaldo Saidón, Carlos Aznárez y Leonardo Cook. Allí, además, se podrán ver varias escenas de las obras incluidas en el texto, que serán interpretadas por Laura Tarchini, Juan Carlos Washington Felice Astorga y Sergio Barattucci.
Para el actor, la política y el arte son dimensiones inseparables. En 2020, en el marco de una toma de tierras en Guernica, acompañó a las familias con una obra de títeres de su autoría destinada al público infantil. Y hace unos días nada más, decidió acompañar el acampe que realizaron organizaciones sociales en la 9 de Julio. “En cada lucha hay un fueguito para hacer una obra”, sostiene.
-A propósito, ¿qué cosas activan su oficio de dramaturgo?
-Yo creo en dos tipos de teatro. Uno que es necesario, como el que escribí para la toma de Guernica, y otro que no nace de una necesidad sino de un deseo, que sería el que hice con 9.81. De todas formas, siempre en mi trabajo hay un aspecto reivindicativo porque tengo una alianza con lo social. Cuando escribo una obra es porque aparece algo que deseo investigar, y en algunas de esas puestas hago además una denuncia.
-Como en el caso de La medicina, por ejemplo, donde denuncia el funcionamiento del sistema de salud.
-Sí, yo estuve internado y toda la experiencia de mi internación me llevó a pensar: “Voy a hacer algo antes de que la medicina me enferme”. Porque en muchos casos la medicina enferma, y los remedios terminan siendo peor que la enfermedad. Y me parecía interesante que en la obra la historia fuera relatada por un enfermero, porque los médicos integran una suerte de aristocracia. En la sociedad de consumo en la que vivimos, la gente está preocupada por el cuerpo, y en ese marco es grave cómo se está organizando la medicina, además de lo que hay que pagar.
-En su última obra, 9.81, decidió hablar sobre la inercia. ¿Por qué le interesó ese tema?
-Es algo que está dentro de mis intereses desde chico, porque soy técnico electromecánico recibido en la escuela industrial. La inercia es lo que hace que algo que ya terminó siga andando un rato más, entonces siempre me interesó en términos existenciales cuáles son las cosas que en la vida seguimos arrastrando aunque ya estén terminadas. No se habla mucho en la historia argentina de las cosas que pasaron y que siguen funcionando en forma de inercia, como el genocidio de los pueblos originarios, y el hecho de no haber resuelto ni siquiera las ventajas de Yrigoyen, de Perón o de haber tenido a alguien como Evita. Quedan muchas inercias, y al mismo tiempo da la impresión de que una sociedad no se debería mover con su propia inercia sino que debería proponer cosas nuevas y revolucionarias.
-Las artes escénicas fueron de las actividades más golpeadas por la pandemia. ¿Cómo ve el panorama del oficio?
-Por lo poco que sé, percibo que hoy hay mucho teatro que escucha al mercado. No sé si de manera consciente o inconsciente. Porque los subsidios, y todo lo que implica sostener un teatro, te llevan a una necesidad, y cuando eso aparece el teatro se vuelve un poco ruin. Todos quieren entrar en la góndola. Algunos de mis amigos me dicen: “Norman, ¿cómo vas a hacer eso? No le va a interesar a nadie. Tenés que pensar en cómo podés convocar para que vaya cierta gente”, como si uno tuviera que ir a la puerta del mercado y decir que también está en la góndola. Y así es como tengo que hacer cine profesional, entre otras cosas, para poder tener recursos, e incluso con un alto grado de hipocresía porque muchas veces yo no respondo a esas estéticas y a esas maneras de pensar.
-¿Ve teatro?
-No, tampoco cine ni televisión. Sólo veo fútbol. Es que del cine conozco todo el truquerío (sic), y entonces me aburro. El aburrimiento me parece un buen síntoma para la creación.
-¿Como espectador de teatro le pasa lo mismo?
-Sí, pero con algunas excepciones. Siempre me atrajo lo inquietante del teatro de autores como Pavlovsky o la Gambaro, porque en sus obras está lo siniestro, lo patético y la realidad. Todo eso me interesa. Y dentro del teatro internacional, me gusta Beckett, porque su teatro es una invitación clarísima a la insurrección.
-¿Y cómo se lleva con las redes sociales?
-No uso, porque creo que son formas de control social. En mi obra Unificio cuestiono precisamente todo lo relacionado con la posmodernidad. Vamos hacia eso, a vivir en un solo edificio, porque hay una intención de que exista también un pensamiento único. La gente grande siempre piensa que los tiempos de antes fueron mejores, pero es bueno que se sepa que en el pasado ya estaba en formación lo que hoy vivimos. Todos los descubrimientos que tienen que ver con los juegos perversos de la tecnología se inventaron especialmente en las guerras y después se llevaron a la sociedad.
-Cita con frecuencia un pensamiento de Eduardo “Tato” Pavlovsky quien reivindicaba que “si el teatro no es subversivo, no tiene ningún sentido”. ¿Cómo se define un teatro subversivo?
-Lo subversivo se define por el hecho de promover una sociedad que cambie el hecho civilizatorio. Pero hay muy pocos autores subversivos. Los que lo fueron han tenido una vida difícil, porque hicieron algo nuevo, y porque no fueron reformistas ni formaron parte de la inercia de la cultura. Identificarme con ese tipo de autores me da vida, más allá de que en algunos casos hayan trabajado para alguna reina o para un rey. Hoy se descubre lo bien que escribía Borges, o la capacidad de relatar que tienen otros escritores, pero del sentido de empujar hacia una discontinuidad social hay poco y nada. Descubrir lo subversivo en una obra es algo que está faltando.
El Juicio a las Juntas
Norman Briski se prepara este año para otro estreno en la pantalla grande: Argentina, 1985, film dirigido por Santiago Mitre que reconstruye el hecho histórico del juicio que llevó a condenar a las juntas militares por delitos de lesa humanidad. “Yo elijo un trabajo en cine si el personaje me sirve para experimentar como actor”, cuenta, a la vez que anticipa cómo será su participación: “Interpreto a un amigo abogado del fiscal Julio César Strassera (Ricardo Darín), al cual él va a consultar porque no sabe muy bien qué hacer dado que no había antecedentes de un juicio de esas características”.
“Es un tema singular, porque en ese tiempo nadie podía adivinar que se fuera a hacer un juicio a las juntas militares. Y subrayar eso me parece extraordinario”, agrega Briski, quien en los últimos años dirigió Potestad, la obra de Eduardo “Tato” Pavlovsky que denuncia la apropiación de bebés de la última dictadura cívico-militar.
A pesar de esa herida que aún perdura, Briski advierte en la sociedad “un aire de unidad”. Así califica el contexto social que posibilitó salir nuevamente a las calles el pasado 24 de marzo. “En medio de la subjetividad del dolor de mucha gente, aparece una idea vital. Tenemos muchos muertos en nuestra historia, y sin embargo está la vitalidad de salir al sol, reunirse y tocarse un poco. Hay una vitalidad que surge desde el duelo. Y ese es otro tema para una obra”.
Fuente: Página12.