Un replanteo con palabras que, pese a su valor y al significado universal que las distingue, quedaron vacías de contenido, debilitadas, frívolas, ante los trágicos padecimientos que soporta Ucrania.
Paz. Libertad. Dialogar. Conmover. Disuadir. Negociar…
Confinamiento fue la palabra más difundida de 2020, según la Fundación de la RAE (Real Academia Española). En 2021 le tocó a Vacuna. ¿Cuál será la de 2022? ¿Guerra? ¿Refugiados? ¿Terror? ¿Masacre?
Desde que Rusia invadió Ucrania y trascendieron imágenes tremendas, aberrantes, propias de un conflicto bélico, sentí pudor de escribir sobre las bondades de saber comunicarnos. Palabras como acuerdo, diálogo, persuadir, negociar… dejaron de sonar convincentes. Fueron descartadas, no funcionaron más cuando se pasó de la civilización a la barbarie.
En el siglo diecisiete el filósofo inglés Thomas Hobbes, acuñó una frase adaptada del latín: “El hombre es un lobo para el hombre”, metáfora del animal salvaje que tenemos en nuestro interior y, llegado el caso, nos vuelve capaces de efectuar las mayores atrocidades contra un semejante.
Si millones de ucranianos escaparon con lo puesto para salvar el pellejo, sin rumbo fijo, a la deriva, protagonizando escenas desesperantes, entre cadáveres y ruinas, desafiando bombardeos o muriendo en el camino, quiere decir que ningún vocabulario, en ningún idioma, alcanza, colabora, influye mínimamente. Como si vocales y consonantes se declararan en rebeldía.
Por lo visto, una vez más (¿cuántas fueron ya?), la insaciable gula de poder y los nefastos intereses creados, se imponen con la prepotencia de tanques, bombas o misiles destruyendo todo lo que encuentran a su paso. No aprendimos. La historia se repite. Entre una guerra y otra, abundan las familias que fueron perdiendo a varias generaciones.
La semana última, revisando una carpeta con recortes de diarios (vicio profesional), descubrí con extrañeza una página que promocionaba las ventajas de hacer turismo en Ucrania, país de precios económicos. Era de 2019. Al dar vuelta el recorte apareció aquel artículo que había despertado mi interés y decidí guardar. Considero que esta vivencia fue pura “causalidad.”
Para ser sincera, tres años atrás hubiera ignorado el aviso. Hoy, en cambio, Ucrania tiene otra connotación. Gracias a un anuncio que pretendía atraer turismo, pude enterarme de que al ser el segundo territorio más grande de Europa, invitaba con orgullo a conocer sus muy diversas bellezas naturales. Paisajes de ensueño para disfrutar en vacaciones, imponentes castillos medievales o el fabuloso sistema de subte que cruza Kiev, la capital, (ahora convertido en refugio y vivienda) En fin, una postal ya irreconocible.
Los hechos, abrumadores, se imponen. No reniego de las palabras. Sería como renegar de un oficio que me apasiona. Vivimos en la era de la imagen. Por lo tanto, cuando una criatura llora junto a su mamá muerta o una pareja doblada por los años y el dolor, observa incrédula las cenizas de su casa bombardeada ¿qué palabras rescatamos del abecedario?
Ninguna sirve. Ninguna consuela. Ninguna borra la feroz realidad.
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.
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