Influidos por la pandemia, una tendencia que venía instalándose entre los viajeros más expertos, comenzó a hacerse fuerte para el resto de los turistas. Esos lugarcitos recónditos, reinventados, poco frecuentados, desconocidos para la mayoría ganan terreno. La idea de volver cada verano al departamento de la playa, a alquilar el mismo sitio y mojar los pies en las mismas aguas es una costumbre del pasado.
Los viajeros millennials empezaron a mover el mercado según sus gustos. Aprueban otro tipo de viajes. Tienen preferencias por la naturaleza más salvaje, el respeto por el medioambiente, la suma de experiencias que exceden lo que la vista ve, y nunca abandonan la preferencia por el lujo y la comodidad. Bajo su mirada, tal vez no se trata del sitio totalmente desconocido, sino de visitar aquellos no centrales, pero desde otro punto de vista más personal. Darle un giro creativo al tránsito de la experiencia.
Una encuesta realizada por Booking.com revela que un 80% de los viajeros va a cambiar completamente todo lo que antes había elegido y ahora va a preferir unas vacaciones flexibles en las que sea mejor dejarse llevar. El 52% va a buscar experiencias más rurales y menos conocidas. En estos casos, la comunidad viajera dijo que optará por destinos donde sobresalga la naturaleza y puedan visitar parques naturales (46%), climas cálidos (39%) y lugares de montaña (41%), pero todos coinciden en que cuanto menos conocidos será mejor.
Argentina, en particular, es dueña de incontables lugares que deslumbran por sus entornos naturales, reúnen buena hotelería y dejan al viajero con la sensación de haberse convertido en un pequeño descubridor, un marcador de nuevas tendencias que dejará reflejado en su Instagram la aventura del ensueño propio. Aquí vamos a una ruta por Argentina para descubrir lo que hay bajo los centros turísticos habituales.
Camino al trópico
Darse una vuelta por Jujuy, tiene demasiados atractivos. La Quebrada de Humahuaca, Tilcara, Purmamarca, las cuestas y los pequeños pueblos repletos de vida local, las iglesias con su armonioso sincretismo, las artesanías, los colores, los aromas exclusivos y la calidez de su gente, siempre dispuesta a abrir su casa y brindar su corazón.
La ruta 40 en el departamento de Tilcara, es la escenografía perfecta que hilvana algunos de los mejores secretos jujeños. Se amontonan, mientras cada uno nuevo llega para desbancar al anterior en belleza. En el nudo de la Quebrada, luego de un desvío de la R40, se esconde Huacalera, un paraje a 2.642 mts. de altura con apenas 700 habitantes y el hito del Trópico de Capricornio. Su nombre significa “lugar con colección de joyas y objetos sagrados”.
Este sitio en medio de la nada, conserva una de las iglesias más antiguas de la zona porque, precisamente, es uno de los asentamientos primarios de la región. La pequeña iglesia fue construida en el siglo XVIII. Tiene algunas curiosidades arquitectónicas: su campanario termina en una cúpula y el ingreso se eleva más allá hasta rozar lecho, dejando al templo sostenido por pilares. Cuenta con una obra única escondida en el adobe de su estructura. Se trata del Bautismo de la Virgen y el Casamiento de la Virgen, dos piezas del arte cusqueño.
En medio de ese paisaje pintado de herrumbre y el viento que sopla mientras las cabras se entrelazan en las piernas del viajero, saluda un hotel sustentable de alto vuelo, que guarda en su ingreso una rebaño de llamas que reciben al viajero. El hotel Huacalera, en el corazón de la Quebrada de Humahuaca, propone una armonía de cultura andina y diseño que se combinan en una alquimia de tradiciones y estilo.
Al costado del carnaval
Gualeguaychú es sinónimo de comparsa. Cuando el tiempo del carnaval se adormece, renace la tarea en las casas. Como caído de su mapa emergió un espacio rural, acogedor, con ganas de vivir sin ruidos. En Entre Ríos, a 2 kilómetros de su vecina carnavalera, aparece Pueblo Belgrano, pensado para el descanso y el turismo de contacto con la naturaleza. Aguas termales y recreativas, una localidad entrerriana de no más de 4 mil habitantes que no pierde su esencia rústica y natural. La unen a Gualeguaychú un río y un puente, y despunta entre los destinos del litoral en la ruta para el cruce hacia Uruguay.
Para quedarse, el perfil perfecto es la cabaña o el bungalow. Aguaclara es el emprendimiento boutique. Como en la célebre serie Big Love, un núcleo central que esconde jardín y pileta acoge la propuesta de Guillermo Rajneri, catada por su esposa, Juliana Elicalde, hasta el detalle más mínimo, hecho con todo con cariño. Con ese afecto que le ponen los porteños que abandonan Buenos Aires atrás de un anhelo. Además, allí mismo, ambos ofrecen una breve pero muy sabrosa oferta de elaboraciones gastronómicas caseras. Ricas y gustosas, con la pasión por cocinar para sus huéspedes.
Se encuentra muy cerquita de Ñandubaysal, un paraje agreste, al borde del río, pero con sueños de mar. Un parador exótico, una arena fina y una vegetación que se cae sobre el agua. Pequeños botes le suman espíritu bucólico y el cadencioso sonido de las olas invisibles sobre la costa acunan la tarde.
El verde que conquistó al lago
En Chubut, rodeado de un bosque inmenso, entre ellas algunas zonas intangibles, aparece Lago Verde, como un festival de calma atronadora, donde un arco iris puede trepar una montaña o recostarse en la orilla. Oculto en un rincón del Parque Nacional Los Alerces, esconde una serie de pequeñas playas donde se puede sumergir un libro y leerlo con toda nitidez.
El sitio incita a la aventura del nado, la pesca, el trekking (su puente colgante permite cruzarlo de lado a lado a pie), flotadas largas y silenciosas de dejarse llevar en bote, kayac, escaladas y, claro, contemplación. Fauna, flores, colores y los arrayanes que se vuelcan a la costa con sus troncos histéricamente pelirrojos
Allí El Aura Lodge con sus cabañas vidriadas, mete el lago dentro de los cuartos. Los pájaros picotean el techo y las hojas se acunan para cobijar el sueño por la noche. Sobrecogedor si llueve, si es un día para un chapuzón, digno de un picnic entre las copas de los árboles y las piedras de la orilla.
Para completar, el menú del restaurante Huet Huet espera con platos gourmet que incluyen la trucha recién pescada y el cordero Patagónico con aromas locales.
Erase una vez una playa
La ciudad más al norte de la provincia de Buenos Aires lleva en su nombre el matiz del agua, sin embargo, San Nicolás de los Arroyos creció de espaldas a la humedad. Hace apenas unos años decidieron darse vuelta y por primera vez en su historia, ahora tienen playa. El Arenal y su parador se lucen sobre el Paraná con un banco de arena privilegiado por la sombra de un monte de sauces y la calma de la isla. Algo más de 400 metros de playa cambiaron la fisonomía espiritual del viajero. Se llega a ella a través de una pasarela flotante rebatible que une la isla El Infiel con el continente, y luego tomar uno de los colectivos que salen con frecuencia de 10 minutos. El camino agreste que se trazó hasta la zona de playa se hace ameno entre la vegetación típica de la zona y el ganado. Arena, camastros y sombrillas de paja, hamacas paraguayas, música de fondo… clima de playa. Una piedra preciosa que reinventa la vida de la región sobre el agua dulce que regala la naturaleza escondida.
A eso sumarle los increíbles cambios gastronómicos que incluyen Comedor Bartolomé (abundante, con alma de bodegón), Villa Roca (exquisito en espacio histórico), El San Martín (mirando al arroyo, con los mejores dulces de la zona) o El Muelle (para hincar el diente en un surubí perfecto). Pero también hay Ecoparque, la Casa del Acuerdo, la costanera eterna y verde, verde, verde para juntar esperanza interminable.
El destino que este año cautivó a todos
Queda cerca, pero conservar lo rústico de sus inicios lo hace sentir como un lugar alejado de toda urbe. Algo se cuece más allá de las olas. Las playas tienen arena y piedra, como para que cada cual elija lo que le plazca. Su pueblito es tierra adentro. Como un Cariló menos ostentoso y un Mar de las Pampas sin el agobio de la actualidad. La gente anda con buena onda. Las calles se caminan descalzo. Hay gastronomía de primera y hotelería que empieza a hacer ruido. Se proponen experiencias personalizadas y premium, en entornos naturales y sustentables.
Los primeros en colonizar Chapa (si fuiste ya no le decís Chapadmalal) fueron los surfers enamorados de acantilados y playas tranquilas. La localidad, que quiere decir “entre arroyos” en Araucano, tomó su nombre de la antigua estancia que poseía la familia Martínez de Hoz y ocupaba más de 20 mil hectáreas.
Su gran ventaja es que está a 20 minutos de Mar del Plata, por lo que llegar es fácil para cualquier paseante.
Allí, Patio 5 es una experiencia para no perderse. Queda en Playa de los Lobos. Hay cerveza artesanal, pizzas de elaboración propia, panes exclusivos en medio de un jardín con luces de kermese. Aye sirve como los dioses. Además, para desayunar es ideal Samay Huasi. Una casa que invita a comer en sus entrañas, con vista al jardín más florido de la zona. Está al borde del Arroyo seco, el cual forma un valle y un ecosistema único, portante de una flora y fauna rica y abundante en especies. Los 8000 m2 de parque son diseñados y mantenidos, día a día, por Marisa y Ezequiel. El cuidado del jardín y la huerta, para sus propietarios, es parte sustancial de su filosofía de vida. Para comer la pattiserie seduce en todas sus propuestas. ¡Scones a la cabeza!
Fuene: Flavia Tomaello, La Nación