Febrero de 1982, camarines del teatro Ópera de Buenos Aires. ¿En qué estaría pensando Mercedes Sosa cuando le tomaron aquella fotografía donde se la ve sentada frente al espejo? ¿Qué era la cigarra de María Elena Walsh que regresaba a la Argentina y subía a cantar a un escenario de la Avenida Corrientes, luego del exilio? “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí, resucitando”. Tres años fuera del país y un regreso con gloria del que se cumplieron cuatro décadas el mes pasado. Porque fue el momento en que, más allá de otros logros y premios recibidos, dio cuenta de su estatura artística, de lo que representaba para la comunidad musical y para el público. Con todo el acervo folklórico que llevaba consigo, con todo el sentido político de su discurso, con toda la coherencia estética de su trabajo, aún en tiempos de aperturas hacia otras músicas y culturas.
En la fotografía de aquel camarín también se ven papeles atrapados en los bordes del espejo. Eran telegramas. En aquel tiempo se mandaban telegramas (y no whatsapp). Eran saludos por su regreso y por sus show en el Ópera. Ese fue el primero de 13 conciertos que dio entre el 18 y el 28 de febrero de 1982. Quizás sea una cantidad que parezca irrisoria frente a los récords de funciones que otros artistas batieron en esa sala o en la de enfrente, el teatro Gran Rex. Es mínima en comparación con las reproducciones de canciones en plataformas de música de los artistas más famosos del pop de estos tiempos. Pero esas comparaciones no son justas ni válidas. Porque cuarenta años atrás, el acceso cuantitativo y cualitativo a las expresiones culturales era totalmente diferente. Si aún así se quisiera buscar una dimensión actual, que nadie dude en pensar que aquellas trece funciones equivaldrían hoy a unos cuantos millones de reproducciones en YouTube y Spotify. A esto hay que agregarle que en febrero de 1982 pocos daban cuenta de que aquella señora de 46 años volvería a alzar su voz en plena dictadura. Porque en aquel mes de aquel año el gobierno militar estaba lejos de su ocaso. De hecho, planeaba postergar su futuro con un triunfo en el Atlántico Sur. Recién en junio, con la derrota en la Guerra de Malvinas, firmaría su extinción. Pero, para febrero de 1982, Argentina todavía era otro país al que no se le permitía una Mercedes Sosa.
Sin embargo, sucedió. Mercedes se había ido en 1979, luego de amenazas de bombas y hasta una detención que la tuvo varias otras tras las rejas luego de un recital que dio en La Plata. Primero fue a Francia y luego se instaló en España. En 1982, con el impulso del productor Daniel Grinbank se programaron diez funciones en el teatro Ópera que terminaron siendo trece. Y hubo invitados muy especiales, como Charly García, León Gieco, Ariel Ramírez, Raúl Barboza y Rodolfo Mederos, entre otros.
Todo eso que está resumido en una foto es apenas una parte en la vida de la gran cantora, nacida en Tucumán en 1935 y fallecida luego de una larga enfermedad, en Buenos Aires, en octubre de 2009. Fotos como esas hay decenas en la muestra con acceso gratuito dedicada a Mercedes que se exhibe en el Centro Cultural Borges, de Viamonte 525. El tercer piso de este espacio ahora lo ocupa la Fundación Mercedes Sosa. Y la primera acción de quienes la presiden fue contar a todo el que quiera acercarse, quién fue la voz del folklore argentino, a través de esta muestra absolutamente didáctica, entretenida y fácil de recorrer, esencialmente, en un gran mural que toma los aspectos más relevantes de su vida.
La muestra se llama La voz de la tierra y cuenta con cinco mojones en su recorrido cronológico, que va desde su nacimiento hasta sus últimos días. El eje de esta historia es una colección fotográfica que retrata la manera como la vida privada se une a la artística. El modo como la canción se amalgama con la popularidad. Pero también será posible acercar el lector de códigos QR del celular para conocer el contexto histórico de cada momento de la carrera de la cantante tucumana y curiosear una discografía seleccionada. También viajar en el tiempo hacia algunos hitos, como su consagración en la meca del folklore, aquel enero de 1965, cuando un ya famoso Jorge Cafrune la invitó a cantar al escenario del Festival de Cosquín: “Yo me voy a atrever, porque es un atrevimiento lo que voy a hacer ahora, y voy a recibir un tirón de orejas de la comisión, pero qué le vamos a hacer, siempre he sido así, galopeador contra el viento… (…) les voy a ofrecer el canto de una mujer purísima, que no ha tenido oportunidad de darlo y que, como les digo, aunque se arme bronca, les voy a dejar con ustedes a una tucumana: Mercedes Sosa”. De ese mismo día la muestra tiene fotos de Mercedes con gente del público y en casas de familias coscoínas.
También da cuenta de su trayectoria internacional. Hay un mural entero dedicado los afiches (escritos en castellano, inglés, francés o hebreo) de conciertos que dio en tantas grandes salas del mundo, e imágenes con varios ilustres de distintos géneros musicales. De los folkloristas amigos a Luciano Pavarotti, de Joan Baez y Konstantine Wecker a Sarah Vaughan y Enrique “Mono” Villegas.
También se puede ver algo de su vestuario (su poncho y un vestido que originalmente fue de Chabuca Granda), objetos personales y hasta cartas que le enviaron. Lejos de estos tiempos en los que los “feat.” se graban a la distancia, Mercedes Sosa mantenía la amistad por años con muchos de los artistas con los que había trabajado. Tres décadas después de haber puesto su voz en el Romance de la muerte de Juan Lavalle, de Ernesto Sábato, con música de Eduardo Falú, mantenía el contacto con el autor: “Muy querida Mercedes: el tiempo, siempre vertiginoso, me ha impedido mandarte estas líneas que debo. Porque supe de tu delicado problema de salud y quise reiterarte el afecto que te tengo y mi sincera alegría de que te estés sobreponiendo. Los que te conocemos sabemos de tu fortaleza y tu coraje, templados en el doloroso e inmerecido tiempo de tu exilio. Como imaginarás, a mis 87 años he sufrido toda clase de desgracias, pero he aprendido que la esperanza renace luego del infortunio. Por eso, querida Negra, ¡Adelante! Y recordá que miles, no sólo en este país sino en el mundo entero, se sostienen gracias al noble sonido de tu voz y de tu canto”, escribió Sábato, en 1988.
La muestra, que está planteada de manera lineal y cronológica, es la puerta de entrada a un personaje irrepetible de la cultura argentina. Es la carta de presentación para una generación que oyó su nombre pero no sabe demasiado quien fue y cuál es el peso específico de su obra (a pesar de que no componía canciones) en la historia de la música argentina. Pero también representa otra mirada para quienes la escucharon y tienen sus discos. Hay una Mercedes rodeada de mucha gente. Y este no es un dato menor. Porque, evidentemente, y más allá de esas “selfies” de otros tiempos con las que se pueden hacer galerías de famosos, subyace una trastienda familiar (su madre, su hijo, sus nietos) y muchos artistas amigos que fueron, de algún modo, ese marco cultural que la cobijó. También están en ese muro sus inquietudes. Porque así como en 1982 se dio la mano con el mundo del rock y del tango (los recitales en el Opera terminaron registrados en un disco doble, que fue el más vendido de las producciones argentinas, en su época) en 2009, con el disco Cantora, volvió a ampliar el espectro, al convocar a nuevas generaciones de la música. Otro disco doble en el que nadie se privó de cantar con Mercedes: de Caetano Veloso y Serrat a Luis Alberto Spinetta. De Shakira y Lila Downs a René Pérez (por entonces integrante de Calle 13).
“La muestra tiene el plus de un álbum personal, con fotos de viaje, desde la década del sesenta en adelante, para ir descubriendo otras facetas. Ya he hecho otras muestras sobre Mercedes. Lo que me da un poco de miedo es que a medida que el tiempo pasa y hay menos memoria afectiva, todo se solidifique y se ponga solemne y museológico. Se pierda la sensibilidad. Por eso me parecía que era bueno salir de lo museográfico e ir hacia algo más privado y personal, donde se la puede ver, en el río, por ejemplo, o con amigos”, explica Álvaro Rufiner, curador de la muestra.
El curador participó en las producciones de Mercedes Sosa durante varios años, no es sólo quien adquiere un material y lo trabaja para que tome forma de muestra. “Su gloria era estar con amigos. Sus cumpleaños eran como una embajada mundial. Una fiesta babel. Y su escenario también. Desde el Manifiesto del Nuevo Cancionero, el diálogo estuvo siempre. El diálogo social, el diálogo en la historia y la apertura. Todo eso hasta [el disco doble] Cantora, que termina de grabar en su agonía. Ahí pone a Shakira al lado de Nacha Roldán. Porque Nacha Roldán es una olvidada de los escenarios pero es alguien que ha tenido un compromiso y una militancia estética con la música popular que es muy poderosa. Entonces, quizás alguien que entra a ese disco por Shakira tiene la posibilidad de encontrarse con Nacha o con [el músico gaúcho, Luiz Carlos] Borges. Eso la hace a Mercedes tan vertebral, más allá de su compromiso político y estético con el momento histórico”.
Desde su nacimiento, el 9 de julio de 1935, en Tucumán , Haydée Mercedes Sosa estaba predestinada a convertirse en la voz del folklore argentino. Claro que aquello no vino solo. Llegó por el impulso que le fue dando a cada una de sus decisiones, a su humor, a su carácter, que no era para nada dócil, y a su sensibilidad. También a la convicción de que el tradicionalismo no era la vía de desarrollo. Por eso el Nuevo Cancionero, por eso las música de Charly García, por eso sus recitales como frontwoman junto a la plana mayor de las voces del Brasil (Chico Buarque, Caetano Veloso, Milton Nascimento y Gal Costa), por eso las puertas que a partir de la década del noventa se le empezaron a abrir en las grandes casas de la clásica en Europa y América: Concertgebouw, Royal Albert Hall, Lincoln Center o el Teatro Colón.
“En ningún momento ella hizo un quiebre. Nunca dijo ahora soy una cantante pop. Hay una consciencia de una pertenencia a un lugar y, a partir de eso, sí, la expansión -dice Rufiner-. Creo que eso es lo más poderoso de Mercedes. El saber que tiene un origen potente y que es eso. Y lo decía: “soy petisa, tengo cara de india, no me tiño de rubia”. Hay algo admirable en ella, el hecho de ir para adelante sin concesiones. No hizo guiños pero tuvo certezas. Su trabajo con Charly no es un guiño a un pedido del mercado sino una certeza que ella tenía. Son relaciones de treinta o cuarenta años las que ha tenido con Charly o con León [Gieco]”.
Fuente: Mauro Apicella, La Nación