Tiene 22 años, es bonita y está destinada a ser una mujer diferente de las de su clase, sin embargo – como a muchas jovencitas de aquella época en la que el casamiento era considerado una sociedad más comercial que romántica – le esperaba un matrimonio arreglado. El candidato elegido era un íntimo amigo de la familia que además de rico la doblaba en edad, incluso era mayor que su padre.
Lejos de sublevarse contra semejante oprobio, aceptó el mandato sin imaginar (o tal vez imaginándolo al detalle) que ése sería el pasaporte a una vida fascinante cuya huella contribuiría al paisaje de Buenos Aires. Magnífica herencia nos dejó Corina (Cora) Kavanagh: nada menos que el rascacielos de hormigón más alto que tuvo la Argentina y América del Sur a principios del siglo pasado.
Un falso mito urbano: la construcción por despecho
Un falso mito urbano que dice que lo mandó a construir por despecho eclipsó durante años su leyenda y la de esta obra monumental, emplazada en la zona de Retiro. Felizmente un libro pronto a publicarse viene a echar luz sobre la extraordinaria personalidad de su mentora y la hazaña de levantar el primer edificio de renta en altura aun sin saber nada sobre bienes raíces. “La vida de Cora me atrapó al punto de rendirle esta suerte de homenaje. En plena depresión económica, y en una sociedad en la que los desarrollos inmobiliarios eran dirigidos solo por hombres de negocios o importantes compañías comerciales, esta emprendedora y coleccionista mundana condujo su propio proyecto cuando ninguna mujer de su posición se hubiera animado siquiera a soñarlo” recuerda Marcelo Nougués, arquitecto especializado en historia de la arquitectura y autor de Cora Kavanagh y su edificio.
“Esa supuesta venganza contra una familia que no la encontraba lo suficientemente ‘patricia’ como para integrar su círculo, terminó por legarnos el monumento más lindo y querido por los porteños. En mis años de estudiante nunca sentí curiosidad por saber quién lo había mandado a construir, por eso no tuve la suerte de conocerla en persona. Muchos años después de su muerte, en 1984, me topé por azar con imágenes de su colección de arte y antigüedades, lo que despertó mi interés definitivo por la heroína de este libro” agrega en su prólogo.
Además de la saga del affaire con el soltero del momento (Aaron Anchorena, un vecino que vivía en frente del terreno que ocuparía el rascacielos, en el palacio que hoy ocupa la Cancillería), en la trama el autor abunda en el proceso creativo, su contexto y el impacto en el tejido de una metrópolis todavía chata y aferrada a los cánones afrancesados de la vieja escuela, pues cabe destacar que se gestó cuando empezaban a aparecer las primeras casas dedicadas a renta de lujo en Buenos Aires. Al margen de aportarle un cambio de perfil a aquella traza conservadora, es probable que en su iniciativa Cora volcase su yo verdadero, libre de prejuicios y capaz de romper moldes si hacía falta. De hecho, la silueta del Kavanagh asoma lacia en un horizonte por entonces salpicado de cúpulas, torres, mansardas y fachadas llenas de curvas y adornos.
Varios maridos y ningún amor
Cora se casó tres veces y entre esos paréntesis se dio algunos gustos, no siempre blanqueados pese a que las crónicas sociales de la época no le perdían el paso. El primer marido murió dejándole una cuantiosa fortuna; el segundo era un médico promotor del pulmotor en la Argentina pero que resultó un gigoló del que debió separarse ante el Tribunal de la Rota; el tercero era bisexual y ella lo sabía. Con ninguno tuvo hijos. Según sus biógrafos el interés por el negocio inmobiliario fue en rigor una respuesta a la gran crisis de 1929, cuando quebró la bolsa de Nueva York y muchas familias acaudaladas debieron achicar gastos para sostener el tren de vida. En ese ambiente de zozobra aparecen la mayoría de esas residencias majestuosas que definen el carácter de ciertos barrios de Buenos Aires.
Liberada del segundo intento amoroso, Cora – que usaba ropa de Paquin y de Schiaparelli, joyas de Van Cleef y de Boivin, y viajaba en primera cada vez que cruzaba el océano para ir de compras a Londres o a París- tuvo que vender tres estancias para financiar la dimensión de su deseo, cuyo diseño y ejecución encargaría al célebre estudio Sánchez, Lagos y de la Torre. Y no mezquinó en los detalles. Al contrario, invirtió sin dudar en cada metro cuadrado de la propiedad, hasta convertirla en el lugar donde aún hoy todos quisieran vivir. A la calidad de los espacios se agregaba la tecnología pionera, como el primer sistema de aire acondicionado central de Carrier, las cocinas equipadas con artefactos importados y confeccionadas con materiales novedosos como revestimientos de acero inoxidable, pisos vinílicos en linóleum y muebles en chapa pintados al Duco. Entre otros gadgets figuran 105 cocinas eléctricas de marca Hotpoint, 109 refrigeradores automáticos General Electric y baños de mármol con sanitarios de distintos colores de la firma Standard, describe Nougués en los capítulos. Después de disfrutar un breve tiempo de su mansión de Martínez, las rentas ya no eran tan jugosas y urgida por los costos vendió (hoy pertenece al Gobierno francés, que la usa como residencia del embajador) para instalarse en el 6 C y en el 7 C del edificio que construyó. Algunos vecinos la recuerdan ya muy mayor, tomando el ascensor en pijama para ir de un departamento al otro.
La revancha
Respecto de la revancha contra los Anchorena, el cuento que repiten los guías de turismo cada vez que visitan la zona no tendría asidero, pues los tiempos no coinciden. Cora se casó con Ham el 20 de julio de 1912 siendo muy joven, y el hecho de haber pasado prácticamente toda su vida conyugal en el exterior anula la posibilidad de que la supuesta suegra y la rechazada novia hayan podido cruzarse o interactuar. “Antes de que Sánchez, Lagos y de la Torre trazaran una línea del anteproyecto del Edificio Plaza San Martín, como iba a llamarse al principio, Alejandro Bustillo había diseñado en 1928 una importante ampliación del Plaza Hotel para el grupo Tornquist. De haberse concretado esa obra, la perspectiva de la iglesia donada por la familia Anchorena (sobre la calle San Martín, detrás del Plaza) hubiera quedado obstruida un par de años antes de la ejecución del Kavanagh, por lo que jamás hubiera podido concretar su pretendida venganza” aclara Nogués. Además, no era tonta. Deshacerse de tres estancias en Venado Tuerto hubiera sido un precio demasiado caro por un flirt (que duró bastante) pero que fue olvidable. Aaron terminó casándose con su eterna amante, Zelmira Paz de Gainza, que vivía del otro lado de la plaza San Martín, en el palacio que hoy lleva su apellido. Como quien dice, todo quedó en el barrio.
En 1999 el Kavanagh fue declarado Monumento Histórico Nacional. Su importancia dentro del patrimonio urbano sigue intacta, o mejor dicho, afirmándose. Por estos días una productora de cine espera el visto bueno del consorcio para filmar en alguno de los departamentos la próxima película protagonizada por Luis Brandoni y una estrella de Hollywood, una historia cuyo argumento, sin proponérselo, promete celebrar el inmenso legado de una mujer que se adelantó a su tiempo.
Fuente: La Nación