Tarde de carnaval en la ciudad de Buenos Aires. La escritora María Kodama (Buenos Aires, 1937) llega a un bar cercano a su casa, en Barrio Norte; responde con cortesía los saludos de los transeúntes y de los empleados del bar, que le preguntan si quiere “lo mismo de siempre”. “Tomo el café frío -cuenta mientras se quita el barbijo-. Tengo mucha sensibilidad a las bebidas calientes; en Japón a las personas como yo nos dicen que tenemos ‘lengua de gato’”. Sin estar vacunada, se ha recuperado del Covid, durmiendo sin parar y leyendo noticias. Sus amigos, que le dejaban la comida en el umbral de la puerta de su departamento y la llamaban a todas horas, la convencieron de vacunarse. Como muchos otros, Kodama sospecha que la pandemia y las cuarentenas son un experimento de control social a gran escala.
Este jueves, cumplirá 85 años. Meses atrás, participó de la presentación del libro al cuidado del “borgeólogo” Martín Hadis, Memorias de Leonor Acevedo de Borges. Los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino. Como la presentación se extendió, Kodama se retiró del acto en la Biblioteca Nacional sin revelar mucho sobre su relación con doña Leonor, con quien tuvo, dice, “una relación maravillosa”. “Esa tarde de la presentación yo tenía una comida en la casa de un amigo, y había un coche esperándome -cuenta-. Entonces antes de irme le dije a Hadis: ‘¿Vos sabés quién leía los textos de la biblioteca de Borges en francés? La madre, ¿verdad? ¿Y con quién dialogaba la madre cuando llegaba la gente de Francia para hablar con él sobre distintos temas y ella tomaba el té con todos nosotros?’ La madre era divina, nosotros tomábamos el té y charlábamos con ella, después recibía a otros amigos y nosotros salíamos a caminar por Florida, comíamos en un restaurante a la vuelta de la casa”.
Ante un recuerdo, Kodama contiene la risa. “Te cuento algo divertido: un día él tenía su anillo de compromiso y yo, con buen estilo japonés, no pregunté nada porque elijo no entrometerme -remarca-. La madre se acerca y me dice: ‘Vos tenés que decirle algo, va a casarse pero él no te lo va a decir’. Cuando bajamos en el ascensor le digo: ’Tengo que felicitarlo, su madre me dijo que usted va a casarse’. ‘Nosotros seguiremos viéndonos, naturalmente’. ‘Ah, entonces no importa’, le respondí”.
En septiembre de 1967, a los 68 años, Borges se casó con Elsa Astete Milán, pero la vida conyugal no funcionó para el autor de El Aleph y, en 1970, se divorció de ella. Como Wakefield, el personaje creado por el escritor estadounidense Nathaniel Hawthorne, un día se fue a trabajar a la antigua sede de la Biblioteca Nacional y no volvió jamás al departamento de la avenida Belgrano. A diferencia de otras fuentes (incluido Borges), Kodama es comprensiva con la primera esposa de Borges. “Ella era una muy buena persona, pero quería que Borges comiera todas las noches con ella y luego mirara la televisión. ¿Te imaginás a Borges mirando los programas de televisión? El tiempo pasa y un día me dice: ‘Mire qué lindo queda su nombre, María Kodama de Borges”.
-¿Y qué le respondiste?
-¡Yo no soy de nadie, Borges, qué me está diciendo usted! Y él me dijo: “Claro, un psicoanalista diría que yo tengo neurosis de destino, porque muchos años antes de que usted naciera yo le propuse casamiento a no me acuerdo quién y me contestó lo mismo que usted”. Le dije que eso no era neurosis de destino. “Usted es un hombre al que le gusta una mujer libre, eso es todo”. Siempre fui una mujer libre.
-¿Su madre qué pensaba de la relación entre ustedes? Él te llevaba 38 años.
–Te digo, mi vínculo con la madre era divino y ella aprobaba nuestra relación. Cuando la madre partió, fue maravilloso. Él estaba sentado en la cama al lado de la madre, y yo en una silla al lado de la cama. Ella agarra mi mano, la junta con la de él y dice: “Yo sé que ustedes siempre se han querido”. Y le dije que se quedara tranquila que íbamos a estar siempre juntos, que éramos dos eones [en el gnosticismo, se denomina así a cada uno de los seres eternos, emanados de la unidad divina, que colmaban el intervalo entre la divinidad y la materia, formando el mundo espiritual]. Él lloraba, estaba muy conmovido.
-¿Era una mujer creyente?
–Sí, era devota pero no ultracatoliquísima. Él no heredó esa devoción. Y yo, por ejemplo, me crié entre dos religiones. Le hacía muchas preguntas a mi abuela materna y pude entender que cuando vos no querés a alguien le echás la culpa de todo. Yo nací con una forma de ser que necesita entender las cosas. Ella me decía que Dios es todopoderoso. “¿Y qué es eso, abuela?” “¿Hay infiernos de hielo?” “¿Puedo ir al infierno de hielo?”. Mi padre me tranquilizó al decirme que en Japón hay ocho millones de dioses y que uno de esos dioses me cuidaría siempre.
-Eras muy joven cuando conociste a Borges.
-Es muy divertido porque yo lo conocí de una manera loca, cuando tenía dieciséis años. Un amigo de mi padre me había llevado a escuchar una conferencia que él dio, porque yo había dicho que quería estudiar literatura. Un día, voy caminando por Florida a comprar libros para el colegio y casi lo tiro al suelo a Borges. Le digo: “Perdóneme, casi lo tiro”, y le conté que lo había escuchado una vez cuando era chica. “Claro, usted es grande ahora, ¿en qué trabaja?”, me preguntó. “Estoy en cuarto año del bachillerato”, le dije y agregué que iba a estudiar literatura porque me gustaba leer, pero sobre todo quería leer griego y latín. Entonces me invitó a estudiar con él inglés antiguo. “¿Shakespeare?”, pregunté. “No, mucho más antiguo, siglos VI y VII. Le pregunto si no quiere que estudiemos juntos”. Y ahí empezamos a estudiar juntos, en la confitería Richmond. Hablaba a mi casa y mi madre decía: “¿Qué quiere este viejo que puede ser tu abuelo?”. Hacía unos escándalos impresionantes. Ella habla con mi padre, ya estaban separados, y un fin de semana él me dice que no le tengo que explicar nada, pero que me va a decir una cosa: “Usted tiene dieciséis años. toda una vida por delante. No haga nada que pueda arruinar toda esa vida que tiene por delante”. Y a continuación me preguntó qué quería comer.
-¿Borges conoció a tus padres?
–Sí. A mi madre la conoció también la madre de Borges, que la llama porque quería conocerla, estaba preocupada porque yo era muy joven y él era un hombre mayor. Apenas se vieron, empezaron a hablar de la linda relación que teníamos. Mi madre le dijo: “Espero que se casen y tengan hijos”. En mi vida todo fue un poco delirante.
-¿Era celoso?
-Borges era muy celoso. Habíamos visto no sé cuántas veces Lawrence de Arabia, de David Lean. Yo nunca me voy a olvidar de la escena de Peter O’Toole, el maravilloso actor que era, cuando trata de convencer al jefe árabe. Y Borges me decía: “Usted debe estar harta de ver Lawrence de Arabia”. “No, Borges, cómo voy a estar harta, al contrario, Peter O’Toole es magnífico y la personalidad de Lawrence es realmente fascinante”, le respondí. Pasaron como seis meses y un día me dice que había estado pensando en algo. “¿De qué tema?”, le pregunto. “Sobre Lawrence -dice-. Mire, si usted conociera a un hombre como Lawrence, que es irlandés, y los irlandeses son todos borrachos, usted no podría tener una relación con él porque no ha tomado alcohol en su vida. No podría. En segundo lugar, la personalidad. Mire, ahí en el tercer estante de la biblioteca hay un volumen y usted va a ver que el personaje que representa era un enano. Primero borracho y luego enano, y a usted le gustan los hombres altos”. Era muy divertido.
-¿Estás conforme con el cuidado de la obra de Borges en Penguin Random House?
–Sí. Me gustaría que la obra completa esté en una caja, los tres tomos juntos, en la próxima Feria del Libro. Se lo pedí al jefe de Random en una entrevista virtual.
-¿Y creés que en algún momento va a haber una nueva edición crítica y anotada, además de la de Rolando Costa Picazo?
-No creo, la de Rolando es impresionante, estoy conforme porque es espléndida. Diez años trabajó Costa Picazo en esa investigación.
-¿Recibís a muchos investigadores extranjeros que vienen a consultarte sobre Borges?
-Sí, muchísimos. Vienen a mi oficina porque no los recibo en mi casa. Hay un interés creciente en la obra de Borges en el mundo. Me llamaron mucho cuando pasó la historia con el infeliz de Pablo Katchadjian y El Aleph engordado.
-¿Hablaste alguna vez con él?
-Pero claro, yo hago las cosas diciéndolas en la cara. Hubo dos juicios, en el primero gané y en el segundo estaban los K, y dijeron que no era delito. Pero él no publica más ese libro. ¿Cómo vas a meter comas y poner palabras en un texto de otro? ¡Borges se muere si ve eso! Es una falta de respeto absoluto.
-Se dijo era un procedimiento intertextual, como los que hacía el mismo Borges.
-Por favor, ¡el que dice eso es un ignorante total de la literatura! La intertextualidad es la idea de otro que vos la tomás, la mezclás con otra y ponés tus palabras, no copiando y poniendo comas y palabras que no existen en el original. Un amigo me dice: “Qué vivo era el viejo, te dejó a vos todo esto: no solo porque te quería sino porque además quería su obra y sabía cómo ibas a defenderla”.
-Tus amigos son divertidos.
-Sí, salgo todas las noches, soy muy nocturna. Vamos mucho al teatro, al cine y a restaurantes. En el teatro hay una obra muy interesante que hace la hija de Martha Argerich, ya la vi y quiero verla de nuevo [Anne Dutoit-Argerich protagoniza ¿Quién es Clara Wieck?].
-Aunque no simpatizás con el Gobierno nacional, tenés una buena relación con el ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer.
–Sí, es una relación buena, él hizo una película hace muchos años sobre Borges [el documental Los libros y la noche]. Es una persona democrática porque me llama diciendo que sabía qué pensaba yo del peronismo e igualmente me mandaba una invitación, y que no iba a sentirse ofendido si yo no iba. Que él nunca iba a hablar en el acto para colocar a Borges como peronista ni nada. Le dije: “Has hecho lo que para mí es la democracia, entonces voy a ir”. Fui y él cumplió su promesa y me parece perfecto. Es una persona muy correcta. Ser democrático es escuchar y comprender las diferencias con el otro, no tratar de imponer al otro lo que uno cree. Creo que en América Latina no hay democracia.
-¿Va a haber un espacio dedicado a Borges en el Centro Cultural Borges?
-Ahora cuando reabran va a haber una biblioteca con libros de Borges para quien quiera sentarse a leerlos, se van a dar conferencias y hacer muestras. Va a ser interesante.
-Escribiste el prólogo de Borges in situ. Cinco charlas, encuentros y desencuentros con Jorge Luis Borges, de Alejandro Daniel Pose Mayayo, que narra varios encuentros con Borges en 1980, cuando el autor y su amigo eran adolescentes.
-Ese libro era bueno y conocí al autor. Escribí el prólogo y acaba de salir ahora. Lo único que señalo es que ellos dicen que Borges vestía ropas muy grandes y él se hubiera escandalizado de ese comentario.
-¿Notás que hay un interés de las nuevas generaciones por la obra de Borges?
-Sí, a su modo sí. A veces me paran por la calle y me preguntan cosas que no saben o consejos: primero, qué hay que entender de su obra. Les digo que el amor hay que sentirlo y después entenderlo. Les cuento mi experiencia, que fue maravillosa. Cuando yo tenía ocho años había un libro en mi casa que mi abuela había estado leyendo. Yo empiezo a leer “Las ruinas circulares” [cuento de Borges incluido en Ficciones]. El ritmo que tenía esa prosa me atrapó, pero no entendí nada intelectualmente, pero ese ser que existía y no existía me fascinó. Tanto que si sale una ley diciendo que destruyan todos los libros de un autor excepto uno, yo elijo ese libro. Muchos años después, en una conferencia le preguntan a Borges por ese cuento: “Yo trabajaba en una biblioteca, comía con mis amigos, pero lo único que quería era volver a mi casa -respondió-. Ese cuento lo escribí en una semana. Nunca antes ni después pude escribir algo con la emoción e intensidad de ese cuento”. Los caminos se cruzan, él y yo somos dos eones, dos seres que viven en mundos paralelos y de pronto sienten la curiosidad de ver cómo es este mundo y bajan del mundo espiritual para acá. Ven que no funciona, que es un horror y vuelven al mundo espiritual.
-¿Pensás en escribir tus memorias?
-Algunos me dicen que sí, pero yo digo para qué si ya las viví.
-Pero después de Relatos, de 2018, ¿tenés en mente un próximo libro?
-Yo no cuento mucho porque después empieza la persecución, yo lo veía con Borges. Para mí escribir y bailar son las dos formas de huir de la espantosa realidad. Cuando era chica, no tenía ganas de hacer gimnasia pero por un problema de salud tenía que hacerlo, entonces tomaron a una profesora para que me enseñara danza clásica. Ella quería que yo entrara al Colón. Habló con mi madre y mi madre habló con mi padre, que me dijo: “Le voy a explicar, como bailarina usted va a estar en el Colón hasta los veinticinco, treinta años, y usted a los cinco años ya leía libros para adultos y empezaba a pensar por su cuenta”. Entendí que la literatura y la inteligencia no tienen fin.
Fuente: Daniel Gigena, La Nación