Maximiliano Schonfeld y Selva Almada se conocieron hace poco menos de diez años, cuando se tomaron por primera vez un café en Buenos Aires. Él le había enviado un e-mail en el que le contaba cuánto le había gustado la lectura de sus primeras dos novelas, El viento que arrasa (2012) y Ladrilleros (2013), con las que Almada se convirtió en un nombre fundamental de la literatura argentina contemporánea. Él, por su parte, había estrenado su ópera prima, Germania, en el BAFICI, donde se alzó con el premio especial del jurado. Tenían en común su origen: los dos eran entrerrianos y se habían mudado a la capital. Schonfeld desde Crespo, un pueblo rodeado de aldeas de descendientes de “alemanes del Volga”, hombres y mujeres, principalmente agricultores, que vivían cerca del río Volga en Rusia y emigraron a Argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX, y Almada desde Villa Elisa, un lugar conocido por sus termas. Pero también compartían algo más profundo: los dos habían logrado darle visibilidad a una Argentina rural que raras veces cobra un lugar protagónico en la literatura y en el cine.
Tanto Germania como las películas que le siguieron, entre ellas La helada negra (2015), fueron filmadas por Schonfeld en estas aldeas, con personas del lugar, mientras que Almada ambienta sus historias, protagonizadas por mecánicos, ladrilleros y pescadores que usan palabras que la literatura tenía olvidadas como “mencho” y “chúcaro” en paisajes como los del Chaco o el Litoral. Pronto comenzaron a trabajar en varios proyectos juntos. El primero finalizado, la película Jesús López, dirigida por Schonfeld y con guion de ambos, ganó en octubre el premio a la mejor película de ficción en el Festival de Biarritz y poco después el de mejor largometraje de la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata. Ahora, la película se puede ver en Malba Cine y en marzo se estrenará en salas de Francia.
Jesús López es la historia de Abel, un joven que vive con sus padres y su hermana embarazada en el campo, y cuyo primo, Jesús, piloto de una categoría de automovilismo local que se corre con Fiat 600 (conocida como Standard Victoriense), pierde la vida en un accidente de moto. De a poco, el tímido Abel comienza a ocupar el lugar de su primo. Sus tíos se sienten solos y para él, cualquier excusa para escapar de los rigores del tambo familiar y pasar más tiempo con ellos en el pueblo es buena. Los amigos motoqueros de Jesús pasan a ser los suyos y hasta quien fuera su novia le toma cariño. Cuando el pueblo decide organizar una carrera en homenaje a Jesús, Abel inicia un entrenamiento con su tío para poder correr con el auto de su primo. Es así como las identidades de estos dos jóvenes –uno vivo, el otro muerto– empiezan a confundirse en un proceso que tiene que ver con la resurrección.
-¿Cómo fue escribir el guion de a dos?
-Almada: Empezamos a trabajar sobre algo ¥ que ya tenía Maxi, porque yo de automovilismo, cero [risas]. Al principio le hacía comentarios sobre lo que había leído, pero sin la intención de escribir juntos. Habíamos empezado a trabajar en la adaptación de un cuento mío, “Intemec”, pero luego lo colgamos. Y ahí me propuso trabajar con él en Jesús López. La trama que él había pensado era súper ambiciosa, como para tres películas, entonces lo primero que hicimos fue recortar.
-Schonfeld: Recuerdo un e-mail que me encantó donde Selva me escribió: “Me acecha mi espíritu minimalista”.
-¿Cómo surgió la idea de incorporar el automovilismo a la historia?
-Schonfeld: Fue, en parte, una necesidad. Con las películas anteriores me pasaba que yo iba muy entusiasmado a pasarlas en Crespo y la gente me decía que eran muy lentas. Entonces, ¿cómo hacer para hablar un lenguaje en el cual pudiéramos entendernos con nuestro propio pueblo? Si justamente lo que tratamos es de registrar una manera de estar de ese lugar, y cuando llevo las películas la gente se aburre… Era como que había algo del lenguaje que no estaba pudiendo captar. Entonces pensé en hacer una película que tuviera al menos una secuencia de acción y ver cómo resonaba eso en el lugar con el que uno quiere mantener un diálogo, que es donde hacemos las películas. ¿Ya la pudiste mostrar allá?
-Schonfeld: Se vio en Villa Valle María, donde se filmó el 80 por ciento de la película.
-¿Fue mejor la respuesta del público?
-Schonfeld: Sí, por fin. Tenía que pasar.
Actualmente, los dos amigos tienen otros proyectos juntos. “Siempre digo que no quiero escribir más guiones, pero después me engancho”, confiesa Almada. Por un lado, trabajan juntos con Florencia Álvarez y Alejandro Millán Pastori en una serie que bautizaron Vertientes del Paraná, sobre la desaparición de una mujer, mientras que Schonfeld está por estrenar un documental sobre ovnis, Luminum, para una de cuyas escenas Almada prestó su voz, y que incluye unos personajes de extraterrestres inspirados en algo que ella escribió alguna vez. “Mientras trabajábamos en Jesús López yo estaba escribiendo mi última novela, No es un río, y hay cosas en común entre las dos: en la novela, hay una madre que pierde a dos hijas, y en la película, una madre que pierde a un hijo”, señala Almada. “Nos retroalimentamos con ideas, cosas que escuchamos, historias. Nuestra amistad también se nutre mucho de pasarnos estímulos”, coincide Schonfeld.
Sin embargo, el vínculo de la escritora con el cine va más allá de esta amistad: en 2017 publicó El mono en el remolino, una serie de notas sobre el rodaje de Zama, de Lucrecia Martel. En tanto, Paula Hernández dirigirá una adaptación de El viento que arrasa, Fernando Musa y Gonzalo Heredia trabajan para llevar a la pantalla grande Ladrilleros y la productora RT Features adquirió los derechos de su crónica Chicas muertas, aunque Almada no participa directamente en ninguno de estos planes.
-La espiritualidad suele estar presente en las películas de Maximiliano. La helada negra era sobre una chica considerada santa en un pueblo. Jesús López juega con la idea de la resurrección y los protagonistas tienen nombres bíblicos. ¿Por qué?
-Schonfeld: Cuando estábamos preparando La helada negra le hice un casting a un chico que me encantó, que se llamaba Abel y acababa de ser rechazado del ingreso para profesor de educación física, por lo que se iba a quedar un año boyando en la aldea, trabajando en el tambo con el padre, y me dije que ahí había una película y que el protagonista se iba a llamar Abel. Por otro lado, siempre me llamaron la atención las personas que se llaman Jesús. Uno es el primer asesinado de la historia, el otro resucita, cerraba para la película. También me interesaba esta idea de no tiempo, de un futuro como cancelado. Veía que a un montón de chicos y chicas de las aldeas es como que en un momento les bajan la persiana y quedan dando vueltas. Porque no terminan nunca ni de apropiarse del trabajo ni de la identidad del lugar, pero tampoco se quieren ir, entonces es como un deambular.
-El interés por los jóvenes que se sienten algo desencajados en ámbitos rurales es un punto en común entre los dos. ¿Por qué?
-Almada: Supongo que en mi caso tiene que ver con lo autobiográfico, porque yo me sentía así, un poco desencajada, cuando era chica y vivía en un pueblo. Sentía que no había un lugar para mí ahí, con esa sensación de estar perdida en un lugar que conocés desde que naciste. Esta cosa de no saber bien qué ni a dónde. Tampoco podría decir si es así en los pueblos o no, hace muchos años que no vivo en uno. Pero para la ficción ese estado me parece potente. Quizás desde la ciudad se tendría una visión más costumbrista, como que si un joven trabaja en un tambo es medio gaucho. Y me encanta que son personajes muy contemporáneos en una realidad muy ajena a las grandes ciudades. Y quizá esa contemporaneidad los hace extraños en su propio lugar.
-Schonfeld: Pienso mucho en ese tipo de vidas, qué sucede en esa zona con los chicos que terminan la secundaria. Cada vez hay más trabajo en el campo, pero para menos gente. En los últimos 50 años hubo un cambio muy grande y se pasó de la agricultura familiar a la agroindustria, que necesita muy pocos empleados. Y a partir de ahí se dan los movimientos en los pueblos y la gente se empieza a ir, o queda ese deambular. Me parece que la vida se divide muy rápidamente entre los que estudian y los que no estudian y empiezan a trabajar. Y son dos vidas completamente distintas, dos líneas que no se vuelven a juntar. Podés seguir el vínculo y tal, pero son tiempos y maneras diferentes de concebir el mundo.
-¿Cuán cercano era su contacto con el campo?
-Almada: Crecí en este pueblo que era muy pequeño y sigue siendo muy chico, pero no es el campo tampoco. La única experiencia cercana que tenía era que uno de mis abuelos vivía en el campo y lo íbamos a visitar. Más allá de la experiencia vital que cada uno puede haber tenido con esos lugares, que en mi caso era más esporádica, está la construcción de un mundo. Para mí no deja de ser una ficción. Creo que el campo y los pueblos son lugares que comparten una determinada mirada sobre las cosas. Entonces a partir de ahí yo puedo entender cómo pueden actuar, pensar o decir estos personajes.
-Schonfeld: Cuando terminé de estudiar cine en Córdoba me di cuenta de que conocía muy poco de la historia de mi papá de joven y así fue como comencé a hacer entrevistas en las aldeas y reconstruir su vida. Mi papá era uno de esos alemanes del Volga; aprendió a hablar castellano a los 18. Si bien las aldeas están muy cerca, siempre estuvieron como ocultas. No te hablaban de ellas ni en la escuela, y eso que las tenías a 5 minutos en auto. Así fue como empecé a entablar relaciones con la comunidad y no pude salir nunca más. Me encanta ver el paso del tiempo en las películas y pensar que en 20, 30 años, van a ser un retrato de cómo vive la comunidad en este momento; tomarlo con esa responsabilidad.
-Los dos retratan en sus obras la violencia en el mundo rural. Sin embargo, en las películas de Maximiliano esta parece ser más solapada. Hay una idea de incesto entre hermanos que sobrevuela las películas, pero no termina de ser explícita, por ejemplo.
-Schonfeld: En estas comunidades casi no hay demostraciones de cariño entre padres e hijos. Hace poco mi hermano estaba jugando con sus hijos en la pileta y un amigo le dijo: “¡Qué lindo cómo jugás con tus hijos!” Y mi hermano le contestó que era algo que le gustaba hacer porque no tenía un solo recuerdo con nuestro papá jugando. Es verdad. Nunca había una demostración de cariño, pero jamás, jamás. No te tocaban ni con el palo de la escoba. A lo sumo te fajaban con una ramita que sacaban del árbol y ese era el máximo contacto [risas]. Entonces, en mis películas siempre hay una distancia insalvable entre padres e hijos. Pero son los hermanos los que están muy juntos, buscando ese amor más materno o paterno, ese abrazo.
-Almada: Si bien no se muestra en la película, a mí me pareció súper violenta la muerte de Jesús López cuando leí el borrador de Maxi. Las muertes de jóvenes por pegarse un palo con una moto o con un auto son también algo muy común en los pueblos. Y el tema del alcohol, porque es la droga que circula con mucha fuerza. Los jóvenes empiezan a tomar de muy chiquitos. Esa violencia de la muerte imprevista, que ocurre tan a menudo que ya deja de ser un imprevisto. Algo pasa que estos pibes terminan todos muertos así. Cuando escribíamos la película y luego cuando la vi me daba la impresión de que estaban en una especie de sopor, como en un limbo, en un purgatorio del que no pueden salir. Son almas atrapadas ahí y la emoción de la velocidad es quizá la posibilidad de experimentar algo muy fuerte. Hablamos mucho con Maxi de estas muertes prematuras.
-Schonfeld: Sí, sobre todo de que el que muere pasa a ser alguien que tenía un futuro increíble por delante.
-Almada: Esa idea de la promesa que se rompe cuando en realidad… todo lo que tenía por delante ese chico era quizá lo que tienen los que quedaron vivos, que es la nada.
Fuente: Astrid Riehn, La Nación