“Problemas es una forma muy fina de decirlo -responde un editor ante una consulta-. Directamente no hay papel en las imprentas”. Desde hace varias semanas, una nueva “tendencia” internacional –la escasez de papel para fabricar libros y el consiguiente aumento del costo– adoptó en el país un semblante típicamente local: si en otros mercados escasea, aquí lisa y llanamente no se consigue, y si acaso se consigue, hay que pagar un precio por encima del promedio mundial. “La plaza está seca de papel y lo que pueden haber acopiado las grandes editoriales ya se está terminando”, dice el mismo editor que, aunque confía en que el problema se resolverá en un mes, prefiere mantener el anonimato.
Los editores consultados atribuyen el desabastecimiento a que Celulosa Argentina -que produce bookcel (papel ahuesado de distintos gramajes que se emplea para imprimir libros) y también el enceguecedor papel blanco- decidió destinar la mitad de su producción a material para hacer cajas (que utilizan cada vez más empresas como Mercado Libre desde que la pandemia impulsó nuevos usos y costumbres) y la otra mitad para papelería que se utilizará en el inminente Censo Nacional. Con el boom de las compras online, el valor de las cajas de cartón corrugado se triplicó en dos años.
El lunes, autoridades de la Cámara Argentina del Libro (CAL), encabezadas por el presidente de la institución, Martín Gremmelspacher, mantuvieron una reunión virtual con el subsecretario de Políticas para Mercado Interno, Antonio Mezmezian, para conversar sobre los aumentos en el precio del papel de uso editorial y los problemas de abastecimiento. “Justo esta semana tuvimos una reunión en la Secretaría de Comercio Interior por este tema -dice Gremmelspacher-. Hay desabastecimiento de papel, especialmente de papel obra que se fabrica acá; esto es preocupante porque coincide con la mejor época de producción editorial. Nos estamos preparando para la Feria del Libro, que entendemos que este año se hará y es cuando más novedades lanzamos, y además nos estamos poniendo al día después de dos años de ventas más tranquilas”. Al faltante de papel se añade el aumento del costo del insumo. “En los últimos trece meses, aumentó un 115 %; es una locura -observa Gremmelspacher-. Se duplicó así el precio del venta al público del libro, que aumentó en las librerías entre un 50 y un 52 % en el mismo periodo”. Este miércoles, la CAL envió una circular a sus socios en el que se informa sobre las gestiones ante el Gobierno nacional.
Representantes de empresas gráficas -léase imprentas- dijeron a LA NACION que existen restricciones a las importaciones de papel de Brasil (que se oferta a menor costo que el local) y también mencionaron demoras en la entrega de papel comprado en el mercado local. Apuntaron, además, que una tonelada de papel en la Argentina cuesta entre 1800 y dos mil dólares, mientras que en Brasil oscila entre 1100 y 1200 dólares. La distribución del papel en el país está a cargo de dos compañías: Hutton (propiedad de Celulosa Argentina) y Pergamino.
El director de Celulosa Argentina, José Urtubey, negó que el precio del papel estuviera “inflado” en el país. “No es así -dijo en diálogo con LA NACION-. Manejamos el precio internacional”. Sobre la falta de insumos, destacó que no va a peligrar la producción editorial rumbo a la 46ª edición de la Feria del Libro y que la entrega de papel estará regularizada en un mes. Urtubey atribuyó la caída en la producción al rebrote de ómicron. “Impactó en la producción y en la logística porque hace unas semanas tuvimos un 20 % del personal afectado por coronavirus, ya sea por contagio o contacto estrecho -informó Urtubey a LA NACION-. Pero en treinta días se va a regularizar por completo; de hecho, el suministro a las grandes editoriales ya está regularizado”. Fuentes del Grupo Planeta ratificaron lo dicho por Urtubey: “Nosotros hoy estamos cubiertos”.
La tendencia internacional
En España, donde la falta de papel “atenaza” la industria editorial, el promedio del aumento del precio del papel es del 30 %. Ante la escasez, los editores hispanos debieron comprar ese insumo a fabricantes de países nórdicos. En la Argentina, los representantes de las cámaras del sector editorial volverán a reunirse en la Secretaría de Comercio Interior, a cargo de Roberto Feletti, donde tomaron nota de la problemática y se comprometieron a conversar con los fabricantes de papel y a gestionar una reunión entre todas las partes. “Muchos editores tuvimos que postergar y suspender lanzamientos por la falta de papel”, revela el presidente de la CAL, que cuenta que tanto él como sus colegas debieron modificar planes editoriales e imprimir bajo demanda algunos títulos del catálogo por la falta de papel. La mayoría de los editores argentinos compran grandes resmas de papel; hoy, por cada resma se paga seis mil pesos y según la tirada de ejemplares se usan de veinte a cuarenta resmas (o más) por título.
Como se sabe, no es sencillo importar en la Argentina, y mucho menos sencillo es importar papel. “Es muy difícil y tenés que traer grandes cantidades, no podés hacerlo de un día para el otro. Implica toda una programación y en general no es muy práctico”, dice el director editorial de Siglo XXI, Carlos Díaz, a LA NACION. Díaz admite que la falta de papel es un problema internacional. “No obstante, los productores de la Argentina, en épocas de crisis juegan con los precios y con el abastecimiento -acota-. Cuando dudan por el contexto económico, dejan de producir y siempre estamos todos a los saltos a ver dónde conseguimos papel. Desde mediados de 2021 tenemos problemas tremendos; es una lucha conseguir papel”.
Díaz atribuye el aumento del precio del insumo a la espiral inflacionaria que se padece en la Argentina. “Hubo aumentos, pero con la locura que hay con estos niveles de inflación ya ni sé si aumentó por encima o no”, dice. De enero de 2021 a enero de 2022, el papel bookcel aumentó un 85 %. Si aún viviera, y a la luz de un nuevo obstáculo para el desarrollo de la industria editorial local, Tita Merello versionaría así uno de sus clásicos: “¿Dónde hay una resma, viejo Gómez?”
Fuente: Daniel Gigena, La Nación