David Hasselhoffentró a Hollywood como una tromba, protagonizó dos de los programas televisivos más recordados de la historia y, después, desapareció. Sin embargo, antes de desvanecerse, atravesó un proceso que lo arrastró lentamente hasta el margen del mundo del espectáculo. Este incluyó un par de éxitos rotundos, una carrera musical que solo triunfó en el extranjero, una serie de roles que no fueron tan gloriosos como los primeros y, finalmente, un severo problema de adicción que terminó de sepultar su carrera. Si bien es recordado por muchos, para otros es un completo desconocido.
Entender el fenómeno que significó Hasselhoff no es nada fácil. El hombre se convirtió en la cara oficial de una década y, para toda una generación, su nombre es sinónimo de tardes enteras frente al televisor para ver a su héroe combatir villanos. Pero… ¿Cómo puede ser que una celebridad tan legendaria haya perdido relevancia de un día para el otro? Quizás la respuesta se encuentra en que él mismo nunca se tomó muy en serio. O, tal vez, fue todo lo contrario pero no se dio cuenta de que, lentamente, se convertía en una parodia.
También cabe la posibilidad de que a él, que construyó una marca gigante y multimillonaria en torno a su rostro y a sus personajes, no le importe demasiado si su relevancia se mantiene intacta en la actualidad. Porque, la realidad, es que solo hace falta entrar a su perfil de Instagram para descubrir que a sus 69 años, Hasselhoff se encuentra en su mejor momento, al menos en cuanto a su vida personal.
Antes de hablar sobre el presente, es necesario saber en donde comenzó todo. Su gran debut fue con la interpretación de Michael Knight en la aclamada serie Knight Rider, más conocida en Latinoamérica como El auto fantástico. La historia sigue la vida de un policía que recibe un disparo en la cara y es rescatado por un científico multimillonario. Tras vencer a la muerte, cambia de identidad y se dispone a luchar contra el crimen con la ayuda de KIIT, un automóvil futurista y casi indestructible.
No es necesario aclarar que la saga estrenada en 1982 fue un éxito y que Hasselhof se transformó en el ídolo de millones de niños alrededor del mundo. Pero, con su metro noventa de altura, un jopo batido a la perfección y una sonrisa de dientes brillantes, era cuestión de tiempo que dejara de lado su papel de héroe y pasara a ocupar el merecido lugar de sex symbol.
Tras el hitazo que significó El auto fantástico, le llegó el turno, Baywatch, la serie que se convirtió en un clásico indiscutible. El histórico show grabó a fuego en la cultura popular que todos los guardavidas tienen la obligación de correr en cámara lenta sobre la arena de la manera más sensual posible y provocó que Hasselhoff, quien daba a vida al valiente Mitch Buchannon, rompiera el Récord Guinness del “Hombre más visto en la televisión”.
Los guardianes de la bahía, nombre con el que se popularizó entre la audiencia hispanohablante, fue sintonizada por más de 1 billón de personas a lo largo de 140 países. Ese increíble logro fue el resultado del afilado ojo empresarial del protagonista. La historia detrás es que, los productores decidieron dar de baja el programa tras apenas una temporada, pero fue David quien confió ciegamente en el potencial comercial del show y, luego de una importante inversión hecha desde su propio capital, consiguió que volviera al aire en 1991 -tres años más tarde- hasta su final en 2001. De más está decir que fue una de las mejores inversiones de su vida.
Los ochenta y noventa no dejaban de sonreírle. Al mismo tiempo que triunfaba en la pantalla, hacía lo propio en los escenarios. David, además de actor también es músico y en esos años, convocaba a multitudes que gritaban sus canciones mientras él se desplazaba por las tablas con sus pantalones ajustados y actitud de rockstar. Como nadie es profeta en su tierra, no fue muy celebrado por sus compatriotas pero sí fue recibido con los brazos abiertos en Europa, especialmente en Alemania, en donde la división de Berlín seguía más que firme y su tema “Looking for Freedom” se volvió un himno de libertad.
La canción representaba la cultura occidental que los ciudadanos del lado comunista de la ciudad tanto anhelaban y sus versos acompañaron la caída de los primeros ladrillos del tan odiado muro. Incluso, el mismísimo Hasselhoff dio un show en vivo el 31 de diciembre de 1989 en Berlín para celebrar la histórica caída.
Él brillaba cada vez con más fuerza pero, con el cambio de siglo, algo se rompió y nunca pudo ser reparado. La industria del espectáculo es traicionera y no dudó en darle la espalda al hombre que tanto le dio. Luego del final de Baywatch, Hasselhoff nunca pudo remontar su carrera actoral y sus roles se redujeron a interpretarse a él mismo o a parodias de lo que alguna vez fue. Así, quienes lo amaban dejaron de verlo en el cine y, para quienes no tenían la edad de conocerlo por sus épocas de esplendor, el legendario ícono no era nadie.
En medio de su caída profesional en picada, su problema de adicciones ymúltiples matrimonios fallidos le jugaron en contra. Su peor momento lo atravesó en 2007 cuando una de sus hijas decidió registrar en video uno de sus episodios de alcoholismo para que él pudiese “recordar” lo mal que se veía. Tristemente, las buenas intenciones no pudieron evitar que alguien filtrara la grabación a la prensa.
En ese momento, él se encontraba en pleno divorcio y el clip provocó que el juez a cargo no lo dejara ver a sus hijas. Después de eso, nada volvió a ser igual y los días dorados de David Hasselhoff quedaron solo como parte del recuerdo colectivo.
Sin embargo, tocar fondo lo ayudó a levantarse y, aunque nunca recuperó el estatus de actor que tenía antes, pudo reconstruir su vida. Su gradual desaparición en la pantalla y los roles cada vez más bizarros no fueron suficientes para frenarlo. Él continúa como si nada hubiese pasado, con su bronceado y su sonrisa intactas. Al fin y al cabo, según declaró en una entrevista dada en 2010, la vida “no se trata de caerse” sino de “lo rápido que te levantas”.
Fuente: Rocío Solavaggione, La Nación