“He mirado a la vida desde ambos lados, desde el ganar y desde el perder”. Suena de fondo la voz de Joni Mitchell y los versos de “Both Sides Now” acompañan la última imagen de cada uno de los personajes de After Life disfrutando su momento e imaginando a pura sonrisa un futuro mejor. Hay un clima final de fiesta en la celebración de los 500 años de Tambury, la ficticia, calma y muy inglesa localidad en la que transcurre la serie creada, escrita y dirigida por Ricky Gervais, que acaba de cerrar su ciclo en Netflix luego de tres temporadas de seis episodios cada uno.
La escenografía es la de una feria de variedades o un parque de diversiones armado especialmente para la ocasión. En ese cierre, que puede verse como espejo del final de la primera temporada, todos los extravagantes protagonistas de esta historia parecen encontrar el comienzo de un camino de superación para sus adversidades. Algunos dejarán de sentirse solos, otros celebrarán haber hallado un sentido o una razón para lo que están haciendo. La cámara lenta se ocupa de hacer todavía más explícito el cuadro, agregando quizás un poco más azúcar de la necesaria a ese catálogo de emociones.
Observamos toda la escena a través de los ojos de Tony Johnson (Gervais), alrededor de cuyo duelo gira todo lo que pasa en After Life. Las tres temporadas jamás salen de un pequeño puñado de ideas fuerza. Tony pierde a su mujer por culpa del cáncer después de haber compartido con ella una vida inmensamente feliz; Tony carga desde allí con un arsenal de ira, dolor, impotencia y resentimiento que vuelca hacia los demás sin filtro, transformándose en un cínico misántropo; Tony pasa el tiempo añorando en silencio a su esposa perdida mientras se niega a cualquier nueva relación; Tony quiere dejar a la vista todo el tiempo el patetismo de sus semejantes, incluyendo a sus seres más cercanos, como demostración de que la vida es injusta.
Gervais, un gran observador de las pequeñas miserias humanas, parece jugar deliberadamente con toda esa postura. Sabe que el público lo conoce a partir de sus devastadores monólogos y shows de stand up, en los que suele cargar a fondo contra la arrogancia y la supuesta corrección política de las personas públicas. Con After Life siempre pareció dispuesto a explotar esa misma veta en un terreno mucho más triste, austero y doloroso.
Pero el final de After Life deja a la vista otro elemento esencial, con el que Gervais procura equilibrar su mirada. Por eso no es casual la apelación a una de las grandes canciones de Joni Mitchell. After Life es una serie sobre la compasión. Y lo que muchos podrían percibir como una puesta en escena monótona, repetitiva, que parece girar siempre sobre los mismos asuntos y las mismas palabras sin decidirse a avanzar, no es otra cosa que la manifestación de ese estado de ánimo.
Desde esta perspectiva tal vez se entienda mejor la decisión de Gervais de llevar al extremo las conductas y las palabras (algunas de ellas verdaderamente humillantes para ellos mismos) que pone en boca de ciertos personajes. Es posible que quiera mostrarnos que no hay un único tipo de relaciones humanas y que en cualquier caso el sufrimiento nunca será permanente. Gervais podrá ser despiadado con sus personajes, pero también piadoso. Eso sí, nunca sentirá lástima por ellos. Tal vez algún cometa algún exceso innecesario de énfasis alrededor de sus miserias.
La verdadera piedra de toque de After Life aparece a través de Anne Pearson (la gran Penelope Wilton), la viuda que comparte largas conversaciones con Tony en el cementerio. Ella es la prolongación vital y reflexiva de lo que Lisa, la esposa del protagonista (la luminosa Kerry Godliman), expresa a través de sus videos desbordantes de risas, bromas e ironías. Las charlas entre Anne y Tony logran primero exorcizar cualquier decisión extrema y luego abrir otro camino para el protagonista.
La mínima trama de After Life, en definitiva, termina construyéndose a partir de esos encuentros. Tony necesita tiempo para sacarse de encima los demonios de la autodestrucción y recuperar el aliento vital. Mientras tanto, se concede ese mismo tiempo para mostrar algunas de las peores manifestaciones del género humano y poner en duda las posibilidades de redención. Hasta que aparezca algún indicio que nos indica que la salida es posible.
Los millones de televidentes (más de 100, según diferentes fuentes) que le dieron a After Life un extraordinario éxito en el Reino Unido avalaron incondicionalmente de principio a fin las elecciones creativas de Gervais. Buena parte de la crítica británica, en cambio, cuestionó desde el principio la reiteración de fórmulas (especialmente las referencias al duelo) y cierta manipulación emocional llevada hasta extremos peligrosos de sentimentalismo.
Es posible que en el final Gervais haya caído más de una vez en la sensiblería y que algunos personajes quedaran expuestos a más vueltas de tuerca de las necesarias para prolongar sus padecimientos. Pero al mismo tiempo nadie podrá negar que pocas series como After Life lograron momentos de emoción tan genuina para acercarse al delicadísimo tema del duelo.
Antes del conmovedor plano final, Gervais parece haber dejado a todos satisfechos. Las historias siguen abiertas y el creador de After Life, al igual que Joni Mitchell en los versos finales de “Both Sides, Now”, nos dice que siempre podemos tener ilusiones. Aunque en realidad no sepamos absolutamente nada de la vida.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nacion