El castillo Fougeret, contruido en el siglo XIV y ubicado en la comuna de Queaux, en Francia, tiene fama de ser nada menos queel más embrujado de ese país. De hecho, cada año, esta construcción, entre cuyas paredes suceden fenómenos inexplicables, es visitada por miles de turistas que desean vivir allí una experiencia paranormal.
Los visitantes de Fougeret ponen a prueba sus temores al pasar la noche en las habitaciones de la residencia, e incluso participan de sesiones de espiritismo en el lugar, con la intención de tomar contacto con entidades del más allá.
Ubicado en Queaux, a unos 380 kilómetros al sudoeste de París, el castillo más embrujado de Francia se encuentra casi oculto -desde la ruta no se ve- entre la tupida vegetación de un parque de unas 10 hectáreas, de donde emerge de pronto sobre un acantilado, con sus fachadas y torres dañadas por el paso del tiempo.
El imponente edificio, construido en los tiempos en que Francia estaba repartida en territorios de señores feudales, tiene una superficie cubierta de 1500 m² y por su estilo neogótico y su antigüedad fue catalogado como “monumento histórico francés”.
De acuerdo con la descripción que hace Michel Lafon, autor del libro Les Invisibles de Fougeret La historia del castillo más encantado de Francia, el pasado de la construcción está repleto de leyendas, pero su momento de mayor protagonismo fue cuando se utilizó como un bastión defensivo en la Guerra de los 100 años, que enfrentó a los franceses contra Inglaterra entre 1337 y 1453 (en rigor, fueron 116 años).
Experiencias paranormales
La primera en difundir las historias paranormales que ocurren en las instalaciones del castillo medieval es la historiadora Véronique Geffroy, que es, a la sazón, la propietaria de Fougeret. Ella se endeudó en grande junto a su marido para adquirir la impresionante mole del siglo XIV en 2009. El edificio se encontraba abandonado desde 1963. “Desde pequeña me encantan los castillos. Soñé con tener uno. La ocasión era demasiado buena”, cuenta la dueña de la propiedad al medio Le Parisien.
Antes de comprar Fougeret, Geffroy no era del todo escéptica respecto de los fenómenos sobrenaturales, pero les tenía una sana desconfianza. Sin embargo, desterrando sus preconceptos, ella no tardó demasiado en contarle al citado medio cómo fueron sus primeras experiencias inexplicables en los dominios del castillo.
“Acabábamos de adquirir Fougeret. Un día vine a limpiar. Al bajar de la capilla, me encontré con una sombra negra y enorme que cruzaba el vestíbulo de entrada. Estaba sola. En ese momento, estaba paralizada pero preferí ignorarlo”, narró la propietaria.
Pero su contacto con lo paranormal no terminó ahí. “Un poco más tarde, escuché la voz de una anciana que me preguntaba muy secamente qué estaba haciendo allí. Era tan improbable y claro que, paradójicamente, no lo creía”, expresó.
Pero la mujer no fue la única que vivió ese tipo de experiencias. Movimientos de objetos, ruidos, voces y apariciones también fueron denunciados por el marido de Geffroy, el agricultor Francois-Joseph y sus tres hijos. “Entonces contactamos psíquicos para entender lo que estaba pasando -relató Véronique y remató-: Y aquí es cuando nos enteramos de que Fougeret tenía una historia rica, pero también oscura. Y que allí aún pululaban antiguos ocupantes que fallecieron en el castillo. Entonces, decidimos entender lo que pasaba. Aceptarlo”.
La mujer agregó que, a la vez que descubrían las presencias fantasmales en la vivienda, al buzón del castillo le llegaban cartas para que abandonara el lugar y también, Biblias.
Noches espiritistas
Las historias espectrales de la familia Geffroy en Fougeret, difundidas por la prensa local, comenzaron a atraer curiosos. Entonces, ante la llegada de solicitudes para visitar el lugar, al matrimonio se le ocurrió organizar allí noches espiritistas, donde diversos oradores -médiums, numerólogos, adivinos- supervisan y ayudan a los grupos a comunicarse, mediante la tabla Ouija, con otros planos más allá del terrenal.
Es así que, cada año, entre los meses de mayo y octubre, unos 5000 visitantes llegan al castillo. Allí pueden recorrer el lugar, participar en las sesiones para contactar espíritus por un precio que va de los 75 a 115 euros la noche (85 a 130 dólares), y hasta quedarse a dormir en el lugar por unos 100 euros (115 dólares).
Las habitaciones de Fougeret están iluminadas con una débil luz que entra por las ventanas del lugar, y están decoradas con objetos antiguos e innumerables pinturas de siglos atrás. En los diversos cuartos se forman laberintos de sillas y muebles antiguos de madera, y todos tienen una decoración demasiado cargada. Muñecas, velas y amuletos de todo tipo terminan de crear en los ambientes una atmósfera inquietante, sutilmente terrorífica.
“No conozco nada del mundo paranormal, pero he visto videos de YouTube. Quería probar, descubrir. No tengo ninguna expectativa en particular, si suceden cosas, está bien”, dijo David, turista de Fougeret proveniente de Ruan, al medio Ouest France. “Teníamos ganas de ver el edificio en sí, conocer su historia. Lo paranormal es realmente un extra. Tenemos curiosidad por ver qué sucederá”, señalaron al mismo medio, por su parte, Axelen y Kevin, que llegaron a Queaux desde La Rochelle.
Voces de niña, siluetas espeluznantes, objetos que se mueven
Aparentemente, según testimonios de las personas que se animaron a ingresar al castillo, no es infrecuente toparse allí con fenómenos, por lo menos, difíciles de explicar. Pequeños objetos que caen sin intervención humana, sillas y mesas de luz que se mueven solas, la voz de una niña que pregunta: “¿Quién sos?” a los visitantes, que incluso han podido grabarla, son algunos de los hechos que aseguran haber presenciado los que pasan la noche en Fougeret, y que hacen que se acreciente su fama de ser el lugar más embrujado de Francia.
Se suma eso las imágenes nebulosas pero desconcertantes que aparecen en las fotos que toman los que pisan el castillo, en las se ven rostros distorsionados por un humo grisáceo, una sombra negra en un pasillo, o la silueta espeluznante de un hombre con atuendos antiguos que se encuentra semiescondida en una de las torres de vigilancia de la construcción.
Por supuesto que en Francia, como en el resto del mundo, existe gente que descree por completo que puedan existir cualquier tipo de fenómenos paranormales. Y así llegan a Véronique Geffroy todo tipo de críticas por su actividad como anfitriona de un turismo que explota lo sobrenatural.
“La gente me llama mentirosa, lo sé. Pero no estoy obligando a nadie a venir aquí. Si yo fuera la única en experimentar estas cosas, uno podría preguntarse si se están haciendo las cosas bien. Pero son grupos enteros los que experimentan los mismos fenómenos, al mismo tiempo”, se defendió la señora Geffroy en Le Parisien.
Una noche en Fougeret
Por su parte, el propio Michel Lafon, autor del libro sobre “los invisibles” de Fougeret, narró su propia experiencia de pasar la noche en dicho lugar. “Durante esta noche, ¿vimos fantasmas? -escribió-. La respuesta es: ‘No’. Pero algunos elementos llamaron nuestra atención: espadas que caen, un dispositivo de campo electromagnético que se enciende, el reloj de nuestro fotógrafo que dio una vuelta. Fenómenos paranormales o simples coincidencias. Queda la duda”.
En cuanto al resto de los visitantes del castillo que pasaron la noche junto a él, Lafon expresó que algunos “estaban encantados” y “contaron con gusto los ruidos que escucharon y las presencias que sintieron”. Otros, según el mismo relato, “se iban desilusionados, dubitativos”. De todas formas, siempre de acuerdo con el autor, todos se fueron felices por haber experimentado por unas horas lo que es la vida en un edificio medieval.
Por supuesto, el libro sobre los hechos inexplicables que ocurren en el castillo más embrujado de Francia cuenta con el vital aporte de la propia Véronique Geffroy, que explicó el por qué de su participación en dicho material. “Con todo lo que nos ha pasado aquí necesitaba dar un testimonio preciso, detallado. También es para mí una forma de catarsis, porque vivir con personas invisibles no es fácil”, confesó la mujer, con una sonrisa.
Fuente: La Nación