Largos minutos en apnea a decenas de metros bajo el agua, caminando tranquilamente sobre el lecho de los mares del sudeste asiático como si estuviera en tierra, y cazando peces con arpones. “Esa es mi rutina diaria desde que tengo diez años. Lo aprendí de mis padres y de mis ancestros para colaborar en la alimentación familiar”, contó Madsin Ilu, de 23 años, en una entrevista con LA NACION.
En las redes hay varios videos y reportajes sobre esta tradicional habilidad de la tribu de los bajau, en Filipinas, que pueden permanecer hasta 13 minutos en apnea. Pero la genetista norteamericana Melissa Ilardo, del Centro de Geogenética de la Universidad de Copenhague, dirigió una investigación que tuvo un hallazgo sorprendente: “No se trata solamente de una cuestión de entrenamiento, sino de una mutación genética que tuvieron los bajau a lo largo de unos miles de años y por la cual se adaptaron fisiológicamente para el buceo y la hipoxia”, afirmó la especialista en una entrevista.
Hay otros grupos sociales, como los habitantes de los Andes sudamericanos, por ejemplo, que sobreviven con menores niveles de oxígeno gracias a una mayor cantidad de glóbulos rojos en sangre. Pero esa es una condición que cualquier persona que se aclimata a la altura puede adquirir en cuestión de días. Sin embargo, la doctora Ilardo descubrió que los bajau tienen desde su nacimiento una condición física diferente al resto de los humanos. Su bazo es considerablemente más grande, concretamente hasta un 50 % más grande que, por ejemplo, el de las tribus vecinas que habitan en tierra.
Y precisamente el bazo actúa como un almacén de glóbulos rojos que transportan oxígeno. Cuando los mamíferos contienen la respiración, el bazo se contrae, expulsando esas células y aumentando los niveles de oxígeno hasta en un 10%.
Así los bajau, una tribu apodada “los nómadas del mar”, lanzados a la vida acuática hace miles de años luego de haber sido perseguidos por otras tribus en tierra, desarrollaron esta mutación genética a lo largo de generaciones como una forma de adaptación a un entorno natural inviable para la vida humana -como es el mundo submarino-, y ahora conviven en integración con ese ambiente.
El hallazgo de la doctora Ilardo podría tener además aplicaciones médicas para el tratamiento de algunas enfermedades. Por lo pronto, para los bajau, el buceo es su única forma de subsistencia.
“El buceo fue toda mi vida mi labor diaria para comer, como es el trabajo de la tierra para un campesino. Así que aún a mi edad paso unas nueve horas en el mar. Si no buceo, no hay comida”, contó Panyung Adjulani, de 65 años a LA NACION en otra de las entrevistas realizadas gracias a Alfonso Jamhali y Charis Selene Tubiano, que oficiaron de intérpretes desde la provincia filipina de Tawi-Tawi, en el sur del país.
Ilardo tenía una hipótesis para su estudio publicado en la revista científica Cell hace casi cuatro años. Sabía que las focas tienen un bazo grande y que, cuando se sumergen, ese órgano se contrae y expulsa los glóbulos rojos que tiene almacenados para proporcionarle al animal una reserva adicional de oxígeno. Esta contracción del bazo forma parte del reflejo de inmersión de los mamíferos. Tal vez, pensó Ilardo, los bajau también tenían un bazo grande, como las focas.
Con esa hipótesis, la genetista viajó a Filipinas y estudió a 59 buceadores voluntarios y comparó los resultados con los de una tribu vecina de las islas Celebes de Indonesia, afincados en tierra firme. La investigación mostró que el tamaño promedio del bazo de los bajau era de 170 cm3 (y en algunos casos llegaba hasta los 280 cm3), mientras que en los pobladores de tierra firme la media era de 110 cm3.
Además, un análisis de los genomas de ambos grupos mostró que hay algunos genes que evolucionaron de manera acelerada entre los bajau, posiblemente para facilitar las sumersiones prolongadas. Entre otros, mencionó el gen PDE10A, que regula la liberación de hormonas tiroideas relacionadas con el tamaño del bazo, y el gen FAM178B que influye en el nivel de dióxido de carbono en la sangre. Este gen permite a los bajau mantenerse activos con bajos niveles de oxígeno, y facilita sus sumersiones.
“Nómades del mar”
Como “nómades del mar”, los bajau no suelen tener un lugar fijo de residencia. Históricamente sus viviendas eran lanchas veleras de madera, llamadas “lepas”, en las que vivía toda la familia y con las que se trasladaban por los mares del archipiélago malayo, desde Filipinas hasta Indonesia o Malasia a la búsqueda de las mejores zonas de pesca. Pero el cambio climático está modificando sus costumbres.
“Desde hace unos veinte años mis padres decidieron vivir en la costa. Con los cambios del clima, las tormentas son cada vez más fuertes y entonces puede ser muy peligroso estar en el medio del mar dentro de una lepa”, afirmó Madsin.
A mitad de camino entre la vida en el mar y la tierra firme, muchas de las viviendas de los bajau están construidas así sobre pilotes enterrados en el lecho marino junto a la costa. Pero el mar sigue rigiendo de tal manera sus vidas que, por ejemplo, les resulta más habitual saber la hora por las mareas que mirando un reloj.
A sus 65 años, para Panyung la rutina de buceo comienza temprano, alrededor de las seis de la mañana, cuando acondiciona su bote, arpón, patas de rana artesanales de madera, antiparras y comida para todo el día. “Mi papá siempre me hablaba de los riesgos del mar y de preparar bien cada salida. No soy de rezar, pero nunca salgo si hay algún mal presagio o alguna señal de tormentas”.
“Por mi edad, trato de no ir solo a bucear. Algún hijo siempre me aguarda en el bote o se sumerge conmigo”, señaló.
Ya en el mar, Panyung se relaja, toma su última respiración y se deja caer hacia el fondo, varias decenas de metros. Cuando toca el lecho marino con los pies, comienza a caminar agitando suavemente sus manos hacia los costados para avanzar. Con la mirada afilada, luego de varias décadas de realizar la misma tarea, busca entre las rocas y las algas peces para la alimentación familiar, erizos de mar y caracoles valiosos, que luego puede vender en el mercado del pueblo en Sanga-Sanga. Los minutos pasan y Payung sigue caminando sobre el lecho oceánico, relajado, buscando su presa. La caminata concluye cuando lanza la flecha del arpón hacia un pez y sube a la superficie para colocarlo en la barca. Luego de algunos minutos de relajación, vuelve a sumergirse. Así es su jornada laboral todos los días desde que era pequeño.
“No soy de rezar antes de sumergirme”, repitió Panyung. Pero luego agregó: “Pero no dejo de agradecer al Todopoderoso cada vez que la cosecha es abundante”.
Para la doctora Ilardo, esta habilidad para el buceo desarrollada naturalmente por los bajau, tiene también implicaciones para la medicina. “Además de enseñarnos sobre el funcionamiento de la fisiología humana, nos puede ayudar a encontrar la vía para tratar algunas enfermedades. Si los bajau encontraron biológicamente una manera de manejar mejor los desafíos de vivir con bajos niveles de oxígeno, esto podría inspirar, por ejemplo, un tratamiento para las personas que padecen hipoxemia crónica como la EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Por eso, ya hay investigadores que están trabajando para traducir los conocimientos que aportan estas poblaciones especiales en tratamientos clínicos”.
Fuente: Rubén Guillemí, La Nación