La cineasta italiana Lina Wertmüller, fallecida este jueves en Roma a los 93 años, apareció como una tromba a principios de la década de 1960, cuando en el cine de su país solo había directores hombres.
Entre sus méritos figura haber lanzado a Giancarlo Giannini como inevitable continuador de los intérpretes de la comedia “alla italiana” y haber sido la primera mujer candidata a un Oscar por “Pascualino Siete Bellezas”, en 1977.
Había nacido en la capital italiana el 14 de agosto de 1928, en una familia acomodada de orígenes suizos, y por eso se caracterizó por una pronunciación de su idioma natal con fuertes influencias germanas; en su juventud estudió teatro y dirigió una compañía de títeres.
Su primer vínculo con el cine fue como asistente de dirección de Federico Fellini en “8 y medio” (1963) y ese mismo año debutó como directora con “Los zánganos”, una visión un tanto desabrida de la vida juvenil en el sur de Italia, muy lejos de su aparente modelo “Los inútiles”, de Fellini, rodada una década antes.
Curiosamente, Wertmüller se convirtió a partir de aquel título en una figura venerada por la crítica estadounidense, particularmente la de Nueva York, aunque ella misma se ocupó en desdeñar que eso sucediera por ser mujer.
“Me pondría triste si así fuera -declaró a un diario de su país-; mantengo una relación reservada con el feminismo, hay muchos postulados que no comparto, aunque entienda una ruptura con la sociedad patriarcal. Pero no creo, sinceramente, que el problema de las mujeres pueda sintetizarse en ‘el clítoris o lo otro’; el ser humano es el ser humano y no me importa de qué sexo seas. Lo que importa es que existe una forma de organización social que evita la igualdad del hombre y la mujer”. Fue hace más de cuatro décadas.
Su cine se caracterizó por echar raíz en la comedia “alla italiana” aunque profundizando su carácter político y aun ingresando en un grotesco tan afilado como lleno de localismos, aunque primero tuvo que acceder a títulos livianos como “Hablemos de hombres” (1965), con Nino Manfredi, y hasta el pastiche “No molesten al mosquito” (1967), al servicio de la cantante de moda Rita Pavone.
En ese título aparecían en segundo término Giulietta Masina, esposa de Fellini en la vida real, y Giancarlo Giannini, quien venía de la televisión y desde entonces se convirtió en su preferido: en “Mimí metalúrgico, herido en el honor” (1972) lo transformó en un obrero inocente y machista, vagamente vinculado a la mafia, que se cruza con una militante comunista (Mariangela Melato) que no solo lo enamora sino que le muestra un mundo hasta el momento inimaginado.
Su segundo trabajo fue en “Amor y anarquía” (1973), un título aún muy disfrutable en que Giannini es un campesino anarquista que llega a Roma para asesinar a Benito Mussolini y debe refugiarse en un prostíbulo en el que trabaja una “prima” (Melato) y que originalmente se llamó “Film d’amore e d’anarchia, ovvero: stamattina alle 10, in via dei Fiori, nella nota casa di tolleranza…”.
Los títulos originales largos fueron una característica de la cineasta, al punto de que debían ser acortados o modificados para ser exhibidos en otros países: “Il fine del mondo nel nostro solito letto in una notte piena di pioggia” (1978) fue retitulado “Noche de lluvia”, y “Fatto di sangue nel comune di Comitini fue due uomini per causa di una vedova; si sospettano moventi politici” (1978), con Giannini más Sophia Loren y Marcello Mastroianni, se transformó aquí en “Amor, muerte, tarantela y vino”.
Más temprano, en 1975, había llegado “Pascualino Siete Bellezas”, con Giannini y Fernando Rey dentro de un elenco multinacional, en la que vuelven los temas del lumpen, las prostitución y el fascismo, y en la que el antihéroe de Giannini debe seducir a una imposible jefa de campo de concentración (Shirley Stoler) superando todo prejuicio y repugnancia.
El filme fue candidato a los Premios Oscar en las categorías de Mejor actor, Mejor dirección, Mejor película extranjera y Mejor guion original y su mezcla de política y humor peninsular –a veces muy grueso- hizo de Wertmüler una de las cineastas más afines al gusto de la platea argentina, que fuera de las salas vivía en esos años su sangrienta dictadura cívico-militar.
Otros títulos fueron “Insólito destino” (1974), con Giannini y Melato -en el original “Travolti da un insolito destino nell’azzurro mare d’agosto”- y “Obsesionado por anómala pasión” (1980), con Enrico Montesano y una bella y promisoria actriz, Veronica Lario, que truncó su carrera cinematográfica para casarse con el magnate Silvio Berlusconi.
También figuraron “Camorra” (1985), titulada en su versión original “Un complicato intrigo di donne, vicoli e delitti”, con Angela Molina, Harvey Keitel y Francisco Rabal, “Noche de verano” (1986), originalmente “Notte d’estate con profilo greco, occhi a mandorla e odore di basilico”, con Melato y Michele Placido, la fallida “Francesca” (2001), con Giannini y Loren, y “Demasiado amor” (2004), con Loren, F. Murray Abraham y la española Silvia Abascal.
Gracias a esa trayectoria, Wertmüler recibió un premio de honor en el Festival de Venecia y en 2020 un Oscar honorífico de la Academia de Hollywood, acompañada por su hija Maria Zulima y de manos de Sophia Loren; en la oportunidad y dando muestra de su ironía, la creadora propuso poner un nombre femenino al tradicional galardón.
Fuente: Télam