El cantor Roberto Chalean sobre el escenario del Marabú
Buenos Aires, a finales de la década del 30. El hombre, decidido a ir por todo, bajó las escaleras del cabaret Marabú. Miró entre el humo de los cigarrillos y las parejas que bailaban tango en el subsuelo de la calle Maipú al 300 hasta que halló a la mujer que buscaba. Ella era, como se decía entonces, una copera. Vestía, para ser identificada como tal, de satén blanco. La tomó de mala manera del brazo y comenzó a arrastrarla hacia la calle. Un grupo intentó detenerlo. Entonces, desencajado, metió su mano en el bolsillo. Los parroquianos que saltaron para defender a la chica se detuvieron en seco, previendo que extraería un arma. Sin embargo, lo que blandió en lo alto fue una libreta de matrimonio. ‘Esta es mi mujer’, gritó con inconfundible tonada cordobesa. Eran otras épocas, y todos vieron en ese documento el derecho del marido a disponer a su antojo de su esposa. La pareja se perdió en la noche. Pero en aquel subsuelo humeante, donde la crema porteña se mezclaba con la clase media que aspiraba a más junto a un cúmulo de nombres de la cultura y el deporte, otro hombre, al enterarse del altercado, quedó rumiando penas. Era uno de los mozos, que vivía un romance apasionado con la chica. Desde otra mesa, mirando todo lo que sucedía, el poeta José María Contursi tomaba nota.
La historia se completó cuando el mozo -que también era cordobés- viajó a su provincia natal para recuperarla, convencido por sus compañeros y no pocos habitués. Había pasado el tiempo, y cuando se encontraron ya nada era lo mismo. La relación se había enfriado. Regresó a Buenos Aires y al Marabú con el alma vacía. El nombre de los protagonistas se esfumó como su amor. Pero para la pluma de Contursi, en cambio, la aventura recién comenzaba. De esa noche y el fallido reencuentro, más la música de Pedro Laurenz, nació uno de los mejores tangos de la historia: Como dos extraños.
El breve escenario del Marabú sigue en el mismo lugar. Sobre él, un flamante piano todavía lleva adherido el plástico con que fue embalado. Indica que algo nuevo sucede en el viejo cabaret. Nada menos que su renacimiento. A la historia de Contursi la refieren Silvina Damiani, la encargada del reducto tanguero y el santiagueño Carlos Copello (70), uno de los mejores bailarines de tango, con credenciales de temporadas en Broadway con Tango Argentino y Forever Tango, giras por el mundo junto a la orquesta de Mariano Mores, y apariciones en la película Assassination Tango de la mano de su amigo Robert Duvall.
Curioso nombre lleva Marabú: es un ave carroñera africana, de poderoso pico. Las chicas que trabajaban en él cuando se fundó solían lucir boas de plumas en su cuello. A esas plumas se las llama “marabú”. Hoy, dentro del salón nadie presta atención a otra cosa que dejar todo preparado para el 11 de diciembre, cuando reabra sus puertas con un show de la Orquesta Sans Souci, la voz del Chino Laborde y una exhibición de los bailarines Moira Castellanos y Javier Rodríguez. No es una fecha elegida al azar: se trata del Día Nacional del Tango, que conmemora el nacimiento de Carlos Gardel. Y como la vida es una cadena de hechos, 1935 enlaza a ambos: fue el año de la muerte del Zorzal Criollo y el del nacimiento del Marabú. Sin dudas, de no haber fallecido en el accidente aéreo de Medellín, Gardel habría cantado aquí, en lo que Copello llama “el templo”.
EDMUNDO RIVERO – RECUERDOS DEL MARABÚ – ATC – 1982 – EN VIVOSi bien no tuvo a Gardel, el cabaret -meca de los años de oro del tango- abrió sus puertas con la voz de Francisco Fiorentino, el primer cantor de orquesta. “El Marabú es anterior al Obelisco, tiene un sentido inaugural muy grande -hace memoria Silvina-. Desde que comenzó a funcionar, su tradición no paró. Antes de Fiorentino, los cantores de orquesta eran sólo estribillistas. Acá, por ejemplo, se conocieron Discépolo y Mariano Mores, que luego estrenaron sobre este escenario el tango Uno en la voz de Tania. La gente venía a ver los mejores espectáculos. Podías tener una apertura con jazz, porque tocaba Oscar Alemán, que vivía en este edificio. O tomabas un copetín y escuchabas a Aníbal Troilo con Goyeneche…”.
Copello añade que la noche porteña “era como River y Boca. Si eras de River, jugabas siempre ahí. Cuando Floreal Ruiz pasó de la orquesta de Biagi a la de Troilo, por ejemplo, se armó quilombo… Precisamente Troilo está identificado con el Marabú, como D’Arienzo con el Chantecler”.
La entrada de Maipú 365: el Marabú en la década del 40
“Lo que tuvo Marabú fue una trascendencia mucho más extensa -suma Silvina- . Di Sarli, que para los milongueros es un prócer, estaba tan cómodo que se hizo traer acá el piano de su casa, por ejemplo… Por supuesto, nadie más lo podía tocar. En forma sostenida, fue el que más tiempo tocó acá”.
En esa época, la “movida porteña” pasaba por la zona aledaña al Obelisco. “Era el circuito, del Obelisco un poquito para acá y un poquito para allá. Mirá, Troilo vivía bien en el centro, y se mudó a la avenida Belgrano. Era acá nomás, a diez cuadras, pero según cuenta el nieto de Zita, su esposa, se deprimió. Dice que Zita le preguntó: ¿qué te pasa Buda? Y Troilo le respondió: ‘Extraño Buenos Aires’”, repasa Damiani.
El ambiente que nutría al cabaret era heterogéneo. Había deportistas (los integrantes de La Máquina de River eran habitués), políticos, y toda la bohemia se reunía en sus mesas. Las anécdotas que desgrana Copello se acumulan: “Una vuelta, Troilo lleva despierto tres o cuatro días seguidos, ¿entendés? Se quedó acá. En un momento la ve a su señora parada frente del escenario y dice: ‘Este tango va dedicado a mi señora esposa’. La respuesta de Zita fue un estruendoso insulto. Y Pichuco, arrancando, dijo ‘por eso lo vamos a tocar’”. Silvina recuerda, un poco más acá en el tiempo, las presentaciones de Hugo del Carril, donde le pedían que cantara la marcha peronista, que había grabado, y se rehusaba hasta el final porque “ustedes quieren que empiece por el postre”.
La época oscura: en el año 2000, el cartel de alquiler
En la larga barra que se pone a punto como el salón, descolló uno de los más grandes barman argentinos de toda la historia, Manolete. Sus tragos insignia eran dos: el Berlín 1945, hecho en homenaje a los aliados que derrotaron al nazismo: en un vaso refrescado con mucho hielo tenía una mezcla -en partes iguales- de gin inglés, cognac francés, bourbon norteamericano y vodka ruso, con una rodaja de naranja y una cereza; y el Medias de Seda, que llevaba pisco, crema de cacao, azúcar y crema de leche. La idea es regresar a esos gloriosos sabores “con una carta de tragos y platos de la cocina argentina y porteña”, explica Silvina.
El Marabú fue perdiendo su esencia a medida que el tango fue decayendo en desmedro de otros ritmos. No fue casual que a comienzos de la década del ‘80 tocara Soda Stereo en uno de sus primeros conciertos. Poco después, en el ‘86, cerró sus puertas y se convirtió en Halley, un templo también, pero del heavy metal.
Silvina Damiani, la encargada del nuevo Marabú y Carlos Copello, legendario bailarín de tango que llevará adelante la Tango Escuela que abrirá todas las tardes Foto: Gustavo Gavotti
En el 2017 reabrió como milonga. Pero el obligado parate por la pandemia fue una oportunidad para ponerlo en valor. “El salón siempre fue igual. Sólo se cambió un poco la entrada. El piso de damero estaba, incluso lo nombró Zeta Bosio en alguna entrevista. Lo que recuperamos fue el vitral del cielorraso y la esencia art decó. También nos preocupamos por instalar una buena técnica para que los músicos y el público puedan escuchar bien. O que los bailarines, cuando den una exhibición, encuentren al lugar como propio”, explica Damiani.
Copello, que tendrá a su cargo el Tango Escuela, enumera que “habrá clases todas las tardes.También enseñarán Nito y Elba, una matrimonio grande que los alumnos adoran, dos cracks. Son representantes del tango salón. Queremos que sea un semillero de bailarines y artistas. Y que a la noche se pueda vivir la experiencia del tango social, venir a tomar una copa o a bailar”.
La preparación para la apertura, que tendrá lugar el 11 de diciembre, Día del Tango
Detrás de toda la movida del nuevo Marabú hay una fundación norteamericana llamada The Tango Foundation, con sede en Nueva York y presidida por Joe Fish. “Es un filántropo -cuenta Silvina-. En uno de sus viajes descubrió el tango, se fascinó y hoy vive para nuestra música. Para que te des una idea, va manejando por Broadaway y escucha a Canaro en el auto a todo volumen. A través de esta fundación patrocinó varios documentales y discos. Y llevan adelante el Stowe Tango Music Festival, en Vermont, el más importante de los Estados Unidos. El director es Héctor del Curto, que fue bandoneonista de la orquesta de Pugliese. Haber salvado al Marabú y perseverado para que el tango siguiera en este lugar para que no se convirtiera en cualquier cosa ya es bastante”.
Copello, que gastó mucha suela en el baile y otra tanta llevando la danza porteña por el mundo, concluye: “Acá tendría que venir el ministro de Cultura. Hay mucha gente en Buenos Aires que no conoce lo que es el Marabú. Y deberían saberlo: es una institución porteña”.
Fuente: Infobae