Conocemos gente que habla poco. Que prefiere el silencio. Que compensa la ausencia de palabras con gestos y actitudes agradables, amistosos. Esa gente no pasa inadvertida, cae bien. Quizás porque sin saberlo, echa mano del abanico de recursos que propone el lenguaje no verbal. Simpatía, buen humor, sensibilidad para captar las necesidades ajenas, discreción…
Y están quienes se sienten incómodos por ser parcos. A ellas/os, les sugiero apelar a las bondades que ofrecen la calidez, la solidaridad, la sonrisa o la ternura. Si las ponen en práctica, el tema que les preocupa pasará a un segundo o tercer plano. De veras.
Hay personas de pocas palabras. Más bien, calladas. Y no siempre sucede porque han leído escasamente o porque les falta vocabulario, definición reiterada que, en algunos casos, no se ajusta a la verdad.
Puede tratarse de gente tímida, incapaz de abrir la boca si desconoce el tema, más propensa a escuchar (una rareza en estos tiempos) y también porque ignora que dispone de recursos efectivos del lenguaje no verbal a los cuales apelar.
La comunicación es lo suficientemente amplia como para reducirla sólo a la palabra, pese a su enorme poder. Mostrarse agradable, participativa/o, sonreir, compensan la cortedad verbal.
Todos conocemos a alguien que nos cae bien, amable, querible y no es, precisamente, por ser locuaz. De esa mujer o de ese hombre, nos gusta su discreción, su sensibilidad para darse cuenta si conviene permanecer o retirarse, su disponibilidad para colaborar. En fin: su presencia no pasa inadvertida.
Acompañar
A propósito de este tema, sobre todo en circunstancias delicadas, tristes o dolorosas, algunos de los que se ofrecen con la mejor voluntad, suelen confundir acompañamiento con conversación. Hablan, hablan, dan consejos, se vuelven autorreferenciales… Total que aturden a quien necesita sentirse acompañado en silencio.
En estas circunstancias el silencio es muy valorado y quien acompaña debe recordar que su principal tarea es de entrega. Ofrecerse como sostén, dar un abrazo, acercar un vaso de agua o un café, mantener la escucha atenta si es requerida. Toda esa batería de gestos y de actitudes expresan: acá estoy, contá conmigo. A diferencia de las agradecidas palabras de consuelo, porque nunca alcanzan.
Buen humor y sonrisas
El sentido del humor, tener gracia, reir, son verdaderas fortalezas que colaboran para mantener una comunicación más fluída. Apelamos tanto a la palabra (muy poderosa, claro), que descuidamos otras herramientas propias del lenguaje gestual. Actitudes y conductas funcionan como nuestro identikit.
Aprender a reirse de una misma, de uno mismo, cultivar el buen humor, ser capaz de improvisar una broma para dar vuelta cualquier situación ríspida, constituyen un auténtico triunfo personal. Síntoma de crecimiento.
Comunicamos todo el tiempo. Somos usinas de información. El problema reside en la dificultad para registrarnos.
Quiero que contestes mi pregunta y no veo que me estás respondiendo con todo tu cuerpo.
Necesito saber qué te pasa y me lo estás contando con el temblor de tu cara, la mirada huidiza. Sin embargo, no te registro.
“La caricia es un lenguaje, si tus caricias me hablan no quisiera que se callen.” (Informe sobre caricias. Mario Benedetti).
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación
Talleres Online y por Videollamada
Propongo encuentros individuales, aptos para todo público, a quienes desean mejorar su capacidad de comunicarse de un modo efectivo y no violento.
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