En Esquel, Casa Los Vascos sigue firme desde 1926 en manos de los hermanos Valbuena con la atención personalizada como marca registrada. Está por cumplir 100 años.
“Esto es un ramos generales completo, con todos los rubros de verdad. En el corralón tenemos 30 toneladas de hierro y en el salón vendemos medias Cocot”, explica Ángel “Lito” Valbuena desde su oficina en la planta alta del emblemático local de 9 de Julio y 25 de Mayo, una esquina nostálgica en pleno centro de Esquel que funciona como túnel del tiempo. A los 88 años, junto con su querida hermana Ema, de 85, sigue monitoreando la diaria de la tienda y conoce de memoria cada producto, desde los clavos hasta los sombreros Lagomarsino, uno de sus artículos premium.
Su padre, Ángel Valbuena, un español oriundo de León, llegó al país en 1919 y fundó esta casa en 1926, de la mano de Marcial de La Vega. La bautizaron así porque entonces en la zona había más vascos que leoneses. “Cuestión de marketing”, confiesa Ema, única mujer de los tres hijos del fundador.
Los Vascos está cerca de cumplir un siglo de vida y su fórmula es casi la misma que antaño: una enorme e impecable tienda departamental a la vieja usanza, con secciones de ropa para mujeres, hombres y niños, maniquíes y mostradores de madera maciza con vitrinas agrupadas por rubros: almacén, talabartería, perfumería, productos de limpieza, telas, ferretería y bazar.
Detrás de cada mostrador atiende un empleado, como Benjamín Millán, desde hace 15 años, o la cajera, Élida Manquillán, desde hace 25. Gabriela, la “empaquetadora”, es otra de las históricas empleadas. Se ocupa de preparar los regalos, ponerles el moño y embolsarlos. Lo hace con una dedicación pocas veces vista. Se toma el tiempo para elegir el papel especial para cada regalo, lo corta a la medida exacta y al final le da el toque de gracia: saca la tijera y le hace unos rulos al moño. Algunos clientes aprecian el gesto, mientras que otros “le sacan el paquete de las manos”, cuenta Ángel; segun él, “los clientes de hoy no tienen mucha paciencia”.
Hasta hace poco, la contabilidad se llevaba a mano, con lápiz y papel, y tenían esos enormes libros para pasar el IVA. Pero la cantidad de productos que manejan los obligó a contratar a un contador y digitalizar el sistema. “Ahora es todo computarizado”, dice Ángel, aunque confiesa que él extraña el papel.
“El desafío es mantener la esencia del negocio y el espíritu de los fundadores, esos valores de conocer al cliente que hoy están tan de moda en el marketing, acá se practican desde siempre”, sostiene Alejandro Del Valle, el actual gerente de la tienda, la nueva generación que hace de puente entre los proveedores, los clientes y los siempre atentos hermanos Valbuena.
La atención personalizada, un servicio casi en extinción, es la marca registrada de Los Vascos. La tienda tiene 20 empleados fijos, cada uno atiende y tiene la expertise de su sección, aunque de vez en cuando también rotan para ir familiarizándose con otros rubros.
Son tantos los productos del inventario que a veces ni ellos saben lo que esconden esos estantes. Por ejemplo, algunos clientes van a buscar repuestos de artefactos antiguos, como cocinas de hace 20 años, que ya no se fabrican, porque saben que en Los Vascos “hay todo lo que se necesita”.
Además de las marcas comerciales, entre los miles de objetos se puede encontrar vajilla de porcelana Tsuji, camisas Cattorini, perfumes, cacerolas y pavas metálicas importadas y zapatos de calidad. Las prendas de campo (bombachas, pantalones de corderoy) siguen siendo un punto destacado desde el origen –cuando el grueso de los clientes eran trabajadores rurales de la estancias patagónicas–, al igual que los famosos “cajones de clavos”, con una variedad inaudita.
Gracias al almacén y la ferretería fueron considerados “esenciales”, por lo que jamás cerraron desde el inicio de la pandemia. “Pensábamos que con las casas especializadas íbamos a ir sucumbiendo, pero sobrevivimos a todo”, reflexiona Ángel, sin esconder el orgullo.
Los Valbuena reconocen que hoy la competencia es tan grande, que cada vez tienen que agregar más artículos y surtir la mercadería para seguir atrayendo a la clientela, tanto locales como turistas que también entran a curiosear y sacar fotos.
Una de las tradiciones que mantienen intacta es la de cerrar los sábados a la tarde (y los domingos), aunque los otros comercios de la zona sigan abiertos. “Lo que nos falta es trabajar los fines de semana”, dice Ángel entre risas.
Fuente: Cintia Colangelo , La Nación.