«Quiero que todos los argentinos y quienes visitan nuestro país puedan disfrutar de su obra. Mi abuelo pintó al hombre de campo en un intento de enaltecer su figura y que hoy su obra esté mal conservada, que sea inaccesible o que tenga que competir con otros atractivos turísticos es triste y desafortunado para su legado», advierte Gonzalo Giménez Molina, el único nieto del artista.
Creador de paisajes bucólicos de la Pampa, escenas de pulpería y de gauchos como Tiléforo Areco, en verdad, Molina Campos nació en la ciudad de Buenos Aires en 1891 y su obra trasciende la localía de la llanura. Las tiradas de almanaques para Alpargatas que comenzaron en 1930 implicaron la impresión de 18 millones de láminas, lo que generó una circulación inaudita de su obra y le dio a muchos la posibilidad de disfrutar de piezas de arte que, aún no siendo originales, vio nacer un tipo de coleccionismo que se denominó «la pinacoteca de los pobres».
Tras la muerte del artista en 1959, se estableció que los derechos autorales (porque no había obras en la sucesión) se dividieran en tres tercios: la madre de Gonzalo Giménez Molina, la abuela y un tercio para la segunda mujer, quien figura como cónyuge y fue quien cedió sus derechos hereditarios a la Fundación Molina Campos, creada en 1969. En el estatuto, los socios fundadores establecieron que en caso de disolución de la institución, las obras fueran entregadas al Museo de Bellas Artes.
La Fundación hoy reúne obras donadas particulares, otra parte que debería pertenecer al acervo hereditario y 42 cuadros donados por un coleccionista norteamericano y aspira a que la obra del artista se exhiba en el Museo de San Antonio de Areco, algo que para el nieto del artista es un sinsentido. Gonzalo Giménez Molina no tiene obras de su abuelo, ni manejo ni decisión sobre qué hace la institución, pero aspira a que esas obras reunidas puedan exhibirse con un criterio público y cultural más masivo.
El nieto del artista, único descendiente directo, explica por qué considera que hoy está en riesgo aquel alcance popular que supo tener la obra: «Se suele decir que Molina Campos pintó `la pinacoteca de los pobres´, pero para que eso hoy sea real, su obra tiene que ser accesible para el gran público otra vez». Por eso, emprendió una suerte de campaña para clarificar un entramado de ordenanzas y proyectos de declaración para protección del patrimonio que, aunque bien intencionado, impide que hoy las obras se puedan exhibir en el Museo Nacional de Bellas Artes y que, según él, en definitiva pone en riesgo su preservación material.
Para explicar su postura, Giménez Molina reivindica la condición de porteño de su abuelo, un dato biográfico que también permite entender las particularidades de la obra del artista. «Mi abuelo nació, pintó y enseñó en la Ciudad de Buenos Aires. Justamente su identidad porteña hizo a la mirada y a la percepción que tenía del hombre de campo. Pudo reparar, con su ojo, en cuestiones que solo habilita la mirada de quien es ajeno a una realidad, el detalle que solo aprecia ese tipo de observador», analiza.
Sin embargo, gran parte de la obra hoy está en el Museo Molina Campos en el municipio de Moreno, donde el artista vivió durante una temporada en el rancho «Los Estribos» en Cascallares, el mítico lugar que visitó Walt Disney en 1941 cuando visitó la Argentina interesado en las costumbres y folclore de la región y como parte de la misión diplomática «Política del buen vecino», que impulsaba Franklin D. Roosevelt.
Las obras hoy en poder de la Fundación Molina Campos -entre las que hay pinturas, objetos personales, esculturas y bocetos infantiles del artista- están según el nieto «en serio riesgo» porque el municipio de Moreno dictó en marzo el decreto 403/21 declarando al edificio del Museo -construido en 1979- como patrimonio histórico, «basándose en infundados y argumentos erróneos». Desde el municipio, en cambio, advierten que el único objetivo de la gestión es preservar el acervo de los morenenses.
Según el nieto del artista, «si bien el objetivo del decreto municipal pareciera ser proteger el patrimonio cultural, en realidad, de prosperar, condenaría a esas 120 obras originales a terminar sus días arrumbadas en un edificio que visita muy poca gente, del que justamente fueron retiradas hace años para evitar su deterioro por humedad, iluminación inapropiada y por la carencia de sistemas de vigilancia y alarma acordes. Advierte, además, que esa ordenanza inspiró más reglamentación municipal y proyectos de ley en el Congreso Nacional y en la Legislatura bonaerense que congelan las posibilidades de que la obra circule.
Giménez Molina, abocado a la pyme familia Molina Campos Ediciones, promueve y alienta desde veinte años la creación de un espacio dedicado a su obra en la Ciudad de Buenos Aires: «Acá nació y murió mi abuelo, vivió la mayor parte de su vida, enseñó dibujo en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, integró organizaciones culturales como la Peña del Tortoni y la Orden del Tornillo, se casó, tuvo a su única hija, Hortensia «Pelusa» Molina, realizó la 1° exposición en la Rural de Palermo y en otras galerías», argumenta. Quiere, con su iniciativa, que la obra del artista -quien se atrevió a sacar su pintura del lienzo y ponerla a disposición del público en soportes masivos y no tradicionales como sus almanaques legendarios- sea más accesible.
El nieto del artista insiste, por otra parte, en que la conservación de esa cantidad de obras es compleja, muy costosa y por fuera de las posibilidades económicas de un municipio bonaerense. «Muchas de estas pinturas ya fueron restauradas y esto es algo que no se puede hacer de forma indefinida porque la obra se modifica. Por eso, es importante que estén bien resguardadas. ¿Por qué le vamos a pedir a un municipio, en esta situación económica y social que atraviesa el país, que se haga cargo de preservar estas piezas?», argumenta.
Por su parte el secretario de Cultura de Moreno, Roberto del Regno, explicó los motivos que llevaron al municipio a intervenir desde la reglamentación. «Cuando asumimos en 2020 nos acercamos a la Fundación para saber por qué el Museo estaba cerrado. Al tiempo, la propiedad se puso en venta y consideramos que era necesario proteger el acervo de los morenenses, por eso decidimos dictar esa ordenanza», señaló. Contó, además, que más allá del destino del Museo, la intendencia trabaja para poner en condiciones «Los estribos», la propiedad en la que vivió Molina Campos que ahora es parte del patrimonio municipal: «Logramos reubicar a la familia que vivía ahí y tenemos un plan para recuperar la propiedad en el corto plazo».
Al ser consultado por el destino de las obras, el funcionario municipal advirtió que ya no están en el Museo y que, según lo que informaron los integrantes de la Fundación, estarían al cuidado de la Universidad de San Martín y en un espacio con impronta comercial de San Antonio de Areco.
Con el claro interés de desentenderse del tironeo entre el municipio y la Fundación, el nieto de Molina Campos insiste en la necesidad de que esas 120 piezas puedan exhibirse en un espacio acorde al valor simbólico de la obra del artista: «Solo pretendo proteger la obra de mi abuelo, sus pinturas, para que el público presente y futuro pueda disfrutarlo».