La sobriedad del aula se altera con la presencia de Marta Minujin. Todos los colores del mundo caben en su outfit; lo demás queda reflejado en los Ray Ban que protegen su mirada. “Hola, bueno, qué tal, me encanta que estén todos aquí, los que están y los que no están, que igual sé que estarán”, son las primeras palabras —todas juntas, amarradas, como una frase sin signos de puntuación— que pronuncia la aclamada artista argentina de 78 años, símbolo de la vanguardia, que ayer, alrededor de las siete de la tarde, recibió el el doctorado Honoris Causa de la Universidad Torcuato Di Tella.
Fue en el cuarto piso del edificio ubicado en Figueroa Alcorta, frente al Monumental, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en un aula de exagerada geometría. Estuvieron presentes autoridades de la institución, artistas, estudiantes; también el ministro de Cultura de la Nación Tristán Bauer. Los aplausos cayeron como cascada frente a la creadora de obras como La Menesunda, La destrucción, Repollos, El obelisco de pan dulce, Carlos Gardel de fuego, El pago de la deuda externa, El Partenón de libros, Venus de Milo cayendo, Pago de la deuda griega a Alemania con olivas y arte, Joven helénico fragmentándose e Implosión!
El primero en tomar la palabra fue Carlos Franck, ingeniero, coleccionista y presidente del Consejo de Dirección. Contó que la aprobación del doctorado a Minujin fue “de forma unánime” y destacó que “es la primera mujer a quien damos este título, ahora que está de moda el tema del género”. También habló el rector Juan José Cruces. Eligió una serie palabras para definir a la artista agasajada: irreverencia, ambición, optimismo, empeño, innovación. “Marta conserva estas características y creo que en ese sentido nos marca un camino como sociedad que es absolutamente oportuno y repentino rescatar”, aseguró.
Pero fue Carlos Huffman, artista visual y director del Departamento de Arte de la Di Tella, quien se ocupó de profundizar en la trayectoria de Marta Minujin: “trabajó al filo de las tendencias discursivas”, fue “precursora de lo que denominamos performance”, “le aportó al movimiento pop lo popular”, hace años “alcanzó las cumbres de la legitimación y de la visibilidad” y nunca abandonó “su concepción crítica contra cualquier cosa que pretenda prescindir del arte”. Una vez entregado el diploma, el propio Huffman conversó con ella en torno a su extensa carrera que comenzó en 1959, en el Teatro Agón, y creció al calor de lo excéntrico y lo magno.
“El Instituto Di Tella siempre creyó en nosotros, en todo un grupo de gente que tenía las ideas lógicas de haber tenido veinte años en la década del sesenta”, dijo sobre los “años tremendos”: “vivir tres años en un lugar sin baño ni calefacción en París” o “dormir en el piso en New York y no tener casi para comer durante cuatro años”. “Pero hacía grandes obras que hoy son reconocidas. No podía hacer otra cosa: o morir o crear”, explica frente al auditorio compuesto por personas de colores sobrios, algunas de traje, algún vestido floreado, pero nada, absolutamente nada, como esos tonos fluo —en sus palabras: el color de su alma— que irradia su vestimenta.
(Foto: Luciano González)
“Este premio es para el futuro, para que el Nobel no sea sólo para escritores o poetas. No hay un Premio Nobel para el arte. El único que ganó un premio así fue Picasso”, dice sobre el Lenin de la Paz que el español obtuvo en 1962. “El arte plástico es demasiado, es para locos. Cuando yo hice La Menesunda salían titulares en los diarios que decían ‘¿Es loca o tarada?’ Tengo los recortes”, cuenta y agrega: “Siempre consideré que el arte estaba arriba de la política, a otro nivel, porque los artistas pueden ver el futuro y marcan un camino de creatividad: cada persona es creadora, hay que darse cuenta y también tener la fuerza de llevarlo a cabo”.
“Cada artista que se sienta genio tiene que ser genio. Me parece genial que en este momento den un premio a una mujer, ya que después vino toda la revolución de las mujeres. Cuando yo llegué a Nueva York todavía las mujeres estaban prohibidas en el Museo Whitney, tanto es así que una Whitney compró el museo para que la inviten a la Bienal. Y yo ayudé ahí a piquetear en la puerta. Pero nunca me interesó tanto eso de la mujer porque pienso que el genio no tiene sexo, está en el aire; no hay ni siquiera necesidad de señalizar que lo hizo una mujer o lo hizo un hombre: el arte no tiene sexo”, sostiene.
En el proceso de creación, siempre en contacto con lo masivo, Minujin teje sus lazos espirituales con la coyuntura. “Escucho todo el día noticias”, dice. “Antes escuchaba música clásica, ahora lo que escucho todo el tiempo mientras trabajo son noticias, noticias, noticias. Siempre pensé que los periodistas, que son tan hábiles en todo lo que hacen, también son artistas. Creo que el Honoris Causa la próxima vez debería ser para un periodista”, desliza y agrega que su interés, en referencia a la ligazón con lo masivo, siempre estuvo en “trabajar con los iletrados, los que no tienen conocimientos a través de la escuela o la universidad”.
(Foto: Luciano González)
“Lo que pasó hasta el año 65 es que a los museos, a las galerías, iba gente elegante, señoras muy bien vestidas, caballeros. Entonces cuando hicimos La Menesunda la gente hizo tanta cola que llegaba hasta la Avenida Córdoba y venían señoras con pollos en las bolsas, iban a la feria y después venían al Di Tella. Ahí el Di Tella se popularizó. Después, cuando cerró el Instituto me decían Marta Di Tella”, recuerda.
“Siempre me interesó la gente como sujeto, la masa. En ese sentido me conecto mucho con los músicos de rock. Mis grandes amigos han sido más los músicos de rock que los artistas plásticos. El artista plástico es más elitista; el músico de rock lo que quiere es contagiar a la gente. Pero vos podés ser mi nuevo amigo”, le dijo a Carlos Huffman con una sonrisa.
“Siempre me interesó la masa popular —insiste—: una señora que corre las macetas de la ventana, que las corre de lugar, o que pone un frasco ahí, ya está creando. Todos somos creadores. La vida de las personas sería mucho más interesante si se creyesen creadores. Sobre todo con buena onda”.
(Foto: Luciano González)
Sobre el final, cuando Huffman le pidió un mensaje para los jóvenes artistas, los estudiantes, comenzó diciendo: “En cierta medida el arte tiene soledad. Hay que vivir la soledad. No miren tanto las revistas de arte ni googleen, al contrario: miren para adentro y saquen lo que se tiene, que en cada persona es distinto”.
Luego da una definición categórica: “Pienso que hay muy buenos pintores y excelentes escultores pero muy pocos artistas en el mundo. El artista tiene que darse cuenta que es un genio y que tiene la obligación de materializarse como genio”.
“Yo creo que siempre fui genia, desde chica… soy”, y sonríe y los aplausos caen como una cascada. Ella está en el centro, inmutable, recibiendo el reconocimiento académico y popular —¿cuántos artistas en la historia de nuestro país lograron ese combo?— con su fluo, sus anteojos espejados y una soberbia inmaculada.
Fuente: Infobae