La aparición del carguero Lady Elizabeth en las Islas Malvinas era motivo de celebración entre los colonos ingleses cada vez que la embarcación asomaba en Puerto Argentino.
Todavía persistía en el recuerdo de los isleños uno de sus primeros viajes, cuando en 1889 había arribado repleto de ladrillos, piedra y madera para construir la Iglesia de Cristo, la catedral anglicana más austral del mundo diseñada por Arthur Blomfield, el mismo que había proyectado el Royal College of Music de Londres.
Pero el miércoles 12 de marzo de 1913, el avistaje del Lady Liz en el este del Atlántico Sur no presagiaba buenas noticias: no solo porque nadie lo esperaba por esos pagos, sino porque su figura se adivinaba levemente inclinada.
El barco de acero y tres enormes mástiles ingresaba al principal puerto de las islas escorado y al borde del naufragio, después de haber golpeado contra una restinga en Bahía Francesa, a pocos kilómetros de las islas.
El Lady Liz venía herido de muerte.
El violento choque contra la roca Uranie en el oriente de las islas, bautizada de esta manera por haber provocado el naufragio de otra embarcación -la corbeta francesa L’Uranie hundida en 1820 mientras realizaba un viaje científico-, le había dejado al famoso carguero un tajo de casi dos metros de longitud en su casco de acero, lo suficiente como para que el navío comenzara a inundarse.
El hundimiento era inminente y su capitán se aprestó a buscar refugio en aguas tranquilas antes de que sucediera lo peor. Debía terminar con la pesadilla que lo había sometido a todo tipo de penurias, entre las que se contaban tempestades, epidemias y desapariciones misteriosas, tras zarpar de Vancouver, tres meses antes.
El Lady Liz ingresó así por última vez, y para siempre, en el puerto de las Islas Malvinas.
Un museo flotante
Botado el 4 de junio de 1879 en Sunderland, Inglaterra, el Lady Elizabeth tiene 68 metros de eslora, luce oxidado pero sólido y más de 142 años después sigue deslumbrando como el primer día.
Caracterizado como “el buque más elegante y carismático de las Islas Malvinas” por el sitio especializado en historia y arqueología marina Histarmar, permanece encallado en Whalebone Cove (la ensenada de los huesos de ballena) y es uno de los cinco puntos turísticos más visitados del archipiélago.
“Junto con el mar y el verde que lo rodea, es uno de los motivos que hacen que valga la pena tu viaje a Malvinas”, reseñó Rafael H, un turista brasileño. “En algún momento, Lady Elizabeth se convertirá en un museo flotante”, escribió otro visitante europeo. “¡Un lugar sombrío y ventoso! Algunos excursionistas vienen caminando desde Stanley, en un camino pavimentado y plano de una hora”, describió otro visitante asiático en el sitio de viajes TripAdvisor.
“Hace varios años hubo una propuesta para devolver a Lady Elizabeth al Reino Unido y restaurarlo, pero el Consejo de Gobierno de las islas no le dio el visto bueno”, contó Geoffrey Barry, un exsoldado inglés que estuvo destinado en las Islas Malvinas con el ejército británico.
“Soy consciente que los isleños consideran que los numerosos restos de naufragios y cascos alrededor de su costa son parte de su propia herencia, y Lady Elizabeth es la mejor conservada de todas; está muy cerca de Port Stanley y haría falta mucho para persuadirlos de que la liberaran”, agregó.
Y recordó que, durante la guerra de 1982 entre la Argentina y Reino Unido, los restos del naufragio fueron empleados por el cuerpo especial del ejército inglés (SAS) para espiar a las tropas argentinas apostadas en Puerto Argentino.
Accidentes, epidemias y desapariciones
Cuentan los guías de turismo que el Lady Elizabeth venía mal aspectado antes del naufragio final y que los años se han llevado al olvido la mayoría de sus historias de misterio. Los más fantasiosos aseguran que por las noches suelen oírse lamentos provenientes desde el interior de su abandonado casco.
Algunos especulan con que tal vez sean los quejidos del desafortunado William Leech, un marinero de 60 años que en 1884 se cayó del carajo directo hacia la cubierta y se rompió todos los huesos, muriendo al poco tiempo tras una horrible agonía.
En las islas, exploradores y naturalistas suelen visitarlo con frecuencia, llevando a contingentes de turistas de todo el mundo ávidos por conocer nuevas historias. Los más temerarios incluso se acercan en kayaks y logran ingresar en su interior.
La gran mayoría de los visitantes que lo frecuentan desembarcan desde enormes cruceros y la visita al banco de arena donde está encallado el buque es una excursión imperdible. Durante el verano y en días de baja mar es posible llegar hasta el casco caminando, con el agua hasta las rodillas.
Desde su botadura, el Lady Elizabeth fue propiedad de empresarios británicos hasta que fue vendido en 1906 a la operadora noruega Skibasaktieselskabet. Su nuevo capitán pronto comenzó a padecer la mala estrella del navío.
“El Lady Elizabeth salió de Callao (Perú) el 26 de septiembre con una tripulación que incluía a varios finlandeses rusos. Poco después de salir del puerto sudamericano, uno de los finlandeses, llamado Granquiss, se enfermó, y un par de días después otro hombre llamado Haparanta fue afectado por la misma enfermedad”.
Así empieza la reseña publicada en el diario británico The Daily Telegraph en un impreciso mes de la primera década del siglo XX. Su principal informante es el capitán Peter Julius Hoegh, requerido tanto por la prensa como por la policía una vez que tocó puerto.
“Un tercer ruso se quejó de que estaba enfermo. El capitán diagnosticó la enfermedad como fiebre palúdica y les recetó quinina y otros remedios. Se pensó que el aire fresco les ayudaría a recuperarse y se les permitió estar en cubierta. Una tarde se descubrió que Granquiss había desaparecido”.
“Se llegó a la conclusión de que el infortunado se había caído o, como hacía un tiempo particularmente bueno, había saltado por la borda. No hace falta decir que el incidente tuvo un efecto muy deprimente sobre la tripulación. Cuando, sin embargo, alrededor de las siete de la misma tarde se informó al capitán Hoegh que otro de los enfermos, Haparanta, había desaparecido, algo parecido al pánico se sintió a bordo”.
“Puede imaginar -dijo el capitán Hoegh- que esta sucesión de incidentes desafortunados causó una profunda impresión en todos a bordo, incluida mi esposa, que, con dos hijos, me acompañaba en el viaje. Solo pude llegar a la conclusión de que la malaria había hecho que los hombres deliraran, y que en su enfermedad habían saltado por la borda”.
Hoegh añadió que, después de que dos de los enfermos hubieran desaparecido, hizo que se vigilara de cerca al tercer hombre enfermo, que llegó sano y salvo a tierra.
Cuando el Lady Elizabeth llegó a Newcastle, Nueva Gales del Sur, el cónsul de Noruega realizó una investigación oficial que finalmente exculpó al capitán.
El último viaje del Lady Liz
“Mi tío abuelo fue uno de los hombres perdidos en el último viaje alrededor del Cuerno (de África). Su nombre era Axel Conrad Andersson y era de Mogata, Östergötland, Suecia. La pérdida fue muy traumática para la familia”, anotó Joanne Buchweitz en Boat Register, el sitio especializado de navíos mercantes de Australia y Nueva Zelanda.
El 4 de diciembre de 1912, el nuevo comandante del Lady Elizabeth, el capitán Peterson (aquí las fuentes no coinciden; incluso algunas sugieren que el capitán siguió siendo Peter Hoegh) partió desde el puerto de Vancouver, en la Columbia Británica, hacia Mozambique, con un cargamento de madera de abeto de Douglas o pino de Oregón.
Pero cerca del paso del Cabo de Hornos, un furioso temporal volvió a golpear al barco y a su tripulación: el Lady Liz perdió su carga en cubierta, sus botes salvavidas y cuatro marineros desaparecieron entre las olas, entre ellos el tripulante sueco Andersson.
Los daños obligaron al capitán a buscar refugio seguro en Malvinas sin saber que allí encontraría su triste y definitivo final.
A unos 20 kilómetros de las islas, el buque volvió a encontrarse con su trágico destino y golpeó contra la implacable roca Uranie. Cerca de zozobrar, logró sin embargo ingresar al puerto con su tripulación a salvo, con ayuda del remolcador Samson.
En el puerto quisieron reflotarlo, pero fue en vano. Los expertos consideraron que la reparación del casco no tenía sentido y sería harto onerosa. El Lady Elizabeth fue rematado junto con su cargamento de madera. Lo compró la Falkland Islands Company, que lo empleó como almacén carbonero. Amarrado en puerto, lejos de sus glorias pasadas, permaneció quieto durante más de dos décadas.
Hasta que, en 1936, una furiosa tormenta lo liberó, arrastrándolo hasta su sitio final, donde descansa actualmente, para el deleite de los turistas de todo el mundo, en la ensenada de los huesos de ballena.
Fuente: La Nación