El pasado 22 de septiembre murió en Buenos Aires Graciela Martínez (1938), bailarina, coreógrafa y figura mítica del Instituto Di Tella, aquel explosivo y no menos mítico centro de las artes que floreció en esta ciudad durante la década del ’60.
Además de sus departamentos de artes visuales, de teatro y de música, el Di Tella albergó también manifestaciones de danza, aunque curiosamente más vinculadas a las artes visuales en sus expresiones de pop art, op art y happenings, que al área de música.
Cuando se habla de la danza en el Di Tella es preciso aclarar que el fenómeno más representativo fue el que produjo un trío de bailarinas integrado por Ana Kamien, Graciela Martínez y Marilú Marini (esta última como bien se sabe, luego se volcó al teatro).
Graciela Martínez, en el Instituto Di Tella.
Un sitio donde el arte brotaba
Hubo también otras manifestaciones de danza contemporánea en la sala de la calle Florida, como el espectáculo Crash (1967), de Oscar Araiz, los ciclos de Iris Scaccheri o las propuestas de improvisación del grupo de Susana Zimermann.
Pero estas expresiones, o fueron episódicas o no estuvieron firmemente vinculadas a la orientación que el Di Tella había propiciado. En cambio, Martínez, Kamien y Marini eran verdaderas artistas del Di Tella, identificadas con su espíritu y con ciertas búsquedas de los artistas plásticos, los actores y los directores de teatro.
Esta cronista tuvo la posibilidad de entrevistar a Graciela Martínez en 2008 para una historia de la danza en la Argentina, y en ella habló extensamente de su recorrido y de su pensamiento artístico.
El pensamiento de Graciela Martínez
“Nací circunstancialmente en Buenos Aires, pero toda mi familia es de Córdoba. Quise bailar desde que nací; pero tuve una oposición muy firme por parte de mi padre. Yo era la menor de nueve hermanos, muy mimada por él, pero en eso no transigía (Nota: agreguemos el dato de que uno de los hermanos de Graciela fue Víctor Martínez, vicepresidente en el gobierno de Raúl Alfonsín)».
«Después de que mi papá murió pude estudiar con un profesor de ballet que se llamaba Ramón Toledo. Cómo sería todo de precario que Toledo daba sus clases en una escuela primaria después del horario normal y a falta de barra usábamos el borde de los pupitres”.
Cuando tenía cerca de catorce años, Graciela dejó la danza para dedicarse a la pintura; más tarde conoció al celebrado pintor Antonio Seguí, que iba a ser su marido, aunque en ese momento él hacía teatro y ella pintura.
Ya casada con Seguí, la pareja emprendió un viaje por tierra hasta México, muy largo y muy penoso; Graciela se obligó a crear un espectáculo para presentarlo a medida que iban haciendo su recorrido y terminó odiándolo.
“Vi que me estaba faltando técnica contemporánea y comencé a tomar clases con Renate Schottelius (una de las más grandes maestras de la danza moderna); pero tuve una discusión con ella, que me hizo dejarla. Yo le reproché que no tomaba en cuenta mi interés por hacer coreografías; y me respondió que yo no sabía nada de danza, que me faltaban al menos cinco años para dedicarme a la composición».
«Lo cierto es que le dije que iba a ser coreógrafa, con o sin técnica. Pero decidí volver a tomar clases de ballet clásico, y los bailarines modernos, al ver mi técnica tan fuerte, comenzaron a acercarse a las clases de clásico y en eso también fui una precursora. Alquilé un pequeño estudio y comencé a probar cosas frente a un espejo».
«Utilizaba alambre, telas elásticas y goma espuma para armar objetos para bailar. Con la ayuda de varios pintores conseguí una galería para presentar un espectáculo con aquellos objetos. Una de las piezas era la Muerte del Cisne, escondida en una caja y con la música distorsionada por mí. Tenía un miedo terrible pero cuando la pieza comenzó el público se largó a reír; tuvo un gran efecto”.
Graciela Martínez, en un ensayo con Sofía Kauer.
El viaje a Francia
Gracias a una invitación que le hizo llegar el compositor Juan Carlos Paz, el cónsul de Francia en Buenos Aires fue a ver un espectáculo suyo y luego la embajada de Francia le dio una beca para viajar a París: «Antonio me siguió, de bastante mala gana; el dinero era muy poco; pero así comenzó mi carrera en Europa”.
En Francia fue reconocida como precursora de la danza moderna, porque no existía nada en ese sentido cuando ella llegó. En 1967 participó en la Bienal de pintura de París; continuaba relacionada con la plástica pero seguía investigando para encontrar algo diferente. En principio, quería mostrarse como bailarina.
“El primer marido de Marilú Marini nos decía algo muy cierto: ‘No entiendo por qué se sacrifican tanto tomando clases de técnica si después no se les ve ni un pelo’.
«Viajé a la Bienal de Venecia y me fasciné con el pop art. Decidí entonces comenzar a trabajar con objetos reales. Yo hacía mis propios collages musicales y me cosía mi propia ropa. Incorporé a mis obras elementos como muletas, una silla, una mesa, un tobogán, un triciclo».
«Luego viajé a Nueva York y cuando regresé a París me liberé de los objetos inflables que venía usando e incorporé aquellos otros elementos reales. Comencé a usar en mis obras zapatillas deportivas, algo que se puso de moda en la danza contemporánea recién hace pocos años».
«Viviendo en París me invitaron a montar un espectáculo en el Instituto Di Tella; armé un programa que reunía números de diferentes espectáculos que había hecho hasta ese momento; eran nueve danzas. La banda sonora mezclaba música popular con música electrónica y el espectáculo se llamó ¿Jugamos a la bañadera?.
«El director del Di Tella me había pedido que hiciera cuatro funciones, pero el éxito fue tan grande que se extendieron a treinta y cinco. Cuando volví a París tiré todo a la basura y seguí con otras cosas.” A fines de los ‘80 Graciela regresó a Buenos Aires y abrió aquí un lugar de trabajo.
En los últimos cuatro años dos jóvenes artistas e investigadores de la danza, Sofía Kauer y Nicolás Licera, se acercaron a Graciela Martínez para saber cómo había sido su danza experimental y vieron que su interés era mirar para adelante, hacer obras; no tanto dirigir la vista hacia el pasado, aunque esto también apareció.
Cuenta Sofía: “íbamos a su casa y hablábamos de danza, de pintura, de objetos. Y mientras hablábamos, pensábamos también en obras. Fue así que en 2019 presentamos en la Bienal de Arte Joven la obra Graciela Martínez: cosas, cisnes, donde ella pudo hablar de su pasado proyectándose en una creación actual»
«Ella decía que sus obras hablaban siempre de la vida y de la muerte. Y lo hacía de un modo humorístico pero muy profundo a la vez. Así era ella.”
Fuente: Clarín