Maximiliano Iglesias, Paloma Herrera y Alejandro Cervera, en la creación y dirección de un espectáculo que finalmente devuelve al Ballet Estable del Teatro Colón a su lugar: el escenario
Seiscientos trece días después, este jueves, el Ballet Estable del Teatro Colón volverá a subir al escenario. Habrá atravesado una cuenta larguísima desde que se cerró el telón con aquel último Lago de los Cisnes, en diciembre de 2019: fueron muy duros –sobre todo– los 366 días siguientes, un año bisiesto que no aparecía en las predicciones de nadie, marcado por una pandemia paralizante en más de un sentido. Y los ocho meses de este año que nos traen hasta aquí, con marchas y contramarchas, mucho más entrenados ya en la incertidumbre, es cierto, pero, igual, desesperados por que se vuelva a abrir el telón y sentir en la cara el soplido reconfortante del encuentro con el público.
Detrás de la frialdad de las matemáticas, que, sin embargo, son inapelables –613 días sin pisar el escenario: un número elocuente–, están el músculo y los huesos, la pasión y los miedos, la música y las ideas. Está el movimiento. Y el aliento contenido en un barbijo que pareciera latir, que se hincha y que rápidamente se desinfla adhiriéndose al rostro de los bailarines: quien los mira durante un ensayo siente el impulso (reprimido, por supuesto) de querer liberarlos de ese bozal. El programa mixto que se verá durante nueve funciones es más que un espectáculo limitado por “lo que se puede hacer”. Es el encuentro de un coreógrafo muy experimentado con uno novato, es un abanico musical que se abre en una visión y dos estilos. Y, sobre todo, es ese aire que estaba haciendo falta.
“Después de mucho tiempo, caminaba por los pasillos del teatro; estaba todo cerrado y en el tercer subsuelo vi una luz: eran los bailarines”, dice Alejandro Cervera, rescatando la energía positiva de los artistas, de Paloma Herrera –la directora del Ballet Estable–, de su equipo. En términos de normalidad, él habría estrenado con este mismo elenco una Carmen muy prometedora esta temporada, pero “asumiendo el plano de dificultad y saliendo para delante” montó un homenaje a Piazzolla. Cuando ya casi había terminado, una tarde le dijo a Milagros Rolandelli, su asistente: “Voy a probar el final, tengo una idea”, y vino la segunda ola de coronavirus. Vuelta a casa con el gato, los muebles y la escalera recortándose en la pantalla del Zoom, pero sin detener la marcha, esa marcha que marca la música del compositor que nació en Mar del Plata hace cien años. A eso se refiere el término “itinerario” de Itinerario Piazzolla, la obra que sale de paseo por los grandes éxitos de don Ástor Pantaleón, que se atreve a los ritmos de “Escualo” y a la nostalgia de “Oblivion”, y pasa entre unas sillas y sobre una cama inquieta por escenas de hombres, de mujeres, por dúos y por encuentros. “Siempre Piazzolla me dio sensación de desplazamiento; lo escucho y es como que estoy yendo o viniendo, subido arriba de algo”, describe el coreógrafo una dinámica que es también enorme inspiración, y que se apoya aquí, además, en un trabajo de video. Nuevamente (como en Macbeth y El reñidero, sus obras inmediatamente anteriores) la percusión tiene su lugar, con Araupo Yepes en escena. “La percusión une, para que no quede una suite, yo no quería una suite”.
La trayectoria de Cervera es tan larga que podría revisarse por épocas, en períodos abstractos y otros más teatrales, o por tonos: producciones en negro (Tango vitrola, de 1986, en el Hall del San Martín), en blanco (Danza para cinco percusionistas, en 1988, también con el Ballet Contemporáneo) o en azul (Azul 20, con música de Pedro Aznar). Itinerario Piazzolla es un tableau en blanco, negro y gris, con un color: “Vuelvo al sur”, cantado por Goyeneche. Y trae una novedad a la historia del coreógrafo: el uso de las zapatillas de punta. “Pensé que iba a ser en zapatos, pero cuando probamos se transformaron, adquirieron presencia, naturalidad; fue como si entraran en una zona confortable que potenciaba mucho el trabajo”. La obra, para doce bailarines, enmarcada en el bendito protocolo, deja asociar en lo simbólico un guiño de recuperación: “El tango tiene como origen el abrazo, que en pandemia está más prohibido que nunca”.
El factor generacional
Además de generoso, en su carrera Cervera siempre fue cercano a las nuevas generaciones de artistas: tanto en su rol de director, coreógrafo o régiesseur de ópera como en aquellos fructíferos años al frente del área de Danzas del Centro Cultural Rojas, su interés por la producción de los más jóvenes es una constante. En este sentido su coincidencia en el mismo programa con un novel creador pareciera inmejorable. “Podría ser mi hijo, lo doblo holgadamente en edad –dice respecto de Maximiliano Iglesias, el primer bailarín del Estable, que, a los 27 años, debuta como coreógrafo en este mismo espectáculo–. Por un lado, me produce una gran ternura, y por otro, me gusta mucho la idea de que los dos estrenemos juntos. Habla de la vida, del espacio que ocupamos los adultos y del que van ocupando los jóvenes”.
Con otra decena de intérpretes diferente –que son sus compañeros–, Iglesias se enfrenta a un desafío enorme: “Es lo primero que hago, en el teatro más importante del país y con los mejores bailarines, compartiendo programa con un coreógrafo de una trayectoria enorme. Es una situación que merece mucho respeto”, confiesa, y se repara en una definición que, a la vez, da prueba de su modestia: “Soy un bailarín que puso una coreografía, no soy un coreógrafo. Estoy abierto a aprender”.
¿Cómo llega Iglesias hasta aquí, en una situación tan excepcional? “Surgió el año pasado, cuando me vi que estaba cobrando un sueldo en casa sin más que entrenarme y me propuse para algún otro tipo de trabajo. Era una forma de ofrecerle al teatro algo fuera de lo común, ya que no podía seguir como de costumbre. Hacer coreografías me gusta y lo vengo planificando; de hecho, tenía previsto realizar dos espectáculos en 2020, de manera privada –lo que me hubiera significado menos presión que empezar en el mayor escenario del país–. Paloma me dio las pautas del contexto: no más de diez personas, los ensayos no pueden ser muy largos, tampoco la obra. No nos podíamos tocar, excepto los convivientes. Tomó el riesgo: es lo primero que hago, ella nunca había visto nada mío”. Del otro lado del mostrador, Herrera admite que esto estaba fuera de los planes y se expresa sobre esa confianza: “Es importantísimo dar oportunidades. Trabajo mucho con Maxi como bailarín, y su musicalidad y profesionalismo me garantizaban que iba a poner toda la garra. Aprendí estando de este lado lo importante que es trabajar con bailarines de fierro en todas las posiciones, y lo mismo pasa con la coreografía. Pero sí, uno siempre arriesga”.
Vendaval –tal el título de la nueva obra, sobre Las estaciones de Tchaikovsky– surgió entonces como una pieza en video que se vería por streaming; grabada con el privilegiado e imponente marco de la sala vacía del Colón como telón de fondo; sin embargo, nunca llegó a emitirse. Y cuando la pandemia aflojó un poco sus restricciones y la actividad presencial regresó, con cuentagotas, la oportunidad de que este trabajo se viera en directo empezó a ganar sentido. Un piano en escena y el cambio de frente, de cara al público, ya dejaban soñar. Un sentimiento similar transmite el epígrafe de Alexander Pushkin para el primer fragmento de esta partitura, “Enero”: Un pequeño rincón de paz y felicidad/la noche vestida de crepúsculo; el pequeño fuego se está muriendo en la chimenea, y la vela se apagó.
“Escucho este concierto desde muy chico, soy fanático de Tchaikovsky, un rockstar de la clásica”. La obra mantiene su derrotero musical, mes tras mes, hasta diciembre, pero condensa su duración a la mitad, veinticinco minutos. “Oís dos notas de febrero y ya sabés que es Onegin”, dice Iglesias, con referencia al ballet de John Cranko. “En general, los bailarines solemos buscar la profundidad de nuestro artista en lo contemporáneo, y para mí en lo clásico se puede ahondar al infinito”, responde sobre esa aparente tensión de concebir algo nuevo con material clásico.
¿Y qué más es Vendaval? “Vendaval es lo que me pasa cuando se abre el telón, es el viento que te viene de frente”, explica Iglesias, que planifica seguir enfocándose en su carrera de bailarín (“me gustaría crecer mucho más”) mientras progresivamente desarrolle su experiencia en la creación.
Paloma Herrera salta como un resorte de su silla al final de la pasada de una escena y se reúne con el coreógrafo para resolver juntos por qué se traba ese giro o cómo mejorar una espalda que inoportunamente queda a la vista del espectador; los bailarines prueban en el cuerpo posibles soluciones, resuelven en equipo. Entre tanta cosa fuera de lo común, la dinámica del ensayo de una obra nueva parece normal. “El cuerpo de los bailarines y la rutina del teatro tienen memoria. Se volvió para atrás y se va para adelante, pero el proceso fue muy lindo; hay que ver el vaso lleno en situaciones muy dramáticas, caóticas, como esta”, decía la directora antes de que un caso positivo en una de las “burbujas” exigiera postergar la fecha de estreno. No hace falta decir que en estos días de tiempo de descuento todos tienen los dedos cruzados. Respecto de cómo fue gestionar la compañía en pandemia, la directora dice: “Todos sabemos que morimos por salir al escenario, pero todos sabemos también cómo fue este tiempo, y creo que se entendió. No voy a decir que tendríamos que haber hecho más funciones ni abierto antes: no me siento tan poderosa. Y honestamente no creo que hubiera podido ser muy diferente, porque nuestro país fue así. Si hay que abrir, si hay que cerrar, hago lo que me dicen, porque del virus yo no sé nada. Lo que vivimos fue terrorífico y hay que salir adelante. En este sentido, muy respetuosa, voy a hacer lo mejor que se pueda dentro de lo que se pueda”.
Por lo pronto, el primer paso, se dará el jueves, cuando el telón se corra y deje finalmente entrar el aire del vendaval.
PARA AGENDAR
Ballet Estable del Teatro Colón
Programa mixto. Estreno de Vendaval, de Maximiliano Iglesias, e Itinerario Piazzolla, de Alejandro Cervera. Con dirección de Paloma Herrera.
Funciones. Desde el jueves 2 de septiembre, a las 20; viernes 3 y sábado 4, a las 20; domingo 5, a las 17; y del 7 al 11, a las 20.
Entradas. Desde $ 1500.
Fuente: Constanza Bertolini, La Nación