Quizá por su don profético, quizá porque son adaptadas al cine o a la TV, o incluso por motivos azarosos, las obras literarias, en ocasiones, renacen. Margaret Atwood fue invitada en 2004 a presentar su última novela, Oryx y Crake, ante un auditorio de alumnos del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT). Por momentos, el discurso sagaz de la autora generaba risas intermitentes, como si de una sitcom se tratase. “Esta es una broma cinematográfica, llena de entretenimiento, una divertida aventura sobre la caída de la raza humana”, resumía alejada de un espíritu solemne y de un clima sórdido, porque consideraba que el libro planteaba un llamado de atención a la ciencia y a sus potenciales estragos. En 2021, Atwood volvió a presentar esta novela, ahora reeditada por Salamandra, incluida dentro dela trilogía Maddaddam, pero su voz y tono no eran los mismos. La pandemia y el virus letal que atraviesa este libro condujeron a que esta trama se ubicara en el centro del debate de un escenario mundial.
Las nuevas corrientes de pensamiento que oxigenan el canon literario –feministas, multiculturales, etc.– recuperan textos que antes habían sido ignorados o cuyo interés se había desvanecido. Hay obras maestras a las que el público y la crítica le dan la espalda en su contexto de publicación, pero que décadas después, gozan de mejor suerte. Quizá ante la recomendación de algún escritor o ante la mención de un académico, que, a su vez llega a un escritor célebre, y luego a un editor, comienza un eco espiral que rescata del olvido aquel texto. Este es el caso de Stoner, publicada en 1965 por John Williams (1922-1994) y convertida en best seller en la Argentina cincuenta años más tarde en un rescate editorial del sello Fiordo.
Williams no pudo asistir al renacer de Stoner, pero Atwood sí puede advertir cómo el universo de la trilogía “Maddaddam” recupera su vigencia. “Entendemos más de lo que sabemos”, escribe en Oryx y Crake, que llega en agosto a las librerías argentinas [los otros dos libros están anunciados para 2022], o escribía en los largos años previos a la publicación de esta novela, para la cual se documentó con minuciosidad sobre mutaciones genéticas, pandemias, virus, cepas y vacunas.
¿Qué pensó cuando se enteró de que había algo llamado Covid-19? Esta fue la primera pregunta que recibió Atwood en una entrevista pública brindada de modo virtual hace pocos días para sus lectores hispanoparlantes en Fundación Telefónica, de la que participó LA NACION. “Uf, acá vamos de nuevo”, sintetizó la autora quien había anticipado o había puesto en relieve en la novela algunos de los elementos que hoy ya no suenan demasiado a ficción científica. “Las epidemias no son algo nuevo, lo que sí es nuevo es la velocidad con la que se encontró esta vacuna”, decía a la periodista Inés Martín Rodrigo y se quitaba todo mérito por haber escrito un texto con estas dimensiones. No es la primera vez que se topa con una relectura de su obra. “No tengo control sobre el hecho de que mis libros se conviertan en un símbolo político o feminista”, decía sobre El cuento de la criada, publicada en 1985.
El desafío de los autores de ciencia ficción es no solo construir y describir ese mundo que imaginan, con sus leyes físicas, biológicas, económicas y políticas, sino también a sus habitantes. Atwood creó en la primera parte de esta saga a varios tipos de criaturas, pero le dedicó mayor énfasis para cincelar un tipo de seres: los crakers. La biología y la química, antes que la inteligencia artificial, es aquello que obsesiona a la autora y demiurga. No son androides como los de Philip K. Dick ni extraterrestres como los de Ray Bradbury, sino criaturas antropomorfas. Aquí Atwood desliza un aire de esperanza porque estos seres, con aroma cítrico para alejar a los mosquitos, que se aparean estacionalmente, son pacíficos y que no sienten celos, aunque no saben leer ni escribir.
La intuición y la perspectiva de los intelectuales permiten avizorar tensiones sociales o caldos de cultivos que estallarán en el futuro. Marta Sanz, una de las autoras más destacadas de la literatura española, voz indispensable del feminismo, presentó sin suerte a varias editoriales la novela Amor fou a principios del siglo XXI, hasta que fue publicada por Miami Bravura Books, en 2013. En el final del relato emergía en España sectores de extrema derecha, algo anacrónico para el momento de su escritura, ideada como una distopía. Sin embargo, tras la aparición de partidos con este sesgo y voces radicales, la novela abandonó el plano de lo fantástico para incorporarse a la propuesta realista, y fue editada por Anagrama en 2018.
El poder de anticipar un escenario que poseen las obras literarias cobra cada vez más rigor académico. Un grupo de profesores alemanes, liderados por Jürgen Wertheimer, en la Universidad de Tubinga, llevan a cabo de modo conjunto con el Ejército el proyecto Casandra. El objetivo es combinar ambos conocimientos, el literario y el político-militar, partiendo de lecturas clave que anticipan el futuro. La Faille (2018), de Mohamed-Chérif Lachichi o Body Writing (2018), de Mustapha Benfodil, anticiparon, por ejemplo, la escalada de violencia que viviría luego Algeria.
No solo recobran vigencia las novelas que anticipan el futuro, sino aquellas que fueron pioneras, y quizá incomprendidas en su tiempo. Juan Forn creó una colección entera, Rara avis (Tusquets), inspirada en este motor: rescatar obras perdidas de las bibliotecas infinitas. Era quizá la difícil clasificación de estos textos aquello que los había sometido en la sombra, pero, en estos tiempos donde la diversidad comienza a abrazarse o a entenderse, emergía un escenario ideal para ser reeditados. Crónica de mi familia, de Vasco Pratolini, esa carta de amor de un hermano a otro, Anticonferencias, de Isidoro Blaisten, El forastero misterioso, de Mark Twain, o Hunter, de E. Jean Carroll la biografía sobre Hunter Thompson, eran algunas de las piezas que integran Rara Avis. Contaba el autor y editor que, dentro de la galaxia a la que pertenecía de libros y escritores, los libreros eran sus personajes preferidos. Estos últimos conservaban el poder de recomendar, de sugerir libros según la preferencia, estado de ánimo o necesidad de cada lector.
Las adaptaciones cinematográficas de obras literarias también son un puente del discurso audiovisual al literario. Las comparaciones no siempre son odiosas, pero sí inevitables, y viajar al mundo que se propone desde el texto, al mundo de la pantalla, es siempre una aventura. El olvido que seremos, del colombiano Héctor Abad Faciolince, quizá el primer clásico de la literatura latinoamericana del siglo XXI, propaga su entrañable historia de boca a oreja desde su publicación y esta recomendación se hizo más audible en los últimos meses con la adaptación de Fernando Trueba, protagonizada por Javier Cámara. Lo mismo ocurre con la vertiginosa producción del prolífico Stephen King, constantemente llevado al cine. Nuevas generaciones bucean en sus obras que hoy aparecen reconvertidas en series y películas e incluso exigen a las editoriales que lancen reediciones de libros difíciles de hallar.
Un caso llamativo es el de Rabia (2004), de Sergio Bizzio, una novela que fue puesta en el candelero cuando se estrenó Parásitos (2019),Bong Joon-ho, por la similitud de esta novela sobre la película coreana ganadora del Oscar. O quizá la aproximación a estas obras no tiene que ver tanto con una influencia, sino con curiosos juegos literarios, como es el caso de algunos espectadores de la serie Los Durrell, quienes conocieron primero a Lawrence Durrell-personaje que al autor de El cuarteto de Alejandría.
La demanda de los lectores puede efectuar movimientos no predecibles por el mercado y, en un contexto donde la novedad siempre es liquidada por otra novedad, los libros ofrecen este espacio de resistencia mientras sus tapas regresan a las vidrieras de las librerías, e, incluso, ocupan un escalón en el podio de bestsellers.
Fuente: Laura Ventura, La Nación