Hubo un tiempo, partir de la nueva forma del mundo luego de la Segunda Guerra Mundial, en que no todas las canciones populares ni sus compositores provenían de la victoria y de las raíces americanas. El ADN del blues, el swing, el estilo country-blues (que devino en rock’ n roll) y las melodías blue note del jazz dominaron gran parte del cancionero global de posguerra. Pero no vencieron en todo el mundo. Uno de sus mejores ejemplos es la canción francesa, o chanson française, con características muy propias que perduran hasta la actualidad.
Georges Brassens, Charles Trenet, Charles Aznavour o Edith Piaf, entre varios cantantes, compositores y letristas, ampliaron y crearon un tipo de canción moderna que influenció a artistas tan diversos como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina y a artistas contemporáneos como Manu Chao, Carla Bruni o Zaz. En buena medida, a gran parte de todos los trovadores del mundo. En Argentina su influjo fue especialmente poderoso en los café-concert de los 70 y 80. Acaso, su estrella más fulgurante (y una de los más prolíficas) haya sido el belga Jacques Brel, o Le grand Jacques como lo llamaban. Y sin dudas, el legado que le dejó al mundo es “Ne me quitte pas” (No me abandones).
Á Paris
A principios de los 50, Brel deja a su mujer y a sus hijas, abandona su trabajo en la fábrica familiar y parte hacia la Ciudad luz, París. Allí, frecuenta infatigable el circuito de bohemia y cabarets que comparte con amigos como Charles Aznavour hasta que es descubierto por la prensa y los productores. Primero compone para otros, para luego lanzar sus propios discos (mismo recorrido que una década después haría otro grande de la canción francesa: Serge Gainsbourg).
Los éxitos se suceden con brillantez y facilidad. Canciones como “Ámsterdam” (tan perfecta sería su interpretación en vivo en el famoso teatro Olympia que jamás la grabaría en estudio), “Madeleine”, “Les Bourgeois”, “Au suivant”, “Mathilde” o “Les vieux” se convirtieron para los franceses (y en breve para el mundo) en clásicos contemporáneos. Obras ligeras y al mismo tiempo de un gran espesor tanto en la letra como en la melodía, donde se fusionaba ese swing francés llamado vals musette con exquisitos arreglos orquestales. “Les bourgeois” (Los burgueses) conjuga humor y mirada política, con su estribillo: “Los burgueses son como los cerdos: más viejos se vuelven, ¡más tontos son!”. Todo esto, claro está, veinte años antes de que Pink Floyd lanzara su orwelliano Animals, cáustica y filosa versión musical del clásico Rebelión en la granja. O la letra memorable de “Les vieux”, con su visión descarnada del envejecimiento: “Los viejos ya no hablan, solo por el rabillo del ojo / aun siendo ricos… son pobres y comparten un corazón cada dos / Y si tiemblan un poco es porque ven envejecer el péndulo que ronronea en el salón, diciéndoles si y no, diciéndoles… los espero”. Aún hoy, todas estas canciones de Brel resuenan rebeldes, poéticas y modernas.
Esto no es una canción de amor
Sin embargo, el batacazo definitivo llegaría en 1959 con “Ne me quitte pas”. La historia de la canción es una anti-oda al dolor, a la ignominia, a la vergüenza y a la súplica. Brel, un ferviente católico (que jamás dejó de hacer giras por la Unión Soviética, desdoblando los principios antirreligiosos del marxismo) y la actriz de vaudeville y teatro Suzanne Gabriello, conocida como “Zizou”, mantenían una relación de amantes. Brel y Zizou estuvieron juntos casi un lustro, a espaldas de la esposa del cantante y sus hijas, que cada tanto viajaban de Luxemburgo (siempre con ticket de vuelta) a Paris a ver al marido y padre, ahora devenido artista consagrado. Según se cuenta en la biografía de Olivier Todd, Jacques Brel – Une vie, a pesar de estar absolutamente enamorado, jamás juntó el coraje para dejar los hábitos de su matrimonio y finalmente cuando Zizou quedó embarazada, Brel desapareció. El creyente Brel debió haberse pensado como el reverso maligno de la imagen de Adán y Eva que niega el fruto de dios. Y compuso su himno que comienza así:
No me abandones/hay que olvidar/todo puede olvidarse/Y sobre todo lo que ya se desvaneció/Olvidar el tiempo de los malentendidos/Hay que saber olvidar esas horas/que a veces mataban/a golpes de por qué/el corazón de la felicidad/No me abandones…
Y si el segundo párrafo es en especial noir (Hasta después de la muerte / yo cavaré la tierra / para cubrir tu cuerpo de oro y luz), es en el último donde el mundo se empequeñece y se vuelve definitivamente dark: No me abandones/Ya no voy a llorar/Ya no voy a hablarte/Sólo me esconderé para verte danzar y sonreír/Para escucharte cantar y reír/Dejame convertirme en la sombra de tu sombra/En la sombra de tu mano/En la sombra de tu perro/Pero no me abandones.
“Dí tu hechizo y rómpete”, sentenció Nietzsche. Brel lo hizo. Compuso la canción más rota de todas las canciones. Hizo así su Purgatorio personal, como en la Divina Comedia, para narrar la humillación más baja de un ser humano que, como en el poema de Dante, se mueve y tiembla en las cornisas del arrepentimiento.
Las brillantes orquestaciones de Francois Rauber (especializado en música de cámara y fugas) y el piano de Gérard Jouannest, fieles laderos de Brel, terminan de formar una canción sin precedentes. Edith Piaf cuando la escuchó exclamó “¡Un hombre no debería cantar cosas como éstas!”. Hoy bien valdría preguntarse si la Piaf se escandalizaba por cómo Brel mostraba sus sentimientos como versión cancionística del Marqués de Sade, o por la obscenidad de componer una canción que narra el daño que se le hizo a un ser querido. Muchos años después, el proto-punk Iggy Pop lanzaría el primer single de su discografía, “I Wanna be Your Dog”, que no difiere tanto en el mensaje de su letra. Iggy Pop, en los 90, casualmente, cantaría para la TV francesa su versión de “Ne me quitte pas”.
Himno a la cobardía
Jacques Brel afirmaría tiempo después en una entrevista radial: “Esta canción no es una canción de amor, sino un himno a la cobardía de los hombres”. Otros biógrafos de Brel afirman que el compositor, a la hora de escribirla pudo haber sido influenciado por el cuento “La sumisa”, de Fiódor Dostoievski o por el “Soneto de la dulce queja”, de Federico García Lorca. Pero más allá de la queja o de la imagen del can como metáfora de ser humano despreciable, la canción tuvo centenares de versiones. Y en todos los idiomas imaginables. De Nina Simone a Ray Charles y Frank Sinatra y de Julio Iglesias a Madonna o Fito Páez. Y si bien algunas ganan por absurdas y camp (la de Miguel Bosé) y otras recientes son muy buenas (como la de la española Concha Buika), ninguna parece dar del todo en el corazón de las tinieblas del asunto.
Otras voces, otros ámbitos
En la versión anglosajona, la adaptación “If You Go Away” con ese ‘si te vas’ (un verbo que al fin y al cabo admite una potencial vuelta) no es lo mismo que el definitorio ‘’No me abandones”. Al final, las versiones que se nos antojan más cercanas no son las miméticas, sino las que antes o después (ucronía musical) parecen portar ese hechizo negro breliano. Así, el influjo de la canción y del decir dramatúrgico de Brel se nos hace más justo cuando oímos a Bola de Nieve cantar “Vete de mí’’ o a la cantante de tangos Lidia Borda con el tango “Nada más” (“Por dios no me dejes, jamás te molestaré / seré una sombra a tus pies… tirado en algún rincón”). Nick Cave tampoco la versionó, pero escuchar en Youtube su versión de otro clásico del francés como “Au suivant” (que tradujo como “Next”) da a pensar que “Ne me quitte pas” está inscripta y codificada en gran parte del pathos de su discografía. La afectación de un artista como Morrissey, la teatralidad y arreglos perfectos de muchas de sus canciones y ese estilo tan solipsista y de culto sin dejar de ser popular, lo convierten tal vez en el cantante más breliano del presente. Sin jamás haber interpretado una canción de él.
Brel murió hace ya 43 años, pero su espíritu, y sobre todo esta canción, “no nos abandonan”.Nicolás Pichersky