Hace años ya que la televisión dejó de ser la hermana pobre del cine, sino que se permite estándares de calidad en contenido y realización a menudo iguales o superiores a los que se ven en la pantalla grande. La guerra de plataformas de streaming no hizo más que acentuar esta revalorización, con las series como caballito de batalla para atraer suscriptores.
Los estándares cinematográficos de realización requirieron de profesionales acorde, y así fue como las fronteras laborales entre cine y televisión se desdibujaron completamente. Y así es, entonces, como actores y técnicos empezaron a trabajar indistintamente para cine y televisión. Y lo mismo ocurre con los directores.
Marcelo Piñeyro
Marcelo Piñeyro. Foto Martín Bonetto.
Es un fenómeno mundial con ecos en la Argentina. El caso más reciente es el de Marcelo Piñeyro: el director de varias de las películas más taquilleras de la historia nacional, como Tango feroz, Caballos salvajes o Plata quemada ahora está por estrenar El reino, serie de ocho capítulos, este viernes 13, en Netflix.
«Las diferencias más grandes las noto como guionista. Son estructuras distintas. Por un lado hay una estructura general, pero a la vez cada capítulo tiene una propia. Se trabaja con muchos más personajes, muchas más líneas narrativas. Como guionista siento que es un universo nuevo; como director, simplemente es más largo, más cansador», dijo Piñeyro en declaraciones al portal GPS audiovisual.
El cineasta contó las ventajas que encontró en la realización de la serie con respecto al trabajo cinematográfico: «Lo que más me atrae es el formato narrativo, mucho más amplio, que permite tener miradas de mayor rango sobre lo que estás contando. La construcción de los personajes es otra, tenés otros tiempos de relato, otros tiempos de ir construyendo el personaje«.
Otros ejemplos de cineastas argentinos que incursionaron en televisión son los de Daniel Burman (Supermax, Edha), Bruno Stagnaro (Un gallo para Esculapio), Damián Szifron (Los simuladores, Hermanos y detectives), Hernán Guerschuny (Casi feliz) o Lucía Puenzo (La jauría).
Daniel Burman
Daniel Burman durante el rodaje de «Supermax». Foto: Diego Waldmann.
Luego de dirigir películas como Esperando al Mesías (2000), El abrazo partido (2003) o El Rey del Once (2016), Burman se aventuró al mundo de las entregas por capítulos. Primero con Supermax (2017), que mostraba las alternativas de un reality show que transcurría en una cárcel de máxima seguridad. Y, luego, con la primera serie argentina original de Netflix, Edha, que se estrenó en 2018.
A la hora de comparar formatos, Burman reflexionó en un sentido parecido al de Piñeyro: “El trabajo en series es más complicado y riesgoso que el cine, porque hay muchos artilugios y herramientas para trabajar. Pero el despliegue temporal que se puede hacer en una serie me resulta tremendamente atractivo y permite un grado de experimentación que, muchas veces, una película no”.
Y agregó: “Este dispositivo para una narración es maravilloso. Pueden aparecer diversas situaciones y hacerlas crecer, que se desarrollen muchos personajes o plantear dramas secundarios que por momentos adopten un rol más central. Es como tener todos los chiches a disposición. Me siento muy enamorado del formato. Hacer series es el mejor trabajo del mundo”.
Bruno Stagnaro
Bruno Stagnaro, durante el rodaje de Okupas.
El caso de Bruno Stagnaro es diferente: luego de poner la piedra fundacional del Nuevo Cine Argentino en 1997 con Pizza, birra, faso –codirigida con Adrián Caetano– dirigió una ficción televisiva celebrada como Okupas (2000), para luego dedicarse a la publicidad y documentales, y reaparecer en los primeros planos mucho después con otra celebrada serie, Un gallo para Esculapio (2017).
Stagnaro no distingue entre los formatos y está en desacuerdo con Lucrecia Martel, que en su momento señaló a las series como una manera estandarizada de contar historias, «un emergente del momento conservador» actual y «un retroceso a las novelas del siglo XIX, el puro argumento”.
«La cuestión es si algo tiene alma o no. Hay películas desangeladas y series que son puro corazón. Y también otras que son pura fórmula, claro. Lucrecia hablaba de la cuestión decimonónica, y yo amo las novelas del siglo XIX», dijo Stagnaro.
«Ojalá yo pudiera lograr el grado de indagación del espíritu humano de Dostoyevski, por ejemplo. Me encantaría lograr esa intimidad del espectador viendo un audiovisual, creo que es absolutamente difícil y moderno lograr eso».
Damián Szifron
«Los simuladores», de Damián Szifron.
Damián Szifron desarrolló su carrera cinematográfica casi en paralelo a la televisiva. Debutó con Los Simuladores en 2002, y entre la primera y la segunda temporada dirigió El fondo del mar (2003), su opera prima.
Luego de terminada la serie llegó su segunda película, Tiempo de valientes (2005). Y su segunda serie, Hermanos y detectives (2006). Mucho después llegó su película consagratoria, Relatos salvajes (2014).
Su forma de encarar sus creaciones tanto para cine como para televisión se pueden resumir en esta frase: “El cine que hay que hacer es el que dicta tu propia mente, tu propio corazón, que está invadido por muchas cosas generales, pero también por una experiencia de vida que es intransferible».
«Por el tipo de cine que más me gusta, tiendo a hacer películas que establecen una relación con la audiencia de una forma muy natural. Puede ser mainstream, es verdad. Pero a mí me gusta hacerlo bien, porque significa que lo va a ver mucha gente. Y eso es una enorme responsabilidad”.
Hernán Guerschuny
«Casi feliz», protagonizada por Sebastián Wainraich y Natalie Pérez, diriigda por Hernán Guerschuny.
Luego de dirigir comedias como El crítico (2013), Una noche de amor (2015) o Recreo (2018), Hernán Guerschuny debutó con gran éxito detrás de una serie: Casi feliz (2020), coescrita con su protagonista, Sebastián Wainraich, que tiene un tono emparentado al de sus películas.
“Fue el gran reto. Una serie tiene sus propias reglas y mecanismos para atrapar al espectador y que, en esa compulsión por seguir viendo la historia, también pueda emocionarse o reflexionar», observó.
Al igual que Piñeyro y Burman, vio las ventajas del formato extendido en capítulos: «Como director, me encanta la serie porque te permite un terreno de libertad absoluta, te podés ir con la trama de un personaje secundario, inspeccionar cómo era el pasado del protagonista, y disgregar mucho más”.
“A veces, con una película eso es más difícil, porque cada escena y cada frase tienen que tener un por qué, mientras que la serie te da una posibilidad de capricho mucho mayor que, además, el espectador agradece”.
Lucía Puenzo
Lucía Puenzo. Foto: Diego Waldmann.
Luego de elogiadas películas como XXY (2007) o Wakolda (2013), Lucía Puenzo dirigió Cromo (2015), una serie para la TV Pública, y ahora acaba de estrenar La jauría, una producción chilena, en Amazon Prime Video. Para ella, no hay mucha diferencia entre su rol como showrunner de la serie o directora de un largometraje.
“Es exactamente lo mismo. Es estar de punta a punta, como en general estamos los directores latinoamericanos en nuestros largometrajes. Hay que pensar una idea, escribirla, elegir el elenco, el equipo, filmarla, editarla, elegir la música. En Latinoamérica muchos directores escribimos nuestros guiones y somos nuestros productores, no tenemos otros productores grandes detrás”, contó.
La diferencia radica en los tiempos: “La preparación y la escritura llevaron ocho meses, y la preproducción y el rodaje, otros ocho meses. O sea que son más o menos dos años, el doble de lo que suelen llevar nuestros largometrajes”.
En cuanto al lenguaje narrativo, sí hay cierta distancia: “Las series son más digresivas, más similares a la escritura de una novela, tienen más subtramas. Entonces escribirla requiere de más autores, más equipo, más semanas. Hay que aprender a trabajar en equipo de verdad, delegar al nivel de que cuando entra otro director va a filmar lo suyo como lo imaginó”.
Fuente: Clarín