En tiempos en los que nadie se toca y la distancia se impone, la palabra beso es un acantilado. Besarse se convirtió en un asunto platónico, casi imaginario, como ese amor que siente Salvador por Montse, una tendera que despertará su deseo durante su confinamiento en un pueblo remoto de la sierra madrileña. Ese es el romance que narra Manuel Vilas en su más reciente novela, titulada justamente así, ‘Los besos’, y que la editorial Planeta publicará el próximo 1 de septiembre.
Ambientada en marzo de 2020, en plena aparición de la pandemia como inesperado acontecimiento planetario, ‘Los besos’ se vale de las peripecias y cuitas de Salvador, un profesor recién jubilado que decide resguardarse de la epidemia en una
apartada cabaña. Nada más llegar al pueblo, cuando conozca a Montse, la dueña de la carnicería del lugar, Salvador sentirá un amor y una atracción urgentes, una pulsión de vida que prenderá fuego en «un mundo inédito, inventado con las sobras del anterior».
La próxima llegada a las librerías de ‘Los besos’, una novela escrita con humor y belleza, es una excusa, mejor dicho, la excusa perfecta, para proponer a Manuel Vilas una selección personalísima de los que son, a su juicio, los mejores besos que hayan existido jamás en la literatura, la pintura, la escultura o el cine, una criba que el autor de ‘Ordesa’ (Alfaguara) accede gustoso a diseñar para las páginas de Verano ABC. Como los amores accidentados, el calor lo puede y lo desata todo.
Si alguien sabe de besos, ese es Vilas, no sólo como antólogo para este reportaje, sino como inmenso narrador en las páginas de esta novela: «No existen palabras, simplemente son los besos, esas luces intensas en el camino de la vida, esas luces cegadoras tras de las cuales está otro ser humano, esperándote en un acto de eternidad consentida por la muerte. Eso son los besos. Al fin sé qué son los besos», escribe Vilas. Adelante entonces con el decálogo de roces y caricias.
El beso de las reinas del pop
La primera y más vistosa estampa elegida por Manuel Vilas ocurrió hace ya casi dos décadas, en la ceremonia de entrega de los MTV Video Music Awards de 2003. Es la viñeta de la cultura de masas que rompe en los primeros años del nuevo milenio, cuando aún no existía ni siquiera Facebook, Twitter, Instagram y mucho menos TikTok. Madonna, que había presidido el trono del pop en los ochenta y noventa, se había visto obligada a compartir su reinado con las —por aquel tiempo— estrellas emergentes Britney Spears y Christina Aguilera, que pisaban con fuerza en las listas de ‘Billboard’. Justo por eso las eligieron a las tres para aquel número.
La actuación, que puede verse en Youtube, no pudo ser más elaborada y barroca. ‘Showbiz’ en vena. Madonna, ejerciendo de reina de la industria, descendió por unas escaleras vestida con frac, botas de cuero y sombrero de copa negro. A sus pies, en el escenario, las aspirantes a sucederla cantaban vestidas de novia el estribillo del éxito ‘Like a virgin’, de la veterana intérprete. En medio del popurrí musical que dio paso al tema ‘Hollywood’, Madonna mandó y templó. Tras arrancarle el liguero a la Aguilera y colocarle el sombrero de copa a Spears, guardó el micrófono en su corpiño, se dio la vuelta y besó a primero Britney Spears y después a Aguilera, que quedó en segundo plano antes de dar paso a Missy Elliot.
La imagen inundó las portadas de periódicos y revistas: la reina del Pop besando a la que muchos pensaron que sería la sucesora natural. «El beso de Madonna y Britney Spears es un grito de libertad poderoso», explica Vilas. «Es beso casual. Es beso de celebración de la alegría de vivir, en donde la identidad sexual ya no tiene sentido y lo que domina es la pasión arrebatadora, atávica, biológica. Es un beso precioso, porque es un rugido de emancipación y de atrevimiento».
Los de Chagall, Klimt y Magritte
La historia del arte está repleta de labios que se encuentran. Entre todos, Manuel Vilas ha elegido el que Marc Chagall retrató en ‘El cumpleaños’ (1915). La tela muestra a un hombre y una mujer que flotan en el aire de una habitación mientras unen sus bocas en un arrumaco fantasmagórico. El cuadro anuncia un Chagall antes de Chagall. Cuando lo pintó, ya había estallado la Primera Guerra Mundial. El artista había regresado desde el París de las vanguardias a su ciudad de origen, Vitebsk, para casarse con la escritora Bella Rosenfeld, su primera esposa.
Al de Chagall sigue ‘El beso’ (1907), de Gustav Klimt, la alegoría del amor y el deseo por antonomasia y también la pintura más conocida del austríaco, icono del secesionismo vienés, la vertiente austriaca del ‘Art nouveau’, cuya eclosión tuvo lugar en la Viena de Freud, Wittgenstein, Stefan Zweig y Rilke. Eran tiempos eróticos y telúricos como los que anteceden a la caída de un imperio, en este caso el austrohúngaro, a punto de disolverse en 1918. Pintada por Klimt en 1907, la pintura hecha con pan de oro (Klimt era hijo de un grabador de oro) exhibe un brillo casi bizantino, el mismo que ya aparece en lienzos como ‘Judith’ (1901) o su conocido ‘Friso de Beethoven’ (1902), un mural que comparte con ‘El beso’ la luminosidad de la primera década del siglo XX en la obra del artista.
Completan la selección pictórica el artista pop Roy Lichtenstein con su serie ‘El Beso’, inspirada en la estética del comic y que desarrolló en la década de los años sesenta del siglo XX, y finalmente uno de los lienzos más inquietantes de la pintura de vanguardias: ‘Los amantes’ (1928), de René Magritte. En el lienzo, un hombre y una mujer se besan. Sus rostros cubiertos por velos húmedos de tela blanca apenas dejan distinguir quiénes son. La imagen tiene tanto de deseo como de asfixia. Sobre ese mismo motivo, Magritte preparó una serie de cuatro telas más. La persistencia simbólica de la escena ha sido atribuida al suicidio de su madre, que se ahogó en un río y cuyo cuerpo, al ser rescatado, tenía la cabeza envuelta por el camisón blanco que vestía al arrojarse al agua.
De ‘Casablanca’ a ‘Ghost’
Más que una película, ‘Casablanca’ (1942) es un mito. El filme, dirigido por Michael Curtiz y protagonizado por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart, recrea el reencuentro de dos amantes, Rick Blaine e Ilsa Lund, en la ciudad marroquí de Casablanca, entonces bajo el control de la Francia de Vichy. Rick tendrá que elegir entre el amor y la virtud: ayudar a la mujer que ama a escapar de los Nazis o permanecer con ella. La historia se cierra con el beso de quienes no llegarán a estar juntos, una escena que sobrevive más de 75 años después como un icono dramático. Y es justo ése el que ha elegido Vilas.
«El beso de la película ‘Casablanca’ es fundamental en nuestra cultura, porque es el beso de la renuncia. El beso de los enamorados que renuncian a estar juntos porque la vida no se lo permite es de los más hermosos que existen. Es el beso del adiós profundo. En ese beso de un segundo deben concentrar la vida que no van a vivir. Un beso de un segundo que tiene que ayudarles a vivir treinta años de vida futura en donde ya no se volverán a ver nunca».
En el montaje de roces y deseo de Manuel Vilas aparecen también el beso de Vivien Leigh y Clark Gable en ‘Lo que el viento se llevó’ (1939), el de Jake Gyllenhaal y Heath Ledger en ‘Brokeback Mountain’ (2005), el filme que narra el idilio entre dos vaqueros, así como el que protagonizan Patrick por Patrick Swayze y Demi Moore en ‘Ghost’ (1990), un clásico romántico de los noventa dirigido por Jerry Zucker. La película relata una historia de amor más allá de la muerte. El ejecutivo Sam Wheat, asesinado en las calles de Nueva York, rehúsa aceptar que ya no vive y abandonar a su mujer, la escultora Molly Jensen, a quien continúa visitando como fantasma.
Separados por la línea que distingue el mundo de los vivos y los muertos, los personajes sellarán su despedida en una emotiva secuencia final. «Me gusta mucho el beso final de la película ‘Ghost’ porque es el beso que se da más allá de la vida y de la muerte. Patrick Swayze deposita un beso sobrenatural en los labios de Demi Moore. Es el beso de un ángel, pero también el beso de un hombre enamorado. Me encanta este beso porque tiene luz y es un triunfo sobre la muerte».
Un beso de mármol
La mano de hombre que esculpió Auguste Rodin se posa con tanto deseo sobre la cadera de la amante que hasta el mármol parece carne bajo sus dedos. Están desnudos en cuerpo y alma y protagonizan un beso de piedra que estremece a quien mira, incluso más de un siglo después. La escultura del artista francés, la más conocida junto con ‘El pensador’, se desprende de los diseños que hizo para las Puertas del Infierno, a finales del XIX, un siglo impregnado de sexo y deseo: así lo habían demostrado la Viena de Freud y las mujeres de Klimt, pero también los dibujos con los que Aubrey Beardsley ilustró a la ‘Salomé’ de Oscar Wilde.
Vilas elige instante de piedra y saliva, porque los cuerpos que lo protagonizan están por encima del gesto o la mirada. Piernas y brazos que lo sustituyen todo e invitan a un incendio. «‘El beso’ de Rodin muestra dos cuerpos perfectos, atléticos, pero ya sin rostro, porque el beso tiene esa facultad de ocultar los rostros de los amantes. No sabemos quiénes son el hombre y la mujer que se besan. La abstracción, el misterio y la perfección dominan el arte de Rodin», explica el escritor para iluminar ese roce de deseo arrancado del mármol.
Fuente: ABC, España