En el año 1977, el pensador francés Roland Barthes publicó el libro Fragmentos de un discurso amoroso. En algunas semanas, se agotaron los primeros 15 mil ejemplares. Hacia fin de año, iba por la octava edición.
Al poco tiempo, Barthes se convertiría en el primer filósofo entrevistado por revista Playboy. ¿Cómo es que un libro escrito por un especialista (y que no es de tan fácil lectura) se volvió un éxito de ventas? La respuesta inmediata es demasiado evidente: el amor vende, se volvió un consumo cultural más. Sin embargo, ¿de dónde salió todo ese público dispuesto a leer sobre amor?
Fragmentos es un libro que todavía se consigue en librerías y si no es hoy un best seller, lo cierto es que aún interesa a muchísimos lectores. Escrito en primera persona, se presenta como un gran catálogo de las pasiones, afectos y encrucijadas que vive el enamorado.
Fragmentos de un discurso amoroso
Autor: Roland Barthes
Editorial: Siglo XXI
Precio: $1.600
Barthes eligió hablar de “figuras”, como las que se reconocen en los pasos de danza, por las que alguien se deja llevar, como en un movimiento. ¿Quién no se encontró alguna vez en la desesperación de la soledad, cuando el amado falta, o bien con las palabras que no nos alcanzan para describir eso que en el otro es “adorable”?
Si hay una entrada maravillosa en este libro, quizá sea la relativa a los celos, cuando Barthes afirma que: “Como celoso, sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario”.
Ahora bien, ¿qué clase de enamorado es el que se reconoce en estos términos? Por un lado, me interesa destacar que Barthes nos habla de alguien que vive el amor como un conflicto; que al mismo tiempo, tiene una fuerte conciencia moral y, por ejemplo, es capaz de avergonzarse; se trata de un yo capaz de reconocerse como agresivo, enloquecido por sus inseguridades, incluso un poco vulgar.
Amor se fue
Sin duda la experiencia del amor de la que habla Barthes ya nos parece lejana. En la sociedad contemporánea, nuestros vínculos cobraron otra dimensión, mucho más moral. Hoy en día nos preguntamos todo el tiempo: ¿cómo salimos de una relación tóxica (en la que el tóxico siempre es el otro, claro)? ¿Cómo hacemos para reconocer una relación sana?
Y no nos preguntamos demasiado porque el amor se volvió un ítem dentro de las ciencias de la salud. Estamos lejos ya de una frase como la del psiquiatra Robert Stoller, cuando dijo: “Puede ser que nos acerquemos más a la verdad si respecto de la conducta erótica, asumimos que la mayoría de la gente es anormal”.
Barthes y Stoller, por ejemplo, son de la última generación de autores dispuestos a reconocerle al amor su carácter patológico –en la medida en que esta palabra proviene del griego “pathos” (pasión).
“No tener un cuerpo está enloquieciendo a mucha gente y nos está dejando en el borde de ‘lo humano’”
Luciano Luterau
PSICOANALISTA
Por cierto, la naturalización del amor-pasión tuvo que ser sometida a investigación, porque bajo su ala se escondían muchas formas de violencia que tuvieron que ser puestas de manifiesto. No obstante, ¿luego de este desglose, de esta distinción necesaria, en qué se convirtió nuestro discurso amoroso?
En los últimos años, antes que un discurso de fragmentos, de piezas en que una voz tímida se atreve a decir algo de su intimidad, surgieron diferentes discursos monolíticos, como grandes bloques que construyen una nueva moral del amor. Este es un aspecto central: hoy en día nos la pasamos hablando de amor, pero ¿nuestra vivencia del amor se volvió más compleja o, simplemente, está empobrecida?
Cuando me refiero a “discursos monolíticos”, planteo esta diferencia: el enamorado del que hablaba Barthes era un ser solitario, que creía que las cosas le pasaban solo a él (o ella), aunque supiese que le podían pasar a otros. ¿Quién puede entender lo que me ocurre cuando amo?
Barthes supone una incomprensión fundamental del amor, que hace que quien ama se aferre a su sentimiento como si fuera el único que puede decir algo al respecto. En última instancia, el enamorado de que nos habla Barthes, es un Yo fuertemente moral, pero que no moraliza ya que no dice cómo deberían ser las cosas del amor para los demás, no impone modos de sentir, no clasifica las pasiones en buenas o malas.
Amor líquido
Autor: Zygmunt Bauman
Editorial: Fondo de Cultura Económica
Precio: $1400
Nuestra época, ¿no nos confronta cada vez más con teorías del amor que, en lugar de partir del conflicto que implica el amor, proponen cómo debería ser para que no nos represente ningún conflicto?
Por supuesto que esto no ocurre en abstracto. La sociedad cambió desde la época de Barthes. Como plantea Zygmunt Bauman en un libro propiciatorio para estos tiempos, llamado Amor líquido (2003), antes que de relaciones convendría hablar de “contactos”. Nuestros modos de vida se basan en estar “en redes” (o, mejor: enredados), en múltiples interacciones que no se consolidan, frágiles y efímeras.
De este modo, el surgimiento de discursos morales sobre el amor es efecto de un claro cambio social. Esto es algo que también señaló la socióloga Eva Illouz en su libro Por qué duele el amor (2011), en el que destaca cómo ciertos códigos del amor se modificaron de un tiempo a esta parte.
Por qué duele el amor
Autora: Eva Illouz
Editorial: Katz
Precio: $ 1.300
Por ejemplo, dice, si hoy necesitamos mayores seguridades en los modos de vincularnos –si queremos asegurar qué quiere el otro antes de vernos– es porque vivimos en una sociedad en la que la relación con el otro se volvió mucho más instrumental, de consumo y descarte. En otro siglo, dejar plantada a una novia en un altar implicaba estar dispuesto a dejar la ciudad, era algo vergonzoso.
Hoy por hoy, en cambio, la desvergüenza está a la orden del día. La pregunta es si la salida para estos nuevos problemas está en discursos morales.
Por ejemplo, en estos últimos años en nuestro país se popularizó la expresión “responsabilidad afectiva”. Si suponemos que quiere decir que tenemos que ser sinceros, conscientes y coherentes en el amor, no podemos menos que preguntarnos si este tipo de prescripciones no proponen un tipo de reflexividad cuyo costo es la deserotización.
Dicho de otra manera, la noción, entendida en estos términos, parece estar más cerca de un discurso defensivo que espera algún tipo de garantía en el amor y que construye al otro como un potencial enemigo.
Esto se comprueba en la manera en que en distintos textos sobre responsabilidad afectiva se la hace girar en torno al mandato de “no ghostear” (no dejar de responder los mensajes del otro). Planteada así, una noción sumamente rica se vuelve aplastante, sobre todo porque su campo de aplicación parece estar más al servicio de la acusación que de la construcción de un lazo más sólido en tiempos de inestabilidad.
Erotismo de autoayuda
Autora: Eva Illouz
Editorial: Katz
Precio: $ 990
En esta línea es que avanza otro libro de Eva Illouz, que parte de la lectura de otro bestseller (no uno del nivel de Barthes, sino 50 sombras de Grey) y se titula Erotismo de autoayuda (2014).
Con él se puede reflexionar acerca de cómo nuestra vivencia del amor busca cada día más consignas y les quita espesor a nuestros sentimientos. Por ejemplo, estamos mucho más dispuestos a pensar en lo que el otro hace, pero ¿no somos nosotros el otro del otro?
Pensamos en lo que el otro (nos) hace y esa es la matriz de la victimización en que se apoyan frases motivacionales del estilo “Sé fuerte”, “No te merece”, cuyo correlato es la proliferación de formas de diagnosticar la psicopatía del semejante (la de nuestro jefe, nuestra pareja, ¡hasta nuestros hijos! Pero nunca vimos ningún libro que se llame Cómo reconocer mis actitudes psicopáticas con los demás.
En vez de eso, ¿por qué no recuperar el terreno amoroso como un campo de conflicto, basado en el deseo, es decir, en el que incluso cuando dos personas desean los mismo, no lo hacen de la misma manera?
Si la noción de responsabilidad no reconoce el conflicto, apenas permanece como una vía directa para juzgar las acciones de quien hace algo que no me gustó y como una vía indirecta para autorizar venganzas. Porque si el otro se comportó “mal”, ¿por qué yo no podría vengarme? Como es sabido, las personas que se creen buenas son también las que son capaces de cometer todas las maldades.
Como dice Byung-Chul Han
En esta misma línea de pensamiento, otro libro reciente a considerar es La agonía de Eros (2014), del filósofo Byung-Chul Han, que plantea –al igual que en varios otros de sus libros– la creciente deserotización del mundo, el agotamiento del deseo ensimismado en un narcisismo reivindicativo, cuando el amor –si tiene algún tipo de horizonte– se basa en la necesidad de lo distinto, en aquello que interpela.
La agonía del Eros
Autor: Byung-Chul Han
Editorial: Herder
Precio: $ 1.280
“El amor interrumpe la perspectiva del uno y hace surgir el mundo desde la perspectiva del otro, de la diferencia”, dice Han.
En la vida amorosa, esto implica readmitir la conflictividad como un punto de partida, para que la responsabilidad sea algo que no se pueda reducir a un conjunto de máximas, sino una situación en la que, incluso cuando nos ocurre algo no querido, tenemos la opción de mostrar que estamos a la altura de un acto digno.
Si reconducimos esta situación al creciente malestar que viven personas que sufren por los desencuentros que producen las redes sociales y las “aplicaciones del amor”, en lugar de promover una moral que sea un reflejo reactivo del desamparo a que estas nos someten, quizá sea mejor reflexionar sobre sus condiciones. Quisiera ilustrar esto con una situación concreta.
Cada tanto una página nos pide que confirmemos que no somos un robot; nuestra demostración (hacer click en un botón) olvida que quien nos lo pregunta es un robot. Entonces, quien demuestra no serlo, podría serlo perfectamente o, dicho de otra manera, no hay nada más robotizado que querer demostrar que uno no lo es.
Ahora bien, si esto aplica a un trámite simple, pensemos en cómo se reproduce en un chat, por ejemplo, entre dos personas que se conocen a través de una aplicación o red social: la interacción humana rápidamente queda intercambiada por un código desesperado de estímulos y respuestas.
Ejemplo típico: alguien recibe un mensaje y debe acreditar la recepción, pero para eso necesita responder. En una conversación humana, nadie –salvo que tenga algún problema psíquico– le pregunta a otro reiteradamente “¿Me estás escuchando?”, porque incluso a veces podemos prescindir de la atención del otro cuando le hablamos. A veces alcanza con su presencia. En un chat, el otro tiene que demostrar que está ahí, aunque no esté, pero no tiene que ofrecer un intercambio humano, alcanza con que responda que no es un robot; pero ya sabemos qué pasa cuando esto ocurre.
Mi preocupación es que seguimos evaluando con categorías “humanas” –perdón que lo diga así, pero a un robot no le pedimos compromiso afectivo sino que funcione, aunque a veces nos encariñemos con algunos artefactos (como nuestro teléfono)– interacciones de otro tenor, aunque las consideremos bajo el título general de “seducción”.
Todo un vocabulario reciente para describir “irresponsabilidades virtuales” (desde modos de comentar en redes, pseudoconversaciones en foros, declaraciones de amor e intensidad amorosa con personas desconocidas, enojos feroces con ideas no compatibles con las propias) corre el riesgo de ser una moralina que descuida el telón de fondo: la destitución de la interacción en sus eslabones más básicos.
No tener un cuerpo está enloqueciendo a mucha gente y nos está dejando en el borde de lo “humano”; por eso antes que un uso punitivo de categorías que tendrían que venir a refundar un lazo, sería mejor realizar un análisis más profundo de la pérdida de las condiciones vinculares en el mundo actual.
Con este espíritu de problematización es que quisiera mencionar el último libro que recomendaré.
Capitalismo del yo
Autora: Constanza Michelson
Editorial: Paidós
Precio: $ 1.390
Me refiero al reciente Capitalismo del Yo. Ciudades sin deseo (2021), de Constanza Michelson, un ensayo que sin concesiones nos hace pensar cómo muchos discursos actuales, de esos que dicen que quieren liberarnos, no hacen más que producir nuevas opresiones, porque son funcionales al hiperindividualismo liberal que objeta la relación con el otro, cuando esté no es de mi tribu.
En un mundo de segregación creciente, ¿qué lugar para Eros? Si hay chances de que el amor quiera volver a visitarnos, no es a través de códigos morales que nos digan cómo amar; sino reconociendo –como dice Michelson– que “’Yo deseo’, por ejemplo, es una frase imposible. Donde está el yo no está el deseo, porque éste no tiene que ver con la moral controladora de ‘yo hago lo que quiero’. El deseo incomoda justamente porque es ambiguo”.
Soportar la ambigüedad, ser hospitalarios con la incomodidad, dar lugar al conflicto son las vías para una vida amorosa que no instale en el siglo XXI una moral victoriana, que ya no sería para humanos (atravesados por deseos) sino para robots. La pregunta de hoy, para concluir, es si nos vamos a interrogar sobre las condiciones vinculares que empiezan a hacer del amor una experiencia del pasado.
Fuente: Clarín