La naturaleza los rodea, los conecta y los desafía. Abocados a cuidar a las especies animales y vegetales de la Argentina profunda, las y los guardaparques renuevan sus tareas en la nueva realidad que impone la pandemia. Y se hermanan en los Parques Nacionales, en sus oficinas cercanas a selvas, bosques o montañas.
Ellos tienen un deseo común en alerta: monitorear cada pequeño cambio en la ecología, resolver imprevistos, combatir la caza y la pesca ilegales.
¿Cómo será vivir en los paisajes preferidos por la mayoría para descansar en vacaciones? ¿Cómo será trabajar entre huellas salvajes en peligro de extinción? ¿Consistirán las patrullas en jornadas de aventuras con avistajes y noches de campamento bajo las estrellas?
Aquí, un día en la vida de tres guardaparques de geografías muy distintas: cuáles son sus acciones y sus responsabilidades en algunas de las áreas protegidas más bellas de nuestro país.
«El monte es mi oficina»
«A los cinco o seis años, cuando me preguntaban qué quería ser yo decía ‘guardaparque’. Salía al campo con mi papá y me apasionaba recorrer los lugares donde no accede todo el mundo». Hoy, a sus 34 años, Emanuel «Manu» Crosta es el jefe de Guardaparques en el Parque Nacional El Impenetrable, de Chaco.
Su vocación fue algo natural, ya que es hijo de otro guardaparque. «Vivimos en los parques nacionales Lanín, Nahuel Huapi, Chaco, Mburucuyá y otros. Me crié en esas áreas protegidas».
Emanuel Crosta siempre quiso ser guardaparque y siguió su vocación.
Profundiza Crosta: «Son lugares increíbles, cables a tierra constantes». Pero no olvida que ese estilo de vida hace que la familia deba adaptarse a las normas de un parque nacional. Luego de que en 2012 ingresara a la Escuela de Guardaparques, su primer destino fue el Parque Nacional Río Pilcomayo, en Formosa. Y en el segundo sigue hasta hoy: El Impenetrable.
Su trabajo implica coordinar las cuestiones operativas y administrativas. Por eso muchas veces debe quedarse detrás de un escritorio, aunque lo mejor está en el terreno.
«Hacemos muchas recorridas; organizamos patrullas de varios días (implica dormir en el terreno, en carpas o a la intemperie si el clima lo permite); atendemos escuelas; visitamos a vecinos del Parque y controlamos que no haya pesca o caza ilegal«, explica.
Y aclara: «Son caminos de tierra y hay espinas, y cuando llueve es más complicado movilizarse. Todos los días pasa algo distinto y surgen imprevistos, como incendios forestales, rescates y monitoreos de animales, o reintroducción de fauna».
Emanuel “Manu” Crosta es el Jefe de Guardaparques en el Parque Nacional El Impenetrable, de Chaco.
Lo que más lo conmueven son las patrullas en lanchas por el río Bermejo y el contacto con la flora y fauna del lugar. «Tenemos algunas especies representativas del Chaco Húmedo, como el aguará guazú, y del Chaco Seco, como el tatú carreta. El avistaje es cuestión de suerte porque los bichos no tienen límites geográficos: andan en estado salvaje».
Dice que no lo toma como un trabajo sino como un estilo de vida: «El monte es mi verdadera oficina: las 130 mil hectáreas del Parque Nacional Impenetrable”.
Allí no hay horarios fijos y tampoco hace falta colgar cuadros ni fotos. «Podés ver los árboles más duros del país, como el algarrobo, el palo borracho, el quebracho colorado, y los montes de palo santo, con su aroma intenso y sus flores blancas».
Y los animales no dejan de sorprender: «Haciendo monitoreos con cámaras trampa vi desde un oso hormiguero -el emblema de nuestro Parque- con su cría en el lomo, hasta pumas, y los chanchos nativos de la Argentina: el pecarí de collar, el pecarí labiado y el pecarí quimelero».
El guardaparque Emanuel Crosta le colocó un radio-collar al yaguareté Qaramtá.
Manu Crosta no olvida el trabajo «más hermoso» que le tocó como guardaparque. «Logré colocarle un radio-collar a Qaramtá, el yaguareté salvaje que encontramos dentro del parque después de años de no tener registro de la especie de la zona. Es el único yaguareté monitoreado de la región del Chaco: sabemos dónde está, si está bien…».
Y cuando el yaguareté sale del parque coordinan con la Provincia y con la policía para cuidarlo y conservarlo.
«El yaguareté es una especie paraguas. Conservándolo se conservan un montón de otras especies y de ambientes. En septiembre de 2019 se le puso el primer radio-collar, y en enero de este año lo recapturamos y se lo cambiamos, porque se le iban a agotar las baterías», detalla.
A quienes sienten que la rutina los agobia Crosta les recomienda esta profesión. «Ser guardaparque te deja cambiar porque después de unos años te permiten trasladarte. Podés conocer otras realidades, gente distinta, y vas dejando amigos en todos los lugares por donde pasás. En los parques no se conoce el estrés de las grandes ciudades».
«El 23% de los guardaparques somos mujeres»
«La primera promoción en incorporar guardaparques mujeres fue la XVI, en 1986. La XVII no aceptó incorporarnos y en la siguiente nos volvieron a admitir», remarca Natalia Azarko, de 33 años.
Ella es guardaparque y subjefa del área de Incendios, Comunicaciones y Emergencias (ICE) en el Parque Nacional Sierra de las Quijadas, en San Luis. Y dice: «Hoy el 23% de los guardaparques somos mujeres: 91 en total«.
La guardaparque Natalia Azarko trabaja en el Parque Nacional Sierra de las Quijadas, en San Luis.
Estudió la carrera en el Instituto Superior Perito Moreno, en Buenos Aires, donde también fue docente. Pero su vida en Sierra de las Quijadas es absolutamente distinta a la de la ciudad.
«Tengo la casa adentro del parque. Yo me levanto, camino unos metros y ya estoy en el trabajo. Otra característica de esta profesión es que no tiene rutinas: unos días arranco a las 8 y me quedo en la oficina; otros días empiezo a las 6, salgo al campo y quizá vuelvo a la noche siguiente. Y si surge una emergencia tengo que volver a salir. Es súper variado», cuenta.
Natalia Azarko es la subjefa del área de Incendios, Comunicaciones y Emergencias (ICE) en el Parque Nacional Sierra de las Quijadas, en San Luis.
Una de las tareas específicas de las y los guardaparques es el control y fiscalización de las áreas protegidas. «Hacemos recorridas de control, verificando que no haya cambios naturales, ecológicos, en la fauna o en la flora -dice Azarko-. Si hay alguien cazando intervenimos porque somos la autoridad de aplicación para cesar esa infracción».
Además, proveen educación ambiental en escuelas y en la comunidad; hacen apoyo a la investigación, censos, y el mantenimiento y tareas de prevención contra incendios, entre otras actividades .
Por eso las jornadas suelen ser muy diferentes. «Un día salgo de recorrida de control y vigilancia, luego juego con mi hija de un año y medio. Y al día siguiente quizá tengo que hacer unos mapas para el Plan de Manejo de Fuego del Parque… También hago carteles o monitoreos: acá podemos ver guanacos, ñandúes, pecaríes, maras, entre otros animales. Como guardaparque no te aburrís nunca«.
Un día de trabajo de la guardaparque Natalia Azarko.
Azarko sonríe. «Yo no tengo que tomar colectivos ni trenes para llegar a la oficina. Además, salir a ver aves o andar a caballo es tarea de todos los días. Creo que la mayor diferencia es que este trabajo es muy tranquilo y tenemos un hermoso grupo. Hay amor y pasión por lo que hacemos y eso se nota. Tratamos de disfrutar, en vez de centrarnos en los problemas».
Al ser guardaparque tengo «el privilegio de estar en los lugares que todos los argentinos y todas las argentinas decidimos conservar. Eso es un orgullo y, cuando tenés la suerte de ver especies en peligro de extinción, sabés que estás haciendo el trabajo correcto», concede Azarko.
“El 23% de los guardaparques somos mujeres”, dice Natalia Azarko, en el PN Sierra de las Quijadas.
El Parque Nacional Sierra de las Quijadas «es hábitat del cardenal amarillo, de la tortuga terrestre y del águila coronada. Todas son especies en peligro de extinción. También tenemos la última población de guanacos de San Luis«.
El guanaco integra la fauna del Parque Nacional Sierra de las Quijadas, en San Luis.
Más alla de los desafíos y satisfacciones, Azarko sabe que su vida no es para cualquiera. «Te tiene que gustar el aislamiento, aunque al mismo tiempo tenés que tener tu lado sociable para poder atender visitantes con calidez”. Aun así confía: «Estoy criando acá a mi hija y siento que tomé la mejor decisión de todas. Ella está creciendo en contacto con la naturaleza».
«Encontramos un amigo en cada provincia»
«Me crié en un ambiente completamente natural: mi papá era guardaparque y mi mamá era hija de un guardaparque». Alejandro Pfoh tiene 33 años y es el jefe de la División Incendios, Comunicaciones y Emergencias (ICE) del Parque Nacional Tierra del Fuego. «Ser guardaparque es una vocación -dice-. Tengo un cariño especial por la gente que asume este compromiso».
Alejandro Pfoh es el jefe de la División Incendios, Comunicaciones y Emergencias (ICE) del Parque Nacional Tierra del Fuego.
Antes había trabajado en Talampaya, Iguazú y Calilegua. Su esposa y sus hijos lo acompañan en cada traslado y también se adaptan a los cambios: «Con mi mujer compartimos el gusto por las nuevas experiencias. Cada mudanza es una oportunidad para descubrir geografías, historias, cultura. Recorrimos el país y en cada provincia encontramos un amigo».
Si bien los traslados con los hijos tienen sus dificultades -sobre todo cuando empiezan a generar vínculos-, Pfoh considera que los cambios los hace mucho más dispuestos a generar nuevas relaciones. Como le pasó a él de chico cuando trasladaban a su padre.
Alejandro Pfoh, en una de las recorridas embarcadas por el Parque Nacional Tierra del Fuego
Además, tratan de darle continuidad a las actividades que les interesan a sus hijos, de 13, 7 y 2 años. Una de mis hijas comenzó tela artística en Jujuy y siguió en Iguazú y La Rioja. «Antes hacía patín de cuatro ruedas y, ahora, en tierra del Fuego hace patín en el hielo. Está súper contenta».
Y agrega: «Con mi hijo más chiquito nos llevó algunos meses acomodarnos en Tierra del Fuego porque acá no puede salir y estaba acostumbrado a jugar afuera solo con el pañal, desde las 7 de la mañana hasta las ocho de la noche».
Antes del PN Tierra del Fuego, Alejandro Pfoh trabajó en Talampaya, Iguazú y Calilegua.
El último traslado fue el más abrupto que le tocó vivir junto a su familia: «Vivíamos en Jujuy, con 28 o 30 grados, y diez días después nos instalábamos en Ushuaia, con 4 grados. Lo que pasa es que cada ambiente es distinto y, cuando uno empieza a ver cómo cambian los paisajes va encontrando relación a muchas cosas de la naturaleza que antes pasaban desapercibidas».
En las zonas de uso público la especie predominante es el ñire, y en la parte más alta -donde termina el bosque -se destaca la lenga. Ambos con tonalidades rojizas, tan característicos de la región. Y se pueden ver cauquenes, guanacos y cóndores. «Una de las especies más emblemáticas del Parque es el huillín, que tiene un programa de monitoreo y control de la especie», describe.
«Ser guardaparque es una vocación», dice Alejandro Pfoh, en el Parque Nacional Tierra del Fuego.
¿Cómo vive un guardaparque en Tierra del Fuego? «Las actividades empiezan cerca de las 8 de la mañana, pero están condicionadas a los cambios del clima. De repente hay una tormenta o empieza a nevar y tengo que reformular la rutina», explica Pfoh.
Algunos días son más metódicos y otros requieren mayor exigencia. «Las actividades principales de la brigada están relacionadas con las emergencias, búsquedas y rescates; también con el mantenimiento de las sendas que usan los visitantes del Parque. Estamos siempre atentos y a disponibilidad«.
Fuente: Clarín