El Castillo de Dionisio, una obra fuera de las normas convencionales en el pequeño pueblo de Santa Veracruz, a 80 kilómetros de la capital riojana
La Costa Riojana está a cientos de kilómetros del mar más cercano. No hay que esperar playas ni palmeras en ese rincón del Noroeste donde se cosechan las mejores nueces y aceitunas del país, sino oasis que se forman en los valles al pie de cordones montañosos de colores ocres y rojizos. Son paisajes más bien propicios para reconstruir escenas del Cretácico, con dinosaurios de fibra de vidrio pintados de colores vivos, como los del Parque de la Prehistoria de Sanagasta.
El tiempo no corre a la misma velocidad a lo largo de la Costa Riojana que en el resto del mundo, y no solo porque dejó huellas visibles de un pasado que se contabiliza en millones de años -como atestiguan los nidos con huevos de dinosaurios- sino porque conservó costumbres y un modo de vida que no cambió mucho desde los tiempos coloniales, que hoy conviven con Internet y la TV por cable.
La región se extiende a lo largo de un valle formado al pie de la Sierra de Velasco, entre las localidades de Sanagasta y Arauco, dos burgos atrincherados en otras épocas. El más conocido del rosario de pueblitos intermedios es Anillaco, que vivió a pleno la era menemista de los 90 y fue durante algunos años la sucursal norteña de la Casa Rosada. Este frenesí es ahora parte de un lejano pasado: los yuyos invaden la pista de aterrizaje y los curiosos que preguntan por el camino hacia la Rosadita son cada vez más escasos.
El camino lleva hasta el lugar menos pensado de toda la Argentina: el Castillo de Dionisio. Se trata en realidad de una curiosidad arquitectónica única en el país y en el mundo, salida sin filtros de la imaginación de un ermitaño soñador.
No muy lejos está Santa Veracruz, un puñado de casas bajas a lo largo de una ruta que parece querer abrirse paso en medio de la sierra. Luego de pasar delante de la pequeña capilla y de una plaza aún más modesta, el camino lleva hasta el lugar menos pensado de toda la Argentina: el Castillo de Dionisio. Se trata en realidad de una curiosidad arquitectónica única en el país y en el mundo, salida sin filtros de la imaginación de un ermitaño soñador.
Castillo o palacio
Sobre los mapas y en toda la Costa Riojana, se lo menciona como Castillo de Dionisio. Este nombre, por más mitológico que sea, no fue de ningún rey; y en lugar de torres tiene símbolos de espiritualidades orientales. “Dionisio Aizcorbe recorrió el país entero antes de instalarse ahí. Buscaba un lugar con una energía particular y lo encontró en medio de las sierras riojanas”.
Quién habla es Pedro Fernández, el actual propietario del edificio. Él también llegó a la Costa en busca de algo distinto. Y como Dionisio, quedó atrapado por la magia de aquel rincón serrano. “Los dos estamos vinculados con el castillo por medio de la magia del lugar, pero también por medio de historias de amor que no tuvieron el final deseado. Por eso digo que este castillo no lo es de verdad, porque sigue esperando a su princesa… “.
A decir verdad, no lo es tampoco por su aspecto. Y los vecinos le dieron ese nombre porque no supieron darle otro. Aizcorbe lo llamaba el Anzuelo, porque su curiosidad atraía a la gente y él rompía su monotonía de ermitaño para charlar con sus visitantes. ¿Cómo calificaría un arquitecto a tal construcción, que no tiene comparación en el mundo? Pedro Fernández prefiere hablar de influencias gaudianas y es cierto que la fluidez de las formas recuerda en algo al maestro catalán. Los europeos que lo visitan lo asocian también con el Arte Bruto, la corriente identificada como tal por Jean Dubuffet y originada por personas que no tuvieron nunca una formación artística. Los suizos Soutter y Wölfli, los franceses Chaissac, Cheval o Isidore, el ítalo-norteamericano Rodia y muchos otros fascinaron a los surrealistas y terminaron por entrar en la historia del arte del siglo XX. La obra maestra del género es sin lugar a duda el Palacio Ideal, construido piedra por piedra por un cartero desde 1879 a 1912, con cantos rodados que recolectaba por los caminos, a lo largo de su gira diaria para entregar cartas en una remota zona rural del sureste de Francia. El castillo construido por Dionisio Aizcorbe tiene cierto lejano parentesco con el palacio de Cheval, aunque ambos tuvieron motivos e inspiraciones notablemente diferentes.
La obra de Dionisio es de alguna manera un palacio ideal también. Aunque de dimensión mucho más modesta, pero más sofisticada en sus formas. Y mientras Cheval solo plasmó visiones en una obra titánica en el patio de su casa, Aizcorbe construyó una vivienda donde vivió en sintonía con su espiritualidad y sus ideas. Porque, como recuerda Fernández, “Dionisio era una persona extremadamente culta. Era un adelantado sobre su tiempo, porque a fines del siglo XX nadie se preocupaba de ecología y espiritualidad -no hablo de religiosidad- en esta región del país. Eran incluso ideas nuevas en las grandes ciudades. Pero él había leído mucho, tenía una formación muy amplia”.
Historias de amor
Dionisio era santafesino y llevó una vida de comerciante errante, vendiendo muebles por el centro del país. Sus andanzas lo llevaron hasta los pueblitos de la costa. Fernández llegó allí durante su segunda luna de miel. “Venía del norte del país y me alojé en una hostería de Sanagasta de cuya concesión me hice cargo más tarde; en tres años la convertí en la mejor de la provincia y la única que tenía un casino en La Rioja”.
Él llegó a Santa Veracruz enamorado de una mujer de Tinogasta, Doña Julia Quiroga, que todavía vive y que llegué a conocer. Pero ella no lo acompañó en su sueño, y vivió solo.
Ambos compartieron también un mismo secreto, como confiesa Pedro a medida que suelta sus recuerdos: “Me separé en 2007 y, cuando decidí comprar el castillo era para mi nueva pareja, el amor de mi vida. En eso mi historia es parecida a la de Dionisio. Él llegó a Santa Veracruz enamorado de una mujer de Tinogasta, Doña Julia Quiroga, que todavía vive y que llegué a conocer. Pero ella no lo acompañó en su sueño, y vivió solo. Me pasó lo mismo. Mi novia se arrepintió, se volvió a Buenos Aires y decidí darle un giro turístico a lo que yo pensaba como un castillo para mi princesa”.
Fernández se hizo cargo de la reconstrucción cinco años luego del fallecimiento de Aizcorbe. Más que una profunda limpieza, necesitaba una restauración. Se basó en fotos para mantener el aspecto que tenía originalmente y lanzó las obras un 1º de mayo de 2009. Un año antes, había contactado a los hijos de Dionisio, esparcidos en todo el país, y entabló contacto con una de las hijas que vivía en Puerto Rico, en la provincia de Misiones.
Recuerda que “en un primer tiempo me alquilaron el castillo por un año y finalmente lo pude comprar. Desde el primer momento en que lo conocí me enamoré de este lugar. Y no solo porque es lo que considero como la única obra gaudiana fuera de España. Me fascina que haya sido construido a mano por una sola persona, que haya sido la obra de una vida. Desde hace una docena de años es mi hogar. Lo parquicé y lo preparé para las visitas, con todas las normas de seguridad y de inclusión posibles. Las indicaciones hasta están en Braille. Como no pude transformarlo en el hogar de mi nueva pareja, me dediqué de pleno al proyecto turístico pero sin desvirtuarlo. Conservé el espíritu original que Dionisio había querido darle a su obra. No vendo regionales, no organizo visitas guiadas, no ofrezco hospedaje. Solo me limito a mostrar al mundo una obra única”.
Yoga en la montaña
Curvas y colores: Dionisio hizo honor al significado que los antiguos griegos daban a su nombre. No hay nada mesurado, pero al mismo tiempo la construcción transmite armonía y paz. Aizcorbe encontró seguramente el secreto del equilibrio con excesos. ¿Será el vórtex energético que lo hizo posible? Fernández es categórico: “Aquí hay gente que siente enseguida que pasa algo fuera de lo común. No se puede explicar. Algo como una energía vibracional. La gente de acá decía que Dionisio era el “loco del castillo”, pero de loco no tenía nada. Hablaba del cuidado del medioambiente, de la dimensión espiritual del ser humano. Ahora hay miles de libros de autoayuda sobre estos temas, pero hace 50 años era un adelantado. Antes de emprender cualquier obra en el predio, le pido permiso porque siento que su espíritu sigue estando acá adentro. El castillo es su historia y yo soy un humilde difusor de su obra. Preparé un libro que se llama “Los pensamientos de Dionisio” y es el único recuerdo que vendo, pero es para que se difundan su filosofía y su ejemplo de vida. Ojalá tengamos a cientos de Dionisios alrededor nuestro en este momento… «
Aquí hay gente que siente enseguida que pasa algo fuera de lo común. No se puede explicar. Algo como una energía vibracional. La gente de acá decía que Dionisio era el “loco del castillo”, pero de loco no tenía nada. Hablaba del cuidado del medioambiente, de la dimensión espiritual del ser humano. Ahora hay miles de libros de autoayuda sobre estos temas, pero hace 50 años era un adelantado.
En este libro y en unas fotos que Pedro Fernández conservó, se lo ve con una larga barba de profeta, la mirada penetrante y dura, como sondeando a los actuales visitantes de su castillo… Mientras que el actual dueño sigue contando: “Él vivía de una manera muy simple, sin comodidades, pero no lo hacía porque era pobre sino porque había elegido vivir así. Me toca su historia, pero yo tengo ahora todo el confort necesario en la casa: instalé luz, el agua, tengo calefacción e internet”.
A fuerza de trabajo, Pedro Fernández puso en valor la casa y la profusión de detalles del jardín parquizando todo el predio. Es una invitación permanente a la contemplación y la relajación. “Aquí hay personas que vienen para visitas relámpago, sacan un par de fotos y siguen su camino. Pero para otros, es una visita que cobra una dimensión mucho más profunda. Con ellos charlo sobre Dionisio, les explico quién era, cuáles eran sus ideas y como encaró la obra de su vida. Algunos sienten la energía particular del lugar. Vi gente entrar y ponerse a llorar. Otros decir que se les puso la piel de gallina o haber percibido la presencia de Dionisio al lado de ellos… Para estos visitantes que buscan algo más que una visita a un atractivo, creé la única propuesta de turismo místico en la provincia, que combina la visita al castillo, caminata por la sierra hacia un mirador sobre el Valle de Arauco y una sesión de yoga en la montaña. Lo hago incluso de noche en verano, con la participación de una profesora de yoga”.
La creación de experiencias turísticas es tan solo una de las facetas de Fernández desde su reconversión al turismo en los años 2000. Fue sucesivamente administrador de hostería, luego uno de los primeros guías de turismo de la costa riojana, dueño del único verdadero OVNI turístico del país y culminó hace poco con la Presidencia de CARITUR, la Cámara Riojana de turismo, desde donde participa actualmente en la creación del flamante Ente Norte Turístico.
En buenas manos
Pocas personas pueden ser guías de su propio mundo, y es lo que volverá a ser cuando el turismo interprovincial se normalice. “Estoy ansioso por volver a recibir a los visitantes que lleguen hasta aquí y quieran aprender sobre la vida de Dionisio y conocer su obra. Lamento no haberlo conocido porque ya había fallecido varios años antes de que yo llegara a la región. Pero me vienen a visitar personas que lo conocieron, como Ludovica Squirru, que vino muchos años para escribir sus libros en el castillo. Ella me explicó que nunca conoció a nadie con tanta sabiduría como Dionisio”.
Con su inamovible sombrero de alas anchas sobre la cabeza, un cinturón con una gran hebilla en la cintura y una eterna sonrisa en la cara, Fernández tiene la pinta de un viajero de cine, pero eligió lanzarse a las aventuras espirituales, acompañado por la sombra de quien lo precedió en el castillo más improbable del mundo. Con el paso de los años, se convirtió él también en un atractivo de la Costa Riojana y uno pasaría horas escuchándolo hablar… Dionisio seguramente también debe sonreír de satisfacción si lo escucha desde algún lugar, porque su obra está en buenas manos.
Cómo llegar al Castillo de Dionisio
Se accede a Santa Veracruz desde San Pedro (son 8 km). Es el último de los pueblos de la costa antes de llegar a Aimogasta y Arauco, viniendo desde Sanagasta y La Rioja Capital. Visitas: todo el año cuando no haya restricciones por Covid-19. Informes al +54 911 4473 4566.
Fuente: Pierre Dumas, La Nación