La plataforma de streaming musical Spotify llegó a la Argentina en 2013 con la promesa de ofrecer un vasto catálogo con más de 20 millones de canciones a cambio de una módica suma de dinero por mes. O incluso de manera gratuita, aunque con publicidades. Parecía un buen plan pero los oyentes más exigentes la miraron de reojo, con algo de desconfianza, y empezaron a señalar sus defectos.
Es que al principio Spotify estaba repleta, sí, pero de ausencias. El mejor ejemplo: recién en la víspera de la Navidad de 2015 aparecieron en la plataforma todos los discos de los Beatles. Y en el plano local, una obra clásica del rock argentino como Bicicleta (1980), de Serú Girán, llegó recién a finales de 2017.
Con el tiempo se fueron saldando varias deudas y en la actualidad son cada vez menos los discos que no se pueden escuchar en Spotify pero todavía siguen habiendo casos significativos y todos tienen su propia explicación: un sello que se quedó con la propiedad de las canciones, un desacuerdo entre músicos, la dificultad para digitalizar obras grabadas en formatos que quedaron en desuso, trabas legales, cintas que se perdieron y otras cuestiones.
A ocho años de su arribo al país, Spotify todavía no cuenta con el primer disco de Sumo, Corpiños en la madrugada (1983). Tampoco con el primero de Turf, Una pila de vida (1997), o con el segundo de Illya Kuryaki and the Valderramas, Horno para calentar los mares (1993); incluso con el icónico Vasos y besos (1983), de Los Abuelos de la Nada.
“No solo no está Vasos y besos, tampoco está nuestro primer álbum”, agrega Cachorro López, bajista de la histórica banda liderada por Miguel Abuelo y productor del segundo disco, en diálogo con LA NACIÓN. “La gente que escucha Los Abuelos de la Nada no está esperando las novedades de los viernes en Spotify, quiere tener la discografía ordenada y completa. La verdad que sería bueno que estén todos los discos”, reconoce. “En algún momento van a estar. Me estuve contactando hace poco con la gente de Universal el sello discográfico que editó todos los álbumes de Los Abuelos de la Nada) por este tema. Casi todas las canciones que grabamos aparecen en algún tipo de compilado pero uno no tiene por qué andar buceando, si quiere escuchar un disco debería poder hacerlo. Sobre todo Vasos y besos, el más emblemático”.
Como explica Cachorro López, la mayoría de las canciones de este álbum clave que cuenta con hits como “Mil Horas”, “Así es el calor” o “Chalaman”, y ocupa el puesto número 29 en la lista de los “100 mejores discos de rock argentino” elaborada por la revista Rolling Stone, figuran en discos recopilatorios remasterizados por el propio López. Pero faltan dos: “Espía de Dios” y “Mundos in Mundos”. Y los fans lo saben.
De Los Guarros a Fun People
Tampoco aparecen en Spotify los primeros cinco discos de Los Guarros, la banda liderada por Javier Calamaro y Daniel “Gitano” Herrera. Si uno quiere escuchar el clásico “Vamos a la ruta” tiene que conformarse con una versión en vivo editada en 2017. Otra gran ausencia son los tres primeros discos de Fun People (Anesthesia, de 1995; Kum Kum, del 96 y Toda niño sensible sabrá de qué estamos hablando, de 1997), banda fundamental de la escena hardcore-punk local. Y hasta hace un par de meses tampoco se podía escuchar Extremo sur (1993), de No Demuestra Interés, considerado el disco fundacional del género en la Argentina.
Otra ausencia notable es la de Flopa Manza Minimal, el único disco que grabó este trío compuesto por los notables Florencia “Flopa” Lestani (Barro, Mata Violeta), Mariano “Manza” Esain (Menos Que Cero, Valle De Muñecas) y Ariel Minimal (Los Fabulosos Cadillacs, Pez), en el año 2003. Sus fans arrancaron una campaña en Twitter para que los músicos suban el álbum a Spotify pero todavía es solo un deseo.
“Desde que están las plataformas digitales de streaming como Spotify, Apple Music, Deezer, la que quieras, nunca ha sido más fácil poner a disposición un disco para ser escuchado por el público general”, asegura Pablo Hierro, uno de los fundadores de Scatter Records, sello discográfico independiente que supo adaptarse rápidamente a la industria del streaming.
“Subir un disco a una plataforma digital es algo que, si tenés todo para subirlo correctamente, te lleva apenas media hora. Y en dos o tres días ya está disponible en cualquier tienda digital”, explica Hierro y aclara: “Para subir música a las tiendas digitales se utilizan agregadoras o distribuidoras digitales. Hay muchísimas en el mercado (ONErpm, CD Baby, DistroKid) y realmente es muy fácil registrarse”.
Entonces, ¿cuáles son las dificultades que puede tener un artista a la hora de subir su música a Spotify? Para Hierro, más allá de las facilidades de la plataforma, pueden haber “temas contractuales de los artistas con los sellos o, cuando el disco pertenece a la banda, desacuerdos entre los propios integrantes. Eso es bastante común”.
“A veces el problema es una cuestión técnica -explica Hierro-. Por ahí no están los archivos originales de la tapa, se perdieron, y se tiene que hacer una reconstrucción del arte de tapa. Para subir el disco Soñando Locuras (2000), de Embajada Boliviana, por ejemplo, los músicos tuvieron que escanear a mano la tapa de un CD porque no tenían el original”.
Otro problema de base es el cambio de formato de la música. Para Hierro, “con cada cambio de formato en la industria de la música se pierde mucha obra. Hay una gran cantidad de discos editados en vinilo que no se reeditaron en CD, y muy probablemente tampoco hayan pasado al digital. Pasa lo mismo con los CD, no todo está digitalizado. Es una pérdida de patrimonio cultural que lamentaremos”, asegura.
El caso Music Hall
Music Hall fue unos de los sellos discográficos más importantes de la Argentina, con un catálogo de más de 2.500 discos de folklore, tango, chamamé, música clásica, rock, que declaró la quiebra en 1993 y dejó toda esa obra musical paralizada en el tiempo. Hasta que apareció el Instituto Nacional de la Música (Inamu) y decidió llevar a cabo su recuperación para volver a poner las canciones en manos de los intérpretes.
“En Inamu sabíamos de esta situación y estábamos al tanto de la cantidad de discos, todos muy trascendentes, que habían quedado atrapados en la quiebra -explica Diego Boris, presidente de la entidad-. Averiguamos en el juzgado y era un pilón muy grande de expedientes pero valía la pena leerlo y hacer una propuesta”.
“Había un tesoro cultural increíble que estuvo 20 años sin poder ser editado, ni siquiera ser subido a Internet de manera legal -dice Boris-. Después de mucho trabajo, desde el Inamu hicimos una propuesta que fue aceptada por la administración de la quiebra y logramos la adquisición de todo el catálogo de Music Hall”.
De esta manera, el Inamu le dio a los intérpretes principales la posibilidad de editar su música como una forma de compensación histórica por todo el tiempo que habían quedado en esa especie de “limbo artístico-judicial”, como lo llama Boris. “Les otorgamos la licencia de estos fonogramas para que puedan editar sus discos, ya sea en forma física o virtual, con la condición de que esos discos se editen, que circulen”.
Así llegaron a las plataformas digitales y a las bateas las reediciones de Pappo’s Blues, Arco Iris, Billy Bond, Kubero Díaz, el primer disco de Los Gatos Salvajes, Metegol de Raul Porchetto, La Grasa de las Capitales de Serú Girán, los diez primeros discos de León Gieco, Miguel Mateos y Zas y Pedro y Pablo, entre muchos otros. Y todavía falta reeditar más de la mitad de lo recuperado.
“A veces hay reverdeceres de carreras musicales y justamente subirlo a medios digitales como Spotify es una de esas instancias, es una noticia -comenta Boris-. Nuestro objetivo principal es darle a los intérpretes la opción de que ellos puedan administrar sus fonogramas, algo que creían que estaba perdido. Para nosotros lo mejor que puede pasar es que todo esté a disposición de los oyentes”.
Fuente: Martín Sanzano, La Nación