“Ya di todo lo que tenía para dar”. Como tantas otras veces en los últimos años, Quentin Tarantino volvió a decir en público la semana pasada que va a hacer una película más y después se retira. Cuando su interlocutor, el sagaz Bill Maher, le dijo que no tenía sentido para un artista tomar semejante decisión cuando atraviesa su mejor momento, Tarantino contraatacó con la electricidad que lo caracteriza. “Conozco la historia del cine y a partir de un cierto punto los cineastas ya no mejoran”, replicó.
A pesar de los esfuerzos de Maher -confeso admirador suyo- no hay persona en el mundo capaz de animarse a refutar a Tarantino desde ese lugar. Y no hay autor cinematográfico que se haya animado como él a decir que en uno de los mejores momentos de su vida tuvo tiempo para ver “todas las películas del mundo”. Fue cuando trabajó como encargado de una casa de alquiler de videocassettes. Allí completó una educación sentimental que se había iniciado cuando su madre lo llevaba a ver toda clase de películas.
Cuenta Guillermo Cabrera Infante que cuando el pequeño Quentin tenía apenas cinco años, entró de la mano de su madre a un cine en el que se proyectaba Conocimiento carnal, prohibida para menores de 18 por entonces. El gran ensayista y crítico cubano marca una línea directa entre el aburrimiento que el pequeño sintió frente a las provocativas imágenes de esa película dirigida por Mike Nichols en 1971 y el desinterés que mantuvo hacia estos temas cuando consiguió su primer empleo como acomodador de un cine pornográfico. “Desde entonces, declara, ha odiado las escenas eróticas”, concluye Cabrera Infante.
Lo que también escamoteaba su reveladora ópera prima, Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) era el hecho mismo que le daba sentido a todo lo que allí se narraba. Cuando consiguió por fin los medios para hacer realidad el proyecto con el que iniciaría su extraordinaria carrera como director escribió el guion en apenas tres semanas y media. La historia de Perros de la calle es la del robo a una joyería, pero no hay ni una sola imagen del golpe en los 99 minutos de la película. El presupuesto era exiguo, había que terminar la filmación lo más rápido posible (se hizo en apenas 35 días, toda una marca) y ante tanta escasez de medios Tarantino eligió otro camino: armar la trama a partir de lo que ocurre antes y después del robo. Un fuera de campo gigantesco, como escribió desde estas páginas Martín Fernández Cruz en 2018.
El tiempo revelaría algo que seguramente no estaba tan claro en aquel primer movimiento de la carrera de Tarantino, a la vez consagratorio gracias a su aparición en el Festival de Cannes 1992. El hombre empezaba a ser un director admirado y hasta se animaba a mostrarse allí como actor, pero lo que más le interesaba (nos enteraríamos después con mucha más claridad) era otra cosa. “Tarantino, actor aspirante, es antes que nada escritor”, afirmaba Cabrera Infante en 1997. Fue uno de los primeros en notarlo y ese vaticinio adquiere en estos días notable actualidad.
“Todas sus películas tiene su propio mundo y su propia voz”, dijo de Tarantino Tim Roth, uno de los protagonistas de Perros de la calle, cuando visitó la Argentina en diciembre de 2018 para acompañar una proyección especial de la película como parte de la Semana de Cannes en Buenos Aires de ese año. “Cuando leí ese guion, a las 20 páginas ya estaba agarrando el teléfono para conseguir un papel. Era impactante y no se parecía a nada que hubiese leído antes”, le dijo a LA NACION.
Nadie había visto hasta ese momento una película sobre un robo importante (heredera visible además de una gran tradición del cine de género en Hollywood) que dedicara casi todo el tiempo a mostrar a sus protagonistas enredados en diálogos sobre temas en apariencia tan triviales como el significado de las propinas o las canciones de Madonna, en vez de ponerlos en movimiento ejecutando el plan de acción.
Ahora, cuando está a punto de producirse el debut formal de Tarantino como escritor, nos queda mucho más claro que el destino de aquellos primeros esbozos, perfeccionados luego en otras obras notables como Tiempos violentos (Pulp Fiction), iban a convertirse en algún momento en marcas genuinas de autor. En aquellas tardes interminables delante del mostrador del videoclub que atendía en las afueras de Los Ángeles, Tarantino no solamente veía todas las películas del mundo. También leía mucho. “Los libros más baratos de todos, más baratos todavía que los paperbacks”, decía en referencia a los textos de tapa blanda que por esa razón tenían precios más accesibles.
Esos libros no eran otra cosa que pulp fiction, expresión que se convertiría en el título original de su segunda película. “Pulp”, nos recuerda Cabrera Infante, es una publicación impresa en papel muy económico y por extensión también es ese tipo de relatos pasatistas de impacto rápido llenos de elementos sensacionalistas y muchas veces violentos. El ejemplo más acabado del estilo pulp son las ficciones publicadas en la revista Black Mask, cuya origen se remonta a “Los asesinos”, un cuento de Ernest Hemingway. Allí la violencia estalla en la conversación entre dos asesinos que entran en un restaurante “vestidos como dos cómicos de vodevil”. Es el mismo tipo de diálogo que mantienen John Travolta y Samuel L. Jackson en una de las más celebradas escenas de Tiempos violentos, estrenada en 1994.
Casi tres décadas después de aquel lanzamiento, esta semana aparece la primera novela escrita por Tarantino, también relacionada directamente con su obra para el cine. Se conoció ayer y lleva el mismo título en inglés que su última película, Once Upon a Time in Hollywood. Se estrenó en la Argentina como Había una vez… en Hollywood, pero el libro se conoce en el mundo de habla hispana con el título que tuvo la película en España: Érase una vez en Hollywood.
“El libro se lee como una pequeña y extraña novela de pulp fiction protagonizada por Cliff Booth”, adelantó Tarantino sobre el contenido de su libro, que se concentra en el personaje interpretado en el cine por Brad Pitt, amigo, confidente y sobre todo doble de riesgo de la estrella Rick Dalton (Leonardo DiCaprio). Contó que tardó cinco años en escribirla y que se trata de una versión “mucho más difícil de manejar” de lo que fue la película. Y si bien queda claro, como en el film, que las andanzas de Booth cobran sentido a partir de su amistad con Dalton, el libro agrega algunos datos inquietantes sobre el pasado de Booth: su papel en la Guerra de Vietnam y nuevos indicios acerca de si realmente mató o no a su esposa.
¿Estará más concentrado en la literatura que en el cine el futuro de Quentin Tarantino? Todavía no queda del todo claro. El segundo libro que prepara el director en su ¿nueva? carrera en las letras es un conjunto de ensayos y reflexiones sobre el cine de los años 70, como si no quisiera o no pudiera apartarse del todo del lugar al que dedicó las últimas tres décadas y querría abandonar.
Hace más de un año que Tarantino reside en Tel Aviv junto con su esposa israelí, Danielle Peck (20 años menor que ella), viendo crecer al hijo de ambos, Leo, que tiene 15 meses. Es una señal de cambio muy fuerte en la vida del realizador, que cumplió en marzo pasado 58 años. Tal vez esta nueva perspectiva lo lleve a insistir en su voluntad de abandonar el cine después de hacer una película más. ¿Cuál será? Todavía nadie lo sabe. Lo único que confesó Tarantino al respecto en su divertida charla con Bill Maher fue que llegó a pensar en despedirse filmando su propia remake de Perros de la calle. “Le digo a Internet que no la voy a hacer, pero lo consideré”.
Películas que se pueden ver, on demand
Perros de la calle, disponible en Qubit TV y Movistar Play.
Tiempos violentos, disponible en Movistar Play.
Había una vez… en Hollywood, disponible en HBO Go y Movistar Play.
Fuente: Marcelo Stiletano, La Nación