En un contexto donde la música (y el entretenimiento en general) se consume por videos de un minuto en Instagram, TikTok parece ser la nueva plataforma de los artistas y los memes una manera efectiva de comunicarse, Eduardo Berti reedita por cuarta vez Rockología. Documentos de los 80.
A pesar de haber sido escrito en una década distinta, pero no por eso menos revolucionaria, y bajo el pulso de un rock y una música totalmente diferente a la que predomina hoy, el libro no pierde fuerza ni vigencia. Más bien sigue funcionando como radar a ciertos artistas y transporta a las lecturas que en su momento hicieron Simón Frith, Miguel Grinberg o Juan Carlos Kreimer.
«No creo que uno deba alejarse obligadamente del rock a medida que envejece. Hay varios casos que demuestran lo contrario. Sí siento que, a comienzos del siglo XXI, pese a que durante décadas había acertado en vampirizar o canibalizar otros géneros y así conservar su juventud, el rock (más aún el argentino, acaso, que el de otros países) no supo envejecer o mantenerse en forma», resume Eduardo Berti, 30 años después, en el prólogo que abre esta flamante nueva edición.
«Rockología», de Eduardo Berti (Gourmet Musical, $980).
De la mano de Gourmet Musical, la editorial responsable de poner el libro otra vez en librerías, se extiende un archivo de época, en el que se incluye un capítulo sobre Spinetta, su disco Privé y su obra en los ’80.
En el ’89, año de su publicación original, Berti tenía 24 años, muchas notas escritas sobre música, trabajaba como periodista en Página/12 y ya había hecho su debut editorial con Spinetta: Crónica e iluminaciones.
En la actualidad ya no ejerce el periodismo y no está detrás del rock. Vive en Francia y la literatura es su motor principal. Con más de una veintena de libros editados –La mujer de Wakefield, Todos los Funes, La sombra del púgil, El país imaginado, entre ellos– y varios premios, no deja de celebrar esta nueva reedición, que acerca a los nuevos oyentes de música y lectores un nutrido trabajo sobre una generación que transitó la dictadura, la guerra de Malvinas y una floreciente democracia, en la que asomaron figuras como Luca Prodan, Federico Moura o el Indio Solari.
–Es la cuarta reedición del libro. ¿Se te ocurrió ampliarlo, teniendo en cuenta lo que desataron los ’80 en la música argentina y lo que vino después en los ’90?
–Nunca se me ocurrió ampliar Rockología. En ninguna de las tres reediciones se me ocurrió añadir capítulos acerca de los años ’90, por ejemplo, porque siento que eso habría desdibujado un libro que, ya desde el subtítulo, anuncia un recorte temático: “Documentos de los ’80”.
En la primera reedición, que salió a mediados de los años ’90, añadí un texto final porque sentí que entonces tenía más distancia y mejor perspectiva para ver ciertas cosas. Para ver, por ejemplo, que el final de la década del ’80 (casi una “época de oro” para el rock local) empezó con las muertes de Luca Prodan, Miguel Abuelo y Federico Moura (sobre todo la de este último).
Se confirmó, a mi entender, con una serie de hechos que ocurrieron entre fines de 1992 y comienzos de 1993, después de la primera edición de Rockología: la reunión de Serú Girán, el éxito de Fito Páez con El amor después del amor y su mega-recital en Vélez o incluso el “boom” comercial de la película Tango feroz, que ofrecía una versión muy equivocada de los inicios del rock nacional, pero que tuvo un efecto enorme en un público más joven que, de pronto (como había ocurrido una década atrás tras la guerra de Malvinas), descubrió o conoció más a fondo el presente y la historia del rock argentino. Pero estas reflexiones del final apuntaban, sobre todo, a revisar o completar mi visión sobre los años ’80.
«El rock argentino no supo envejecer ni mantenerse en forma», dice Eduardo Berti. Foto Andrés D’Elía
–¿Los perfiles que aparecen al final se pueden tomar como una especie de homenaje a esos personajes que fueron algo así como cancilleres de los ’80?
–El libro tiene, a grandes rasgos, dos partes. En la primera hablo yo, doy mi visión de las cosas, comparo el rock argentino de los ’80 con el de los años previos y, sobre todo, trato de abordar la cosa desde diferentes ángulos y perspectivas: la estética, las letras, los vínculos con la política, el público y las “tribus” rockeras, la industria, la tecnología, etcétera.
En esa primera parte hay una mirada, por momentos, al borde de la sociología o de los “estudios culturales”. Por supuesto, todo eso a mí me quedaba muy grande por entonces… Yo tenía 24 años. Me faltaba calle, me faltaban lecturas y me faltaba distancia porque estaba tratando de analizar en abril, mayo, junio de 1989 una década que no había terminado.
En la segunda parte ofrezco una serie de capítulos que son, casi siempre, una mezcla de retrato con entrevista. No dejo de hablar, porque describo o valoro a esos músicos, pero también les cedo la palabra. En algunos casos, como el de Litto Nebbia, hice reportajes especiales para el libro.
En otros casos rescaté charlas que había publicado antes, como periodista, en El Porteño, Cantarock o Página/12. La primera edición traía cinco perfiles: Nebbia, Soda Stereo, Fito Páez, los Redonditos y Charly García.
En las siguientes ediciones agregué a Daniel Melero, Los Violadores, Los Ratones Paranoicos, Virus y Sumo. Y en esta última y cuarta edición sumé un texto inédito sobre Spinetta, más bien sobre Privé y su obra en los años ’80.
Para Eduardo Berti, el rock ya no es sinónimo de ruptura. Foto Andrés D’Elía
–¿El rock envejeció mal?
–El rock se ha vuelto, en líneas generales, un género bastante estandarizado. Ya no es sinónimo de ruptura con lo previo, como lo fue durante décadas. Pero no tenemos que asombrarnos ni rasgarnos las vestiduras por eso. Es algo que ya le ocurrió al jazz, por ejemplo, lo cual no quiere decir que el jazz haya muerto ni tampoco impide que sigan apareciendo muy buenos músicos de jazz.
En cualquier caso, desde hace ya tiempo el rock muestra una tendencia a mirar atrás: gran parte del público, de la prensa “rockera” y de los músicos tiende a celebrar aniversarios de viejos discos, por ejemplo. O a rendir homenajes, reeditar álbumes con mejor sonido, rescatar inéditos, debatir sobre quién falta en el Hall of Fame o hacer “museos” y exposiciones.
De todo esto (sumado a las bandas tributo y otros fenómenos) reflexiona muy bien Simon Reynolds en Retromanía. Por supuesto que, cada tanto, aparecen músicos de rock interesantes. A mí me gusta mucho escuchar a Usted señálemelo o a Unknown Mortal Orchestra, por ejemplo.
Pero, si bien me parecen muy buenos, no me sorprenden tanto como me pueden sorprender músicos de otros horizontes, como, cito tres ejemplos bastante al azar, los micro-samplings de un artista como Pogo, la visión global y la exploración sonora de The Alchemist o la mezcla de géneros de Yves Tumor. Ahí siento que entro en una dimensión nueva. En algo que no siempre me gusta, aunque, en general, sí, pero que ante todo me intriga, me estimula, me interesa…
En Illia Kuriaky, Berti encuentra el rock de hoy. Foto Fernando de la Orden
–¿En qué música actual encontrás esa rebelión o contracultura que surgió del rock de los ’80?
–Personalmente, en el mejor rap y en la electrónica más osada. Pero también en una línea de artistas que, si bien se formaron en el rock, se aventuran más allá del ritual o la ortodoxia del rock y mezclan parte de esa tradición con ideas, sonidos, técnicas, instrumentos que uno no esperaría encontrar allí.
En el marco del rock argentino de los últimos años, creo que esta postura la encarnan artistas como Melero o Babasónicos o las últimas cosas de los IKV. Ellos sí que sorprenden, rompen los moldes, toman riesgos. Y hasta se meten con cosas que la cultura rock menospreciaba.
Lo mismo se puede decir de la carrera solista de Gustavo Cerati, no solamente de sus discos más “visibles” y exitosos, sino de todos sus proyectos “paralelos” que desmenuza tan bien Gito Minore en su libro La geometría de una flor. En ese libro, por cierto, hay una frase de Cerati que me parece reveladora: hablando de ciertos artistas de música electrónica, Cerati dice que oyéndolos sintió que “en ese momento el rock no estaba en el rock”.
Fuente: Clarín