Invité al sobrino de Borges a jugar al tenis. Bueno, no todos los días se puede escribir eso en un diario, pero es cierto: cuando termine la pandemia tenemos programado un partido de tenis.
Lo acabamos de coordinar por teléfono con Miguel de Torre Borges, con sus 82 años, luego de conversar durante una hora y cuarto —después hablaríamos todas las mañanas durante una semana— por los 35 años de la muerte de su tío, que se cumplen este lunes 14 de junio.
Su tío, claro, es Jorge Luis Borges.
En realidad, para Miguel de Torre Borges es “Tío”, una categoría así a secas, sin el pronombre posesivo delante, tal como Borges le decía “Madre” a doña Leonor Acevedo y “Padre” a Jorge Guillermo Borges.
-Para romper el hielo, una cosa que se me ocurre contar muy divertida es que Tío, cuando iba a mear, decía: «Bueno, le voy a dar la mano al obispo». Porque se entendía que la mano de un obispo era algo blando y fofo… Lo decía mucho, muy seguido. Eso viene del inglés: Shake the bishop’s hand. Claro, no lo decía delante de las señoras, sino en familia, con amigos. Ese tipo de salidas insólitas, divertidas, estrepitosas, eran muy comunes en Tío. Era una máquina de inventar, de dar vueltas las cosas y hacer asociaciones imprevistas. Tío era un improvisador, un repentista.
-¡Mirá que es un buen título para la nota!
-¡Por supuesto! Bueno, pero si lo vas a poner poné la palabra mear, no “orinar” que él no la usaba. No le va a gustar mucho a los obispos, pero me interesa muy poco. El Episcopado me tiene sin cuidado. En (Marcel) Proust hay un personaje muy divertido, el doctor Cottard, que es muy tonto y torpe pero muy divertido también y él, cuando decía que iba a mear, decía que le iba a dar la mano al Duque de Aumale. No se sabe por qué, pero él decía eso. Parece que era una frase hecha en esa época.
Arnoldo Listre (a la izquierda en la foto), Borges y Miguel de Torre, en la plaza San Martín. Julio de 1958. Foto: archivo de Miguel de Torre Borges.
Así directo, irónico, sin pompas de erudición, conversa Miguel de Torre Borges, hijo de la gran pintora argentina Norah Borges (hermana de Jorge Luis) y del poeta español, crítico literario y ensayista Guillermo de Torre.
Miguel nació el 1° de marzo de 1939. “Nací en la llamada década infame, aunque después vinieron otras más infames”, apunta sobre el peronismo, a lo Borges, sin nombrar a Perón.
Cuando Miguel era chiquito Borges daba vueltas de carnero por el living de la casa en calle Maipú. Historia real.
“Tío daba vueltas de carnero en la alfombra, sí, sí, rodaba sobre sí mismo. Fue por el 45-46, en la época en que escribió Ficciones y El Aleph. Se ve que por eso tenía la cabeza revuelta (se ríe). También me subía a babucha mientras cantaba y bailaba una milonga”, recuerda.
Miguel es un histórico editor en la tradicional editorial Losada. Lee mucho: en español, en inglés y en francés. Relee más. Llegó a traducir del alemán algunos cuentos de Franz Kafka y de los hermanos Grimm. Tiene un pulmón y medio sano (fibrosis pulmonar) y dice que espera vivir hasta los 100 años. Su abuela, Leonor -la madre de Borges-, vivió hasta los 99.
“Caramba, se me fue la mano”, dijo ella al final de su vida.
El sobrino de Borges tiene una gata llamada Candelaria, su gran compañera “en los años de la peste como diría (Daniel) Defoe”.
Dice que “Borges hace patria escribiendo” y que “los uruguayos son más criollos que nosotros”. Dice que le preguntan mucho por ese “poema ridículo, una cursilería horrible” que le atribuyen -falsamente- a Borges: “Instantes”.
Mejor no hablar de ciertos poemas.
“Una medida de vaca para Borges”
En su testamento, Borges le dejó a Miguel los 21 tomos de Las Mil y una noches traducido por Francis Burton, que el sobrino mismo -comenta- le había comprado a Borges en un remate en Bullrich.
“Era una edición muy barata cuando la conseguí. Pero no es la primera edición, sino una reimpresión. Esos libros no le interesaban a nadie, salvo a él y a mí. Compartimos ese amor por Las mil y una noches”, precisa. El sobrino también tiene en su biblioteca otros libros que le fue regalando su tío.
-Algunos libros los he ido vendiendo cuando necesitaba plata o los regalé. Pero también lo hice porque me doy cuenta que yo soy el único que sabe qué contiene cada libro en mi biblioteca. Si yo me muero, eso va al montón y se pierde para siempre. Ahora lo tienen personas que saben lo que tienen y lo van a cuidar. Por ejemplo, hace poco vendí Historia de la República Argentina, de Vicente Fidel López, que Tío iba leyendo en el tranvía en esa época tan desdichada en la que trabajaba en la biblioteca municipal a finales de la década del 30. Eran 10 tomos, tenía anotaciones de él y la firma. Esa historia le gustaba mucho porque en varias páginas habla del Coronel (Isidoro) Suárez y de la batalla de Junín.
Borges (en el fondo), su madre doña Leonor y sus sobrinos Luis y Miguel de Torre. Sierras de Córdoba. 1956. Crédito: archivo de Miguel de Torre Borges.
Son las 17.06 del jueves 10 de junio. Suena el teléfono.
Es el sobrino de Borges.
Venimos así, llamándonos toda la semana, chequeando datos, nombres, fechas, no sé, hasta conversando sobre los partidos en Roland Garros. Hola, Miguel, sí, acá Mecca, cómo le va. Dice que si lo dejo no va a parar de hablar. A veces el llamado por teléfono dura 1 minuto, un detalle, digamos. Y así. Juro que su voz se parece a la de Borges. El hombre era parecido a la voz.
Ahora me precisa: «También ese libro de Vicente Fidel López le interesaba a Tío porque habla del combate de Las Palmitas en el que un caudillo federal, Manuel Mesa, fue derrotado por la caballería de Suárez en 1829 y luego fusilado en Plaza de Mayo«.
Ok, Miguel tiene más historias. Muchas más. Por ejemplo -cuenta- una vez escuchó una conversación entre su tío y José Edmundo Clemente, el segundo de Borges en la Biblioteca Nacional. “Yo jamás leo las notas de un libro”, le dijo Clemente a Borges y el autor de “El Aleph”, provocador, le respondió: “Bueno, yo solamente las notas”.
José Edmundo Clemente y Borges
Recuerda entonces: “Efectivamente él leía las notas de La Divina Comedia o las del Quijote. Yo he heredado eso: de los libros me gustan las introducciones, los prólogos y las notas. Y heredé de Tío el interés por la lectura y por las ediciones de libros. Él decía: ‘Si no te gusta un libro, no lo leas’. Salíamos mucho a caminar, me hablaba todo el tiempo, recitaba poemas, hacía chistes. Teníamos conversaciones a solas, en mi casa, en la casa de él, en un bar. El que hablaba era él, yo más bien observaba, escuchaba; Tío era un torrente tal que no se podía hacer otra cosa. Él no hablaba de esas cosas de escuelas literarias, vanguardias, retaguardias, nunca le interesaba para nada eso. Creo que el primer libro que me regaló fue en Adrogué una edición muy barata de editorial Tor -de tapas amarillas- del Sabueso de los Baskerville, de Arthur Conan Doyle, y también La señal de los cuatro”.
Miguel de Torre Borges publicó Borges: fotos y manuscritos (Alloni/Proa, 2005, en su segunda edición) -un libro elemental para los megafans de Borges- y Un día de Borges (Mate, 2013).
«Borges, fotos y manuscritos», en su segunda edición publicada por Alloni/Proa en 2005. La primera edición es de 1987, editada por Renglón.
Lo recuerda en el departamento de la calle Maipú, por la mañana, con su tazón de café con leche que le llevaban a la mesita de al lado de su cama y nunca leyendo el diario porque le manchaba los dedos.
“En los años sesenta, me acuerdo que íbamos al Saint James, en Córdoba y Maipú, y el mozo ya directamente encargaba en la cocina: ‘Un imperial de vaca para Borges’. Era una alusión irónica a la medida de la cerveza; es que Tío tenía que tomar leche por la úlcera”.
Otra anécdota: “Tío sentía mucho las cosas de la violencia. Le llamaban la atención. Contaba que le habían dicho una vez que en todos los regimientos había un degollador profesional que degollaba por ejemplo a los prisioneros moribundos. Se acercaba a cada uno de los futuros degollados y les decía: ‘Ánimo, mi amigo, más sufren las mujeres cuando paren’. Muy criollo, muy terrible y le rebanaba el pescuezo. Los rosistas lo hacían con un cuchillo mellado, con poco filo, para que duela más”.
También lo recuerda conversando con Adolfo Bioy Casares. Obvio.
“Se juntaban -dice- y se reían como dos chicos. Tengo una imagen de Adolfito, muy atlético, en cuclillas, las manos en la cintura, pum, pum, pum, tirando las piernas para adelante, danzando música rusa. Como Yul Brynner en la película Tarás Bulba. Él le hizo mucho bien a Tío porque compraba discos nuevos, populares, lo que estaba de moda en el momento, y los escuchaban juntos. También ponían música clásica. A Tío le gustaba (Johannes) Brahms, no se sabe por qué. También le gustaban unos pocos pintores como Wiliam Turner. Quizás al final era una broma porque no veía nada y las pinturas de Turner son completamente brumosas”.
Borges y Bioy, una amistad infinita.
-Bioy tomó de Borges esa estética conceptual de la ficción, como en La Invención de Morel.
-. Adolfito era muy simpático, agradable, muy buen mozo y elegante, pero no me gusta mucho como escritor. Me parece que jugaba mejor al tenis que lo que escribía. Me gusta, sí, su libro el Diccionario del Argentino Exquisito.
-Te propongo un ping-pong de preguntas sobre Borges, Miguel.
–Bueno.
-¿Cuál es tu cuento favorito de Borges?
—El primero que leí, “Funes el memorioso”.
-¿Y tu libro favorito de él?
–Ficciones y El Aleph. La tensión que tiene en la prosa solamente está en esos libros. Lo que escribió después se nota que ya no lo escribía él, sino que lo dictaba. Entonces no está tan trabajado, esos libros como El informe de Brodie, todo eso. Están muy bien, pero no tienen la tensión de esos cuentos tan perfectos. Cuando quedó ciego ya no pudo corregirse ni hurgar en las fuentes.
La primera edición de Ficciones, publicado por editorial Sur.
-¿Qué biografía recomendás leer sobre Borges?
–Una biografía literaria, de Emir Rodríguez Monegal.
-¿Y tus escritores favoritos de la literatura?
–Todo (Franz) Kafka y (Marcel) Proust y Roberto Arlt. Soy fanático de Arlt. Son libros que he leído y releído. Los Siete Locos, El Juguete Rabioso… Estoy tan loco que estoy buscando primeras ediciones, pero son carísimas. Me gustaría tenerlos, acariciarlos y verlos. Me compré hace dos años una primera edición de Los Lanzallamas. Para mí, Arlt y Borges son los dos principales escritores argentinos. También está (Domingo Faustino) Sarmiento que escribía estupendamente bien. Y el General Paz también, pero son otro tipo de literatura. No es literatura de ficción.
-¿Tu tío te hablaba de Arlt?
-Me contaba de él. Se conocieron, pero no tenían nada que ver uno con el otro en el estilo. Cada uno con su genialidad y sus locuras. Tío, para escribir una página, tardaría un mes, con las tachaduras, supresiones, agregados. Y Arlt escribía al volar de la máquina. Ese es el encanto de él, que le salían esas cosas maravillosas. Esas locuras de Erdosain, El rufián melancólico, El hombre que vio la partera, Barsut, todos esos personajes que nunca se le hubieran ocurrido a Tío porque no tenía esa formación ni conocía ese tipo de gente. Esa es la prueba que siempre digo de la relectura: si lo releés y releés, te das cuenta que te gusta realmente. Hay una frase que Tío jamás hubiera podido escribir: ‘Rajá, turrito, rajá’ (Los siete locos). Esa frase es lo mejor de todo Arlt. En su cuento Hombre de la esquina rosada, Borges tuvo que recrear este ambiente, pero de forma trabajada. Estudió el lenguaje, se hizo amigo de caudillos como Nicolás Paredes, de Palermo. Pero en Arlt eso era natural. Yo creo que en el fondo lo respetaba a Arlt. Al final Tío escribió un cuento que se llamaba El indigno, a la manera de Arlt. Es un homenaje a él.
Leonor, la memoriosa
Cuando murió su abuela, doña Leonor Acevedo de Borges, Miguel de Torre la lloró como a nadie.
Lloró infinitamente.
En su libro Apuntes de familia (mis padres, mí tío, mi abuela y mi madrina), editado por Losada en 2019, describe: “La muerte de mi abuela -mi querido personaje del siglo XIX- me dolió más que cualquier otra muerte en mi familia. La lloré más que a nadie; y acá llorar no está usado en un sentido metafórico o poético, sino en el más estricto de los sentidos. La gente me decía: ‘Cómo se sentirá tu tío’, pero nadie me preguntaba cómo me sentía yo, nadie podía imaginarse lo mal que yo me sentía. La lloré porque ella había vivido tantos años que yo creía que era inmortal”.
«Apuntes de familia», editado por Losada. Un libro fundamental sobre Borges.
Hablar de Borges es, claro, hablar de la tradición familiar. Como decía el escritor y ensayista argentino Ricardo Piglia, Borges no se pensaba bajo las categorías de la burguesía, sino que se medía por los linajes de su sangre, de sus mayores.
Borges lo plantea de este modo en uno de sus poemas: «No haber caído, / como otros de mi sangre, / en la batalla / Ser en la vana noche / el que cuenta las sílabas».
Así las cosas, Miguel dice que lo bromeaba a su tío porque en sus cuentos trataba siempre de meter el apellido familiar Haedo, que es ilustre en Uruguay. También -agrega- Georgie pasaba en sus textos el aviso de Suárez, Soler, Laprida, Lafinur….
A la derecha de Borges: su madre y su hermana. A su izquierda, Alicia Jurado. A la izquierda de la imagen, parado, Miguel de Torre. Foto: Archivo Miguel de Torre.
-Y lo hacía también con el coronel Francisco Borges, cuyo apellido hoy nombra una estación en Vicente López y todos piensan que es por Tío, pero se llama así por el coronel Borges que tuvo una vida novelesca y cada vez que paso por ahí me emociona. Todos esos nombres también están en mí. También está un militar, el General Paz, que es muy importante y de quién me gustan mucho sus memorias. Resulta que la madre del General Paz se llamaba Haedo, pero me parece que no son parientes. Pero cuando me preguntan yo digo que sí para sentirme pariente del General Paz, que es un gran escritor, mejor que (Lucio V.) Mansilla y que todos esos. Paz, para mí, está a la altura de Sarmiento. Pero es una digresión.
-Bueno, pero la historia se hace de digresiones, ¿no?
-Los franceses dicen conversación aux tiroirs, a cajoncitos, donde se van abriendo cosas…
-Justamente, en los cuentos de Borges, el fragmento es lo que da estabilidad.
-Sí, está muy bien eso. Los fragmentos, las historias parciales.
-¿Por qué crees que tu tío usaba esos apellidos ilustres?
-No lo hacía para darse prestigio, sino que le gustaba sentirse parte de toda esa historia, se sentía cómodo. En una época no lo conocía nadie, no tenía plata, tenía una vida muy triste, gris. Entonces vivía un poco con esas memorias y recuerdos. Eso se lo inculcó también mi abuela, que era una especie de historia viva del Río de la Plata, quien podía hablar de la época de Rosas. Yo también heredé todo eso. Digo en broma que cuando tenga 100 años, si llego, voy a hablar de la época de Rosas como si hubiera vivido esa época. Voy a haber absorbido tanto esos recuerdos que voy a creer que los he vivido realmente. Mi abuela era una gran narradora. Tenía una memoria fabulosa. Tenía recuerdos de hechos y de personas de su madre, de sus abuelos, de toda una parentela muy ilustre.
En Ginebra. Jorge Luis Borges junto a su madre Leonor, su padre Jorge y su hermana Norah.
-¿Borges hubiera sido quién fue sin su madre Leonor?
–Sin Europa y sin mi abuela no sabemos qué hubiera sido, hubiera sido algo menos o un Borges distinto. Cambió la vida de él primero por el viaje a Europa, donde aprendió bien alemán, francés (inglés ya sabía dado que era bilingüe). Eso le hizo leer a escritores franceses y alemanes y también aprendió Latín con un cura. Eso le dio una amplitud, una base cultural enorme. Y después, cuando llegó acá (Buenos Aires), mi abuela lo ayudaba todo el tiempo, lo empujaba, él era muy tímido. Lo único que Tío tenía era el talento de la conversación y la escritura. Mi abuela lo pinchaba todo el tiempo para que se relacionara con gente, que publicara, que escribiera. Fue importantísimo para él y para toda la familia. Ella era un poco el faro de toda la familia.
-Borges y su hermana Norah pasaron juntos la adolescencia en Europa. ¿Cómo la recordás?
-En Ginebra mi madre aprendió a dibujar. Para mí, mi madre era tan genial como Tío, absolutamente genial. También era muy retraída y tímida. Era como una iluminada. Ella sabía que tenía que dibujar, pintar y así lo hizo toda su vida. Recién hace unos años se la está reconociendo. Se complementaban. A veces ni hablaban, sino que se entendían con la mirada y se reían. Tenían muchos juegos de chicos. Se llevaron muy bien. Cada uno con su genialidad y sus rarezas y locuritas. Eran personas atípicas e informales. Mi tío también la admiraba por haber estado presa en una manifestación en la época de Perón. Era muy valiente. Siempre estuvo en contra de ya sabemos qué, de todos los ismos.
«Dos mujeres y un ángel», de Norah Borges.
-¿Conversaban con tu tío sobre las mujeres de su vida?
–Él era muy mujeriego, pero no con mucho éxito… Se enamoraba y finalmente no era correspondido. Se entregaba demasiado, se notaba a la legua que estaba enamorado. Muchas se acercaban a él porque su conversación era muy cautivante, entonces las envolvía y supongo que las escritoras aprendían mucho de él. Una vez se enamoró de una mujer porque al hermano de ella lo habían matado de un machetazo en un obraje en Misiones. Y otra porque el novio se había pegado un tiro.
-¿Crees que estuvo más enamorado de Norah Lange o de Estela Canto?
-De las dos, yo creo. Más de Estela Canto. Él me dijo una vez que Estela Canto fue la mujer más inteligente que había conocido.También la quería mucho a Silvina Ocampo, inteligentísima y una gran poeta. No sé si habrá estado enamorado de Silvina antes de que ella lo conociera a Bioy. Él la conocía porque era amiga de mi madre, dibujaban juntas.
Borges y Estela Canto, en la costanera de la Ciudad, en los años cuarenta.
14 de junio de 1986
El 14 de junio de 1986, a las 7.47 de la mañana, en Ginebra, Suiza, murió.
La tumba de Borges en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, Suiza.
-¿Recordás el momento exacto en el que te enteraste de la muerte de Borges?
-Yo estaba jugando al tenis en el club que queda acá a la vuelta de mi casa. Vino un amigo mío y me dice que lo estaban pasando por radio, que había muerto Tío. Me pasaron por la cabeza todos los recuerdos de una vida. Fui a lo de mi madre a comentar el asunto. Lo sentimos mucho. Mi madre sacó una carta en La Nación, muy famosa. Creo que Tío debería estar enterrado en el cementerio de la Recoleta, como él mismo dice en un poema.
-¿Te pesó alguna vez ser el sobrino de Borges?
-No. Supongo que la gente esperaba que yo dibujara o escribiera, pero hice otras cosas, me dediqué a producir libros, que es lo que me gusta. Empecé en Losada cuando era chico, después fui al Ateneo, después volví a Losada, pero también trabajé con Torres Aguero Editor, con la librería La Ciudad que hacía libros muy finos. Lo que más me gusta es cuando llega el paquete de la imprenta, abrirlo y ver el libro completo, con su tapa, encuadernado, con olor a tinta fresca. Es el momento sublime para mi. Es como un parto. He asistido a muchos de esos partos. Hace más de 60 años que estoy haciendo eso.
-¿Lo extrañás a tu tío?
-Lo extraño cuando veo en el cine una película y me gustaría comentarla con él. O para compartir juntos alguna burla. Se hubiera escandalizado con el lenguaje inclusivo.
-¡Hablamos 1 hora, 13 minutos con 26 segundos, Miguel!
—-bestialidad, nunca hablé tanto. Me alegro porque si no estas cosas se pierden. Hablé más que Tío.
-Je, je. Para cerrar, Miguel, viste cómo le ganó Rafael Nadal a Diego Schwartzman…
-Sí. Nadal es el Borges del tenis.
Fuente: Clarín