Visitar Nueva York por primera vez produce una sensación de déjà vu. Desde el cartel de “no cruzar” del semáforo y el carrito donde venden panchos, hasta la antena del Empire State asomándose entre los edificios, cada detalle de la ciudad resulta familiar para quien nunca había puesto un pie en ella. Es que antes de llegar a sus calles ya se enamoró caminando por el Central Park, pasó un momento de pánico en el subte o escapó de unos mafiosos en Little Italy; vivió en carne propia todas las facetas de la ciudad… a través de la pantalla.
El cine tuvo su bautismo en París y sus primeros pasos del otro lado del Atlántico los dio en Nueva York, antes de mudarse a Hollywood, en la segunda década del siglo XX, por cuestiones económicas y climáticas. Pero ni siquiera la construcción de la industria cinematográfica en la Costa Oeste de los Estados Unidos evitó que Nueva York continúe siendo uno de los escenarios preferidos por guionistas, directores y productores para situar sus películas. Hasta tal punto que la ciudad fue reconstruida en los estudios del sur de California, en un intento por trasladar su magia hasta allí y facilitar los rodajes que resultaban muy complicados en las calles neoyorquinas. Toronto, Vancouver y Atlanta, entre otros destinos que ofrecen incentivos fiscales y otras facilidades para la producción, sirven de falsas Nueva York en numerosas películas y series actuales.
¿Qué tiene Nueva York que no tengan otras ciudades? Su carga simbólica: la materialidad del sueño americano de crecimiento económico, movilidad social y potencial artístico conquistado. Nueva York se convirtió en la capital del mundo en el siglo XX; al mismo tiempo que el cine se constituía como el gran arte popular (junto con la radio y la televisión, que también tenían allí sus centros neurálgicos).
Desde las grandes producciones de Hollywood hasta las del cine independiente, los cineastas encuentran en la ciudad una imagen que sintetiza los temas que tocan; un telón de fondo para sus historias; un lugar de pertenencia para sus personajes. En las películas que la merecen, Nueva York nunca pasa desapercibida, siempre ocupa un lugar protagónico. “La ciudad es un personaje más”, el cliché que aparece en numerosas críticas y notas sobre films, se inventó para ella (aunque París le pelea el podio).
Claro que la ciudad no es una sola, contiene a varias, muy distintas entre sí. Esa diversidad de su población expresada en sus calles mediante la arquitectura, la ropa, la comida y muchas otras cosas, es parte del atractivo de Nueva York y otro de los motivos por los que tantas historias que llegan a las pantallas surgen de allí. Millonarios y mendigos; artistas y financieros; taxistas y gánsters; bailarinas clásicas y músicos de hip hop; las ocupaciones y situaciones económicas de los neoyorquinos forman un enorme espectro. O sea, sus experiencias de vida son muy distintas entre sí y el cine y la TV encontraron en ellas una fuente inagotable.
Tan inagotable que hacer un repaso por todas las películas y series que transcurren en Nueva York llevaría años de trabajo y ocuparía un libro muy gordo o varios tomos. Aquí nos limitamos a proponer uno de los miles de recorridos posibles por algunas de las películas y series que capturan el espíritu de la ciudad en distintas épocas.
La ciudad de los inmigrantes
La experiencia inmigratoria de mediados del siglo XIX y principios del XX en los Estados Unidos fue retratada numerosas veces en el cine. Los inmigrantes que llegaban en aquella época al puerto de Nueva York eran en su mayoría europeos, que llevaron consigo su cultura y costumbres, transformando al nuevo país pero también teniendo que adaptarse a él.
Pandillas de Nueva York (2002, disponible en Amazon Prime Video), de Martin Scorsese, uno de los grandes directores neoyorquinos, presenta los conflictos entre los inmigrantes, la corrupción política, la pobreza y la violencia que fueron parte de la construcción de la ciudad, alrededor de 1850. Daniel Day-Lewis, Leonardo Di Caprio y Cameron Diaz son los protagonistas de la película, que combina una historia de venganza personal con la crónica de una sociedad que todavía está en plena formación. A pesar de su espíritu cien por ciento neoyorkino, parte de la película se filmó en los estudios de Cinecittá, en Italia.
Una Nueva York totalmente distinta se puede ver en otro film de Scorsese que transcurre apenas unos años después: La edad de la inocencia (1993, disponible en Netflix). Basada en la novela de Edith Wharton, la narración se centra en un triángulo amoroso de personajes de la alta sociedad de Manhattan, interpretados por Day-Lewis, Winona Ryder y Michelle Pfeiffer. La ciudad que muestra aquí Scorsese es la de las mansiones y los salones elegantes en los que se movían estas personas (miembros de familias que también fueron alguna vez inmigrantes); un ambiente completamente distinto al de Pandillas de Nueva York, pero en el que también existen la crueldad y las traiciones.
La mirada de un extranjero produjo una de las grandes películas sobre la inmigración en Nueva York. El italiano Sergio Leone, famoso por sus spaghetti westerns con Clint Eastwood como protagonista, dirigióÉrase una vez en América (1984, disponible en Amazon Prime Video), una épica sobre la vida en el Lower East Side, en un barrio de inmigrantes judíos, a principios del siglo XX (para la filmación se recreó en las calles del ahora de moda Williamsburg, en Brooklyn). La narración está dictada por los recuerdos de Noodles, interpretado por Robert De Niro, un traficante de alcohol durante la Prohibición. Su mirada hacia el pasado es la que va construyendo la historia de cómo él y su banda de amigos con los que creció se abren camino propulsados por la violencia y la ambición. A pesar de la crudeza de su historia y del universo que retrata, el film de Leone, que sufrió varios contratiempos y fue reeditada más de una vez, tiene una inmensa belleza visual que encapsula las contradicciones de la “tierra de las oportunidades”.
De Niro ya había tenido experiencia interpretando a un inmigrante que encontraba la salida de la pobreza convirtiéndose en mafioso. En El padrino II (1974, disponible en Amazon Prime Video), el actor interpreta al joven Vito Corleone, quien llega a Nueva York desde Sicilia y pronto descubre quienes son los dueños de las calles. El film de Francis Ford Coppola capturó hasta el más mínimo detalle la vida en Little Italy, en la década del 20, en donde el inmigrante italiano se convierte en un futuro poderoso capomafia.
Broadway, Madison y la joyería más famosa del mundo
Nueva York es la ciudad de los musicales. Este género tiene su Meca en Broadway, una calle diagonal que cruza Manhattan. En las cuadras alrededor de esa avenida y la calle 42, en la zona conocida como Times Square, se encuentra el epicentro de la actividad teatral. Broadway tiene su representación en el cine de maneras distintas; en adaptaciones de los musicales que se hicieron famosos en esos teatros y también en las historias centradas en los artistas y empresarios de ese ámbito (muchas veces los dos coinciden en una misma película).
Dentro del primer grupo hay películas legendarias como Un día en Nueva York (1949, disponible en Google Play), dirigida por Stanley Donen y Gene Kelly, en la cual el bailarín es un marinero que junto con sus compañeros, interpretados por Frank Sinatra y Jules Munshin, pasan 24 horas recorriendo sitios icónicos de la ciudad, desde Chinatown hasta Washington Square, viviendo aventuras románticas y, por supuesto, cantando y bailando. Otro clásico éxito de Broadway adaptado al cine es Amor sin barreras (1961, Qubit), de Robert Wise y Jerome Robbins, una versión moderna de Romeo y Julieta, en la que la tragedia surge de la enemistad entre una pandilla de inmigrantes latinos y otra de europeos. El film -que tendrá su remake este año, a cargo de Steven Spielberg– presenta una parte de la ciudad que está a punto de cambiar y convertirse en una de las zonas más caras (donde actualmente está el Lincoln Center). Los edificios de ladrillo rojo, cruzados por escaleras de incendio de hierro forjado, las canchas de básquet y los callejones, muestran una de las caras más típicas de esta ciudad en constante transformación.
La prosperidad económica de la posguerra influyó en un retrato más glamoroso de la ciudad en los 50 y los 60. Pero Nueva York siempre mantuvo su agitación vibrando detrás de los edificios imponentes y las boutiques de moda, no sólo en las películas independientes como las de John Cassavettes o las experimentales de Andy Warhol, sino también en las grandes producciones hollywoodenses. Alfred Hitchcock, amo de las historias criminales elegantes, puso a Cary Grant en peligro en Intriga Internacional (1959, disponible en Qubit), justo en el corazón de un símbolo de la grandeza arquitectónica de la época como es la sede de las Naciones Unidas (el interior está recreado en un estudio); mientras que analizó las tensiones de la distancia cercana entre vecinos de los edificios de Greenwich Village en La ventana indiscreta (1954, disponible en Qubit), filmada en un set de Paramount.
Otro tipo de relaciones entre vecinos se presenta en La comezón del séptimo año (1955, disponible en Qubit), una película tan neoyorquina que convirtió al aire cálido que sale de las bocas del subte en cómplice de Marilyn Monroe en una histórica escena seductora. El director y guionista Billy Wilder era un inmigrante que supo retratar la ciudad como pocos. Su estilo personal que combina romanticismo y cinismo nació para la sociedad artística con Nueva York, tal como lo prueban otras de sus películas como Días sin huella (1945) y Piso de soltero (1960, esta última, disponible en Google Play).
Esta última junto con La mentira maldita (1957, disponible en AppleTV+), el film de Alexander Mackendrick sobre un columnista de Broadway moralmente corrupto, sirvieron de inspiración para Mad Men (disponible en Amazon Prime Video), la serie que en los 2000 recreó ese universo de exterior chic de los publicitarios de Madison Avenue, profundizando en sus conflictos internos y sus excesos.
La oscuridad latente de la ciudad quedó bien escondida en Muñequita de lujo (1961, disponible en Qubit), contradiciendo a las intenciones de Truman Capote, el autor de la novela en la que está basada. Gracias al encanto de Audrey Hepburn y la música de Henry Mancini, la película de Blake Edwards se convirtió en un símbolo de una Nueva York fabulosa y repleta de posibilidades de romance. Bajándose de un taxi amarillo, con su largo vestido negro, un collar de perlas, una tiara y anteojos negros, Hepburn convenció al mundo de que no había un mejor lugar para desayunar que en la esquina de la calle 57 y la Quinta Avenida, donde se emplaza Tiffany & Co., a partir de entonces la joyería más famosa del mundo.
La violencia y el amor en las calles
Para los 70, Nueva York ya no brillaba como en la década anterior y el cine se ocupó de mostrar esa decadencia. La violencia siempre fue parte de la vida cotidiana de la ciudad, como lo cuentan las películas citadas sobre finales del siglo XIX y principios del XX. Desde un film noir notable como La ciudad desnuda (1948), de Jules Dassin, hasta series de los 90 como NYPD Blue y La ley y el orden (esta última disponible en Amazon Prime Video), el género policial encontró en Nueva York al escenario ideal y a su realidad como una fuente de inspiración. Si bien la violencia en las calles recorre toda la historia del cine y la televisión neoyorquinas, los 70 y principios de los 80 fueron una época en la que coincidió una desesperante situación económica y social en la ciudad, con una generación de directores dispuestos a presentarla en la pantalla en toda su crudeza (respaldados por estudios que no temían poner el dinero para que lo hicieran).
La carrera de Scorsese despegó con Calles salvajes (1973, disponible en Qubit) y Taxi Driver (1976, disponible en Apple TV+), dos films sumergidos en la oscuridad de la noche de la ciudad y centrados en hombres que recorren las calles, las de Little Italy en la primera y las del Midtown en la segunda, lidiando con la pulsión de violencia a su alrededor y dentro de ellos mismos (la serie The Deuce, que se puede ver por HBO Go, recreó con precisos detalles esa misma zona de Times Square que Travis Bickle frecuentaba).
El director continuaría estudiando las distintas expresiones de la violencia de su ciudad, en tono de comedia en Después de hora (1985, disponible en Apple TV+); centrado en la mafia en Buenos muchachos (1990, disponible en Amazon Prime Video); y radiografiando los manejos financieros turbios en El lobo de Wall Street (2013, disponible en HBO Go).
Sidney Lumet hizo lo propio con Sérpico (1973, disponible en HBO Go); Tarde de perros (1975, Google Play); y El príncipe de la ciudad (1981), proponiendo un naturalismo para retratar a criminales y policías de la época y las difusas líneas que los separaban.Contacto en Francia (1971, disponible en Google Play), de Willian Friedkin, es otro de los grandes films donde la violencia policial es algo cotidiano. Además, contiene una de las mejores escenas de persecución de la historia del cine, que es imposible de imaginar en otro lado que bajo las vías elevadas del tren en Brooklyn.
El transporte público es parte esencial de la vida en Nueva York y, por lo tanto, es uno de los sitios preferidos para ubicar parte de la acción en las películas neoyorquinas de todas las épocas. Escenas de todo tipo han tenido lugar en el subterráneo de la ciudad, pero hay películas que supieron aprovecharlo al máximo como el thriller La captura del Pelham 1-2-3 (1974, disponible en Google Play), de Joseph Sargent, en el que un grupo de criminales secuestra un subte; o la historia de guerra de pandillas Los guerreros (1979, disponible en Amazon Prime Video), de Walter Hill.
Al Pacino y Robert De Niro se convirtieron en símbolos del ser neoyorkino por sus trabajos en algunas de estas películas de los 70, mientras que John Travolta representaba a la juventud de la ciudad amante de la música disco en Fiebre de sábado por la noche (1977, disponible en Netflix). Los protagonistas de los films de Spike Lee, por su parte, ofrecen una perspectiva afroamericana de la vida en la ciudad, con foco en Brooklyn, en la que el racismo y la violencia son problemas cotidianos, como se puede ver en su obra maestra Haz lo correcto (1989, disponible en HBO Go).
Pero el intérprete y actor que fue durante muchos años sinónimo de Nueva York, para buena parte del público internacional, es Woody Allen. El tipo de personaje que construyó el comediante a través de varias de sus películas, un intelectual tan neurótico como sensible, es muy distinto a los tipos rudos de Pacino y De Niro. También lo son los lugares que frecuentan: restaurantes, cines, librerías y las calles cercanas al Central Park. La Nueva York de Allen se luce en sus comedias románticas de las 70: Annie Hall: dos extraños amantes (1977, disponible en Google Play) y Manhattan (1979, disponible en Google Play), una declaración de amor a la ciudad. Acompañado por Diane Keaton en ambas, Allen muestra una faceta menos violenta y más limpia de Nueva York que la mayoría de sus contemporáneos. La fotografía en blanco y negro de Manhattan, a cargo de Gordon Willis, acompañada por la música de George Gershwin, eleva a la ciudad a un paraíso en el que lo único que separa a los personajes de la felicidad son sus propias neurosis.
París podrá tener el título de la ciudad más romántica del mundo, pero en la pantalla Nueva York se ha convertido en la patria de las historias de amor. En los 80, el cine se ocupó del fenómeno de los yuppies en dramas como Wall Street (1987, disponible en Google Play), pero también en comedias románticas como Secretaria ejecutiva (1988, disponible en Google Play), de Mike Nichols, sobre una joven que toma el ferry desde Staten Island para cumplir su sueño de tener una oficina propia, en un rascacielos del distrito financiero.
Hacia fines de la década, el éxito de Cuando Harry conoció a Sally (1989, disponible en Google Play) puso de moda a la comedia romántica y estableció a Nueva York como escenario obligado. No fue una idea original del film de Rob Reiner, tan solo continuaba una tradición de varias décadas. Pero tal como Cuando Harry conoció a Sally renovó a un género clásico, también le dio un aire de modernidad con su óptica sobre la ciudad como telón de fondo del romance. Los paseos de Meg Ryan y Billy Crystal por el Central Park, cubierto por las hojas doradas del otoño, o charlando en una sala del Museo Metropolitano de Arte, convencieron a público y productores de que Nueva York también se adaptaba a las nuevas formas de contar un romance.
La guionista de la película, Nora Ephron, criada en Hollywood pero neoyorquina por nacimiento y elección, redobló la apuesta con sus siguientes películas como directora. Sintonía de amor (1993, disponible en HBO Go) transcurre en otras ciudades pero tiene su clímax con el encuentro de Ryan y Tom Hanks en el Empire State, uno de los máximos símbolos de Nueva York; mientras que Tienes un e-mail (1998, disponible en Amazon Prime Video) retrata la elegancia discreta del Upper West Side, el barrio de la propia Ephron, a la vez que presenta los dilemas de la inevitable transformación constante de la ciudad.
Mientras tanto, en la pantalla chica de los 90, Friends y Seinfeld se convertían en fenómenos internacionales con sus historias de Nueva York filmadas en los estudios de Burbank y Studio City, California. Acercándose al nuevo milenio, Sex and the City (HBO Go) tomó las calles de la verdadera ciudad para hablar sobre la amistad femenina, las aventuras sexuales y románticas de un grupo de mujeres de treinta y pico; y rendir culto a la moda, otro de los pilares económicos y culturales de Nueva York.
Después del atentado a las Torres Gemelas, ineludibles en cualquier plano general de Manhattan, la ciudad reconstruyó su espíritu y continuó generando historias. Nueva York era, otra vez, una ciudad distinta que la que había sido. Continuaron las historias violentas y las románticas; además de las fantásticas como Cloverfield (2008, disponible en Google Play) y The Avengers: los vengadores (2012, disponible en Disney+), en las que la ciudad más deseada del mundo es víctima, una vez más, de una terrible destrucción.
Tras la pandemia, la ciudad enfrentará nuevos desafíos y transformaciones. En sus calles, sospechamos, aparecerán nuevos personajes y nuevas historias. Difícil imaginar al cine y a la televisión sin su set preferido.
Fuente: María Fernanda Mugica, La Nación