¿Qué tienen en común Alejandra Pizarnik, Edgar Allan Poe, Anaïs Nin y Julio Verne además de la literatura? Son autores que fascinaban a Julio Cortázar, que tenía en su biblioteca personal varios títulos de cada uno. Subrayados, anotados, con dibujos al margen y algunos hasta con dedicatorias, los libros que formaron a Cortázar como lector fueron donados por su viuda y albacea, Aurora Bernárdez en 1993 a la Fundación Juan March, una institución cultural española con sede en Madrid. Este año, la fundación lanzó un podcast, La biblioteca de Julio, que se puede escuchar por Spotify. En episodios de quince minutos, los oyentes podrán acercarse a la obra del autor de Rayuela a través de los cuentos, las novelas y los poemas que lo acompañaron durante su vida.
“Este podcast bucea entre los libros propiedad del escritor, indaga en sus anotaciones personales, sus subrayados, sus dedicatorias y traspapeles. Reúne a Cortázar con sus autores favoritos y a todos ellos con sus lectores en el siglo XXI”, dice el narrador en la introducción. Hasta el momento hay cuatro episodios disponibles, que llevan como título el nombre de una obra del autor elegido. Así, el primer capítulo, dedicado a Pizarnik, unida con Cortázar no solo por su poesía sino también por una amistad genuina, se llama “Extracción de la piedra de locura”, poemario publicado por Sudamericana en 1968 cuyo título está tomado de un cuadro de El Bosco, que está en el Museo del Prado.
El ejemplar de la biblioteca que tenía Cortázar en su departamento de París (con alrededor de cuatro mil volúmenes) está dedicado por la poeta: “Para Julio con enormísimo cariño muy fiel de su Alejandra”. “Es un libro menudo, bien conservado, de papel rugoso, gramaje medio y pequeño tamaño”, describe el narrador. “Está ubicado justo entre Las aventuras perdidas, El deseo de la palabra, Los trabajos y las noches y La última inocencia. No es extraño que Julio tuviera tantos libros de Alejandra. Eran amigos, muy amigos”, agrega.
Con música de fondo (jazz, principalmente), el podcast incluye algunos fragmentos de audios del propio Cortázar y una voz femenina cuando le da la palabra a Pizarnik. Siempre resulta inquietante escuchar el tono característico de la voz del escritor, que se grababa para escuchar cómo sonaban sus frases: “Desde luego, cuando tengo la mala idea de escuchar estas cintas que a veces grabo en mi casa para oír cómo suena lo que escribo, me doy cuenta de que mi pronunciación del español consternaría a cualquier foniatra”, dice entre risas.
El relato aborda también la relación amistosa entre ambos autores, los temas de los que conversaban (“los surrealistas, que fascinan a ambos”, por ejemplo) y cita fragmentos de cartas. Entre otros poemas de Extracción de la piedra de locura, Cortázar subraya la página 20, “Figuras y silencios”: “Manos crispadas me confinan al exilio / Ayúdame a no pedir ayuda / Me quieren anochecer, me van a morir / Ayúdame a no pedir ayuda”. El locutor señala que Cortázar conocía la fragilidad de su amiga poeta y que las palabras y los versos subrayados, algunos con doble línea, reflejan su preocupación por la depresión de la poeta. “El poder poético es tuyo. Lo sabes. Lo sabemos todos los que te leemos”, le escribió.
Preocupado por el estado mental de su amiga, a Cortázar se le ocurre darle el original de Rayuela para que ella lo transcribiera a máquina. “Pasa el tiempo y de repente se evidencia que Alejandra no puede afrontar la tarea”, cuenta el relator y revela que el manuscrito de la obra más importante del escritor corrió peligro de desaparecer en manos de Pizarnik.
En la biblioteca de JC, que tiene títulos escritos en 26 lenguas y en algunos aparecieron billetes de metro o flores secas entre las páginas, también había lugar para Poe (“Cuentos de misterio e imaginación”, capítulo 2), Nin (“Diarios”, capítulo 3) y Verne (“Veinte mil leguas de viaje submarino”, último episodio disponible hasta el 4 de junio). Cada estreno revela una pasión lectora de Cortázar y sus vínculos con autores como Octavio Paz, Italo Calvino, Rafael Alberti, Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez.
Fuente: Natalia Blanc, La Nación