Respetado por el público y la crítica como director riguroso, atento al instante escénico y al trabajo de sus actores, como intérprete tenía el privilegio de apoderarse del escenario con autoridad, presencia y elegancia, ayudado por una voz que manejaba con gran oficio, su muerte fue confirmada a Télam por Olga, esposa del artista.
Ordano estuvo por estrenar como director la obra “Cosméticos”, de Bernardo Carey, con actuaciones de Roxana Randón, Cecilia Labourt, María Laura Cali y Yanina Gruyen en una de las salas de Teatro del Pueblo, en marzo de 2020, pero la aparición de la pandemia frustró esos planes.
Asimismo iba a participar del homenaje virtual que importantes figuras de la escena local realizarán el próximo 9 de julio al maestro de teatro Agustín Alezzo, al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento.
Ordano también era apreciado por aquellos y aquellas a quienes había formado desde que fue rector del Instituto Universitario Nacional del Arte –hoy Universidad Nacional de las Artes (UNA)- en el área teatral, en la carrera de actuación de la Universidad del Salvador, en la Universidad Católica Argentina (UCA) y en el taller teatral Hedy Crilla.
Ordano fue miembro del directorio de Proteatro, jurado de los Premios Trinidad Guevara, integrante de la comisión directiva de Teatro Abierto y, antes, formó parte del Grupo de Repertorio, que tenía la guía de Alezzo.
Según sus propias palabras, “fue en 1974 que un grupo de jóvenes encabezados por el director Agustín Alezzo, que también figuraba en la lista (de amenazados por la Triple A), creó el Grupo de Repertorio. Entre los veintitantos espectáculos que se estrenaron bajo su impulso estaba ‘Juegos a la hora de la siesta’, de Roma Mahieu. Fue durante el verano de 1975 que empezó a formarse el elenco y en marzo del 76 se empezó a ensayar”.
“A pesar de la ola de muerte que sobrevolaba nuestro país en ese momento –proseguía-, los que empezábamos nuestra carrera artística estábamos dispuestos a luchar y a sobrevivir. Teníamos la alegría y la fuerza que nos daban la edad y las esperanzas: algunos no habían cumplido los 20 años; los más experimentados estábamos en los 30”.
Ya con gran prestigio local, en 1989 realizó una gira teatral por universidades de Puerto Rico, invitado por el Colegio Universitario de Cayey, en calidad de Misión Cultural Argentina; en 1991 realizó otra por Suecia y España con el espectáculo “Mate amargo”, de Carey, y fue invitado a dar conferencias, charlas y seminarios de entrenamiento actoral en universidades de Estocolmo y Barcelona.
En 2000 participó como invitado en el Festival Internacional de Teatro de Tánger (Marruecos) donde recibió el Primer Premio por su obra “La pluma que araña el corazón de la vida”. Entre 2003 y 2006 fue invitado por la Accademia Nazionale Silvio D’Amico, de Roma, a realizar distintos seminarios.
Entre sus numerosos trabajos como director se contabilizan “Los mirasoles” (1979), de Julio Sánchez Gardel, en el Cervantes, “Vanidades”, de Jack Heiffner, con Susú Pecoraro, “Coronación”, de Roberto Perinelli, dentro del ciclo Teatro Abierto 1981, “Bent”, de Martin Sherman, “País cerrado”, de Estela Dos Santos, dentro de Teatro Abierto 1982.
La lista incluye también “La venganza de Don Mendo”, de Pedro Muñoz Seca, con extenso elenco en el Presidente Alvear, “El pino de papá”, de Julio Mauricio, con Adela Gleijer, dentro de Teatro Abierto 1983, “La reina del hogar”, con Edda Díaz, “Sexo, droga y rock’n roll”, de Eric Bogosian, con Gerardo Romano, “El dragón de fuego”, de Mahieu, donde fue actor y director.
A esos títulos se agregan, entre otros, “El bar y la novia”, de Amancay Espíndola, “Camellos”, de Luis Saez, “La pluma que araña el corazón de la vida”, de Patricia Astrada, “Bar Grill”, de Carey, “El calzador”, de Ana Caballero, con Juan Vitali, “El Petiso Orejudo”, de su autoría.
En los últimos años dirigió “Padre Nuestro”, de Rodolfo Ledo, Gerardo Romano y Atilio Veronelli, con Romano, “Con la mano de Dios, Anguila y Gamarra tocaron el Cielo”, “OW (Oscar Wilde)”, de su autoría, “La mesa de los galanes”, de Roberto Fontanarrosa, “Luces de bohemia”, de Ramón María del Valle-Inclán, “La que no se nombra”, “Noche de perros” y “Emperrada”, de Adriana Tursi, “Sábado a la noche”, de Beatriz Mosquera, con Marcela Ferradás, y “Eran tres alpinos”, como autor y director, en 2015.
El oficio le permitió a Ordano lucirse a sus anchas como actor, hacerse amar u odiar, divertir, conmover o indignar en obras como “Ejercicios de estilo”, sobre textos de Jacques Prévert, Raymond Queneau y Jean Tardieu, con dirección de Francisco Javier (1971) y “El tiempo y la habitación”, de Botho Strauss, con dirección de Manuel Iedvabni.
También actuó en “Tenesy”, de Jorge Leyes, con dirección de Daniel Marcove, “La bámbola”, de Maria Rosa Pfeiffer y Patricia Suárez, actuada por Roxana Randón y dirigida por Fernando Ferrer, “Contemplo la nieve que cae blandamente”, de Alberto Drago, con dirección de Eduardo Lamoglia y “Los siete locos”, de Roberto Arlt, con dirección de Omar Aita.
Pero hubo un director, Enrique Dacal, que supo extraer lo mejor de él como intérprete y con quien formó una dupla reconocible: trabajaron juntos en “Lovely Revolution” y “Argumento para una novela corta”, ambas de Enrique Papatino, “La piel o la vía alterna del complemento”, de Alejandro Finzi, y “Procedimiento para inhibir la voluntad de los individuos”, de Francisco Enrique.
Ambos se unieron también en cuatro obras del español Juan Mayorga: “Cartas de amor a Stalin”, “El chico de la última fila”, “Los yugoslavos” y “Reikiavik”, su último trabajo en conjunto, en 2017.