Si tuviéramos que pensar en una sola obra de arte que condense la angustia y desazón que sobrevolaba Europa a fines del siglo XIX (y que tan familiar volvió a sentirse en todo el mundo, en estos últimos doce meses) más de uno pensaría inmediatamente en El grito. Esa intensa obra de 1893 consagró a Edvard Munch como uno de los padres de la pintura moderna.
Más de 120 años después, exactamente sobre los mismos paisajes que el artista recorría cuando sintió el impulso de pintarla, de dar imagen a ese hombre que –dentro suyo– gritaba en silencio el desconsuelo de la humanidad, se levanta el nuevo Museo Munch de Oslo, donde podrán visitarse las más de 28.000 piezas que el artista legó a la ciudad antes de morir.
El museo, en sí, no es la novedad: su antigua sede ubicada en el barrio de Toyen se encuentra abierta desde los años ’50, poco después de que Munch realizara la donación, a condición de que la ciudad construyera un museo dedicado a albergarla. Pero el ambicioso edificio que viene de anunciar su apertura podría instalarse, y por varias razones, como el paradigma del museo del futuro.
«El grito», de Munch, tiene cuatro versiones. Aquí, la más famosa en la Galería Nacional de Noruega, en febrero de este año. Foto Heiko Junge/NTB Scanpix via AP
“Quiero que la gente permanezca aquí dentro mucho tiempo cuando venga”, expresó Stein Olav Heinrichsen, director del museo, en la conferencia de prensa que anunció su apertura.
El museo albergará varios espacios dedicados a la gastronomía en la planta baja y los últimos pisos (entre cafés y tiendas gourmet llevadas adelante por algunos de los chefs más destacados de Noruega); auditorios donde tendrán lugar charlas y conciertos, y un espacio especialmente concebido para los niños, donde los más pequeños podrán jugar a “ser” Munch, recreando su vida y su obra.
Heinrichsen también anunció un programa especialmente organizado para que los niños de diversas regiones del país lleguen hasta sus puertas el mismo día de la inauguración.
“Queremos que sean los primeros invitados”. La agenda también apuesta a incluir en sus salas muestras interactivas (y muy didácticas) que puedan replicarse, también, en modalidad virtual.
Con actividades recreativas
El museo de Munch será sede de múltiples actividades recreativas, una tendencia que crece, a medida que estas instituciones se van viendo obligadas a adecuarse a los espectadores siglo XXI, quizás más compulsivos, y menos contemplativos.
Pero tranquilos, que tendrá también 11 salas dedicadas a la exposición de obras, entre las propias del artista (con las cuatro versiones de El grito y su Madonna, entre las más conocidas) y las muestras temporarias (cinco en total) orientadas al arte contemporáneo, que ya están en agenda.
El cuadro expresionista «El grito», de Edvard Munch, en el Museo Munch, en Oslo. Foto AFP
La primera invitada será Tracy Emin. Confesa devota del pintor noruego –“he estado enamorada de este hombre desde los 18 años”–, la inglesa ya comparte sala con su amado en la Royal Academy of Arts de Londres, por estos días.
Pero en Oslo emplazará una escultura colosal sobre las cristalinas aguas que rodean el edificio. Mother es una figura femenina de nueve metros de alto hecha en bronce.
“Quería darle a Munch la madre que no tuvo”, contó la artista al definir la obra. Semejante motivación barrió con otros tantos favoritos en el concurso, entre los que también estaba el artista, top entre los tops, Olafur Eliasson.
El edificio también es, en sí mismo, una apuesta artística: sus más de 60 metros de alto buscan deliberadamente romper con una ciudad que tiende a las horizontales (en Oslo los edificios no superan los 15 metros).
En la fachada, el hormigón se combina con los perfiles acanalados del acero y el aluminio (ambos provenientes de fuentes recicladas) y cuyas superficies reflejan, en todo momento, las oscilaciones de la luz del sol y el agua.
La entrada se abre en una plaza baja, con mucho espacio para bicicletas y cero para autos.
“El diseño estuvo en diálogo permanente con los fenómenos ambientales, cuestionando cómo lidia la arquitectura con el cambio climático”, explicaba en la conferencia Juan Herreros, el arquitecto español que, junto a Jens Richter, está al frente del proyecto desde sus inicios, en el año 2008.
El museo Munch anuncia la gran apertura para el 22 de octubre y espera, para entonces, recibir visitantes de todo el mundo. Pero no se olvida de la pandemia (de la actual o de las que puedan venir).
Su planta estimula intuitivamente, según Richter, un recorrido apropiado en tiempos de mantener distancias; sus salas cuentan con sistemas de ventilación natural cruzada, y la dimensión de sus espacios permite el “monitoreo constante de los visitantes”.
Cosas del mundo que se viene (o que se vino) de esas por las que el mismo Munch, aun estando feliz con el inmenso edificio que en su honor se levanta, seguramente pintaría algún otro de sus gritos.
Fuente: Clarín