La piedra movediza de Tandil caía con sus 300 toneladas el 29 de febrero de 1912, un hecho que conmovía a los locales y que aún a día de hoy conlleva un gran misterio. Como si quisiese pasar desapercibido, el triste acontecimiento se dio en un año bisiesto pero los tandilenses y turistas que supieron apreciar su extrañeza -aunque sea en fotos o leyendas- siempre tendrán presente ese fenómeno de la naturaleza que decoraba la ciudad desde las alturas.
La presencia de la piedra nació con la fundación de Tandil (1823), cuyo significado se debate entre “piedra que late”, “peñasco que palpita” o “piedra al caer”. El emblema de la ciudad se esgrimía en lo alto y hacía equilibrio sobre un vértice de una forma tal que solo las leyes de la Física podrían entenderlo.
Pero una tarde de aquel febrero, entre las cinco y las seis de la tarde, cuando nadie andaba para ser testigo de lo sucedido, la piedra se desplomó con su excepcional peso, partiéndose así en tres pedazos y derribándose de esta forma un mito del lugar. Sus 5,75 metros de alto y 7 de base ya eran imperceptibles.
Sin embargo, a pesar de que el símbolo ya no se erguiría naturalmente nunca más sobre Tandil, la localidad siempre lo recordaría. Es que “La Movediza” le daría nombre a diversas particularidades de la ciudad, como el cerro que la sostuvo, una cancha de fútbol, un club -que llegó a ser campeón de la Liga Tandilense- y hasta algún local que decidió ser bautizado bajo el emblema de la piedra.
Un recuerdo de lo que fue
Los vecinos no iban a olvidar tan fácil algo que ellos mismos y los turistas apreciaban de su ciudad. Por eso, el 17 de mayo de 2007 se levantó en el lugar una réplica de la piedra movediza, en una acto en el que estuvieron presentes el entonces presidente, Néstor Kirchner, el vicepresidente, Daniel Scioli, y el gobernador bonaerense, Felipe Solá.
Era tan importante el hecho para Tandil que el municipio dictó, para el día de la inauguración, asueto administrativo y ordenó la suspensión las clases. “Este es un sueño cumplido para todos los vecinos”, decía el intendente, Miguel Lunghi.
El levantamiento de la réplica requirió un presupuesto de 650 mil pesos que salieron casi en su totalidad de las arcas del Gobierno nacional. Fue construida por especialistas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, que la tuvieron lista en dos meses.
Para su elaboración, se pusieron como norte imitar a la piedra original. Se plantaron primero sus bases de acero y se llenó su estructura con resina y fibras sintéticas. Finalmente, se le agregó el color y la textura del fenómeno natural.
No obstante, fue imposible lograr que la réplica, como la original, “se mueva”. Para justificarlo, el entonces supervisor del proceso, quien fuera el secretario de Obras Públicas, Mario Civalleri, planteó que el movimiento de la piedra natural “era imperceptible”.
En la inauguración, el intendente de la localidad concluyó: “Hay obras que mejoran la calidad de vida de los habitantes, como por ejemplo la construcción del Hospital del Niño; pero hay otras obras que son para el corazón, que llegan al sentimiento de sus pobladores, como es la construcción de la piedra”.
Para verla, los turistas deben subir hoy 264 los escalones de piedra, que los llevarán a un mirador, donde podrán apreciar de cerca la réplica de la piedra movediza que enalteció a Tandil y desafió por años a las leyes de la gravedad.
Cómo llegó ahí y por qué cayó
Como con todo emblema de una ciudad, alrededor de La Movediza se repitieron diferentes rumores y hasta leyendas acerca de cómo llegó a sostenerse en las alturas de las sierras de un vértice que parecía imposible poder aguantar semejante tamaño y peso.
Las versiones más alocadas hablan de extraterrestres que la colocaron allí y otras apelan a la fuerza e idoneidad de los indígenas que supuestamente decidieron cargarla hasta ahí arriba; pero las más lógicas y certeras son las que lo explican a través de la fuerza de la naturaleza: el movimiento de la tierra, las aguas que se retiraron del lugar y la erosión causada por éstas y por el viento generaron una serie de procesos que decidieron que el destino de la piedra fuera así de extraordinario.
Pero que la causa fuera tan natural y poco controlada implicaba un riesgo también para su supervivencia. Por esto es que parte de la población se cuestionó por qué el emblema no contaba con la protección suficiente para evitar lo que finalmente se dio el 29 de febrero de 1912.
Así lo pudo advertir el naturalista argentino Eduardo L. Holmberg, quien había visitado la piedra en 1881, 1882, 1883 y finalmente después de su caída, en 1912. Así, 30 años antes de su final, el egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires ya sospechaba que tarde o temprano el gigante de granito se iba a desplomar, pero prefirió mantenerlo en silencio.
Holmberg creía que si una o más personas se determinaban a empujar sostenidamente la piedra, ésta podría derrumbarse. En aquella tarde que, en su visión, “no podía ser más hermosa”, el profesional descartó una detonación o un movimiento sísmico, para conjeturar: “¡La Piedra Movediza ha muerto, ha sido asesinada!”.
Según planteó, su final se debió a “los empujones rítmicos de uno o más brutos, la tarea estúpida de un curioso o el crimen de un hombre de extensa instrucción incompleta”. A su teoría se le sumó que el horario de la caída, entre las 5 y las 6 de la tarde, coincidió con el momento en que mayor caudal de turistas se acercaban a apreciar el fenómeno.
De todas formas, los autores locales Elías El Hage y Pomy Levy se encargaron de contradecir al naturalista y sostuvieron entonces: “Que uno, dos y hasta tres brutos a las 17.15 horas de un 29 de febrero de 1912, en el colmo de la idiotez humana, hayan asesinado porque sí a semejante maravilla, convoca al desánimo, al estupor o a la resignación frente a lo que ya no tiene remedio…”. Asimismo, negaron que la hipótesis de Holmberg haya tenido repercusión alguna en Tandil.
La causa del derrumbe recorre otras versiones, como que las explosiones mineras de la zona generaron un temblor tal que la hizo caer, o que fue el vandalismo repetido de quienes visitaban el lugar, que arrojaban botellas para ponerla a prueba, la que la hizo debilitarse y desplomarse. En esta línea, otra conjetura plantea que la piedra, cansada de que la molesten, “se suicidó”.
Hoy, a 109 años de su caída, aún no hay respuestas certeras sobre lo que pasó y quizás nunca las haya. Lo único cierto es que este tipo de recuerdos dejan claras enseñanzas para la raza humana: que hay que cuidar a la naturaleza como si fuese sagrada porque nunca se sabe cuándo se va a cansar de tanto daño causado sin razón alguna.
Fuente: Lucía Fortin, La Nación