La familia de Vinicius de Moraes y el Estado de Brasil llegaron a un acuerdo de indemnización para sus descendientes por la persecución que el poeta, músico y diplomático sufrió durante la última dictadura militar en ese país. La noticia, dada a conocer ayer por el diario O Globo, y confirmada por Folha de Sao Paulo, podría ser una más entre las páginas de judiciales de los medios de ese país. Atraviesa, sin embargo, el Brasil de un Bolsonaro que llamó «héroe nacional» al torturador de la expresidenta Dilma Rousseff, y que siendo congresista le dedicó su voto en el impeachment. En un Brasil que, a diferencia de la Argentina, indagó los abusos de los militares con una Comisión de la Verdad pero no los juzgó, la decisión marca un precedente que, en tiempos de negacionismo, echa luz sobre su historia reciente.
El acuerdo contempla el pago de 3,4 millones de reales (unos 641.500 dólares), tras un proceso que duró 28 años. La indemnización se pagará como una medida cautelar, es decir, no en lo inmediato sino como una deuda judicial del gobierno, que podría saldarse para el año que viene.
El documento, presentado en el Tribunal Federal de Río N° 28, decreta una indemnización por los daños morales y materiales causados al compositor por las autoridades durante el régimen militar brasileño. La demanda había sido presentada por Luciana, Georgiana y Maria Gurjão de Moraes, hijas del músico (la primera de las cuales se suicidó en 2011), el 25 de julio de 1994. La causal más fuerte del pedido fue la destitución de Moraes de Itamaraty, el célebre Palacio de los Arcos que funciona en Brasilia como sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. Allí reportaba Vinicius como diplomático desde 1943 hasta 1969, cuando fue apartado de su cargo por las autoridades militares.
En el libro Chega de Saudade, publicado en 1990, el periodista Ruy Castro se refiere específicamente a ese momento: «Vinicius recibió la noticia en alta mar, en un barco. Lloró a mares, como un niño, porque amaba el Itamaraty, aunque detestaba la burocracia del servicio público», recuerda en el trabajo que se valió de testimonios del mismo poeta y de gran parte de su círculo más íntimo.
Gilda Mattoso, última compañera de Vinícius y actual productora de artistas como Caetano Veloso, recuerda, por su parte: «Fue una orden del presidente de la República y Vinicius removió el Ministerio de Exteriores, y apeló a todos sus conocidos, porque quería conseguir la nota firmada por Artur da Costa e Silva (el segundo presidente del golpe brasileño) con el texto que él imaginaba que había dictado: «Asunto, Vinicius de Moraes». Y debajo: «Aparten a ese holgazán». Decía que si lograba encontrarla, la iba a enmarcar en el salón».
Un informe de la Comisión de la Verdad, creada durante el Gobierno de Dilma Rousseff en 2011 para investigar los crímenes de la dictadura, reveló todo un sistema de espionaje ilegal ejercido desde el Estado sobre Vinicius y sobre otros diplomáticos. A los 55 años, cuando tenía el cargo de primer secretario, el poeta fue obligado a retirarse de la carrera diplomática bajo la acusación de «embriaguez», y se le impuso una jubilación obligatoria.
Junto con él, decenas de otros diplomáticos también fueron removidos del Ministerio de Relaciones Exteriores al mismo tiempo. En su caso, entró dentro de «una purga de homosexuales y alcohólicos» de las capas del Estado, presentada como tal por las autoridades.
El informe del Servicio Nacional de Inteligencia de 1966 desarchivado por la Comisión de la Verdad describe a Vinicius como «un marginado, que es al mismo tiempo diplomático y sambista». Otro, del Centro de Informaciones del Ejército (CIE), analiza su figura como la de «un bohemio» que «parece haberse equivocado de profesión».
En lo primero, seguramente, la inteligencia militar no se había equivocado, y tampoco hubiera sido necesario ningún servicio secreto, tampoco para el cargo que levantaron contra él: eran célebres las fiestas que Vinicius daba en su casa, en las que se reunían numerosos intelectuales y artistas; las fotografías lo retrataban siempre con un vaso de whisky en la mano. En cuanto a la segunda apreciación del CIE, las biografías dan cuenta del lugar que ocupó quien es hoy considerado uno de los mejores poetas en lengua portuguesa, además del padre de la bossa nova, el género por el que es mundialmente conocido el Brasil.
El trabajo diplomático de Marcus Vinícius de Moraes es menos conocido que el artístico, pero sin embargo es extenso. Su vínculo con la carrera diplomática comenzó en 1943, cuando fue admitido en el Ministerio de Relaciones Exteriores tras un primer intento fallido. Para entonces ya era un creador reconocido en el círculo poético, con algunos libros publicados, había ejercido también el oficio periodístico, como crítico de cine. Ya era «O Poetinha» (el pequeño poeta), aunque él prefería identificarse como «el blanco más negro de Brasil».
A finales de los 40 fue vicecónsul de Brasil en Los Ángeles, mientras seguía publicando libros. Fue luego segundo secretario de la Embajada en París en los 50, y más tarde fue nombrado en la sede diplomática en Montevideo. En los 60 regresó a París, pero en esa oportunidad como diplomático en la Unesco. Para entonces ya ostentaba un cargo planetario: el de «Padre de la bossa nova», en la fructífera compañía creativa de antonio Carlos Jobim.
Hay quienes destacan la contradicción que no dejaba de existir entre la bohemia del artista –esa que tan sagazmente identificó el servicio secreto brasileño– y la burocracia que implica el trabajo de un funcionario. El mismo Vinícius la retrató en su poema «Balada de las archivistas»: «Oh jóvenes ángeles cautivas / cuyas alas son maltratadas / en los cajones de los archivos! / Empleadas dedicadas / designadas por patrones / prisioneras honorarias / de la más fría de las prisiones. / Desde el fondo de mi silencio / las invito a luchar / contra el precinto que mantiene / a los ángeles encadenados / e ir a pasear por las tardes / del brazo de los enamorados». Desde ese análisis, la destitución del poeta del ámbito público no dejó de implicar, en su momento, la ruputura de un precinto que dejó más libre al artista.
El siempre recordado autor de «Garota de Ipanema» murió el 9 de julio de 1980 debido a un edema pulmonar. Dieciocho años después, con la democracia ya instaurada en el país, la Corte Federal lo amnistió post mortem, y en 2006 lo reintegró formalmente al cuerpo de diplomáticos brasileños. En 2010 la Cámara de Diputados aprobó finalmente su promoción al rango de embajador, y el expresidente Lula da Silva sancionó la ley que hizo efectiva su promoción a ministro de Primera Clase de Carrera Diplomática.
Antes y después de ese reconocimiento del Estado, Vinicius fue y seguirá siendo el enorme embajador del Brasil.
Fuente: Página12