El amor sólo no alcanza. Necesita utilizar recursos prácticos
para que la vida cotidiana funcione con inteligencia y sentido
común, conductas fundamentales si se desea compartir el
techo. Aunque sin ofrecer garantías de continuidad, una base
sólida está mejor preparada para resistir vaivenes
emocionales o financieros, sin que la relación se quiebre.
Si por una vez no se obstinaran en quedarse con la última
palabra.
Si por una vez no insistieran en tener toda la razón.
Si por una vez bajaran los decibeles y decidieran conversar civilizadamente.
Si por una vez, al menos, practicaran el perdón.
Si por una vez se atrevieran a exponer sus sentimientos con el coraje suficiente y preguntarse ¿vale o no la pena continuar juntos.
Los vínculos amorosos parecen de papel por lo fácil que resulta romperlos. Sobre Amor Líquido (Zigmunt Bauman) ya se escribió largo y tendido. O sea, sobre la evidencia de que, casi todo, es efímero, descartable. “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, dice Serrat.
A mi entender, las historias de desamor son sumamente tristes. Si lo sabremos las mujeres de cuando íbamos en masa a ver películas de amor y llorábamos a moco tendido con las vicisitudes y desencuentros que soportaba la pareja enamorada.
Los finales no siempre eran felices, sin embargo, cuando se producía el esperado happy end y las espectadoras suspirábamos emocionadas, no se nos ocurría pensar en el hipotético después. Como se sabe, el cine es ficción. En tanto, la realidad (léase: vida en común) requiere el cuidado que merecen los afectos. Respeto mutuo, comprensión, empatía para ponerse en el lugar de cada uno/a, inteligencia para darse cuenta si es más importante callar o quedarse con la última palabra. En resumen, conductas que se aprenden sobre la marcha. Prueba y error, como ocurre con las cosas importantes de la vida.
Y para convivir con relativa armonía se necesita, más que nada, aceptar al otro/a sin pretender que cambie. Las personas cambian si quieren, si les interesa, si advierten que, en efecto, lo necesitan. Hay acuerdos previos a la decisión de convivir. ¿Por qué se vulneran tan pronto? ¿Por qué lo que hacía gracia durante el noviazgo ya no se soporta? ¿Por qué dejaron de intercambiar palabras cariñosas y de seducirse?
Mediodía otoñal, dos varones sub cuarenta con equipo de fútbol abandonan la canchita luego de jugar un picado cinco contra cinco, lo que hoy se permite. “Estoy con auto ¿te llevo?”. “Dale, gracias, los pibes deben esperar con las mochilas listas”. “¿Decime, che, no hay vuelta atrás?, preguntó el conductor. “El mar de fondo es la guita. No me alcanza. Cuando hay demasiadas estrecheces, los motivos de pelea sobran. Hasta que empezaron los insultos. Fue mi límite. Como no estoy en condiciones de alquilar, volví a la casa de mis viejos. Ahí mis hijos están a gusto, lo pasamos bien, comen rico y gracias a las atenciones de sus abuelos, yo evito la humillación de repetir papá anda con poca plata para gastos”.
Mínima radiografía de una historia que se multiplica de manera alarmante. Es común escuchar comentarios de este tenor: Compartimos techo porque no queda otra, situación tensa e incómoda para la pareja. Evitamos que se nos suelte la cadena, pero se hace duro remontar los momentos tristes. Parecemos dos extraños, cero diálogo, cero complicidad… Cuesta imaginar que pocos años atrás estuvimos tan enamorados.
Conozco varios casos similares al de párrafo anterior y preferí que lo contara una persona imaginaria, quien representa a muchas otras. Pasa que este tipo de historia se repite continuamente y los argumentos también. La severa crisis económica obliga a compartir por conveniencia un espacio que antes era el hogar deseado y sobrellevar una separación a medias, con el desgaste cotidiano que implica estar juntos a disgusto más la profunda pena que causa no seguir apostando a la relación.
¿Son tan frágiles los sentimientos? ¿Cambian o se agotan rápido? No tengo respuestas. Sospecho que es personal, depende del umbral de resistencia o de aceptación. ¿Y el amor? El amor se construye día tras día con material antisímico. Ése que durante los terremotos sacude los edificios sin riesgo de que se vengan abajo.
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Dionisia Fontán, periodista y coach en comunicación.
Talleres Online y por Videollamada.
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