MC Hammer en acción. A principios de los noventa, el rapero parecía imparable. Pasó de ser casi un completo desconocido a vender más de 18 millones de copias de su álbum Please Hammer Don’t Hurt Em (Gonzales Photo/Christian Hjorth/Pymca/Shutterstock)
¡Hammer Time! Eso cantaba. Más de allá del gesto petulante, razón no le faltaba. Ese fue el tiempo de Hammer, de M.C. Hammer. Fue un tiempo breve, pero fructífero (para él) e intenso.
A principios de los noventa, el rapero parecía imparable. Pasó de ser casi un completo desconocido a vender más de 18 millones de copias de su álbum Please Hammer Don’t Hurt Em. Era el exponente de un género poco explorado aún que mezclaba el pop con el rap. La ligereza de uno y la velocidad del otro. Eran tiempos en los que la imagen importaba y él traía algo novedoso e impactante.
Los especialistas no lo tomaban en serio, sus colegas lo detestaban pero a Hammer no le importaba nada más que su propio y arrasador éxito. Desde tan arriba se escucha poco (o nada). U Can´t Touch This. Una canción pegadiza, bailes frenéticos y precisos, un video colorido, la necesidad de meter al rap en lo mainstream y la actitud desprejuiciada de Hammer hicieron posible el fenómeno. Llovieron los millones sobre el músico y la discográfica. Pareció que los dólares no dejarían de llegar nunca. O al menos eso creyó Hammer. Cinco años después de su éxito el cantante se declaró en bancarrota. Había perdido alrededor de 50 millones de dólares. Esta es la historia de un ascenso veloz y de una caída ultrasónica. MC Hammer desapareció antes de que la gente pudiera llegar a notar su ausencia.
Stanley Kirk Burrell nació en California en 1962. Tomó su nombre artístico de su paso por el béisbol. El dueño de los Athletics de Oakland quedó deslumbrado con la habilidad y el desparpajo de un chico de 11 años que se presentó en un concurso de baile. La simpatía mutó en compasión cuando supo que tenía otros siete hermanos y un padre ausente y ludópata. Le ofreció un lugar en su equipo. Stanley se animó a pedirle también trabajo para su hermano menor. Así fue como los dos Burrell, en los momentos en que no iban al colegio, acompañaban al equipo de las Grandes Ligas de su ciudad.El otro era el chico que le alcanzaba los bates a los jugadores. Stanley tenía otro misión. En tiempos sin internet y con televisación sólo para partidos importantes, parado al lado de un teléfono hacía un reporte jugada por jugada, lanzamiento por lanzamiento del partido al dueño de la franquicia cada vez que éste no podía ir al estadio. Fue en esa época que una leyenda del béisbol, Reggie Jackson le puso el apodo con el que sería conocido. Le dijo que era como un mini Hank Aaron -otra leyenda del juego, uno de los 5 grandes de la historia-, que su cara era igual al del ídolo. Así que lo llamó Hammer, el mismo apodo que ostentaba Aaron. Desde ese momento, Stanley pasó a ser conocido como Hammer.
ntentó ser jugador profesional pero no lo consiguió. Entonces se dedicó a la música. Empezó a golpear puertas de discográficas pero nadie le prestó demasiada atención. Eran los ochenta y todos querían triunfar en el mundo del pop. Todos querían ser el próximo Michael Jackson. Él grabó, como pudo, su primer disco. Con financiación de dos jugadores profesionales de béisbol puso una pequeña discográfica. De ese primer álbum casero logró vender 60.000 copias. Una pequeña proeza. Todo lo hacía a pulmón, no tenía distribución en grandes cadenas ni en otras ciudades. La mayoría de esas copias las vendió él mismo en su garage o desde su auto. Un ejecutivo de Capitol escuchó del fenómeno y fue a verlo en una de las fiestas que animaba. Quedó deslumbrado con el carisma y la energía del joven M.C.Hammer. Recibió un anticipo de un millón setecientos mil dólares. Una apuesta arriesgada. Lo que pudo haber sido un acuerdo descabellado se convirtió en muy pocos meses en un negocio extraordinario para la discográfica. Reeditaron el primer disco con algunos temas nuevos, mejora en el sonido y otro título: Let’s Get It Started. Casi sin promoción, vendió dos millones de unidades. Dos años después, en febrero de 1990, salió Please Hammer Don’t Hurt Em que desató el inesperado tsunami Hammer.
Un ejecutivo de Capitol escuchó del fenómeno y fue a verlo en una de las fiestas que animaba. Quedó deslumbrado con el carisma y la energía del joven M.C.Hammer. Dos años después, en febrero de 1990, salió Please Hammer Don’t Hurt Em que desató el inesperado tsunami Hammer y sus estrafalarios pantalones (Globe Photos/Mediapunch/Shutterstock)
U Can´t Touch This ni siquiera apareció como single. Pero esa decisión que podía haber matado la carrera comercial de una canción en ese tiempo, fue una de las causas del boom. El público, al escucharla en las radios -que no dejaban de pasarla- y de ver el video en MTV, corría a comprar el disco. Así llegó a convertirse en el primer disco de rap (si lo fuera) en obtener el disco de diamante. En su desenfrenada carrera comercial de esos meses de 1990 vendió casi dos decenas de millones de álbumes.
El video fue también una pieza fundamental en la construcción del fenómeno. Los colores chillones de la ropa, las coreografías pegajosas y vivaces, la expresividad de MC Hammer.
Si la letra era bobalicona y la música un sampler extendido de la línea de bajo de Super Freak de Rick James mechado con un coro machacante que insistía con el ooh ooh, el baile de Hammer tenía algo hipnótico. Atlético, potente (tenía algo de martillo neumático) grácil y hasta novedoso. El histrionismo exagerado del cantante, su simpatía. Y, por supuesto, los pantalones: U Can´t Touch This impuso también una moda.
Mucho tiempo después, Hammer explicó que hacía muchos años que usaba pantalones amplios. Había descubierto que le facilitaban los movimientos y que por otro lado provocaban un efecto visual interesante, la tela se movía con independencia del cuerpo, duplicaba los pasos.
Ese tipo de pantalón, que en Estados Unidos se llamaba Paracaídaspor la bolsa que hacían en la parte de la cola y los muslos, tiene un origen lejano e impensado. El diseño fue una respuesta de feministas pioneras a fines del siglo XIX. La ropa que usaban (los vestidos acampanados o con largas colas, los corsets) impedían que se movieran libremente y que realizaran con normalidad que los hombres podían hacer sin obstáculos textiles como, por ejemplo, andar en bicicleta. A alguien se le ocurrió este tipo de prenda que las dejaba mover con libertad. Pero con el tiempo el diseño quedó olvidado hasta que el rapero, casi un siglo después, lo puso de moda. A pesar que la prensa se obstinó al principio en llamarlos pantalones Paracaídas o Harem, MC reclamó que llevaran su nombre. Y eso también lo logró: ahora se conocen como los PantalonesHammer.
Al año siguiente salió un nuevo disco. Había que aprovechar el boom. El video de Too Legit To Quit fue otro fenómeno. En este caso ya no había sorpresa en el baile, ni en la personalidad extrovertida del protagonista. De 16 minutos de duración, copiando las piezas cinematográficas que realizaban los grandes jugadores de la industria en esos tiempos, el video tiene una cantidad delirante de cameos. Aparecen todo el tiempo los principales jugadores de béisbol y de fútbol americano de la época; también cantantes y actores. Tratar de encontrarlos a todos es un juego divertido. Jim Belushi, Danny Glover, Queen Latifah, el presidente de Capitol Records y treinta artistas más se pasean por la larga introducción. Una charla con James Brown y la misión: buscar el Guante. Después venía una bombástica presentación que aparentaba ser en vivo y el final con un imitador de Michael Jackson de espaldas dando su aprobación (Hammer contó que el verdadero Michael vio el video y lo aprobó). Los grandes nombres, el despliegue y una narrativa: Hammer se autoproclamaba integrante y sucesor de un linaje que empezaba en James Brown seguía en Michael Jackson y terminaba en él.
El disco anduvo mejor de lo que se recuerda. Vendió 5 millones de copias, la reseca del monumental suceso anterior. Pero su estrella se iba apagando. El siguiente lanzamiento vendió dos millones y el cuarto ya sólo 200.000 copias. MC Hammer había dejado de interesar.
Mientras duró el fenómeno casi nadie lo alababa. Para eso estaba él. Los otros artistas de rap lo acusaban de impostor y varios lo criticaron (y hasta lo insultaban) en sus temas. La crítica nunca vio en él más que un producto demasiado deliberado.
Una nueva línea de ataque se sumó cuando fue acusado de plagio. Nadie que hubiera escuchado radio en los años anteriores podía desconocer que la base del tema pertenecía a Super Freak de Rick James. Los ataques contra Hammer se sucedieron. La cuestión hacía años que rondaba: el uso del sampleo por parte de los raperos producía chirridos sobre la propiedad intelectual. Paul’s Boutique, el gran disco de los Beastie Boys, contemporáneo de U Can´t Touch This, tiene más de trescientos sampleos no reconocidos. Era una práctica usual que quedó al desnudo tras el monstruoso éxito de Hammer ( y el de Vanilla Ice unos meses después con base en el Under Pressure de Queen y Bowie). Esas montañas de dinero debían ser compartidas.
A Rick James nunca le gustó el rap. Y cada vez que podía defenestraba a sus cultores. Insistía en que era un género destinado a lo fugaz, que ninguna de sus obras aspiraba a perdurar. No autorizaba que sampleen sus temas. Consideraba que eso no era música.
Cuando en 1990 empezó a sonar U Can´t Touch This, su desprecio creció. La canción avanzaba, musicalmente, con la repetición del groove contagioso de la línea de bajo en uno de sus temas emblema, Super Freak. “Ellos dicen muchas cosas, la mayoría sin sentido, sobre nuestra música. Sáquenle la música y no queda nada”, declaraba James por la época.
Al principio salió a pelear a Hammer a través de los medios de comunicación. Su plan era conseguir difusión para su último disco. Publicidad gratis. Pero alguien lo previno del negocio que se estaba perdiendo.
Los abogados lo merodeaban con desesperación. Pasadas unas semanas, con la canción sonando -literalmente- en todos lados, Rick y Alonzo Miller, el otro compositor de Super Freak iniciaron un reclamo legal. La cuestión se arregló extrajudicialmente de un modo bastante sencillo: Rick James y Miller fueron reconocidos como co-autores y como tales cobrarían las correspondientes regalías.
Este reconocimiento tuvo varias consecuencias. Rick James ocupó una vez más lugar en las páginas de las revistas musicales (aunque no le sirvió para relanzar su carrera) y obtuvo varios millones de dólares por los derechos de autor. Super Freak volvió a la rotación de las radios para mostrar las diferencias entre el original y la canción del momento.
La obligación de compartir las regalías fue otro de los huecos por los que drenó la fortuna de Hammer.
Se calcula que en el primer lustro de los noventa MC Hammer recaudó más de 35 millones de dólares. Pero menos de cinco años después de su explosión, quebró. La justicia declaró su bancarrota. Ya nada le quedaba. O peor aún: tenía deudas por 15 millones de dólares (Brandon Nagy/Shutterstock)
Rick James no aprovechó su oportunidad. Nunca pudo salir de las arenas movedizos en las que habían caído su carrera y su vida personal. Los problemas eran cada vez mayores. Ya no se trataba de discos que no funcionaban o de shows poco articulados. Estaba dominado por su adicción al crack. Fue condenado por secuestrar y abusar a dos mujeres y estuvo preso varios años. En el 2004 fue encontrado muerto en su casa. Tenía 56 años y más de 9 drogas diferentes en su organismo.
Mientras tanto Hammer al llegar a la cima se dio todos los gustos posibles. Se convirtió en millonario con una celeridad única. Los millones ingresaban a sus cuentas. Pero con la misma velocidad se iban de ellas. Se las ingenió para generar un séquito de casi 200 colaboradores. La mayoría no eran más que amigos y familiares que no tenían función específica pero que cobraban un salario. En eso se le iban alrededor de 7 millones anuales. Construyó su casa en una colina con vista al barrio pobre de Oakland en el que creció. Se dio todos los gustos. Pista de bowling, dos piletas, varias canchas de tenis, garage para 18 autos, estudios de grabación, caballerizas y un pórtico de entrada recubierto de oro. Eso sí el garage lo llenó de inmediato con Lamborghinis, Mercedes Benz, Porche y Rolls Royce. La caballeriza, también: adquirió una veintena de purasangres, entre ellos al que había salido tercero en el último Derby de Kentucky. Adquirió también un pequeño avión y un helicóptero.
Se calcula que en el primer lustro de los noventa MC Hammer recaudó más de 35 millones de dólares. Pero menos de cinco años después de su explosión, quebró. La justicia declaró su bancarrota. Ya nada le quedaba. O peor aún: tenía deudas por 15 millones de dólares. Una de las caídas más abruptas de la historia de la música. La mansión fue rematada en 6 millones de dólares, cinco veces menos de lo que él gastó. Cada auto, cada caballo, cada bien suntuoso fue rematado.
El ambiente, que nunca lo había respetado -el éxito había sido demasiado fulminante, demasiado voluminoso- se burló impiadosamente de él. Ya no tuvo segundas posibilidades. Cada disco posterior fracasó. También un reality show. Él, que aspiraba a convertirse en una leyenda, fue motivo de burla permanente. Pero no se lo tomó con dramatismo, al menos públicamente.
Se convirtió en pastor religioso aunque siempre intenta volver al ruedo. Su última gran aparición fue en los American Music Awards invitado por otro fenómeno aluvional y fugaz. Psy (en un inesperado gesto de auto conciencia sobre su carrera) lo hizo subir al escenario para hacer un medley de Gangnam Style y Too Legit To Quit. Mientras tanto su canción emblema se escucha en películas y series. El tema cada vez que aparece produce una sonrisa, hace mover los pies y refiere a una época precisa. Él acepta cada propuesta para protagonizar publicidades. En el pasado Super Bowl aparecía en lugares impensados para recordarle a las personas que no pueden tocar nada después de comer Cheetos con los dedos cubiertos de esa grumosa pasta anaranjada que queda adherida.
Unos años antes había protagonizado una publicidad de una empresa de seguros que demuestra su humor, su capacidad de autohumillación o al menos su vocación por seguir persiguiendo la fama que se le escapó. Con U Can´t Touch This de fondo, en la primera parte del corto Hammer se vanagloria de su mansión, su pileta, sus autos; en la segunda parte está sentado en el piso, abatido, mientras se llevan su Lamborghini, sus jarrones y cuadros y pones un cartel de remate en la casa. Es probable que ninguna otra celebridad hubiera aceptado participar de una publicidad similar, tan dolorosamente autobiográfica. A MC Hammer no le importó: el cheque tenía varios ceros.
Fuente: Infobae