Shakespeare y la peor de sus tragedias: la muerte de su hijo

La autora irlandesa Maggie O’Farrell novela la vida cotidiana del célebre dramaturgo inglés y el dolor que debió atravesar. Se pregunta cómo eran sus padres y su esposa.

William Shakespeare tuvo tres hijos. Dos de ellos, Hamnet y Judith, eran mellizos. El chico murió a los 11 años. Pocos años después, el padre ya tenía escrito Hamlet (el mismo nombre, pues en la época se ve escrito de ambas formas, con n y con l ). La británica Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972) se pregunta: ¿cómo era la vida cotidiana de la familia Shakespeare? ¿Quién era su esposa? ¿Y sus padres? ¿Y sus hijos? La respuesta está en la ficción y se llama como el niño, Hamnet (Libros del Asteroide/L’Altra), novela ganadora del Women’s Prize 2020, más bien coral pero que se centra en Agnes, la esposa de William, y en el propio Hamnet.

O’Farrell es autora de obras de obras como La extraña desaparición de Esme Lennox (2007), donde una dependienta descubre de repente a una tía abuela salida del psiquiátrico; La primera mano que sostuvo la mía (2010), sendas historias de pareja paralelas en el Londres de los años 50 y en el actual; Instrucciones para una ola de calor (2013, el único libro que hasta el momento se consigue en Argentina), donde un aumento de temperatura en el Londres de los años 70 provoca una desaparición y cambios de conducta; Tiene que ser aquí (2016), una crisis matrimonial en la campiña irlandesa; y Sigo aquí (2017), su autobiografía a partir de las 17 veces en que ella o sus hijos rozaron la muerte. La autora habló desde su casa en el frío Edimburgo, “muy calmada porque los colegios han vuelto a abrir y los perros y los gatos se preguntan dónde están mis tres hijos”.

–¿Tres hijos? ¿Como Shakespeare?

–Sí. Por superstición no quise escribir esta historia, que me ronda desde la adolescencia, hasta que mi hijo superara los 11 años, que es cuando murió Hamnet. Tenía que describir el dolor de la madre, del padre, meterme ahí dentro. Ahora que el mío tiene 17, ya no vi ningún riesgo.

–Es una novela realista, pero con elementos mágicos.

–En las obras de Shakespeare hay mucha magia, brujas, profecías, tormentas, era algo que estaba en las creencias de la gente de la época. Pero, básicamente, intenté imaginarme cómo debía de ser Shakespeare cuando se casó a los 18 y no era aún nadie. Seguro que era ya extraordinario, me lo imaginé haciendo de profesor de latín y retórica. Hoy sabemos lo que tenía dentro pero sus vecinos no. A lo mejor su esposa, Agnes, fue la única en ver su potencial, de ahí surgió la idea de que ella pudiera ver dentro de la mente.

La escritora norirlandesa Maggie O'Farrell. Foto página web de la autora

La escritora norirlandesa Maggie O’Farrell. Foto página web de la autora

–En su novela, el pobre William no tiene ni nombre y es un secundario.

–La novela es sobre Hamnet, el hijo. Y, durante la mayor parte de su vida, Shakespeare estaba fuera, trabajando en Londres, en el teatro, volvía con regularidad pero había confinamientos a causa de la peste y otras epidemias que cerraban la ciudad, en especial los teatros, capaces de concentrar a unas 3.000 personas y, por tanto, un punto de contagio claro. Así que su carrera tuvo interrupciones por las plagas. Si podía, aprovechaba para irse de gira con la compañía y, si le confinaban, volvía a casa, en Stratford-upon-Avon. Todos hablan siempre de la carrera de Shakespeare en Londres, esto es distinto, es lo que se soslaya: la tragedia principal de su vida fue la muerte de su hijo.

–Shakespeare intentando conciliar, los teatros de Londres cerrados por una plaga… Su novela es más contemporánea de lo que parece.

–No era inusual que el cabeza de familia de una casa en el campo se fuera a Londres, porque allí estaban los empleos. William no quería seguir los pasos de su padre, John, el guantero más importante de la zona, no tenía el más mínimo interés en heredar el negocio. Así que pasó a ser actor y dramaturgo, ya en Londres. Nadie ha sabido aún rastrear o explicar ese salto, ese viaje extraordinario.

–Otro viaje extraordinario es el de las pulgas que traen la peste, que viajan por los continentes, en un singular paréntesis de grandes aventuras que hace usted.

–El escenario es una o dos casas de una zona rural, sentí un poco de claustrofobia y abrí la novela al mundo, quise mostrar la potencia de una pulga. Los siglos XVI y XVII fueron devastados por la peste, todos la temían. Mataba a jóvenes sanos en 24 horas, personas que estaban cenando tan ricamente y, al día siguiente, yacían muertos. Lo escribí mucho antes del Covid y me preguntaba: ¿cómo debe de ser vivir una época donde enfermedades fatales cruzan las fronteras y matan a los seres queridos? La misma incertidumbre de ahora: ¿me va a tocar?

–Existe la posibilidad de que haya lectores –los que no leen diarios ni las contraportadas de los libros– que no descubran que se trata de Shakespeare hasta la escena final, pues nunca lo nombra.

–Ojalá suceda, mis libros no son para los que tienen un grado en literatura. Son también para gente que jamás ha leído a Shakespeare. Es más: quiero que los lectores olviden todo lo que saben de él, que dejen de verlo como el gran autor y se encuentren simplemente con un ser humano.

"Hamnet", de Maggie O'Farrell (Libros del Asteroide), todavía no disponible en Argentina.

«Hamnet», de Maggie O’Farrell (Libros del Asteroide), todavía no disponible en Argentina.

–Sobre Shakespeare hay pocos datos biográficos. La inclinación de su esposa, Agnes, por lo sobrenatural ¿se basa en algún dato real?

–Si sabemos poco de él, menos todavía de la mujer con que se casó, ni siquiera existe el registro de su nacimiento. Biógrafos y directores de cine han llenado ese vacío con mucho odio, la han tratado muy mal en los últimos 500 años, no entiendo por qué. Sabemos que era hija de un granjero y que vivió mucho, 67 años, también que cultivaba malta, para hacer cerveza. De eso, extrapolo todo el personaje pero no hay nada real.

–Qué malo y qué cruel es el padre de Shakespeare, ¿eso se basa en datos?

–Sí y no. Es posible que John Shakespeare fuera encantador, en cuyo caso le debo unas disculpas. Pero, en los documentos disponibles, vemos que fue concejal, que perdió su poder y reconocimiento, que empezó a traficar ilegalmente con lana, lo que le hizo perder su fortuna, que sufrió problemas financieros y legales (fue multado por no asistir a misa)… Debía mucho dinero a mucha gente, por lo que pocas veces salía de casa. En las obras de Shakespeare hay hombres como el rey Lear, erráticos, con mucho temperamento, a los que su ambición les pierde. ¿De dónde han salido esos personajes?, me pregunté.

“Todos hablan siempre de la carrera de Shakespeare en Londres, esto es distinto, es lo que se soslaya: la tragedia principal de su vida fue la muerte de su hijo”

Maggie O’Farrell

ESCRITORA

–Si hurgamos, podemos sacar otros paralelismos con las obras de Shakespeare en su novela. Él y Agnes se quieren mucho, son Romeo y Julieta con su familia en contra, un poco.

–Espero que cualquier referencia a las obras se vea como algo muy sutil, no quise hacer ese juego, sino ir con cuidado. No quiero dejar huellas de su obra en mi novela. Pero, por ejemplo, los gemelos en sus obras son frecuentes, como en La comedia de las equivocaciones, sobre gemelos separados. Él escribe de gemelos que creen que el otro ha desaparecido, pero que al final se encuentran. Sus propios gemelos ya no iban a poder reunirse nunca, debía de dolerle escribir eso.

Casa de Shakespeare en Stratford-upon-Avon.

Casa de Shakespeare en Stratford-upon-Avon.

–Sin contar la escena final, el clímax del libro es el parto de los mellizos.

–Quise mostrar el terror del parto, las estadísticas nos muestran que las mujeres se jugaban la vida y que muchos bebés no sobrevivían. El motor del libro es dar presencia a este niño abandonado por los historiadores, pues ocupa solo brevísimas menciones en las biografías de su padre. Nadie ha prestado atención a que diera su nombre a una de sus obras importantes. Todos se centran en Shakespeare en Londres, pero su esposa, sus hijos, eran muy importantes para él. Cuando estaba cansado, no se quedaba en Londres, volvía a Stratford, adonde se mudó al final de su carrera. Shakespeare no está presente en la mayor parte de la novela, porque la casa la dirigen su madre y su mujer.

–Traslada al lector a un mundo muy concreto de olores, sabores, animales, plantas, colores… sensualidad, en suma. ¿Cómo hacerlo sin que suene antiguo?

–La mejor manera de insuflar vida a un pasado con el que no tenemos ninguna conexión es recopilar mucha información. Antes de empezar a escribir una escena en un comedor del XVI, has de saber de qué estaba hecha la ropa, la comida, el suelo, la mesa, pero sin abrumar con los detalles. Era un mundo más conectado a la naturaleza, a los ciclos de la luz, se acostaban y levantaban con el sol.

Globe Theatre Londres. Foto Getty Images

Globe Theatre Londres. Foto Getty Images

–Shakespeare no es el que más sale pero tiene buenas escenas, como cuando intenta adaptar su obra a un escenario de pueblo minúsculo…

–Pensamos en el genio y se olvida que fue actor, uno más de la troupe que iba de gira, eso era una parte importante de su vida. No siempre estaba en el escenario. A veces iban de gira por la campiña, hay una factura que demuestra que estaban en Kent cuando murió Hamnet. Él tiene que reducir Macbeth para encajarlo en espacios pequeños, recortar cosas, acciones y movimientos.

–Más allá de la bibliografía, ¿que trabajo de campo ha hecho?

–He buscado personalmente la máxima información. La granja de los Hathaway, donde vivía Agnes de joven, era como un granero, que su hermano Bartholomew amplió, levantando un piso. Yo subí a ese piso y me di cuenta de que las puertas eran más altas de lo normal en esa época, y de ahí surge la idea de que Bartholomew tenía que ser muy alto.

–¿Más investigación directa?

–He hecho de todo. Planté un huerto isabelino con plantas de la época, hice un curso para hacer ungüentos, hice trabajos arqueológicos a la orilla del Támesis, donde encontré monedas y unos clips metálicos para sujetar collares, aprendí a manejar un cernícalo, haciéndole volar…

Fuente: La Vanguardia, La Nación