Cuando el crítico y escritor mexicano Emmanuel Carballo leyó, a mediados de los años 60, unas primeras versiones de Cien años de soledad, le dijo a su amigo Gabriel García Márquez: ”¡Dios mío, Gabo, nadie puede entender eso!”. En su opinión, la respiración del lector era difícil y se ofreció a «ponerle bien las comas». De hecho, el manuscrito final presenta 250 cambios de puntuación.
Esa es una de las anécdotas que pueden encontrarse en Ascent to glory (Ascenso a la gloria), un ensayo publicado en inglés por la Universidad de Columbia en Nueva York, que es obra del sociólogo canario Álvaro Santana-Acuña, profesor en el Whitman College de Washington.
La obra es básicamente dos cosas: por un lado, un detallado making of de los 14 meses que García Márquez tardó en escribir la mítica novela en su casa de Ciudad de México y, por el otro, una explicación de cómo y por qué se convierte en un clásico universal.
El Nobel colombiano en plena revisión de “Cien años de soledad”, la novela que inventó el realismo mágico en 1967. Foto AFP
Uno de los aspectos más curiosos es que Santana-Acuña muestra Cien años de soledad como una obra colectiva, construida en red. “Eso ocurrió antes con otras obras de él –observa–, enviaba manuscritos, pedía comentarios, leía en voz alta y realizaba cambios según las reacciones… Es una de las obras de la historia de la literatura más leídas y comentadas antes de su publicación».
Y agregó: «Carlos Fuentes le envió algunas ideas por carta, Plinio Apuleyo Mendoza le apuntó el Barroco del Siglo de Oro como referente para encontrar el tono, de ahí que, en las lecturas en voz alta, García Márquez impostara un acento español, como relató el periodista José Font Castro. Un exiliado español, Federico Álvarez, le recomendó inspirarse en El siglo de las luces del cubano Alejo Carpentier, él quedó fascinado por su ritmo y su mezcla de historia y mito, y se marcó como objetivo un punto medio entre Carpentier y Hemingway».
«La llamada ‘mafia’ mexicana –señaló el investigador– le ayudó en las investigaciones: José Emilio Pacheco le buscó cosas de la piedra filosofal, Vicente Melo le indagó sobre las propiedades de las plantas, Álvaro Mutis le ayudaba en temas poéticos, otros amigos colombianos le buscaban cosas sobre las guerras civiles de su país… Con el matrimonio María Luisa Elío-Jomí García Ascot se veía casi cada noche y les consultaba muchas cosas, por ejemplo sobre el vestuario de los personajes. Elío le hacía de fact-checker en cuestiones de cultura caribeña. Incluso la mecanógrafa, Esperanza Araiza, que se lo tomaba como una novela por entregas, porque iba pasando a máquina cada capítulo, le hacía observaciones sobre la trama y lo que cada personaje haría o no, a su juicio”.
El manuscrito de «Cien años de soledad» se encuentra en el Centro Harry Ransom, de la Universidad de Texas. Foto AFP
Se hicieron, asimismo, nada menos que ocho avances editoriales, de distintos capítulos, antes de que se publicara el libro, en medios de Colombia, Francia, Perú, México, Uruguay y Argentina.
“Hay muchos mitos y leyendas en torno a esa novela –admite Santana-Acuña– y tampoco mi objetivo era desmontarlos sino mostrar cómo se escribió”. Todo clásico, afirma, está siempre envuelto de esa especie de fake news “así como de críticas demoledoras contra él, ya las tuvo en 1967, en 1971 lo acusaron de plagio e incluso una académica, el año pasado, la ha acusado de ‘obra sobrevalorada’, los clásicos tienen tantos fans devotos como haters generación tras generación, eso es un elemento poco estudiado pero imprescindible para alcanzar el olimpo”.
Otra parte del libro analiza cómo la novela se convirtió “en la Biblia de América Latina”. “Los autores del boom realmente creían en una América Latina unida, al menos culturalmente –apunta–. Pero el gran éxito en ventas de algunos les hizo centrarse luego en desarrollar carreras en solitario. Y, como eran los libros de Barcelona los que llegaban a todo el continente, se produjo una reacción nacionalista de algunos países, que gravaron con aranceles los libros españoles, para crear así su propio mercado e industria autóctonos. Tras el cosmopolitismo del boom, en los últimos 40 años lo que vivimos es la tendencia inversa: crear cánones nacionales y autores nacionales. Todo es cíclico y después seguramente volverá el mensaje de la literatura latinoamericana global”.
Gabriel García Márquez, en Aracataca, el pueblo del departamento colombiano de Magdalena que inspiró el mítico Macondo de «Cien años de soledad». Foto Archivo Clarín
Ascent to glory documenta los cambios de temas, de personajes, estilo… «El que más me sorprendió fue saber que al principio el coronel Aureliano Buendía no iba a ser el protagonista. Era la historia de una familia en el Caribe, y el coronel iba simplemente a pasar por Macondo en alguna de las guerras y seguramente reclutaría a algún miembro de la familia. En una versión inicial, además, Aureliano gana la guerra”.
En realidad, en 1964, García Márquez “ya trabajaba en El otoño del patriarca, que dejó a medias, lo acabó en 1975, y al ponerse con Cien años… en 1965 le seguía saliendo El otoño… Y como no quiere un dictador, lo hace pasar de ganador a perdedor”.
Sobre posibles injusticias en la lista del boom, el autor lamenta que, a nivel popular, “el peruano José María Arguedas, de una generación anterior, no ha tenido la aceptación que merecería su importancia, aunque influyó mucho. Las mujeres no han sido consideradas aunque algunas, como María Elena Garro, formaban parte destacada de las fiestas del boom. De la misma manera que hemos mostrado que la Ilustración no son solo Rousseau y Voltaire, el boom son muchos más nombres y ciudades, porque fue un movimiento multicéntrico, que también existió en Ecuador, Brasil o Bolivia, o ciudades como Barranquilla y Montevideo. Eso ayuda a entender por qué, cuando ellos llegan a Barcelona, ya existe un entorno global preparado para absorberlos”.
«Ascent to glory», de Álvaro Santana-Acuña: al momento, el libro no está traducido al español y se puede conseguir en Amazon, en formato e-book, a 18 dólares.
Otro libro básico para entender Cien años de soledad es Camino a Macondo, publicado a finales del 2020, que recopila las apariciones de ese territorio mágico inspirado en su Aracataca natal, en las obras del colombiano entre 1950 y 1966, es decir, en algunos textos sueltos, en las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962) y en los cuentos de Los funerales de la Mama Grande.
La primera aparición del lugar, aún innominado, es en La casa de los Buendía, texto publicado en la revista Crónica el 3 de junio de 1950. El nombre aparece por primera vez en el cuento Un día después del sábado (1954) cuando el personaje llega al pueblo y entra en el Hotel Macondo.
“Yo nunca me olvido de quién soy, soy el hijo del telegrafista de Aracataca”, dejó dicho García Márquez. Siete años después de su muerte –el pasado sábado habría cumplido 94 años–, y a la espera de la serie de Netflix en la que sus hijos Rodrigo y Gonzalo son productores ejecutivos, el lector puede sumergirse en los libros que exploran la génesis de su novela más popular.
Fuente: La Vanguardia, Clarín