«The Cow-Pock-or-the Wonderful Effects of the New Inoculation!», una sátira antivacunas de la colección del Museo Británico
Ante un hecho inédito como es la primera campaña de vacunación masiva a nivel global en medio de una pandemia, también la historia del arte asiste a un hecho sin precedentes. Las imágenes de la peste son muchas y, aunque las escenas de vacunación plasmadas sobre el lienzo son menos profusas, tienen su capítulo aparte.
“Debemos pensar que la iconografía de la peste sin duda tiene mayor impacto visual que la de la vacuna que la previene”, señala el historiador de arte Roberto Amigo. “La primera iconografía hispanoamericana se relaciona con la Expedición Balmis, el viaje mundial de la María Pita de 1803, que suma la difusión de las ilustraciones del libro de Moreau de la Sarthe. De este tiempo se conocen también algunos impresos ilustrados con las indicaciones para vacunar, con viñetas alegóricas. Sin embargo, en el arte lo más relevante es literario: la Oda a la vacuna de Andrés Bello”.
Ya en el siglo XX, la ilusión de la vacuna la encarna Vacunación, un panel que integra los deslumbrantes Murales de la Industria de Detroit (1932-1933), una serie de frescos que Diego Rivera hizo en el Instituto de Artes de Detroit, que dirigía Wilhelm Valentiner, consejero de Ford en promoción artística. Los dos paneles principales representan a trabajadores en la planta River Rouge de Ford Motor Company.
La pieza deviene obra emblema. “Para comprender el significado de este panel es necesario ponerlo en relación con los otros que integran el mural: Rivera muy pocas veces trabaja los paneles en forma aislada, sino que suele plantear opuestos”, señala Renato González Mello, especialista en los murales de Diego Rivera e investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
En la parte inferior hay un tablero que alude a la fecundación y a la generación de la vida: plantea una analogía entre minerales y células. Del lado izquierdo, un grupo de hombres con máscaras antigás –y trajes que recuerdan los que usan quienes están en la primera línea de lucha contra el coronavirus– trabajan en un proceso de producción de una especie de misil. Podemos suponer, dice González Mello, que se trata de un proceso de producción de un arma química en el período de entreguerras.
Inspirada en la iconografía de la Natividad, en Vacunación la enfermera y el doctor ocupan el lugar de la Virgen y el Niño; Rivera también incluye el burro y el caballo. “Atrás, en lugar de los Reyes Magos están los científicos (la producción de vacunas). Rivera representa una ciencia de guerra y una ciencia de paz que se oponen una a otra”, dice González Mello. Y añade: “Además, el niño rubio, con el pelo que refulge, nos hace pensar en otras representaciones de Rivera y de otros muralistas que apuntan al renacimiento del hombre nuevo: el origen de esta idea está en parte en el discurso socialista, pero también en una variedad de ideologías, entre ellas la masonería, a la que pertenecía Rivera y que apuntaba a la regeneración del individuo”. Para el especialista, Vacunación condensa la idea de una vida diferente: “un renacimiento hacia el nuevo hombre regenerado espiritual, política, social y psicosomáticamente”.
Por su inspiración iconográfica cristiana, el mural desató fuertes controversias en el público americano, aunque a diferencia del inolvidable mural destruido en el Rockefeller Center, este sobrevivió hasta hoy. Las críticas se centraron en que Rivera se inspiró en una imagen religiosa siendo un artista comunista.
“Hay un hecho sumamente interesante que analiza Terry Smith en su libro Making the modern –dice González Mello–. La Ford utilizó un circuito de periódicos que tenía a su servicio para provocar una embestida contra el mural que ellos mismos habían patrocinado. Lo hizo para salir al final a salvar la situación argumentando que iba a respetar la libertad del artista”.
La famosa sátira de los antivacunas
Que siempre existieron opositores a las vacunas lo evidencia corrosivamente The Cow-Pock-or-the Wonderful Effects of the New Inoculation!, un grabado de James Gillray (1757 – 1815), famoso caricaturista británico, reconocido por sus sátiras políticas –sus obras son editoriales gráficos–. Con acidez, ridiculiza los rumores e información falsa desatados por los opositores a la vacuna. La icónica obra, que pertenece al acervo del Museo Británico, representa a una serie personas en el Hospital St. Pancras de Inoculación y Viruela, en Londres, que tras la aplicación de la vacuna sufren consecuencias atroces.
Ayudado por un joven asistente deforme, un médico –es un retrato de Edward Jenner (1749 – 1823), médico inglés creador de la vacuna contra la viruela– sujeta el brazo de una mujer, joven y temerosa, mientras le administra la vacuna mediante una incisión.
Tras la aplicación de la vacuna, los pacientes desarrollan extraños tumores y malformaciones. De narices, orejas y ojos explotados se eyectan vacas miniatura, envueltas en burbujas como pústulas de viruela. Una mujer monstruosa, embarazada, con manos como garras, escupe una vaca y otra cae por debajo de su enagua raída.
Un ayudante echa violentamente en la boca de los pacientes un líquido que extrae de un recipiente cuyo rótulo dice “Opening Mixture” (en inglés antiguo significa “laxante”), mientras que una botella contigua lleva la etiqueta “Vomit” (vómito). Cerca, se ve una jeringa de irrigación de las que se usan para hacer enemas.
Un dato revelador: el cuadro de la pared posterior representa La adoración del becerro de oro. Gillray condensa en su obra las angustias de los opositores a la vacunación al tiempo que ridiculiza sus ideas extravagante, sin fundamentos.
Retratos del artífice de la vacuna y del personal sanitario
Muchas pinturas representan a Jenner, creador de la vacuna contra la viruela, uno de los más grandes flagelos de la humanidad. Se estima que 300 millones de personas murieron a causa de la viruela en el siglo XX. Quienes lograban sobrevivir quedaban con cicatrices en la cara o ciegos. La primera evidencia de esta enfermedad se constató por los rastros de la erupción de pústulas en el cuerpo momificado del faraón Ramsés V de Egipto.
En varias pinturas del siglo XIX se representa a Jenner realizando su primera vacunación a James Phipps, un niño de 8 años, en 1796. Pero sin dudas la obra francesa más famosas es El Barón Jean Louis Alibert practicando la vacunación contra la viruela en el Castillo de Liancourt(1820) de Constant-Joseph Desbordes (1761-1827). En la escena, ante la mirada de los familiares y el personal de la casa, un bebé es vacunado por el Barón, mientras le sostiene el brazo a otro. En el paisaje que se observa en segundo plano, hay unas vacas de las que se obtuvo el suero para la vacuna.
En Vacunación de niños de Vicente Borrás Abellá (Valencia, 1867 – Barcelona, 1945), un óleo del Museo del Prado, en primer plano a la izquierda se ve la cabeza de un caballo, utilizado para mantener activos los virus. Detrás del equino, un hombre mayor vacuna a un bebé sostenido por su madre. El encuadre fragmentario acentúa el carácter de escena casual, como si hubiera sido tomada azarosamente en un consultorio médico cualquiera.
Con realismo –no hay jerarquías visuales ni tensión narrativa en la composición– esta especie de fresco de época evidencia que las mujeres de distintas clases sociales llevaban al mismo lugar a vacunar a sus hijos. La mujer cuyo hijo están vacunando lleva vestido, tocado, joyas y capa elegantes, mientras que otras mujeres que esperan en la fila usan ropas humildes y sus hijos están desnudos.
Vacunación (1899) de la artista Anna Ancher (1859 – 1935) muestra a un grupo de madres con sus hijos que esperan para ser vacunados contra la viruela. La obra pertenece al Museo Skagens, cuya colección incluye pinturas de artistas de esa localidad de Dinamarca. La vacunación de los chicos daneses fue obligatoria desde 1810 y se eliminó en 1977. La enfermedad se declaró erradicada en 1980.
Fuente: Marina Oybin, La Nación