“Un pequeño gesto”, son las palabras que el artista cordobés Elian Chali (1988) elige para describir el mural que acaba de inaugurar en la fachada del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Es casi irónico que se refiera así a una pintura de trescientos treinta metros cuadrados; pero lo pequeño del gesto no tiene que ver con su tamaño, sino con que se trata de un mural que está, literalmente, en segundo plano.
A simple vista, no se advierte de inmediato el cambio en la enorme fachada del Moderno, el centenario edificio con ladrillos a la vista sobre avenida San Juan, en San Telmo, que solía albergar a la tabacalera Piccardo. Pero, asomándonos entre columnas, rejas y árboles, podemos encontrar la fachada interna que eligió para hacer el mural Elian Chali, el muralista cordobés cuyas pregnantes intervenciones a gran escala llegaron ya a paredes de más de 30 ciudades de todo el mundo.
En esta ocasión, su intervención se hizo sobre la fachada interna del Moderno: en los dos muros detrás de las columnas de ladrillos que unen su esquina, donde están las rampas de acceso para sillas de ruedas. Y esta presencia de las rampas es un valor agregado, un vínculo con el colectivo de personas con discapacidad, al cual él adhiere por su displasia ósea y su hipoacusia. «Los que tenían que entrar al museo con silla de ruedas pasaban por un corredor gris, enrejado, en una situación un poco carcelaria”, explica el artista a Clarín durante la presentación del mural. En ese sentido, considera que intervenir ese espacio fue un gesto de generosidad para con su colectivo.
Celebración. La inauguración del mural, en el Museo de Arte Moderno. Foto: Lucía Merle
Chali es “activista disca”; o sea, trabaja en torno a las problemáticas que afectan a las personas con discapacidad y diversidad funcional. Como muralista, se detiene tanto en la relación “hacia adentro” de la intervención (con el edificio y la institución) y “hacia afuera” (con la ciudad y la sociedad). Cita a Deleuze y a Foucault; hay un fuerte desarrollo intelectual detrás de sus obras y de su discurso. Ante la pregunta de cuáles son sus desafíos durante la pandemia, por ejemplo, con la efectividad de un cómico de stand-up, el artista responde: «En lo personal, sobrevivir; en lo colectivo, la revolución social».
Sin embargo, después de esta frase contundente que levanta risas y un aplauso en la audiencia, aclara: «Entiendo la revolución social como una perspectiva, una utopía, no algo para ejecutar hoy».
Y más allá de que su arte sea abstracto y de que no refiera explícitamente a la discapacidad, es consciente de que trabaja sobre ciudades y espacios que fueron pensados desde la lógica de algunos cuerpos y no de otros: “La narrativa de quién ‘escribe’ la ciudad selecciona qué cuerpos pueden habitarla, protestarla, gozarla», hace notar. En ese sentido, siente que reescribir esos espacios es un acto de revancha: «Hay una suerte de venganza en habitar la ciudad», asegura.
Colores. En la esquina del Museo Moderno, por Eilan Chai. Foto: Lucía Merle
Desde el Departamento de Educación del museo, explican que tienen programas para generar vínculos con distintas comunidades y un plan global de accesibilidad que busca tener en cuenta distintas discapacidades. En términos prácticos, esto va desde los cambios en los tamaños de las tipografías de los nomencladores hasta rampas nuevas. También están trabajando, junto con expertos, en recorridos táctiles y accesibilidad para personas hipoacúsicas. Es destacable que la inclusión no ponga a las personas con discapacidad solo en el rol de espectadores, sino también que se los incluya como creadores: «Que hayan invitado a una persona con diversidad funcional es un gesto», acota Chali.
El plano inesperado
Al ver algunas de las obras llamativas y descomunales o las ilusiones ópticas a gran escala que Elian Chali pintó en ciudades de Francia, Estados Unidos, Emiratos Árabes, Brasil, Taiwán o incluso en su Córdoba natal, sorprende la sutileza de su intervención en el Moderno. «Conservar el ladrillo y el resto de la estructura arquitectónica y solo hacer un señalamiento ahí me parecía poderoso», reflexiona.
La metáfora que elige para describir su intervención es la de la acupuntura. Piensa el edificio como un sujeto y a su obra como una aguja que, con un pinchazo eléctrico, inyecta vida en el “músculo seco” que era la fachada interna que decidió intervenir. «Era un lugar casi muerto, que de repente puede ser un espacio para construir una experiencia poética», explica.
Por dentro. La obra de Chali y la rampa por donde entran las sillas de ruedas. Foto: Lucía Merle
Al mismo tiempo, en conjunto con la curadora del proyecto, Carla Barbero, se plantearon cómo podían dialogar o establecer un vínculo con el barrio. Sin embargo, la idea de diluir los límites del edificio y de fundir, mediante esta intervención, el adentro y el afuera deja un poco que desear: más allá de lo plástico, no parece haber una invitación a usar esa entrada, esa esquina ahora tan colorida, que está enrejada, encadenada y cerrada con candado.
El pintor y los pintores
La autoría en el mundo del arte no tiene necesariamente que ver con la ejecución manual. Nunca fue así. Desde que existe el concepto de artista, también existen asistentes, discípulos, ejecutores que ayudan o incluso realizan por completo la parte física de la obra. Como un arquitecto que piensa y planifica una construcción, el artista en ocasiones es quien define el concepto y quien pone la firma.
Como muchos otros muralistas, Chali no pinta con sus propias manos los murales completos, sino que los desarrolla conceptualmente, los diseña y luego son ejecutados sobre las paredes parcial o totalmente por otras personas. Aquí hubo tres pintores: Carlos Bolig, Juan Carlos Ovejero y Germán Ovejero a quienes les agradecieron su trabajo pero que, lamentablemente, no estaban presentes en la presentación del mural.
Estéticamente, los murales de Elian son ordenadas composiciones con una paleta de colores muy definida: colores primarios, verde y negro. Algunos de sus murales son más geométricos y otros más elásticos, como oleadas de pintura. Algunos son ilusiones ópticas plasmadas sobre edificios o dentro de ellos. Incluso en algunos aparecen metacomentarios sobre el muralismo y el grafiti, como aquellos en los que incluye garabatos que parecen estetizaciones magnificadas de una pintada de aerosol, como el que está en la fachada del Centro Cultural Konex, pintado en 2017.
Como todos los muralistas, Chali se encuentra una y otra vez frente al trabajo de intervenir una obra ajena: un edificio que diseñó otro, un espacio urbano pensado y diagramado por una mente ajena. A Chali le gusta esa posición: “Agarrar una obra terminada me parece algo bastante irreverente”. Ese aspecto rebelde sigue la línea que caracteriza, desde siempre, al arte callejero. Y él tiene tanto de rebelde como de polémico, lo que demuestra cuando aclara que, para él, la arquitectura no es arte.
En cuanto al debate sobre la intervención visual sobre la ciudad, sobre el espacio público (aquello que es de todos pero no es de nadie), dice algo interesante: «Si nos vamos a poner a discutir sobre el paisaje urbano, lo primero que tenemos que problematizar es la propaganda política o la publicidad”. Asegura que él no tiene ganas de ver la cara de un político por la calle, o carteles que venden ropa, perfumes. “Lo que molesta es el gesto artístico», concluye.
Fuente: Clarín